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viernes, 1 de noviembre de 2024

LA VERDADERA HISTORIA DE FRANKESTEIN

 


Frankenstein no era un monstruo ni un médico. Halloween es el momento adecuado para contar la verdadera historia.

Durante el verano boreal de 1816, el año sin verano novelado por William Ospina, el hemisferio norte soportó un largo y frío «invierno volcánico» debido a la erupción del volcán Tambora. Durante este terrible año, Mary Shelley y su marido Percy Bysshe Shelley hicieron una visita a su amigo Lord Byron que entonces residía en Villa Diodati, Suiza.

Después de leer una antología alemana de historias de fantasmas, Byron retó a los Shelley y a su médico personal John Polidori a escribir, cada uno, una historia de terror. De los cuatro, solo Polidori completó la historia y con ella publicó en 1819 la novela El vampiro, que es también la primera referencia literaria de este subgénero del terror.

Mary concibió una idea: esa idea fue el germen de la que es considerada la primera historia moderna de ciencia ficción y una excelente novela de terror gótico. Pocos días después tuvo una pesadilla y escribió lo que sería el cuarto capítulo del libro. Se basó en las conversaciones que mantenían con frecuencia Polidori y Percy Shelley respecto de las nuevas investigaciones de Luigi Galvani y de Erasmus Darwin que trataban sobre el poder de la electricidad para revivir cuerpos ya inertes, descubriéndolo con lo que se conoce como experimentos galvánicos.

«Recogí los instrumentos de la vida a mi alrededor, para poder infundir una chispa de ser en la cosa sin vida que yacía a mis pies». Con estas palabras Víctor Frankenstein comenzaba su relato de la aventura que aterrorizaría a generaciones de lectores. Aunque el cuento clásico de Mary Shelley de 1816 generalmente se considera una historia de terror, en realidad es una fantasía reflexiva sobre las consecuencias de la ciencia mal aplicada.

¿Qué impulsó a una chica de dieciocho años, Mary Shelley, a escribir una historia tan oscura y aterradora sobre la creación de la vida? Con frecuencia, las obras de ficción nacen de alguna experiencia de la vida real. Por eso, es interesante reflexionar sobre qué acontecimientos reales pudieron desencadenar el concepto de Frankenstein.

Primero, aclaremos una cosa. Frankenstein era el creador, no el monstruo. Y no era médico. Tampoco era un "científico loco". Víctor Frankenstein era un estudiante universitario que desde muy joven había estado obsesionado con la búsqueda de los secretos del cielo y la tierra. Leyó vorazmente las obras de grandes alquimistas como Alberto Magno y Paracelso, que trataban de encontrar el secreto de la eterna juventud. Se quedó fascinado con el poder de la electricidad cuando vio un árbol partido por un rayo.

La muerte de su madre le impulsó a buscar con más ahínco el secreto de la vida. Finalmente, después de numerosos experimentos fallidos, logró dar vida a la famosa criatura que había reunido a partir de porciones de cuerpos robados en cementerios y patíbulos. Mary Shelley no describe los detalles de la creación; en su narración no se mencionan matraces burbujeantes, probetas llenas de líquidos extraños y ni siquiera generadores eléctricos. Todo eso fue añadido por los cineastas.

Video de la pelicula de 1931 Frankestein! Its alive! Fuente: https://youtu.be/wL9E2QKP2us

Puede resultar curioso, y a la vez decepcionante para los amantes de la criatura salida de la mente de Mary Shelley, que la primera referencia de Frankenstein en la historia del cine, que llevó el título de Frankenstein’s Trestle, nada tiene que ver con la famosa novela de la escritora inglesa. La película, de unos pocos minutos de duración, corresponde a una grabación dirigida en agosto de 1899 por Wallace MacCutcheon en la que se muestra el paso de un tren por la garganta más profunda de White Mountain.

Tendrían que pasar otros once años para que la verdadera criatura creada por Mary Shelley y, de forma ficticia, por el doctor Víctor Frankenstein, se pudiese ver reflejada en una pantalla de cine. Ocurriría, exactamente, un 18 de marzo de 1910.

Esta primera versión cinematográfica de la novela de Shelley, un cortometraje dirigido por J. Searle Dawley en 1910 titulado Frankenstein, fue producido por Thomas Alva Edison (por eso muchos conocen este film como el Frankenstein de Edison), que para muchos teóricos e historiadores del cine no solo es la primera versión dedicada a Frankenstein, también es el primer film estadounidense del género de terror.

Frankestein de Edison (1910). Fuente: https://youtu.be/w-fM9meqfQ4

Realizada el 18 de mayo de 1910 en los estudios de Edison de Nueva York con Charles Ogle como la “Criatura”, un ser grotesco y mucho más monstruoso que sus sucesores, un engendro repulsivo que la mítica revista Famous Monster describió como un ser que mezclaba elementos de Nosferatu y Quasimodo y con un pelo que habría ganado el primer premio de un desfile hippie. A partir de esa primera película, todos los filmes presentan al ser creado por el doctor Frankstein como una criatura monstruosa.

Frankestein no era un monstruo

Pero, en realidad, ¡la criatura de María no es un monstruo! A diferencia de la encarnación que popularizó Boris Karloff, aprende a pensar y conversar de manera inteligente. Solo se vuelve violento cuando la sociedad lo rechaza por su apariencia. Víctor Frankenstein había desatado involuntariamente un azote social.

¿Estaba Mary Shelley preocupada por lo que la ciencia descontrolada podría desatar? Quizás. Mary había ido a una demostración pública de "galvanismo" y había quedado impresionada por ella. El galvanismo es una teoría del médico italiano Luigi Galvani (1737-1798) según la cual el cerebro de los animales produce electricidad que es transportada por los nervios, acumulada en los músculos y disparada para producir el movimiento de los miembros.

A partir de la publicación en 1791 de su libro De viribus electricitatis in motu musculari commentarius, el fenómeno galvánico se hizo público, conocido en todo el mundo y comenzó a ser estudiado por gran cantidad de científicos.

Luigi Galvani había descubierto que tocar una pata de rana cortada con instrumentos de metal hacía que la pata temblara. Interpretó erróneamente este fenómeno como "electricidad animal". En realidad, había creado accidentalmente una batería con dos metales diferentes que actuaban como terminales y el fluido de la rana como electrolito. En cualquier caso, el experimento de Galvani produjo un gran impacto en Mary Shelley. Aparentemente, incluso tuvo un sueño en el que la electricidad devolvía la vida a un bebé que nació muerto.

Mary se casó con el poeta romántico Percy Bysshe Shelley, que había abandonado a su esposa e hijos para vivir con ella. Huyeron de Inglaterra a causa de este escándalo. Al parecer, durante un crucero en barco por el río Rin, se detuvieron en un castillo que se había convertido en una atracción turística basada en las hazañas de un antiguo habitante llamado Johan Conrad Dippel.

Dippel fue un infatigable alquimista del siglo XVII del que se decía que había cavado tumbas y robado cadáveres para realizar experimentos macabros. Le apasionaba descubrir cómo funcionaba el cuerpo. Incluso creó el "Aceite de Dippel", que supuestamente prolongaba la vida. Es posible que muriera por probar sus propios brebajes, ya que se sabe que murió echando espuma por la boca mientras convulsionaba. ¿El nombre del castillo?: ¡Castillo Frankenstein!

Los Shelley también se detuvieron en otra atracción turística en las orillas del Rin, un museo con "autómatas". Eran ingeniosas criaturas de relojería creadas por maestros artesanos. Algunos sobreviven hasta el día de hoy y todavía sorprenden a la gente con sus travesuras realistas.

El escenario estaba listo. A Mary le había impresionado el galvanismo. Había visitado el castillo Frankenstein y se había enterado de los esfuerzos de Dippel por crear vida. Los autómatas que había visto parecían prácticamente seres vivos.

Por lo tanto, no es de extrañar que cuando ella, su esposo y dos amigos obligados a quedarse en casa por el frío se enzarzaran en el juego de escribir historias de terror, Mary produjera el clásico Frankenstein. También nos dejó un importante legado sobre la necesidad de pensar detenidamente en las consecuencias de la ciencia, ya sea ensamblando partes del cuerpo, reuniendo fragmentos de ADN o enlazando moléculas para crear compuestos de funciones desconocidas.