En el momento actual de cambio continuo, y más aún en un país como
España con situaciones territoriales muy diversas por más que algunos se
empeñen en proclamar la uniformidad, destacan y son objeto de particular
preocupación los vacíos demográficos del mundo rural interior. Resolverlos
requiere acometer y acertar un nuevo modelo territorial sostenible, viable,
responsable y solidario.
Gracias a una
reseña que la catedrática de Geografía Josefina Gómez Mendoza publicó ya va
para dos años en Revista de Libros, he leído estos días La España vacía. Viaje por un país que nunca fue (Turner, 2016) del
periodista Sergio del Molino, empeñado en recrear –como titula Josefina su
artículo- “El imaginario de la España vacía”. A este libro de gran éxito, cuyo
título se emplea machaconamente como metáfora del problema de la despoblación,
se unen sus casi contemporáneos y mucho menos difundidos Los últimos. Voces de la Laponia española, de Francisco Cerdá
(Pepitas de Calabaza, 2017); Alabanza de
aldea, de Adolfo García Martínez (KRK, 2016); y El viento derruido. La España rural que se desvanece, de Alejandro
López Andrada (Almuzara, 2017).
Esos libros vienen a incorporarse al nuevo ciclo de literatura pesimista
sobre España en el que estamos de nuevo sumidos, lo que se ha dado en llamar «relatos
depresivos» que tienen mucho del regeneracionismo novecentista de Joaquín
Costa, Rafael Altamira o Lucas Mallada, y que ahora ponen el acento en los desequilibrios
territoriales, que son también sociales y culturales, que delimitan una España
vacía y abandonada dentro de la totalidad. De nuevo, como en las literaturas
regeneracionistas y noventayochistas a las que creíamos haber cerrado con la
“doble llave al sepulcro del Cid”, el gran territorio de esa España vacía se
identifica como una “rareza” dentro de la normalidad europea, en la que los
pueblos se habrían beneficiado de siglos de progreso y no se habrían quedado
atrasados y sumidos en la penuria como ocurriría en el caso ibérico.
Del Molino acentúa esa nueva versión del “Spain is different” cuando afirma
(p. 44) en términos rotundos: «Un pueblo rico de la Meseta nunca fue tan rico
como un pueblo pobre de Francia o Alemania», o también cuando dice que mientras
para un extranjero un paisaje es un parque, en España un paisaje es un problema
que resolver. La España rural como una originalidad ibérica y un problema por
resolver. Atrapados por el sentimentalismo y un sentido épico de la derrota,
quienes escriben sobre la despoblación de la España rural olvidan a quienes permanecen
en ella y a quienes han llegado allende de nuestras fronteras para iniciar una
nueva vida. Todos aquellos ciudadanos que, en definitiva, alimentan la
esperanza de que se revierta la situación.
En lo que respecta a la originalidad, no hay tal. En un libro elocuentemente
llamado La rendición silenciosa (Peaceful Surrender The Depopulation of Rural Spain in Twentieth Century. Cambridge
Scholars Publishing, 2011), los economistas Fernando Collantes y Vicente
Pinilla han descrito cómo el modelo de la despoblación de la España rural debido
a la emigración hacia las ciudades responde a los modelos de Francia o Gran
Bretaña, por ejemplo, sólo que medio siglo más tarde: aunque se había estancado
el crecimiento demográfico en las zonas rurales, la emigración en masa no se
desencadenó hasta los años cincuenta. Eso sí, a partir de entonces el proceso
fue más acelerado, intenso, extenso y prolongado. En suma, el caso español,
aunque con sus singularidades, no es excepcional, y España se habría comportado
como lo hicieron los países de más temprana industrialización y urbanización,
como está ocurriendo ahora con los países del Este europeo, todavía en pleno
proceso respecto de nosotros.
Y ahora vayamos con el problema. Sin duda, más del 40% del territorio
español tiene unas densidades demográficas alarmantemente bajas y peligra la
cohesión territorial de un país con tales vacíos. Pero, además de contemplarlo
como un problema cabe también ver en ello una oportunidad.
En el mapa anterior puede verse que el medio rural español (densidad <20 hab./km2) está conformado por un 60% de municipios con menos de 1.001 hab., que ocupan el 40 % de la superficie y solo representan el 3,1 % de la población. Y el 80 % no llega a los 30.000 habs. Nuestro país es un escenario mayoritariamente rural: Más del 80% de España cumple esas condiciones. Excluidas la orla costera mediterránea, Madrid y su expansión metropolitana, y algunos corredores singulares (Badajoz-Cáceres, Bajo Guadalquivir, Fachada Atlántica) o las mayores de nuestras islas, España se dibuja como una inmensa mancha en donde lo urbano es lo residual y en donde la infraestructura no estructura.
El Atlas
Estadístico de las Áreas Urbanas del Ministerio de Fomento considera 86
Grandes Áreas Urbanas (GAU) mayores de 50.000 habitantes (son 753 municipios y
representan el 9,6% de la superficie de España), en las que reside el 69% de la
población española y se concentra el 75% del empleo. La mayoría de ellas -66-
tienen carácter supramunicipal/metropolitano. El Atlas denomina Pequeñas Áreas
Urbanas (PAU) a 119 municipios de entre 20.000 y 50.000 habitantes, que concentran
el 7% de la población y ocupan un 5,6% de la superficie de España, a las que suman
202 municipios de entre 5.000 y 20.000 habitantes, muchos de los cuales son
costeros y tienen una incidencia clara de la actividad turística, con una gran
relevancia en las viviendas ligadas a la edificación dispersa, a la segunda
residencia y a ese sector de actividad, que consideran urbano por motivos
funcionales. Como resultado, el Atlas presenta 407 ámbitos urbanos (GAU o PAU)
mayores de 5.000 habitantes, que integran un total de 1.074 municipios (un 13%
del total) y concentran más del 82% de la población. El 18% restante de la
población puede considerarse mayoritariamente rural y vive dispersa en el 87%
de los restantes municipios españoles.
En el 84% de los que tienen menos de 5.000 habitantes, hay cada vez más
municipios con menos de cien habitantes. En la inmensa mayoría de estos
municipios rurales de menos de 5.000 habitantes el proceso de envejecimiento
demográfico es manifiesto: el 19% de la población en España tenía más de 65
años el pasado uno de enero, con una edad media de 43,1 años. En los de menos
de 101 habitantes esa edad media era de 57,8 años, y en todos los menores de 5.000
habitantes la edad media superaba la media nacional. A lo que se superpone su
baja natalidad: a 1 de enero de 2017 en 1.027 municipios no había empadronado
ningún menor de cinco años, lo que provoca que su futuro sea inviable a menos
que cambien radicalmente las políticas territoriales de desarrollo y se opte
por unas políticas de sostenibilidad rural muy diferentes.
No es lo mismo un país con una esperanza de vida de treinta y tres años,
como la española al comenzar el siglo XX, que con la de ochenta y dos años
actual y de 1,2 hijos por mujer, cuando la tasa de reposición es de 2,1. No es
igual la pirámide de la población española de mediados del siglo pasado, una
pirámide propiamente dicha con amplia base, que la del segundo decenio del
siglo XXI, que como mucho se parece a una vieja hucha, con una base pequeña y
una panza alta. Véase, si no, el histórico
de evolución de la población y la proyección hasta 2049, cuando los del baby boom de los años sesenta a ochenta
del siglo pasado tengan entre setenta y noventa años.
Durante los últimos meses he tenido el privilegio de formar parte del Consejo Asesor
para la Transición Ecológica de la Economía (CAPTE) creado por el PSOE, en
el que un grupo de académicos, afiliados unos, independientes otros, hemos elaborado
sendos documentos sobre Agenda Urbana 2030-2050 y Política territorial, respectivamente,
con los objetivos de contribuir a la lucha contra el cambio climático y de
lograr una transición ecológica ambiciosa y socialmente justa en España. En esos
documentos se pretende establecer una nueva relación entre el entorno rural y
urbano, unas nuevas pautas para la construcción y rehabilitación sostenible y
energéticamente eficiente, la implantación de una movilidad sostenible, un
modelo energético 100% renovable y promover la economía circular que convierta
el modelo de desarrollo en ambientalmente sostenible.
En el marco de una recuperación económica que está lejos de beneficiar
a la mayoría de la sociedad española, una planificación rural comarcal
integrada y centrada en las perspectivas de un desarrollo ambientalmente
sostenible, socioeconómicamente cohesionado y territorialmente equilibrado, con
servicios públicos garantes del bienestar de los ciudadanos, y una dinámica de
puesta en valor de los elementos del patrimonio (recursos naturales y
culturales) de este medio rural no es ya una alternativa sino una necesidad.
Es imprescindible una Estrategia de Estado a medio y largo plazo para
un posible y necesario nuevo pacto territorial, que integre los procesos de
renaturalización que se extienden a millones de hectáreas en España, que
recupere la vinculación indisoluble entre medio ambiente, territorio y ciudad,
y que garantice la igualdad de oportunidades y el bienestar de toda la
población, independientemente de donde resida. © Manuel Peinado Lorca.
@mpeinadolorca.