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jueves, 26 de diciembre de 2024

¿LAS MUJERES TRANS SON “BIOLÓGICAMENTE MASCULINAS”?

Sorprendentemente, el sintagma “sexo biológico” está de moda en el Congreso de Estados Unidos. 

Las elecciones de medio mandato han traído una novedad al Congreso estadounidense: por primera vez, una representante será una mujer transgénero. Eso ha sacado a flote una vieja discusión de: ¿el sexo es o no es binario?


La congresista Nancy Mace (representante republicana por Carolina del Sur, un estado profundamente conservador) aparece en un video añadiendo un papel con la palabra “biológica” al rótulo de un baño para mujeres del Capitolio. Lo hizo después de que Mace presentara dos proyectos de ley para limitar el uso de las instalaciones para mujeres (primero en el Capitolio y luego en todas las instalaciones federales) a miembros del “sexo biológico” correspondiente.

El proyecto de ley de Mace afirma que la presencia de “varones biológicos” en «baños, vestuarios y zonas para cambiarse diseñados para mujeres pone en peligro la seguridad y la dignidad” de los miembros y empleados “femeninos” de la Cámara de Representantes».

Como dejó claro su correligionaria Marjorie Taylor Greene (congresista republicana por Georgia), lo que mueve la iniciativa de Mace obedece a una sola circunstancia: Sarah McBride, congresista demócrata electa por Delaware, la primera persona transgénero elegida para el Congreso, es un «hombre biológico»

¿Pero lo es realmente?

Ni Mace ni Greene ofrecieron pruebas de que McBride sea varón. De hecho, los opositores a los derechos de las personas transgénero en Estados Unidos no están de acuerdo sobre lo que quieren decir con “sexo biológico”. En eso coinciden con la mayoría de los científicos

Los debates sobre los derechos de las personas transgénero suelen girar en torno a una pregunta central sobre sus cuerpos: ¿una mujer transgénero que ha transformado clínicamente su cuerpo sigue siendo un “hombre” o ha cambiado su sexo biológico? La respuesta es complicada.

Breve historia del cambio de sexo

En la era moderna, el concepto científico de transgénero –que surge de la diferencia percibida o sentida entre el sexo psicológico de una persona y su sexo biológico– se remonta al menos a fines del siglo XIX. En esa época, la propia definición de sexo estaba cambiando.

Durante siglos, el sexo se determinaba mediante una simple inspección visual de la anatomía que sirviera para responder a una simple pregunta: ¿la persona en cuestión tiene pene o vulva? Pero en la década de 1870, los avances científicos en la disección y el estudio de las condiciones intersexuales llevaron a algunos investigadores a proponer una nueva definición del sexo biológico basada en las gónadas (es decir, en la anatomía reproductiva interna; testículos u ovarios) en lugar de tener en cuenta los genitales externos.

Herculine Barbin fue un ejemplo de ese cambio. Registrada como mujer al nacer en la Francia del siglo XIX, fue criada como una niña. En su adolescencia, un médico descubrió que tenía testículos ocultos junto a su canal vaginal. Basándose en esta anatomía interna, un tribunal dictaminó que el sexo de Barbin debía reasignarse a masculino. Su "verdadero sexo", resolvió el tribunal, era el “gonadal”.

Cuando la medicina transgénero surgió como objeto de investigación en las décadas de 1920 y 1930, la visión gonadal del sexo era la que imperaba. Las investigaciones de Eugen Steinach, un científico austríaco, demostraron que el sexo de un conejillo de Indias podía modificarse quitándole las gónadas y reemplazándolas por las gónadas del sexo opuesto.

Los defensores de los derechos transgénero, como el médico alemán Magnus Hirschfeld, se dieron cuenta de que el sexo humano funcionaba como el de los conejillos de indias de Steinach. Si las características inducidas por las hormonas que muchas personas consideran “masculinas” y “femeninas” (como el vello facial, el crecimiento de los senos, la prominencia visible de la nuez de Adán o el tono de voz) están determinadas en gran medida por las gónadas, una persona podría cambiar de sexo cambiando las gónadas. Por lo tanto, a partir de ese momento las cirugías más comunes para las mujeres trans consistieron en orquiectomías (extirpación de los testículos).

La revolución sexual

En las décadas de 1960 y 1970 —la era de la segunda ola del feminismo y la revolución sexual— el debate sobre el sexo biológico era más confuso que nunca. En el atletismo de competición se pasó de las inspecciones genitales a la prueba corporal de Barr, que determina el sexo en función de los cromosomas. Pero al mismo tiempo, con los avances en cirugía plástica, los principales cirujanos especializados en medicina transgénero creyeron que podían cambiar el sexo de una mujer trans transformando su pene en una vagina.

Como ejemplo de la complejidad de esta época, cuando Renee Richards, una jugadora de tenis transgénero, que se vio obligada a someterse a una prueba cromosómica para clasificarse para el Open de Estados Unidos de 1976, impugnó esa política por considerarla discriminatoria. El Tribunal Supremo de Nueva York estuvo de acuerdo y el juez dictaminó que hay «evidencia médica abrumadora de que ahora [Richards] es mujer».


¿Cómo había cambiado de sexo? La respuesta, según dijo, era ginecológica: «Que un ginecólogo me examine —propuso en una entrevista televisiva en 1976— y tendrá cumplida respuesta a si soy un hombre o una mujer?»

A finales de la década de 1970, las definiciones de sexo biológico eran tan discutidas que incluso Janice Raymond, la teórica antitransgénero más influyente del siglo XX, afirmó que los científicos entendían que había al menos seis tipos diferentes de sexo: cromosómico, anatómico, gonadal, hormonal, legal y psicológico.

Para Raymond, una feminista lesbiana comprometida que creía que incluso las mujeres transgénero sin testículos ni pene seguían siendo una amenaza para los espacios reservados para mujeres, era en última instancia su socialización como niños y como hombres jóvenes lo que determinaba que las mujeres transgénero fueran “hombres”, sin que el argumento biológico sirviera en absoluto.

Pánico en el baño

En respuesta al proyecto de ley de Mace, la representante demócrata Alexandria Ocasio-Cortez preguntó si las mujeres tendrán que «bajarse los pantalones» y dejar que un funcionario «inspeccione sus genitales» para poder usar los baños del Capitolio. Su comentario pretendía ser provocativo, pero lo cierto es que no hay manera de que ningún funcionario de la Cámara haga cumplir una regla sobre el sexo biológico cuando no existe una definición aceptada del término.

Por eso, los colegas republicanos de Mace están impulsando una definición estricta del sexo. Algunos legisladores quieren reescribir la ley federal para que declare que el sexo son las «estructuras corporales (fenotipos) que, en el desarrollo normal, corresponden a la producción de espermatozoides para los hombres y de óvulos para las mujeres».

Si esa frase parece extraña, tal vez sea porque la mayoría de los estadounidenses entienden que “masculino” y “femenino” se definen por el “sexo asignado al nacer”, lo que comúnmente se asigna a través de la inspección genital, no en base a la capacidad interna oculta de producir óvulos o espermatozoides.

Entonces, ¿por qué los republicanos pretenden reescribir el término “sexo” en una ley federal para referirse a la producción de gametos, en lugar de mantener nociones familiares de sexo que han perdurado durante siglos, como los genitales o las gónadas?

Por una vez, la respuesta no es complicada: la definición de “sexo” en términos de gametos garantizará que las mujeres transgénero siempre sean clasificadas como “hombres” sin importar cuánto cambien sus cuerpos. Los proyectos de ley federales que definen el sexo imponiendo que una mujer sea alguien «que naturalmente tiene, tuvo, tendrá o tendría la capacidad reproductiva de producir óvulos», es algo que una mujer transgénero nunca podrá cumplir.

Pero ¿qué tienen que ver los espermatozoides y los óvulos con el uso del baño? Durante la mayor parte de la historia moderna, científicos, médicos y jueces han estado de acuerdo en que los seres humanos pueden cambiar de sexo, pero no se han puesto de acuerdo sobre cómo lograrlo. 

Cambiar la definición ahora es invitar a un mayor escrutinio gubernamental de los historiales médicos privados de todas las mujeres. Queda por ver si la mayoría de los estadounidenses estarán de acuerdo con esa nueva definición.