Esta noche cambiamos de horario. Pasamos al horario de invierno y
con ello dejamos definitivamente atrás los días de verano, la estación que, de
acuerdo con el calendario astronómico terminó el pasado 21 de septiembre.
Es un buen momento para responder
a una pregunta relacionada con nuestros hábitos alimenticios: ¿por qué comemos
más en invierno que en verano y viceversa?
A más calor menos calorías
¿Cuál es la relación entre la
temperatura y el apetito? ¿Por qué sentimos menos ganas de comer cuando hace
calor?
Los científicos han observado
desde hace mucho tiempo la influencia de la temperatura en el apetito que
conduce a una regla general: las personas que viven en ambientes más fríos
consumen más calorías.
Existe una razón biológica básica
que lo explica. Las calorías son una unidad de energía; quemarlas puede liberar
calor, lo que nos ayuda a mantener la temperatura corporal en climas más fríos.
Pero a medida que el invierno da paso a un clima más cálido, la gente nota que
tiene mucha menos hambre, una tendencia que aparece profusamente en la bibliografía
científica.
Sin embargo, los mecanismos que
se esconden detrás de este fenómeno no están claros. Hay muchos factores que influyen
en la ingesta calórica, incluidas las hormonas, las proteínas y los factores
ambientales, y pueden explicar cómo y por qué sentimos hambre y, en última
instancia, por qué esa sensación disminuye en los días más calurosos
Nuestro cuerpo siempre está
intentando mantener estables las condiciones internas. Ese proceso multifactorial
y regulado por múltiples mecanismos se llama homeostasis. Por eso
sudamos bajo el sol abrasador o bebemos agua después de un entrenamiento agotador.
El hambre también es homeostática: sentimos hambre cuando nuestro cuerpo tiene
pocas calorías y nos sentimos llenos después de comer, manteniendo equilibrado
nuestro estado fisiológico interno.
El papel de dos hormonas
Muchos procesos homeostáticos se
mantienen gracias a las hormonas, que actúan como mensajeros químicos en el
cuerpo. Las dos hormonas que desempeñan un papel importante en las sensaciones
de hambre y saciedad son la llamada “hormona
del hambre”, la grelina, liberada por el estómago cuando está vacío, y la leptina, que secretan las
células grasas, los adipocitos, para indicarle al cerebro que el cuerpo está saciado.
Para influir en nuestras sensaciones
y comportamiento, estas hormonas envían señales al hipotálamo, una parte del
cerebro que trabaja para regular aspectos como la temperatura corporal, el
hambre y la sed. En la base del hipotálamo, en el núcleo arqueado (ARC),
se encuentra una masa de neuronas especializadas que regulan la sensación de
hambre y saciedad. Allí, la grelina estimula las neuronas asociadas con el
hambre, las llamadas neuronas
AgRP, que nos hacen sentir hambre. La leptina, en cambio, inhibe estas
neuronas y estimula las neuronas POMC,
que nos hacen sentir saciados.
Cómo interviene el cerebro
La forma en que la temperatura
influye en el intrincado sistema de regulación homeostática de la temperatura es
todavía un campo abierto para la investigación. El cerebro tiene sensores de
temperatura: proteínas que cambian de forma cuando el cuerpo alcanza un cierto
nivel de calor.
Ciertas células cerebrales envían información a las
neuronas AgRP cuando las temperaturas son frías, lo que aumenta la
sensación de hambre. Por otro lado, cuando hace calor, las neuronas POMC tienen
una proteína sensora de calor que se activa cuando aumenta la temperatura
corporal, lo que luego activa las neuronas asociadas con la saciedad. Pero probablemente
otros circuitos cerebrales también trabajen interrelacionados para influir en
cuánto comemos.
Independientemente de las señales
que nos envíe el cuerpo, en verano es importante mantenerse hidratado, ya sea
comiendo alimentos ricos en agua, como verduras y frutas, o bebiendo líquidos.
Aunque parezca contradictorio, los helados y otros refrescos azucarados pueden
aumentar la temperatura corporal porque suelen tener muchas calorías.
Haga calor o no, el apetito es un
equilibrio complejo, una forma en que nuestro cuerpo se sincroniza con el medio
ambiente. Comer y beber son cosas que parecen ocurrir sin más, pero en realidad
el cerebro mide con precisión la necesidad de calorías, de agua y de una
temperatura corporal óptima.
Y eso es algo maravilloso.