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sábado, 19 de octubre de 2024

COMER CARBOHIDRATOS PUEDE SER UN HÁBITO MÁS PRIMITIVO DE LO QUE SE PIENSA

 

Los científicos acaban de rastrear la historia de AMY1, el gen responsable de la producción de amilasa, la enzima que ayuda a descomponer los carbohidratos complejos y nos ayuda a digerir almidones y azúcares.

Desde las crujientes patatas fritas hasta los esponjosos panes de masa madre, los carbohidratos son una parte fundamental (y sabrosa) de la dieta humana. ¿Por qué nos encantan esos alimentos ricos en almidón y azúcar? Según un nuevo estudio publicado el pasado jueves, la respuesta podría estar incrustada en nuestro ADN.

Los científicos que suscriben ese estudio han rastreado las bases genéticas de nuestra capacidad para digerir carbohidratos hasta hace más de 800.000 años, mucho antes de la llegada de la agricultura y miles de años antes de lo que se pensaba.

Las conclusiones de esa investigación plantean nuevas preguntas sobre la dieta y el estilo de vida de nuestros antepasados cazadores-recolectores y también pone en la picota la creencia, sostenida durante mucho tiempo, de que una dieta rica en proteínas era responsable del aumento del tamaño del cerebro humano. Tal vez fueron los carbohidratos, no la carne, los que proporcionaron a los humanos la energía necesaria para desarrollar cerebros más voluminosos

Sabemos que los cambios en la dieta han jugado un papel central en la evolución humana, pero reconstruir procesos que tuvieron lugar hace miles, cientos de miles e incluso millones de años es una tarea de titanes. La investigación genética de ese estudio puede ayudar a marcar la fecha de algunos de esos hitos importantes y está revelando pistas muy sugerentes sobre la larga historia de amor de la humanidad con el almidón.

Los investigadores estudiaron los genomas de 68 humanos antiguos, incluido uno que vivió hace 45.000 años. Se centraron en el gen AMY1, que es responsable de la producción de una enzima llamada amilasa, a la que cabe el honor de ser la primera enzima en ser identificada y aislada por el químico francés Anselme Payen en 1833, que en un principio la nombró con el nombre de "diastasa".

La amilasa, (más exactamente amilasas, dado que existen varias) es una enzima que tiene la función de catalizar la reacción de hidrólisis que nos permite descomponer dos carbohidratos complejos, el glucógeno y el almidón, para formar fragmentos de glucosa (dextrinas, maltosa) y glucosa libre, es decir, de azúcares que somos capaces de digerir. Dada su capacidad de acelerar la producción de azúcares. La amilasa es, pues, la razón por la que incluso los carbohidratos no azucarados, como el pan, a veces tienen un sabor dulce.

En los animales se produce principalmente en las glándulas salivales (sobre todo en las glándulas parótidas) y en el páncreas. Cuando una de estas glándulas se inflama, como en la pancreatitis, aumenta la producción de amilasa y aparece elevado su nivel en sangre (amilasemia). Prácticamente todos los seres vivos disponen de amilasas.

Los humanos modernos tenemos cantidades variables de genes de amilasa en nuestro ADN, y algunas personas tienen hasta once copias de AMY1 por cromosoma. Las copias múltiples parecen ser específicas de los humanos: los chimpancés, por ejemplo, también producen amilasa, pero solo tienen una copia del gen.

Cuando los investigadores examinaron el ADN humano antiguo, descubrió que los cazadores-recolectores ya tenían una media de cuatro a ocho copias de AMY1, a pesar de que nuestra especie aún no había desarrollado la agricultura. Los neandertales y los denisovanos, nuestros parientes humanos ancestrales, también tenían genes AMY1 duplicados.

Esos hallazgos indican que las copias de AMY1 pueden remontarse a un ancestro común hace unos 800.000 años, antes de que esas tres especies se separaran entre sí. La cuestión es por qué los primeros humanos, que tenían principalmente una dieta carnívora, tenían el gen de la amilasa. Quizás también comían alimentos ricos en almidón, además de carne. O tal vez los genes AMY1 se desarrollaron al azar y no sirvieron para nada. Los científicos aún no tienen una respuesta.


Otro estudio reciente, publicado el mes pasado en la revista Nature, descubre que el número promedio de copias de AMY1 en el ADN humano ha aumentado en los últimos 12.000 años, un período temporal que se corresponde con los tiempos en los que los humanos comenzaron a domesticar cultivos, muchos de los cuales eran granos y tubérculos ricos en almidón.

Este hallazgo parece sugerir que tener más copias de AMY1 concedió a los agricultores humanos algún tipo de ventaja que ayudó a aumentar sus posibilidades de supervivencia. Pero los científicos no están seguros de cuál podría haber sido esa ventaja. Una posibilidad es que la amilasa haga algo más que iniciar la digestión de carbohidratos: quizás también ayude al cuerpo humano a extraer más energía de los carbohidratos, lo que habría sido útil en épocas de escasez de alimentos. Durante una hambruna, por ejemplo, producir más amilasa pudo haber sido una cuestión de vida o muerte.