Hace dos años La Luna de
Alcalá narraba
el perfume denso y dulzón que emiten los tilos de la alcalaína
plaza del
Padre Lecanda. Como pueden ver en la foto de cabecera, árboles, lo que se dice árboles (y con ello
descarto a los acebos arbustivos piramidales que, rodeados de lirios azules,
crecen sobre varios parterres elevados), en la plaza hay tilos y magnolios. De
los segundos me ocupé en un
artículo anterior, así que ahora les hablaré de los tilos y de su aroma
embriagador, el cual -a más de cautivar al paseante- cumple una función
biológica esencial.
Los tilos pertenecen al género Tilia, dentro del cual se reúnen una
treintena de especies arbóreas nativas de las regiones templadas del hemisferio
Norte, algunas de las cuales se cultivan desde antiguo como ornamentales, sobre
todo como árboles de sombra [1]. Los tilos de la plaza del Padre Lecanda, los de la
plaza de San Diego y todos los alineados en ambas aceras de la Vía Complutense
entre la Puerta del Universo y el entronque con la rotonda de acceso al
distribuidor de la N-II, son Tilia
platyphyllos.
Empezaré por decir que los tilos, unos árboles voluminosos de
crecimiento lento, que llegan a vivir hasta 900 años erguidos sobre fustes
rectos de hasta un metro de diámetro que les permiten alcanzar entre veinte y
cuarenta metros de altura, presentan hojas anchas y acorazonadas, con los
bordes aserrados, amén de tiernas y caedizas, lo que quiere decir que los tilos
son árboles caducifolios que tiran las hojas en otoño antes de entrar en el
letargo invernal, durante el cual los árboles hacen como los osos o las
marmotas: reducen su actividad vital al mínimo.
Los tilos poseen flores verdaderas y de ahí su adscripción
botánica al evolucionado grupo de las Angiospermas, las plantas con flores. Como
puede verse en la fotografía adjunta, los tilos presentan flores completas,
esto es, tienen todo lo que puede tener una flor: sépalos, pétalos, estambres
(partes masculinas) y ovario (parte femenina). Dado que los tilos reúnen ambos
sexos sobre la misma flor, decimos de las flores que son hermafroditas.
Observe
también en la fotografía que las flores no van aisladas, sino que se disponen
en grupos (inflorescencias) que reúnen desde un par de ellas hasta cuarenta,
como ocurre en algunos gigantescos tilos americanos. En Tilia platyphyllos suele haber entre dos y tres flores. La
inflorescencia está anclada por un pedúnculo al centro de una bráctea, una hoja
modificada membranosa y persistente que recuerda la forma de una estrecha ala. Las
fragantes flores son de color blanco amarillento, con cinco sépalos, otros
tantos pétalos y muchos estambres. En el centro de la flor se dispone el
ovario, formado por tres o cinco piezas (carpelos). Después de la fecundación,
el ovario se transforma en un fruto ovoide, en cuyo exterior pueden verse tres
o cinco costillas, tantas como carpelos. Si se fragmenta el fruto, en su única
cavidad interior aparecerán entre una y tres semillas almacenadoras de aceite.
Los lirios (Iris germanica), tapizan los parterres de la plaza del Padre Lecanda |
Cuando los sexos están separados en dos individuos diferentes,
como ocurre en la mayoría de los animales y en una buena parte de las plantas,
no hay problema: la polinización cruzada es obligada. Ahora bien, cuando los
dos sexos coinciden sobre el mismo individuo y más aún cuando -como ocurre en
los tilos- están juntas en la misma flor, las plantas han desarrollado
mecanismos que favorecen la polinización cruzada. En los tilos son de dos
tipos: temporales y espaciales.
Aunque los estambres y los ovarios estén situados en la misma flor
y tan próximos que parecen favorecer la autopolinización, los tilos reducen el
riesgo con un ingenioso mecanismo temporal. Cuando la flor se abre, los
estambres maduran primero y liberan el polen. Mientras esto ocurre, los ovarios
van madurando poco a poco. Al cabo de un día, los estambres habrán liberado
todo el polen y los ovarios, ahora ovulados, estarán listos para ser fecundados
… por el polen de otros ejemplares de la misma especie.
Por si fuera poco, este mecanismo temporal para limitar la
autopolinización se completa con otro de tipo de impedimento espacial: procuran
que, dentro del limitadísimo espacio de cada flor, los estambres estén separados
(en la medida de lo posible) de los ovarios. Una vez abiertas las flores, los
sépalos, los pétalos y los estambres se pliegan gradualmente hacia atrás y los
últimos se alejan de la superficie receptiva del ovario, el estigma.
Si
la autofecundación está limitada y el polen ha de ser llevado de un árbol a
otro, ¿cómo se transporta? Los tilos, como muchas otras plantas, son
entomófilos, lo que quiere decir que el transporte del polen lo realizan
insectos (entomon, en griego). El
transporte no es gratuito. En primer lugar, los transportistas tienen que
resultar atraídos y, después, deben ser recompensados, porque de lo contrario
no volverán por allí. Atracción y recompensa: aquí es donde entran en juego
colores, olores y sabores.
Fíjense
en que las flores de los tilos son pequeñas y poco vistosas. Si se trata de
atraer llamativamente a los polinizadores, esas modestas flores no pueden
competir visualmente con la abigarrada exhibición floral de rosas, romeros,
salvias o magnolias. Para compensar la moderada vistosidad, entran en juego las
brácteas que sustentan las inflorescencias.
Un abejorro (Bombus terrestris) libando en una flor de Tilia cordata. Foto. |
Por
lo general, las brácteas se han considerado como unas herramientas a modo de
“alas” para ayudar a la dispersión de los frutos. Sin embargo, basta con
caminar alrededor de un tilo para darse cuenta de que los relativamente pesados
frutos casi nunca están alejados de su progenitor y que con frecuencia los
frutos se caen, dejando a las brácteas colgando sobre el árbol desprovistas de
frutos. Yo mismo he comprobado cómo el suelo inmediatamente debajo de los árboles
aparece prácticamente cubierto por frutos que han caído libres de brácteas.
Además, basta lanzar al aire algunas brácteas con los frutos adheridos para ver
que aportan poca flotabilidad a los frutos.
Sin
descartar un papel muy limitado a la dispersión de frutos y semillas, para lo
que necesitaría emprender algunos experimentos de campo, en mi opinión las
brácteas pueden actuar como "banderas" que atraen a los
polinizadores, especialmente a los polinizadores nocturnos, hasta las
inflorescencias. Si se observan a la luz de la luna o a la luz de una farola,
puede verse fácilmente que las brácteas destacan nítidamente entre conjunto del
follaje sobre todo si la brisa nocturna las agita.
Un abejorro (Bombus hypnorum) libando en una flor de Tilia cordata. Nótese a la izquierda el fruto con cinco carpelos. Fuente. |
Las
flores de los tilos tienen dos tipos de glándulas. Unas, invisibles, pero tan
numerosas que tapizan la epidermis de los pétalos, los osmóforos, están
formadas por células en las que se elaboran las sustancias volátiles que
producen el aroma de las flores. Aunque las flores siempre emiten un dulce
aroma muy característico, la fragancia se hace más intensa al atardecer, porque
su principal misión es atraer olfativamente a los insectos nocturnos. Durante
el día son también un poderoso reclamo para otros insectos especializados en
captar olores: las moscas.
Más
vistosas son las agrupaciones celulares productoras de néctar, los nectarios,
que pueden verse en la base de los sépalos. En ellos se produce el dulce y
altamente nutritivo néctar en cantidades suficientemente grandes para poder
verlos a simple vista y notar su sabor dulce al acercar una flor a la lengua. Mientras
que las flores están abiertas, reciben la visita de una amplia gama de especies
de insectos, principalmente abejas y moscas durante el día, y de pequeñas
polillas nocturnas después del atardecer; unos y otros son atraídos por el
ondear de las brácteas a modo de vibrantes estandartes y por la fragancia
emitida por las flores. Una vez en ellas, liban ávidamente el néctar y se
marchan cargados con el polen que horas después, una vez maduras las piezas
femeninas, depositarán sobre los estigmas. La siguiente generación, encerrada
en las semillas, está garantizada.
Estandartes
que se agitan al viento, fragancias embriagadoras, dulces recompensas ¿hay
insectos que resistan la oferta? Ó Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.
[1] En la mitología griega se dice que Júpiter transformó a Filemón en roble y a su esposa, Baucis, en tilo. Ambos árboles crecerían eternamente juntos como expresión del amor que se tenían ambos ancianos. Por ello los tilos simbolizan el matrimonio. También la mitología narra al centauro Quirón, hijo de Saturno y de Philyra, quien al ver el monstruo engendrado en su viento le suplicó a los dioses que no la dejasen entre los mortales y fue transformada en tilo.
[1] En la mitología griega se dice que Júpiter transformó a Filemón en roble y a su esposa, Baucis, en tilo. Ambos árboles crecerían eternamente juntos como expresión del amor que se tenían ambos ancianos. Por ello los tilos simbolizan el matrimonio. También la mitología narra al centauro Quirón, hijo de Saturno y de Philyra, quien al ver el monstruo engendrado en su viento le suplicó a los dioses que no la dejasen entre los mortales y fue transformada en tilo.
El nombre genérico Tilia, es la antigua denominación grecolatina empleada por Virgilio
y Plinio para designar a estos árboles. Quizás el nombre tenga algo que ver con
el griego tilos, fibra. Hay quienes
sostienen que la denominación procede del término latino lentus, que significa calmar, aliviar, apaciguar, del que habría derivado
los nombres comunes lind en alemán y linden en inglés.
Los historiadores de la antigüedad Teofrasto
y Plinio se ocuparon de los tilos y de sus utilidades. Según Plinio, la madera
servía para hacer escudos y aperos de labranza, y la corteza se empleaba para
hacer grandes cestos con el fin de transportar el trigo y las uvas.
Antiguamente se escribía sobre las capas más finas de la corteza interior, el
liber, que en griego se llamaba phylira.
Con las fibras de la corteza se tejían alfombras y se hacían calzados y
cuerdas. El célebre médico griego Galeno indicó que poseía obras de Hipócrates,
con más de 300 años de antigüedad, realizadas sobre corteza de tilo.
Los tilos han sido cultivados desde los
tiempos antiguos, primero por los griegos y después los romanos, generalmente
por proporcionar buena sombra y por considerarlos árboles sagrados. Son muy
estimados en los países del centro de Europa, incluso en algunos es considerado
como símbolo como en Eslovenia y Hungría. El rey francés Luís XIV estableció la
costumbre de orlar con tilos las avenidas de entrada a los castillos. En
Holanda y Alemania se encuentran los mejores ejemplares de tilo del mundo. En
el poema épico alemán Los Nibelungos,
al héroe Sigfrido se le adhirió una hoja de tilo mientras se bañaba para
hacerse inmune a las armas, y precisamente fue allí donde se le produjo la
herida que le ocasionó su muerte.
En España se introdujeron en los parques
y jardines en el primer tercio del siglo XVIII. La tila, la flor seca, se
aplica a modo de tisana empleada específicamente como sedante dada su probada
capacidad de calmar la excitación nerviosa.