Frankenstein no era un monstruo
ni un médico. Halloween es el momento adecuado para contar la verdadera
historia.
Durante el verano boreal de 1816,
el año sin verano novelado por William Ospina, el hemisferio norte soportó un largo y frío «invierno
volcánico» debido a la erupción del volcán Tambora. Durante este terrible año,
Mary Shelley y su marido Percy Bysshe Shelley hicieron una visita a su amigo
Lord Byron que entonces residía en Villa Diodati, Suiza.
Después de leer una antología
alemana de historias de fantasmas, Byron retó a los Shelley y a su médico
personal John Polidori a escribir, cada uno, una historia de terror. De los
cuatro, solo Polidori completó la historia y con ella publicó en 1819 la novela
El vampiro, que es también la primera referencia literaria de este
subgénero del terror.
Mary concibió una idea: esa idea
fue el germen de la que es considerada la primera historia moderna de ciencia
ficción y una excelente novela de terror gótico. Pocos días después tuvo una
pesadilla y escribió lo que sería el cuarto capítulo del libro. Se basó en las
conversaciones que mantenían con frecuencia Polidori y Percy Shelley respecto
de las nuevas investigaciones de Luigi Galvani y de Erasmus Darwin que trataban
sobre el poder de la electricidad para revivir cuerpos ya inertes,
descubriéndolo con lo que se conoce como experimentos galvánicos.
«Recogí los instrumentos de la
vida a mi alrededor, para poder infundir una chispa de ser en la cosa sin vida
que yacía a mis pies». Con estas palabras Víctor Frankenstein comenzaba su
relato de la aventura que aterrorizaría a generaciones de lectores. Aunque el
cuento clásico de Mary Shelley de 1816 generalmente se considera una historia
de terror, en realidad es una fantasía reflexiva sobre las consecuencias de la
ciencia mal aplicada.
¿Qué impulsó a una chica de
dieciocho años, Mary Shelley, a escribir una historia tan oscura y aterradora
sobre la creación de la vida? Con frecuencia, las obras de ficción nacen de
alguna experiencia de la vida real. Por eso, es interesante reflexionar sobre
qué acontecimientos reales pudieron desencadenar el concepto de Frankenstein.
Primero, aclaremos una cosa.
Frankenstein era el creador, no el monstruo. Y no era médico. Tampoco era un
"científico loco". Víctor Frankenstein era un estudiante
universitario que desde muy joven había estado obsesionado con la búsqueda de
los secretos del cielo y la tierra. Leyó vorazmente las obras de grandes
alquimistas como Alberto Magno y Paracelso, que trataban de encontrar el
secreto de la eterna juventud. Se quedó fascinado con el poder de la
electricidad cuando vio un árbol partido por un rayo.
La muerte de su madre le impulsó a
buscar con más ahínco el secreto de la vida. Finalmente, después de numerosos
experimentos fallidos, logró dar vida a la famosa criatura que había reunido a
partir de porciones de cuerpos robados en cementerios y patíbulos. Mary Shelley
no describe los detalles de la creación; en su narración no se mencionan
matraces burbujeantes, probetas llenas de líquidos extraños y ni siquiera generadores
eléctricos. Todo eso fue añadido por los cineastas.
Puede resultar curioso, y a la vez decepcionante para los amantes de la criatura salida de la mente de Mary Shelley, que la primera referencia de Frankenstein en la historia del cine, que llevó el título de Frankenstein’s Trestle, nada tiene que ver con la famosa novela de la escritora inglesa. La película, de unos pocos minutos de duración, corresponde a una grabación dirigida en agosto de 1899 por Wallace MacCutcheon en la que se muestra el paso de un tren por la garganta más profunda de White Mountain.
Tendrían que pasar otros once
años para que la verdadera criatura creada por Mary Shelley y, de forma
ficticia, por el doctor Víctor Frankenstein, se pudiese ver reflejada en una
pantalla de cine. Ocurriría, exactamente, un 18 de marzo de 1910.
Esta primera versión
cinematográfica de la novela de Shelley, un cortometraje dirigido por J. Searle
Dawley en 1910 titulado Frankenstein, fue producido por Thomas Alva
Edison (por eso muchos conocen este film como el Frankenstein de Edison),
que para muchos teóricos e historiadores del cine no solo es la primera versión
dedicada a Frankenstein, también es el primer film estadounidense del género de
terror.
Frankestein de Edison (1910). Fuente: https://youtu.be/w-fM9meqfQ4
Realizada el 18 de mayo de 1910
en los estudios de Edison de Nueva York con Charles Ogle como la “Criatura”, un ser grotesco y mucho más monstruoso que sus sucesores, un engendro repulsivo que la
mítica revista Famous Monster describió como un ser que mezclaba
elementos de Nosferatu y Quasimodo y con un pelo que habría ganado el primer
premio de un desfile hippie. A partir de esa primera película, todos los filmes
presentan al ser creado por el doctor Frankstein como una criatura monstruosa.
Frankestein no era un monstruo
Pero, en realidad, ¡la criatura de María no es un monstruo! A diferencia de la encarnación que popularizó Boris Karloff, aprende a pensar y conversar de manera inteligente. Solo se vuelve violento cuando la sociedad lo rechaza por su apariencia. Víctor Frankenstein había desatado involuntariamente un azote social.
¿Estaba Mary Shelley preocupada por lo que la ciencia descontrolada podría desatar? Quizás. Mary había ido a una demostración pública de "galvanismo" y había quedado impresionada por ella. El galvanismo es una teoría del médico italiano Luigi Galvani (1737-1798) según la cual el cerebro de los animales produce electricidad que es transportada por los nervios, acumulada en los músculos y disparada para producir el movimiento de los miembros.
A partir de la publicación en
1791 de su libro De viribus electricitatis in motu musculari commentarius,
el fenómeno galvánico se hizo público, conocido en todo el mundo y comenzó a
ser estudiado por gran cantidad de científicos.
Luigi Galvani había descubierto
que tocar una pata de rana cortada con instrumentos de metal hacía que la pata
temblara. Interpretó erróneamente este fenómeno como "electricidad
animal". En realidad, había creado accidentalmente una batería con dos
metales diferentes que actuaban como terminales y el fluido de la rana como
electrolito. En cualquier caso, el experimento de Galvani produjo un gran
impacto en Mary Shelley. Aparentemente, incluso tuvo un sueño en el que la
electricidad devolvía la vida a un bebé que nació muerto.
Mary se casó con el poeta romántico Percy
Bysshe Shelley, que había abandonado a su esposa e hijos para vivir con ella. Huyeron
de Inglaterra a causa de este escándalo. Al parecer, durante un crucero en
barco por el río Rin, se detuvieron en un castillo que se había convertido en
una atracción turística basada en las hazañas de un antiguo habitante llamado Johan Conrad Dippel.
Dippel fue un infatigable alquimista
del siglo XVII del que se decía que había cavado tumbas y robado cadáveres para
realizar experimentos macabros. Le apasionaba descubrir cómo funcionaba el
cuerpo. Incluso creó el "Aceite de Dippel", que supuestamente prolongaba
la vida. Es posible que muriera por probar sus propios brebajes, ya que se sabe
que murió echando espuma por la boca mientras convulsionaba. ¿El nombre del
castillo?: ¡Castillo Frankenstein!
Los Shelley también se detuvieron
en otra atracción turística en las orillas del Rin, un museo con
"autómatas". Eran ingeniosas criaturas de relojería creadas por
maestros artesanos. Algunos sobreviven hasta el día de hoy y todavía sorprenden
a la gente con sus travesuras realistas.
El escenario estaba listo. A
Mary le había impresionado el galvanismo. Había visitado el castillo
Frankenstein y se había enterado de los esfuerzos de Dippel por crear vida. Los
autómatas que había visto parecían prácticamente seres vivos.
Por lo tanto, no es de extrañar que cuando ella, su esposo y dos amigos obligados a quedarse en casa por el frío se enzarzaran en el juego de escribir historias de terror, Mary produjera el clásico Frankenstein. También nos dejó un importante legado sobre la necesidad de pensar detenidamente en las consecuencias de la ciencia, ya sea ensamblando partes del cuerpo, reuniendo fragmentos de ADN o enlazando moléculas para crear compuestos de funciones desconocidas.