Este verano he decidido comprar
un coche eléctrico. Con solo mencionar el tema, a mi alrededor han surgido
infinidad de bulos que he tratado de desmentir en artículos anteriores y que
se ajustan perfectamente a lo que escribió Cipolla en Las 5 leyes fundamentales
de la estupidez humana:
«Con la sonrisa en los labios, como si
hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá al improviso para
echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo,
hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, productividad, y todo esto sin
malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente».
Una de las afirmaciones más frecuentes (y rotundas) cuando hablas sobre vehículos eléctricos es una letanía que reza más o menos así: «te vas a enterar cuando le tengas que cambiar la batería».
Abra Forocoches, por ejemplo, y, además de comprobar que nadie cita
artículo alguno que sostenga la caducidad (ahora se dice obsolescencia, qué le
vamos a hacer) de las baterías, podrá leer que, con una misteriosa casualidad,
quien más y quien menos «conocía a alguien que conocía a alguien» que había
tenido que cambiar la batería de su vehículo, operación por la cual,
invariablemente, le habían cobrado cantidades desorbitadas (unos 8.000 euros es
la cifra más utilizada) que convertían la compra de un vehículo eléctrico en
una obsolescente pérdida programada de dinero.
Un nuevo estudio realizado con más de 10.000 vehículos eléctricos demuestra que el mito de la rápida
obsolescencia de las baterías de los coches eléctricos, uno más de los que las
industrias tradicionales de la automoción en comandita con la de los combustibles
fósiles se dedicó a esparcir durante años, es un bulo asumido por quienes que,
cuando creen que algo va en la dirección de su pensamiento inicial, no se
molestan nunca en comprobar la realidad.
La conclusión del estudio es que
la inmensa mayoría de las baterías de los turismos eléctricos durarán más que
los propios vehículos y que, de hecho, podrán ser reutilizadas para otras
aplicaciones de almacenamiento de electricidad que no conlleven movilidad.
Finalmente, su vida útil terminará cuando sean recicladas para fabricar nuevos electrodos.
El nuevo estudio, que cubre una amplia variedad de fabricantes y coincide con otros anteriores dedicados exclusivamente a los vehículos Tesla, cifra la degradación media de la batería de un vehículo eléctrico en un 1,8% anual, frente al 2,3% calculado en otro estudio de 2019, y permite comparar la curva de degradación de cada vehículo en función de su marca y año de fabricación. Dado ese porcentaje, se calcula que vehículos con más de doce años serían perfectamente capaces de mantener en torno al 80% de su capacidad media, una cifra perfectamente aceptable para la amplia mayoría de los usos.
Fuente |
Las cifras son consistentes con
las experimentadas por usuarios de vehículos que llevan utilizándolos más de diez años en régimen de uso intensivo como flotas de taxis, y con la
experiencia de cada vez más propietarios que no encuentran prácticamente degradación
en las baterías de sus vehículos eléctricos a lo largo del tiempo.
Y por si eso no fuera suficiente,
una batería media de un vehículo eléctrico precisa únicamente de unos treinta kilos de materias primas en su fabricación, mientras que un vehículo de
combustión utiliza aproximadamente unos 17.000 litros de petróleo, lo que lleva
a que la dependencia europea actual del petróleo supere sobradamente nuestras
necesidades de materias primas para baterías. Además, ese diferencial continúa
al alza a medida que los avances tecnológicos permiten reducir las cantidades
de litio, cobalto y níquel, cuyo uso mantiene una trayectoria descendente.
El futuro del automóvil es
eléctrico y eso será mucho mejor para todos, por muchos bulos que los
fabricantes tradicionales hayan esparcido a lo largo de los años. Y cuanto
antes lo entendamos y dejemos de tonterías absurdas, mucho mejor. Y termino de
nuevo con Cipolla:
«Los estúpidos son más temibles que la mafia, que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista. Son un grupo no organizado, sin jefe ni norma alguna, pero que pese a ello actúa en perfecta sintonía, como guiado por una mano invisible».