La orquídea Andinia pensilis |
Cuando
el lector descubre al fanático coleccionista y traficante de orquídeas de los
Everglades John Laroche, protagonista del libro de Susan Orlean El ladrón de orquídeas (llevada al cine
por Spike Jonze), advierte que el personaje puede convertirse en símbolo. Por
un lado, representa la obsesión del coleccionista, pero también el profundo
vacío que no pueden llenar los objetos de su colección. Laroche, un personaje
real llevado a la literatura, probablemente sea símbolo de la naturaleza
humana, sobre todo en las sociedades opulentas, en la que es muy fuerte la
creencia de asociar la posesión de objetos con la felicidad. Sin embargo,
Laroche no es un consumista. Su caso parece más el del cazador. Puede que
albergue la fantasía de volverse millonario con su colección, pero lo hace para
sentirse importante, para decir que ha dominado ese universo complejo y
difícil. En su actividad hay más gasto que recompensa.
El
de Laroche no es un caso único de una obsesión que atrapa a algunos
naturalistas a los que su afán por descubrir y por atesorar conocimientos les
complica extraordinariamente la existencia. En El río (Pretextos, 2004), un extraordinario ensayo y un irresistible
libro maravillosamente escrito por el antropólogo canadiense Wade Davis, se
hace un recuento de las aventuras amazónicas del profesor Richard Evans
Schultes, quien, en 1941, antes de asumir la dirección del Museo Botánico de
Harvard hasta su muerte, desapareció en la selva amazónica para pasar los
siguientes doce años de su vida explorando ríos que no figuraban en los mapas,
recolectando plantas desconocidas para la ciencia y estudiando la sabiduría y
las costumbres de docenas de tribus indígenas equinocciales. Cuando el Washington Times hizo la reseña del
libro de Davis, escribió que “si de aventuras se trata, Indiana Jones palidece
al lado de Richard Evans Schultes”.
Platystele jungermannoides |
El
botánico estadounidense Lou Jost es uno de esos naturalistas aventureros que le
hacen merecedor de ganar un sitio en la pléyade de Shutles, Mauricio Willkomm,
Alexander von Humboldt, Pierre Edmond Boissier, Alfred Russell Wallace, Henry
Bates y de su propio héroe, el infatigable botánico y explorador inglés Richard
Spruce. Pero Lou es más que un cazador de orquídeas. Miren en su página web y podrán ver que
este biomatemático, además de director de la fundación EcoMinga, es un pintor
consumado, un magnífico fotógrafo, un investigador científico que se ocupa de
plantas y animales y, también, cómo no, un coleccionista e identificador de
orquídeas. De hecho, descubrió en 2009 la orquídea más pequeña del mundo, una
especie del género Platystele, a la
que en principio se tomó como una nueva especie, pero que finalmente resultó ser
Platystele jungermannoides, conocida
de las selvas tropicales de Centroamérica. La flor tiene solo 2,1 mm de ancho y sus
piezas florales son tan delicadas que tienen una sola capa de células
transparentes. Es tan pequeña que, como dice Jost, se podrían colocar doce
flores a lo largo de una línea de una pulgada.
El
“descubrimiento” de esa minúscula orquídea hizo que el nombre de Jost circulara
por todo el mundo, en uno de esos tránsitos vertiginosos y efímeros que se
desvanecen en horas para viajar hasta donde habita el olvido, y que han ocultado
el extraordinario trabajo que Jost (que ha descrito decenas de nuevas especies
de orquídeas) ha realizado para la preservación de la flora ecuatoriana en la
reserva Cerro Candelaria en los Andes orientales, que fue creada por la
Fundación EcoMinga de Ecuador en asociación con World Land Trust en Gran
Bretaña.
Platystele jungermannoides |
En
Ecuador viven más de 4600 especies de plantas endémicas, muchas de ellas amenazadas
por la rápida deforestación que tiene lugar en el país. Los bosques de niebla de
los Andes orientales de Ecuador son los que contienen más orquídeas de todo el
mundo: se calcula que un millar de especies. Los cálidos vientos húmedos que
soplan desde la cuenca del Amazonas acarician estas montañas y son empujados
hacia arriba, enfriándose y liberando su humedad a medida que se elevan. La
humedad se condensa en mantos de niebla casi permanentes que cubren los picos
de las montañas con tal espesor y consistencia que algunos de ellos nunca han
sido cartografiados y aparecen en los mapas topográficos solo como misteriosos
agujeros blancos etiquetados como "no hay fotos aéreas disponibles".
En este entorno único, templado, húmedo y carente de heladas, han evolucionado
especies de orquídeas diminutas y delicadas, especies con flores tan frágiles
que colapsarían en minutos en un ambiente normal. La mayoría de estos son de la
subtribu neotropical Pleurothallidinae:
Andinia, Lepanthes, Stelis, Platystele
y una treintena de géneros más, cuya biodiversidad es extraordinaria: entre
ellos reúnen unas 4.000 especies.
Las nubes se ciñen en la media montaña del volcán Tungurahua (5.023 m) en el Parque Nacional Llanganates, en Ecuador. |
Estas
frágiles orquídeas en miniatura son muy estrictas en sus preferencias de
hábitat; parecen especializarse en combinaciones particulares de lluvia,
niebla, viento y temperatura. Las montañas crean estos microclimas especiales a
través de la compleja interacción de la topografía y el viento. La primera alineación
de montañas frente al Amazonas (las Llanganates) atrapa a los vientos
amazónicos con toda su fuerza, produciendo un clima violento con frecuentes
tormentas abruptas Estas montañas tienen su propio conjunto muy rico y
distintivo de especies de orquídeas. La siguiente línea montañosa hacia el
oeste, las Mayordomo, interactúa con un viento más suave y más seco, por lo que
tiene un conjunto diferente de orquídeas; la tercera cordillera occidental, en
la que se enclavan Baños y Río Verde, tiene otro conjunto de orquídeas, aunque
esas diferentes alineaciones estén separadas tan solo por una veintena o menos
de kilómetros.
Incluso
dentro de una sola cadena, hay innumerables microclimas distintivos causados por
la topografía local y las orquídeas se ciñen a ellos con la firmeza con la que
cualquier ser vivo se aferra a la existencia. Algunas especies crecen por miles
en las crestas rocosas, donde están expuestas a los vientos de niebla; debajo
de los riscos, tan solo unos cuantos metros más allá, esas mismas especies desaparecen
por completo para ser sustituidas por otras que viven protegidas y beneficiadas
por el agua que rezuma de las crestas. La única manera de descubrir los
secretos de un paisaje tan complicado es caminar por todas las crestas y
valles, pero la caótica extensión de la tierra prácticamente prohíbe la
exploración.
Después
de brotar en un desolado medio alpino, el río Pastaza atraviesa el corazón de
estas montañas en el centro-este de Ecuador, antes de terminar su recorrido como
uno más de los infinitos afluentes del Amazonas en el cálido bosque lluvioso de
las tierras bajas. Este río crea una de las pocas rutas por donde los humanos
pueden atravesar los Andes orientales, aunque no sin una descarga de
adrenalina. El camino a través de este valle, que fue construido hace cincuenta
años, está cortado en las paredes de un cañón escarpado, y es tan angosto que
en algunos lugares el viajero mira por la ventanilla del auto y no puede ver el
camino, solo la enorme caída de cientos de metros del tajo que se desploma sobre
el Pastaza. El gran Richard Spruce, a quien varias instituciones científicas internacionales dedicaron un busto en Río Verde, fue el primer briólogo en observar de cerca los
musgos y las hepáticas en la cuenca superior del río Pastaza, en su épico viaje
de doce años desde la desembocadura del Amazonas hasta el Océano Pacífico.
Busto de Richard Spruce en Río Verde, Cantónn Banos, Ecuador |
Muchos
científicos han trabajado en la cuenca del Pastaza, por lo que la flora de su valle
es una de las más conocidas en los Andes orientales. Sin embargo, las altas sierras
que circundan el valle son consideradas con toda justicia como las más
difíciles y peligrosas de todo Ecuador y permanecen prácticamente vírgenes. De
hecho, Richard Spruce descubrió documentos que indican que los incas, seguros
de que nadie podría seguirlos, eligieron estas montañas para ocultar sus vastos
tesoros a los españoles (Spruce 1861, 1908). En esas montañas los senderos
escasean, a excepción de los senderos deliberadamente vagos que dejan los exploradores
que vienen a buscar el oro inca. Los senderos más fiables están hechos no por
hombres, sino por el tapir de montaña (Tapirus
pinchaque), pariente del rinoceronte. En las elevaciones más bajas, el oso
de anteojos (Tremarctos ornatus), también
traza veredas a su paso; estos dos animales son los mejores amigos de un botánico.
Pero
incluso cuando existen senderos, los mismos factores que hacen de estas
montañas un paraíso de orquídeas las convierten también en uno de los lugares
más inhóspitos imaginables, con frecuentes lluvias que hielan los huesos y un
100% de humedad que lleva a la hipotermia a grandes altitudes. La vegetación densa
crea otro riesgo, el de la capa de troncos y hojas en descomposición que,
cubierto por un trincado laberinto de raíces blancas, plantas reptantes y
profusas heliconias herbáceas, crea un piso falso en el bosque y a menudo se
extiende más allá de los bordes de acantilados invisibles, tantas veces ocultos en la impenetrable niebla.
A pesar de los peligros, las montañas están tan pletóricas de enredaderas
y bejucos, dondiegos, anturios, mandevillas, filodendros y maravillosas
orquídeas que hacen olvidar lo inhóspito del medio.
Cautivado por esta naturaleza exuberante, Lou Jost lo sabe bien. © Manuel
Peinado Lorca. @mpeinadolorca.
Libros citados
Spruce, R. 1861. On the Mountains of the Llanganati in the
Eastern Cordillera of the Quitonian Andes. Journal of the Royal Geographic
Society 31:161-184. London: John Murray. Spruce, R. [ed. Wallace, A. R.] 1908.
Notes of a Botanist on the Amazon and the Andes. London: Macmillan.