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viernes, 27 de diciembre de 2024

BREVE HISTORIA DE LA ESTRELLA DE BELÉN

 

Representación de la Adoración de los Magos en un sarcófago del siglo IV procedente del cementerio de Santa Inés de Roma, conservado actualmente en los museos vaticanos.

El Nuevo Testamento proporciona pocos detalles del nacimiento de Cristo. De los cuatro evangelios, sólo el de Lucas presenta al niño envuelto en pañales en el pesebre rodeado por María, José, los pastores y los ángeles celestiales. 

El relato de la Natividad que conocemos hoy en día surgió en el siglo VII cuando apareció lo que se creía que era un Evangelio desconocido de Mateo. El texto fue refutado más tarde como apócrifo y es conocido desde entonces como el “pseudo-Mateo”

Antes de que el pseudo-Mateo proporcionara una narrativa más rica, el arte religioso centrado en el nacimiento de Jesús se basaba en los pocos detalles proporcionados por los Evangelios bíblicos y en la creatividad de los artistas. Una de las representaciones más antiguas conocidas de la Adoración de los Magos es una pintura mural de finales del siglo III o principios del IV en las catacumbas de Priscila en Roma

Considerada la más antigua del mundo, la imagen ha sido datada a principios del siglo III (230-240). El cuadro representa a la Virgen con el Niño y a un profeta señalando una estrella sobre la cabeza de la Virgen. Este personaje suele identificarse con el profeta Balaam del Antiguo Testamento, quien predijo la venida de Cristo.


Otro ejemplo temprano de la Epifanía aparece en el sarcófago de mármol del siglo IV procedente del cementerio de Santa Inés de Roma. En esa representación, que encabeza este artículo, tres camellos se unen a los Reyes Magos, que navegan a la luz de una estrella situada inmediatamente sobre María y Jesús.

En el siglo V, las representaciones elaboradas del tributo de los Reyes Magos habían sustituido a estas escenas relativamente modestas. Un mosaico terminado alrededor del año 435 en la basílica de Santa María la Mayor de Roma, por ejemplo, muestra al niño Jesús sentado en un trono adornado con joyas, flanqueado por su madre, una mujer misteriosa y un grupo de ángeles. Los tres Reyes Magos ocupan un lugar destacado, pero no aparecen ni pastores ni animales.
Mosaico de la basílica de Santa María la Mayor. Roma

Lo que tienen en común esas representaciones, como otras muchas, es la presencia de una estrella situada sobre la cabeza de los protagonistas. Es conocida como la “Estrella de Belén”, y su papel, según una leyenda apócrifa, fue moverse para guiar a los iluminados hasta el lugar donde había nacido el Niño Dios. 

Descartada la idea de que una estrella se mueva por el cielo para conducir a nadie hasta un lugar determinado, cabe preguntarse que pudo mover a todos los artistas antiguos a representarla presidiendo sus recreaciones del portal de Belén. Dicho de otra forma: ¿existió realmente esa estrella o, lo que parece más lógico, se estaba representando algún acontecimiento astronómico tan significativo que quedó grabado para siempre en la mente de los antiguos?

Hay al menos dos problemas relacionados con la asociación de un acontecimiento determinado con el relato evangélico. El primero es que quienes se ocupan de esas cosas, que no son pocos, no se ponen de acuerdo sobre la fecha exacta del nacimiento de Jesús. Dependiendo de la fuente, siempre muy sesuda, la fecha puede diferir hasta seis años. 

El segundo es que los acontecimientos astronómicos predecibles ocurren con relativa frecuencia. Descubrir qué acontecimiento, si es que hubo alguno, podría haber tenido en su cabeza quien quiera que fuese Mateo es muy complicado.

En 2020 se produjo una visible conjunción planetaria que se repite cada veinte años, cuando dos gigantes del sistema solar, Júpiter y Saturno, se acercan poco a poco hasta que se reúnen (aparentemente), como ocurrió la noche del lunes, 21 de diciembre de ese año.
Domingo 13 de diciembre. Saturno, arriba y Júpiter abajo, se ven después del atardecer en el Parque Nacional Shenandoah, Virginia. Los dos planetas se acercan uno al otro en el cielo mientras se dirigen hacia su "Gran Conjunción" el 21 de diciembre. Créditos: NASA / Bill Ingalls.

Algunos creyeron ver en esa conjunción planetaria la Estrella de Belén la cosa no es tan sencilla. Hagamos un poco de historia y otro poco de astronomía. Para entender lo que ocurrió en el espacio exterior a más de mil millones de kilómetros de la Tierra imagine el sistema solar como una pista de atletismo con dos carriles.
 
Cada uno de los dos planetas es un corredor que circula por propio carril, mientras que la Tierra ocupa el centro del estadio. Cuando se miraba hacia el cielo, se podía ver a Júpiter en el carril interior, acercándose a Saturno hasta acabar por adelantarlo el 21 de diciembre.

Júpiter y Saturno estarán separados por 0,1 grados, que es menos que el diámetro de una luna llena. Aunque estén separados en el espacio por cientos de millones de kilómetros, para un observador terráqueo los gigantes gaseosos aparecen muy juntos. El 21 de diciembre aparecieron tan cerca que, con el brazo extendido, nuestro dedo meñique podía ocultar ambos planetas.

Como está ocurriendo ahora, en 1623, Júpiter y Saturno, los dos planetas gigantes del Sistema Solar, viajaron juntos por el cielo. Júpiter alcanzó y pasó a Saturno en un acontecimiento astronómico conocido desde entonces como la "Gran Conjunción". Como se fue comprobando después, la Gran Conjunción no fue un hecho excepcional, porque ambos planetas se cruzan regularmente una vez cada veinte años.

El factor que, en 2020, puso ese fenómeno en el centro de atención es que ocurrió en el solsticio de invierno, justo antes de Navidad, lo que llevó a especular si este podría ser el mismo evento astronómico que, según la Biblia, condujo a los Reyes Magos hasta el portal de Belén.

Para desdicha de los que creen ver la Estrella de Belén en esa conjunción, no hay tal. Las conjunciones de este tipo pueden ocurrir en cualquier día del año, dependiendo de dónde estén los planetas en sus órbitas, porque la fecha de la conjunción está determinada por las posiciones de Júpiter, Saturno y la Tierra en sus trayectorias alrededor del Sol, mientras que la fecha del solsticio está determinada por la inclinación del eje de la Tierra.



La hipótesis de que la conjunción de Júpiter y Saturno pudiera ser la Estrella de Belén no era nueva. Fue propuesta a principios del siglo XVII por Johannes Kepler, quien argumentó que esta misma conjunción planetaria alrededor del año 6 a. C. podría haber servido de inspiración para la historia de la estrella del pseudo-Mateo.

El astrónomo y matemático alemán no fue el primero en sugerir que la Estrella de Belén pudo haber sido un fenómeno astronómico. Cuatrocientos años antes de Kepler, entre 1303 y 1305, el italiano Giotto pintó la estrella como un cometa en las paredes de la Capilla Scrovegni en Padua, Italia. 

Algunos investigadores han sugerido que Giotto creo su pintura como un homenaje al cometa Halley, que fue visible en 1301, en uno de sus vuelos regulares más allá de la Tierra. Los astrónomos también han calculado que el cometa Halley pasó por la Tierra alrededor del año 12 a. C. entre cinco y diez años antes de que la mayoría de los académicos cristianos dicen que nació Jesús. Es posible que Giotto pensara que el autor del pseudo-Mateo estaba haciendo referencia al cometa Halley en su relato sobre la estrella.

La Adoración de los magos, de Giotto, que muestra el cometa Halley. Capilla Scrovegni, Padua, Italia. DEA / A. Dagli Orti / De Agostini.


Pero los intentos de descubrir la identidad de la estrella de Mateo, por creativos que sean, van en la dirección equivocada en un intento que, como todo esfuerzo inútil, conducirá la melancolía. La descripción que hace el pseudo-Mateo de su estrella no hace de ella un fenómeno natural. El autor dice que los magos llegan a Jerusalén «desde el este». A continuación, la estrella los lleva a Belén, al sur de Jerusalén.

Por tanto, la estrella hace un giro brusco hacia el sur. Además, cuando los magos llegan a Belén, la estrella está lo suficientemente baja en el cielo como para llevarlos a un pequeño portal como si fuera un GPS ancestral. Cualquier estudiante de Física está en condiciones de demostrar que los movimientos de la estrella están fuera de lo que es físicamente posible para cualquier objeto astronómico observable.

En resumen, no parece haber nada "normal" o "natural" en el fenómeno que se describe en el pseudo-Mateo. Quizás lo que el supuesto Mateo estaba tratando de escribir es algo diferente. Su relato se basa en un conjunto de tradiciones en las que las estrellas están estrechamente ligadas a los gobernantes. Cuando aparece una estrella significa que un gobernante ha llegado al poder.

Uno de los ejemplos más conocidos de esta tradición desde la antigüedad es el llamado Sidus Iulium o Estrella Juliana, un cometa que apareció unos meses después del asesinato de Julio César en el 44 a. C. Los historiadores romanos Suetonio y Plinio el Viejo cuentan que el cometa era tan brillante que podía verse a última hora de la tarde, lo que muchos romanos interpretaron como una prueba celestial de que Julio César se había convertido en un dios.

El objetivo del autor del pseudo-Mateo al contar su historia era teológico. Su relato de la estrella no tenía la intención de convertirse en información astronómica precisa al estilo de Nostradamus o del del calendario maya, sino para subrayar su posición acerca del carácter sobrehumano de Jesús.

Por tanto, la conjunción que tuvimos oportunidad de ver en 2020 y volverá a repetirse en 2040 no fue un regreso de la Estrella de Belén, aunque, fuera quien fuese, el pseudo-Mateo probablemente estaría muy satisfecho del asombro que sigue inspirando en aquellos que pican cualquier anzuelo que se les ponga por delante.