Flores de Mandragora autumnalis. |
Mis lectores más jóvenes recordarán un episodio de la novela Harry Potter y la cámara secreta en el
que la profesora Pomona Sprout enseña a Harry y a sus compañeros del colegio
Hogwarts cómo trasplantar unas pequeñas mandrágoras, una tarea para la que les
recomienda que usen orejeras.
«El
llanto de la mandrágora es fatal para quien lo escuche», explica la sabionda Hermione.
Pero las plantas con las que los chicos están aprendiendo «son
apenas de semillero», indica la profesora, por lo que «su llanto no mata aún...
aunque pueden dejarte inconsciente por varias horas».
Los aprendices de mago se tapan los oídos mientras que Harry saca una mandrágora de su maceta. «En vez de raíces, lo que salió fue un bebé extremadamente
feo, embarrado y pequeño. Tenía la piel de un color verde pálido jaspeado y
estaba claramente chillando con toda la fuerza que le daban sus pulmones».
Al recrear esa escena, J. K. Rowling, la autora de la saga de Harry
Potter, recordaba a la enamorada de Verona, la protagonista de una de las
piezas teatrales más conocidas de William Shakespeare Romeo y Julieta. Antes de ingerir el bebedizo con el que fingirá acabar
con su vida, Julieta se despide con un largo monólogo del que entresaco este
párrafo (Escena III, Acto IV):
«¡Ay! ¡Ay! ¿Cómo es posible que al despertarme de improviso no enloquezca ante tan espeluznantes horrores y emanaciones tan pestilentes, y entre unos chillidos semejantes a los de la mandrágora al ser arrancada de la tierra, que hacen perder el juicio a los mortales que los escuchan?»
Estas son, sin duda, dos de las referencias literarias más conocidas de la mandrágora, la planta de las brujas, pero no son ni de lejos las más
antiguas. La más antigua aparece en el Génesis (30:14), el primer libro de la Toráh judía y del Antiguo
Testamento cristiano, cuando Raquel, la primera y estéril esposa de Jacob, acuerda
con su hermana Lea, segunda esposa de Jacob, a quien le había dado ya cuatro
hijos antes de ser aborrecida, que pase la noche con su esposo a cambio de unas
mandrágoras que Rubén, el hijo mayor de Lea le había regalado, pues espera que
estas plantas la ayuden a concebir:
«Fue Rubén en los días de la cosecha de trigo, y halló mandrágoras en el campo, y las trajo a su madre Lea. Entonces Raquel dijo a Lea: “Dame, te ruego, de las mandrágoras de tu hijo”. Pero ella le respondió: “¿Te parece poco haberme quitado el marido? ¿Me quitarás también las mandrágoras de mi hijo?” Y Raquel dijo: “Que él duerma, pues, contigo esta noche a cambio de las mandrágoras de tu hijo”. Y cuando Jacob vino del campo por la tarde, Lea salió a su encuentro y le dijo: “Debes llegarte a mí, porque ciertamente te he alquilado por las mandrágoras de mi hijo”. Y él yació con ella aquella noche» (Génesis 30: 14-16).
Las mandrágoras cumplen con su papel fecundador y, tras yacer con
Jacob, finalmente Jehová concede un hijo a Raquel (Génesis 30 23-24):
«Entonces Dios se acordó de Raquel; y Dios la escuchó y le concedió hijos. Y ella concibió y dio a luz un hijo, y dijo: “Dios ha quitado mi afrenta”. Y le puso por nombre José […]».
Así
fue como, gracias a las mandrágoras, Raquel parió a José, el visionario de las
diez plagas que libró a los hebreos de la esclavitud en Egipto. Esa supuesta
capacidad fertilizadora de las mandrágoras fue utilizada por Maquiavelo en su comedia
La Mandrágora, en la que un ungüento
sacado de la raíz sanaba la esterilidad.
En vista de que su raíz suele bifurcase, a la
mandrágora se le ha comparado con un cuerpo humano. Teofrasto la llama antropomorfis; Columela, similis-homo, y otros médicos de la antigüedad "hombrecillo
plantado" o "árbol de cara de hombre".
A esta raíz prodigiosa se le atribuían virtudes
extraordinarias, entre otras una infalible: decían que era un afrodisíaco
garantizado. De lo que no se tiene noticia es de los resultados. Pero no parece
que ninguna planta tuviera la raíz con forma humanoide. Solo tenían esa forma las que, convenientemente manipuladas, se vendían a precios altos porque se consideraban las únicas con propiedades mágicas.
Tomando las precauciones debidas, en Europa las raíces de mandrágora se arrancaban en el solsticio de
verano antes de la salida del sol y en el último cuarto de la luna, porque, según cuenta Collin de Plancy en su Diccionario Infernal (1818) esos «demonios familiares [los de las mandrágoras] aparecen bajo la forma de hombres
pequeñitos, imberbes y con los cabellos enmarañados».
Como descepar una mandrágora. Imagen del manuscrito del siglo XV Tacuinum Sanitatis. Imagen. |
Raíces de mandrágora con forma humanoide que berrean lastimeramente
cuando son arrancadas del suelo; magos de ficción que, como Mandrake el de los viejos comics, llevan su nombre; raíces venenosas que acaban con Julieta;
raíces miríficas que combaten la esterilidad; raíces de grandes efectos
somníferos y alucinógenos que en la Edad Media eran usadas por las brujas para
“volar”. Cuando juzgaron a Juana de Arco la acusaron de usar la planta porque
pensaban que esa era la causa de que oyera voces.
Como la datura, el beleño o la belladona, la mandrágora (Mandragora autumnalis) pertenece a la
clásica y ensoñadora farmacopea de las "hierbas de las brujas" y como
tal ha sido protagonista de muchas leyendas, supersticiones y rituales.
Contaban que crecían bajo los patíbulos donde chorreaban los fluidos corporales
de los cadáveres, porque germinaban a partir del semen de los ahorcados, fuente
de donde surgiría su supuesta y nunca comprobada función fecundadora.
En la medicina antigua las hojas de mandrágora hervidas en leche se
aplicaban a las úlceras; la raíz fresca se usaba como purgante; y macerada y
mezclada con alcohol se administraba oralmente para producir sueño o analgesia
en dolores reumáticos, ataques convulsivos e incluso de melancolía. En tiempos
de Plinio se empleaba como anestésico dándole al paciente un pedazo de raíz
para que la comiera antes de realizar una operación.
Durante el medioevo era usada tanto en magia negra como en magia
blanca, ya que puede resultar venenosa o sanadora según su uso y la dosis con
la que se administre. La mayor parte de la fantasía que rodeaba a esta planta
era creada por los propios recolectores, para mantener al alza el elevado precio
de las raíces. En 1690, una única raíz llegó a costar el sueldo anual de un
artesano medio.
Todas esas historias no son más que burdas supersticiones que, venidas
desde Oriente Próximo con otra especie que durante siglos se sembró en los huertos monacales (Mandragora officinarum), llegaron a Europa, donde trovadores y hechiceros las
propagaron por doquier. En realidad, la mandrágora es una planta muy venenosa
(y medicinal), rica en alcaloides
tropánicos con propiedades narcóticas, entre los que se incluyen
mandragorina, hiosciamina, escopolamina y atropina. Por eso se usaba como
anestésico, ya que estas sustancias en dosis bajas bloquean los receptores de
la acetilcolina,
deprimiendo los impulsos de las terminales nerviosas; en dosis elevadas,
provocan una estimulación antes de causar una fuerte depresión que puede inducir
al coma.
La mandrágora más usada en la antigüedad con fines medicinales era la de flores blancas, M. officinarum. Foto. |
Fake news, diríamos hoy, el
viejo “calumnia que algo queda”, de nuestro refranero. © Manuel Peinado Lorca
@mpeinadolorca.