El "penny black" y el "penny red" (Wikimedia commons) |
Los sellos postales pueden revelar más que la historia de una carta, pueden revelar la historia de una nación.
La emisión del primer sello postal se enmarca en una profunda reforma
del servicio de correos británico emprendida por Rowland Hill Hasta entonces el
envío lo pagaba el destinatario en función de los kilómetros recorridos y no
por su peso. Hill propuso que el envío lo pagara el remitente según una tarifa
uniforme en función del peso y no por el kilometraje.
“Filatelia” es la palabra adecuada para el estudio y el coleccionismo
de sellos postales. Fue acuñado en 1865 por Georges Herpin, quien muy bien pudiera
haber sido el primer coleccionista de sellos; aunque los antiguos griegos no
tenían sellos postales y, por supuesto, no tenían una palabra adecuada para la
idea, después de darle muchas vueltas Herpin recurrió al griego clásico φιλο
(philo), que significa "amor a" y ἀτέλεια (atelīa), que
significa "sin impuestos". Pero, como veremos, aunque los sellos no estén
sometidos a impuestos, no están exentos de tasas desde los primeros días de los
envíos postales. Como en tantas otras cosas, no hay almuerzos gratis.
El 15 de noviembre de 1864, en la revista El coleccionista de sellos
postales, apareció por primera vez el término filatelia. En un artículo titulado
acertadamente Bautismo Georges Herpin, que poseía la mayor colección de
sellos de Francia, sugirió el término “filatelia” que prefirió al de “timbromanía”,
muy utilizado en la época, al que incluso consideraba peyorativo.
El envío postal puede revelar más que la historia de una carta: puede revelar la historia de una nación. El libro Una historia de Gran Bretaña en treinta y seis sellos postales de Chris West cuenta la historia del sello. Y, de paso, la de Gran Bretaña. West es un filatélico que heredó una colección de su tío que incluía un “Penny Black”, el primer sello postal emitido en Gran Bretaña y, lo que es más importante, el primer sello postal emitido en cualquier lugar.
El Penny Black lleva la imagen de la reina Victoria, pero el primer
servicio postal británico no se inauguró en la Inglaterra victoriana. En 1680,
un empresario llamado William
Dockwra inició un servicio público que garantizaba la entrega rápida de una
carta en cualquier lugar de Londres. Su sistema fue rápidamente nacionalizado por
la Corona que puso a Dockwra como responsable.
Estaba lejos de ser un sistema perfecto cargado tarifas que encarecían
excesivamente el envío de una carta. Peor aún, el sistema se basaba en que los
destinatarios pagaran. Como se pueden imaginar, eso planteaba no pocos
problemas: o la gente no estaba en casa o se negaba rotundamente a pagar. Por
no hablar de la picaresca y la flagrante corrupción, que pronto enseñó sus
garras. El sistema no funcionaba bien, pero permaneció vigente durante mucho
tiempo.
Unos 50 años después, un profesor de matemáticas llamado Rowland Hill pensó
que podía hacerlo mejor. Hill, un hombre polifacético, dirigía una escuela
progresista para la que diseñó un sistema de calefacción central, una piscina y
un observatorio astronómico. Las habilidades de Hill no fueron sólo
arquitectónicas y pedagógicas, fue también fue un consumado pintor, inventor y
ensayista.
Cuenta una leyenda apócrifa que, viajando por Escocia en 1835, Rowland
Hill se detuvo a descansar en una posada. Mientras se calentaba en la chimenea
vio cómo el cartero rural entró y entregó una carta a la posadera. La mujer
tomó la carta en sus manos, la examinó atentamente y la devolvió al cartero
alegando:
Como somos bastante
pobres no podemos pagar la tarifa, por lo que le ruego que la devuelva al
remitente.
Al oír aquello, surgió en el corazón de Hill un impulso de generosidad
y movido por ese impulso abonó al cartero el importe de la misiva. El cartero
cobró la media corona y entregó la carta a la posadera. La posadera recogió la
carta y la dejó sobre una mesa sin molestarse en abrirla. Luego se dirigió a su
generoso huésped y le dijo:
Señor, le agradezco
de verdad el detalle que ha tenido al pagar el importe de la carta. Soy pobre,
pero no tanto como para no poder pagar el coste. Si no lo hice, fue porque
dentro no hay nada escrito. Mi familia vive a mucha distancia y para saber que
estamos bien nos escribimos cartas, pero teniendo cuidado de que cada línea de
la dirección esté escrita por diferente mano. Si aparece la letra de todos,
significa que todos están bien. Una vez vista la dirección de la carta la
devolvemos al cartero diciendo que no podemos pagarla y así tenemos noticias
unos de otros sin que nos cueste un penique.
Esta anécdota es ilustrativa de uno de los problemas a los que la
reforma del correo pretendió hacer frente con notable éxito. En uno de sus
ensayos más famosos, un panfleto titulado La reforma de la oficina postal,
su importancia y practicidad, Hill defendió la abolición de las tarifas
postales y su sustitución por una tarifa nacional única de un penique, que
sería pagada por el remitente.
Cuando la burocracia ignoró su propuesta, Hill publicó el ensayo a sus
expensas y rápidamente ganó terreno entre el público. Hill fue convocado por el
director general de Correos, Lord
Lichfield, para discutir la reforma postal y, en reuniones posteriores, concibieron
una etiqueta adhesiva que podría aplicarse a los sobres para indicar que
estaban pagados.
Aunque había cobrado impulso entre el público que deseaba una forma
asequible de relacionarse con amigos y familiares lejanos, el tempestuoso grupo
de burócratas victorianos todavía no estaba convencido, así que el sistema no
acababa de arrancar. Afortunadamente, Hill no estaba ni mucho menos solo en su
pasión por la reforma. Finalmente obtuvo el suficiente apoyo de otras personalidades
con ideas afines y de organizaciones lo suficientemente grandes y poderosas, como
para convencer al Parlamento de que se implantara su sistema.
En 1839, Hill convocó un concurso para diseñar toda la parafernalia
postal necesaria. El sello ganador que representa el perfil de la joven reina Victoria
provino de un tal William
Wyon, que basó el diseño en una medalla creada para celebrar la primera
visita real a Londres a principios de ese año. Hill trabajó con el artista Henry
Corbould para refinar el retrato y desarrollar el intrincado patrón de
fondo del sello.
El sello “penny black” salió a la venta el 1 de mayo de 1840. Fue un
éxito inmediato. De repente, el país parecía mucho más pequeño. Durante el año
siguiente, se enviaron 70 millones de cartas. Dos años más tarde, el número se
había más que triplicado. Pronto otros países siguieron su ejemplo. En España, el primer sello se
emitió el 1 de enero de 1850: es el llamado 6 cuartos de 1850, en color
negro y con la efigie de la reina Isabel II, entonces una joven de 19 años; de
él se vendieron algo más de seis millones de ejemplares.
Primer sello de España de la primera plancha |
Gracias al libro de Chris West me entero de por qué ponemos los sellos
en la esquina superior derecha de los sobres. La respuesta es utilitarista: la posición
del sello se decidió porque más del 80 por ciento de la población masculina de
Londres era diestra y se creía que esto ayudaría a acelerar el proceso de
matasellar.
«Los
sellos pueden ser una buena manera de establecer una 'marca nacional», escribe
West. De hecho, los sellos de una nación expresan la identidad y las ambiciones
de un país. Pocos países entendieron esto mejor que Checoslovaquia, cuyo
gobierno contrató al destacado artista y diseñador gráfico Alphonse Mucha para
diseñar sus sellos (así como su moneda y casi todos los demás papeles
oficiales) cuando el país obtuvo su independencia después de la Primera Guerra
Mundial. West cita otros ejemplos, cómo Alemania, que después de la Segunda
Guerra Mundial se centró en la contribución positiva del país a la cultura
europea, mientras que los Estados Unidos modernos ilustran su historia,
diversidad y logros individuales con sus numerosos sellos que celebran a
artistas e innovadores famosos.
Una historia de Gran Bretaña en treinta y seis sellos postales hace
honor a su título. Aunque los sellos pueden ser el tema del libro, su contenido
está lleno de información sobre la historia completa del Imperio Británico,
desde la reina Victoria hasta Kate Middleton. En el libro podemos leer historias
y anécdotas fascinantes sobre guerras, celebraciones, las volubles fortunas de
la realeza británica, el ascenso y caída de su imperio y, por supuesto, el
diseño. Todo dicho penique a penique, penny a penny.