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El
escribano de Smith (Calcarius pictus),
es una especie de ave paseriforme de la familia Calcariidae (como no podía ser
menos). Se reproduce en el norte de Canadá y Alaska y migra en el invierno al
área de las grandes Llanuras en el centro de Estados Unidos. Se alimenta
principalmente de semillas e insectos. Esta es la somera descripción que hace
Wikipedia de un pajarito norteamericano que cualquiera confundiría con un jilguero
común. Y esa es la confusión que tenía yo cuando un amable ranger de la Hi
Lonesome Prairie Conservation Area, en Benton, Misuri, con mucha facundia y
no poca prosopopeya, me sacó de la ignorancia y me contó la apasionada (y
extenuante) vida sexual de este plumífero Don Juan. Ampliada la historia a base
de hincar los codos con la inestimable ayuda de míster Google, les cuento lo
que he aprendido.
Pongámonos en antecedentes. El mundo de las aves está lleno de
comportamientos extraños e interesantes. Muchos de los aspectos más originales
de las aves están relacionados con el apareamiento, ya sea para conseguir
pareja, defender nidos contra depredadores o criar polluelos. Una de las
facetas más interesantes de la cría en aves es su estrategia de apareamiento,
de las que se conocen cuatro que no le resultarán ajenas a más de uno que
conozco: 1) monogamia, 2) poliginia, 3) poliandria, y 4) poliginandria.
La prosaica monogamia ya sabemos lo que es, así que pasemos de ella. Si
usted es un varón (andros, dirían los
griegos) y tiene un harén, está practicando la poliginia. Si es usted una
hembra (gynos, dirían los griegos) y
tiene un serrallo del sexo opuesto, está usted en plena poliandria. Y si usted
vive sexualmente en un falanstérico totum
revolutum de adanes y evas, considérese inmerso en un caso de
poliginandria. Entremos en materia con las aves.
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La estrategia de apareamiento más común en aves es la monogamia,
practicada por aproximadamente el 92% de las especies de aves (Owens 2002).
En la monogamia social una hembra y un macho comparten las responsabilidades de
construir los nidos, incubar y alimentar a la prole (Jenni
1974, Owens 2002). La segunda estrategia de cría más común, que practican
alrededor del 8% de las aves, es la promiscua poliginia, en la que un macho se
aparea con múltiples hembras sin formar pareja ni contribuir en absoluto a la
construcción del nido y, a mayor inri, el muy ladino se desentiende de la
progenie, cuyo cuidado deja por completo en alas de las hembras. Las hembras
anidarán en el territorio de un único macho que, sin otra cosa en que
entretenerse, de dedicará a cubrirlas.
El tercer tipo de apareamiento, la poliandria, en el que los roles
sexuales tradicionales se invierten, lo practica aproximadamente el 0,4% de las
aves. En este tipo, las hembras se aparean con múltiples machos a lo largo de
una temporada de cría, dejando que los machos incuben los huevos y críen la
pollada, dicho sea con todos los respetos. Esta modalidad es especialmente
frecuente en aves costeras (Jenni 1974, Owens 2002).
La última y más rara estrategia de apareamiento, que se presenta en
menos del 0,1% de todas las especies de aves, es la poliginandria: las hembras
se aparean con dos o tres machos, y los machos generalmente ejecutan la
viceversa (Briskie
1992). La hembra pone varios huevos de padres distintos, y los machos,
constituidos en guardería cooperativa, con la ayuda o sin la ayuda de las
hembras, se ocupan del cuidar de los polluelos una vez que eclosionan (Nakamura 1998). Aunque
la poliginandria es extremadamente rara, se encuentra en una amplia variedad de
aves, desde el hihi (Notiomystis cincta),
una especie de paseriforme endémica de Nueva Zelanda, hasta los curiosos
tinamúes, aves corredoras parecidas a las perdices que se extienden desde
México a la Patagonia (Hanford
y Mares 1985; Nakamura 1998).
Pero damas y caballeros, descúbranse, el campeón de esta estrategia es
nuestro nuevo amigo, el escribano de Smith. Lo de Smith le viene porque el gran
naturalista norteamericano John James Audubon (1875-1851), autor de la
monumental obra The birds of America,
le dedicó el nombre a su amigo Giddeon Smith, del que nunca más se supo.
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Los escribanos de Smith tienen uno de los sistemas de crianza social
más raros conocidos entre las aves. A diferencia de la mayoría de ellas, estos rijosos
pajarillos cantores (si quiere escuchar su trino pulse aquí) son de
lo más poliginándrico que se pueda ser (si se exceptúa a nuestros primos los bonobos, que son caso
parte en eso de practicar el amor libre): cada una de las escribanas se aparea
y copula con dos o tres machos para dejar una sola puesta; por su parte, los
machos no se quedan atrás y se acoplan con todas las hembras que se les ponen a
tiro.
Se conoce que para no perder el tiempo en todo lo que no sea enredar
con el fornicio, los machos no defienden sus territorios, sino que se pasan la
jornada siguiendo de cerca a las hembras con las que copulan todas las veces
que pueden con el loable propósito de diluir o desplazar el esperma de otros
machos (Briskie 1992). Un afán patriarcal tan loable como vano, puesto que unos
chismosos estudios
genéticos han demostrado que en cada puesta los huevos son pluriparentales.
Por si a algún admirador de Nacho Vidal no le parece mucho ese trajín copulador,
que tome nota: en una semana de principios de primavera, una escribana media habrá
copulado más de 350 veces. Y si de atributos masculinos se trata, ríanse del
caballo de Espartero; los machos están tan bien equipados que sus testículos tienen
una biomasa que es el doble de la de sus parientes más cercanos, los monógamos (y
probablemente más aburridos) escribanos lapones (C. lapponicus).