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domingo, 13 de julio de 2025

LA “CAPACOCHA” INCA: UNA CEREMONIA DE SACRIFICIO INFANTIL

 

Momia de “La Doncella”, una joven de unos 15 años encontrada en la cima del volcán Llullaillaco, a 6.739 metros sobre el nivel del mar. Foto de Johan Reinhard.

Las alturas andinas son altares de una fe silenciosa. Allí donde el frío aturde, aún vibra el calor de una creencia profunda, y quizás, la voz serena de una niña que duerme para siempre en el regazo de los dioses.

Cuando sin encontrar demasiada resistencia Francisco Pizarro y sus hombres entraron por primera vez en Cuzco el 15 de noviembre de 1533, el gentío retrocedía lentamente a medida que los españoles penetraban en el recinto de templos y palacios. Los indígenas habían sacado a las momias de sus grutas para que los recibieran. Allí estaban, bruñidas, bien vestidas. Las más venerables también eran las más ligeras, plumeros de huesos y dientes con algo de pellejo coriáceo, aunque sus atuendos eran más bellos. Pizarro las saludó. Algunos españoles lo imitaron.

Sin embargo, los españoles no perdieron el tiempo. Apenas Pizarro promulgó un pregón que proclamaba «que ningún español fuese osado de entrar en casa de naturales a tomalles nada», sus soldados entraron en todas partes. Arrasaron los palacios. No perdonaron nada. Las tumbas entregaron sus muertos con docilidad y vomitaron su grano de oro y de plata. A toda prisa lo fundieron todo. Necesitaban convertirlo en pequeños lingotes, fáciles de apilar, de transportar a lo largo del imperio. Y, durante todo ese tiempo, las gentes de Cuzco pasaban las noches cantando y bebiendo con sus muertos; pero lo hacían en vajillas cada vez más sencillas y con muertos cada vez más andrajosos. Los españoles arramblaban con las joyas, los platos, las vasijas.

Una vez completado el saqueo y distribuidos los tesoros, Pizarro quiso colocar al impostor Manco Inca como un títere sobre el trono de sus ancestros, lo que revestía gran importancia política. Para prolongar la ceremonia y reforzar una ilusión bien frágil, los indios sacaron sus momias y atravesaron la ciudad cantando, deteniéndose de pronto delante de un templo y luego reanudando el paso. Era una inmensa procesión. Algunas de las momias estaban decoradas de oro y plata; aún quedaban, pues, algunas riquezas. Los españoles interrumpieron educadamente la procesión; ordenaron bajar a los muertos de sus andas y les quitaron sus joyas.

Entonces, para dejar muy claro que se había acabado con el pasado, que la época de las momias y las plumas definitivamente se había terminado, se rebautizó la ciudad. De ahora en adelante se llamaría “La muy Noble y Gran Ciudad del Cuzco”.

Fábulas y ritos de los incas

sin haber cumplido aún los treinta años, Cristóbal de Molina, conocido como "el Cuzqueño", pasó de su España natal a Cuzco hacia 1556. En Cuzco, donde fue un lenguaraz párroco de Nuestra Señora de los Remedios, escribió dos obras por encargo, una Historia de los incas, hoy en paradero desconocido, y una Relación de las fábulas y ritos de los incas, redactada probablemente entre 1575 y 1583. Gracias a la Relación sabemos del vínculo entre lo humano y lo divino en la cosmografía inca.

El sacrificio como vínculo con lo divino

En las cumbres heladas de los Andes, donde el aire escasea y el tiempo parece haberse detenido, yacen los cuerpos de niños que alguna vez caminaron hacia la muerte no como víctimas, sino como mensajeros. Estas momias, envueltas en tejidos ceremoniales y rodeadas de objetos sagrados, nos hablan desde el pasado de un mundo profundamente espiritual: el del Imperio Inca.

Gracias a descubrimientos impresionantes y al avance de las ciencias forenses, hoy podemos reconstruir con precisión cómo vivieron, cómo murieron y qué significaban estos niños dentro de la compleja cosmovisión incaica plasmada en el ritual del “capacocha”, una ceremonia de sacrificio humano infantil.

Momia de la "Niña del Rayo" encontrada también en la cima del volcán Llullaillaco. La momia de esta niña de 6 años mostraba signos de haber sido alcanzada por un rayo. Foto de Angelique Corthals.

El capacocha tenía una lógica profundamente religiosa. En palabras del cronista Cristóbal de Molina: «Cuando había señal de pestilencia, temblor, o muerte del Inca, se enviaban niños e niñas bien dispuestos… para que con sus vidas aplacasen la ira de los dioses». Y es que el ritual no era frecuente ni indiscriminado. Se realizaba en ocasiones excepcionales: la muerte de un emperador, una catástrofe natural, una sequía prolongada o una celebración religiosa imperial como el “Inti Raymi”. Los niños elegidos, considerados puros y perfectos, eran llevados a las montañas sagradas para cumplir su destino. Para los incas, no morían… ascendían a los cielos.

Una preparación sagrada

El proceso comenzaba mucho antes del sacrificio. Los niños eran llevados a Cuzco, el corazón del imperio, donde recibían vestimentas ceremoniales, bendiciones del Sapa Inca, y comenzaban una vida ritualizada. Posteriormente, eran escoltados por sacerdotes y funcionarios hacia los santuarios más altos del imperio: las cumbres sagradas conocidas como “apus”.

Análisis de isótopos estables y restos orgánicos —realizados en momias como las del volcán Llullaillaco— muestran que los niños eran alimentados durante meses con una dieta modificada: pasaron de una alimentación rural común a una basada en maíz, carne seca y chicha (un fermentado alcohólico de maíz), alimentos reservados para los rituales. Los investigadores dirigidos por Andrew Wilson descubrieron, además, que los niveles de coca y alcohol aumentaron significativamente en los últimos meses de vida. La hipótesis más aceptada es que eran usados para sedar a los niños y facilitar una muerte sin sufrimiento.

Una muerte en silencio

Uno de los hallazgos más conmovedores fue el de “La Doncella”, una joven de entre 13 y 15 años encontrada en la cima del volcán Llullaillaco, a 6.739 metros sobre el nivel del mar. Fue descubierta en 1999 por el arqueólogo Johan Reinhard y su equipo, quienes no daban crédito a lo que veían: «Parecía dormida. Su rostro sereno, su piel intacta. Una niña congelada en el tiempo, con trenzas perfectas y mejillas sonrosadas», relató Reinhard.

Los análisis demuestran que "La Doncella" consumió grandes cantidades de coca durante su último año de vida, mientras que solo consumió alcohol durante sus últimas semanas. Foto de Johan Reinhard.

La Doncella, junto a dos niños más (La Niña del Rayo y El Niño), estaba en posición fetal, rodeada de ofrendas: estatuillas de oro, tejidos finos, vasijas con alimentos. Las condiciones extremas congelaron sus cuerpos, conservando tejidos blandos, cabello, uñas e incluso su expresión facial.

Murieron no por violencia, sino por hipotermia, posiblemente inducida tras la ingestión de sustancias sedantes. Así, su muerte fue tranquila, como parte de una ceremonia cuidadosamente orquestada para asegurar que su alma se elevara sin obstáculos al Hanan Pacha, el mundo superior.

Cosmovisión andina: más allá de la muerte

La religión inca no separaba lo terrenal de lo sagrado: todo estaba entrelazado. El sacrificio de un niño no era visto como una pérdida, sino como un acto de reciprocidad, de ayni: dar a la naturaleza y a los dioses lo mejor del mundo humano, a cambio de equilibrio, fertilidad y paz porque creían que estos niños estarían con los dioses, cuidando desde las alturas a sus comunidades.

Las montañas, como el Llullaillaco o el Ampato, no eran solo accidentes geográficos: eran entidades vivas, protectores del territorio. Alimentarlas con una vida pura era mantener vivo ese pacto sagrado entre el hombre y la tierra.

La ciencia, la memoria y el dilema ético

Gracias a estudios de ADN, análisis forenses, imágenes radiológicas y documentación histórica, hoy conocemos detalles asombrosos: desde los linajes genéticos de los niños hasta su dieta, sus enfermedades previas o su lugar de origen.

Pero estos hallazgos también plantean dilemas éticos. ¿Debe exhibirse públicamente un cuerpo que fue enterrado en un contexto sagrado? ¿Qué papel deben tener hoy las comunidades indígenas en la gestión de estos restos?

Las momias incas no son solo cuerpos. Son mensajeros del pasado, fragmentos de un universo espiritual que comprendía la vida y la muerte como partes de un mismo tejido. En un mundo que a menudo separa lo racional de lo espiritual, estas historias nos recuerdan que hubo civilizaciones donde morir podía ser un acto sagrado, donde un niño podía ser puente entre el cielo y la tierra.

jueves, 3 de julio de 2025

UN CAFECITO DE MIERDA

 

Es curioso cómo en lo profundo de los bosques asiáticos, una pequeña criatura —la civeta de las palmas Paradoxurus hermaphroditus— se convierte en la clave detrás de uno de los cafés más singulares y cotizados del mundo: el Kopi Luwak.

La civeta de las palmas común es una especie de mamífero carnívoro de la familia Viverridae (en la que se incluyen nuestras ginetas y garduñas) que se distribuye ampliamente por la India, el sur de China e Indochina. No es muy grande: su longitud total oscila entre 120 y 130 cm, de los cuales la cola representa aproximadamente la mitad.

Su peso medio es de algo más de tres kilos. El cuerpo largo y achaparrado está cubierto de un pelo hirsuto y tosco, generalmente de color grisáceo, con tonos negros en zarpas, orejas y hocico. Presenta tres filas de manchas negras en el cuerpo. Las manchas de la cara le dotan de parecido con el mapache. Su nombre científico hace referencia al hecho de que ambos sexos presentan ciertas glándulas bajo la cola que se asemejan a testículos. Esas glándulas producen una secreción nociva que la civeta puede usar como método de defensa. Sus afiladas garras le permiten trepar fácilmente a los árboles.

La civeta de las palmeras es un omnívoro nocturno. Su dieta incluye principalmente frutas como la del árbol del chicle (Manilkara zapota), el mango (Mangifera indica), y el rambután (Nephelium lappaceum). Cuando los cultivadores de café la dejan moverse a sus anchas en los cafetales, el animalito no elige cualquier grano. Se mueve entre los árboles con instinto preciso, seleccionando solo las drupas de café más maduras y perfectas.

Las drupas pasan por el tracto digestivo, cuyos jugos gástricos descomponen la pulpa de la fruta. El grano intacto sale con las deyecciones de la civeta. El cotizado café kopi luwak se elabora a partir de granos de café que atravesaron el tracto gastrointestinal de una civeta de palmera y, por lo tanto, se sometieron a una combinación de tratamiento ácido, enzimático y de fermentación.

Granos de cafe recién defecados por civetas criadas en cautividad

Durante la digestión, las enzimas digestivas y los jugos gástricos permean a través del endocarpo (hueso o grano) de las drupas de café y descomponen las proteínas almacenadas produciendo péptidos más cortos. Esto altera la composición de aminoácidos e impacta el aroma del café. En el proceso de tostado, las proteínas experimentan una reacción de Maillard no enzimática.

Se cree que la civeta de palmera selecciona las cerezas de café más maduras e impecables. Esta selección influye en el sabor del café, al igual que el proceso digestivo. Los granos comienzan a germinar mediante el malteado, lo que reduce su amargor. Cuando se realizan en la naturaleza, o en estado silvestre, se logran cosechar cerezas óptimamente maduras remover mecánica y químicamente la pulpa y la piel de la cereza, dejando principalmente el grano para tostar.

Al consumirlas, su sistema digestivo transforma los granos en algo más: un café con un sabor profundo, suave y único. Luego, estos granos son recolectados, limpiados, tostados… y se convierten en un café raro, casi sagrado para los amantes del buen sabor dispuestos a pagar más de mil euros por kilogramo cuando los granos proceden de civetas silvestres. Cuando proceden de animales criados en cautividad, el precio se reduce en una cuarta parte.

En la naturaleza, la civeta actúa como un selector divino, como si la sabiduría hubiera sido puesta en su instinto para ofrecer lo mejor.

UN ÁRBOL QUE ENGAÑA A SU POLINIZADOR IMITANDO HOJAS MUERTAS


Frutos de Meiogine heteropetala

El olor de la hojarasca en otoño es una fragancia que evoca memoria y melancolía. Cuando las hojas secas caen y se acumulan en los suelos húmedos de los bosques y parques, comienza una lenta descomposición que libera un aroma terroso, dulce y levemente ácido. Es el perfume del cambio de estación, de lo efímero. Mezcla de madera, tierra mojada y sol apagado, ese olor nos conecta con la naturaleza en su ciclo de renovación. Caminar sobre la hojarasca crujiente mientras se respira ese aire fresco y aromático es una experiencia sensorial profunda. No es solo un olor, sino un recuerdo táctil del paso del tiempo. Invita a la introspección, al abrigo, a la calma. El otoño, a través de su fragancia, nos recuerda que todo lo que muere también nutre, y que en cada final hay un inicio silencioso. Así huele el otoño: a transformación.

Los imitadores florales engañan a sus polinizadores desarrollando semejanzas visuales y olfativas que siguen diversos modelos. Por eso, si a nosotros nos seduce el aroma a hojas marchitas, el escarabajo australiano Loberus sharpi queda tan atrapado que hace de transportista involuntario del polen de un arbolito de las flores cuyo aroma le subyuga hasta el punto de que uno y otro están ligados por el implacable motor de la evolución.

El engaño floral es uno de los engaños más audaces de la naturaleza: lo practican muchas flores que engañan a los animales para que las visiten, no con recompensas como polen o néctar, sino con meras ilusiones. Algunas huelen a podrido; otras liberan aromas que imitan a las feromonas que atraen sexualmente a insectos a la búsqueda de pareja, y así un sinfín de engaños que sería prolijo enumerar. En cada caso, el polinizador transfiere polen sin darse cuenta al caer en la trampa. Una especie, Meiogine heteropetala, ha optado por un disfraz muy original.

Esta planta del noreste de Australia es miembro de la familia de las chirimoyas (Annonaceae), una familia con la reconocida capacidad de sus flores que atraen a los escarabajos con aromas frutales o fermentados. Sin embargo, un estudio reciente revela que Meiogine heteropetala imita el aspecto y el olor de las hojas y ramitas muertas atrapadas en el dosel para engañar a los escarabajos para que lo polinicen: el primer caso documentado de tal estrategia.

El disfraz foliar de Meiogine heteropetala. Al fondo se ve una flor de la especie (flecha negra) que se asemeja a las hojas muertas (flecha blanca) situadas entre las ramas del árbol. La foto rodeada de un círculo es un primer plano de las flores de M. heteropetala. Fotos de Liu Ming-Fai y Chun-Chiu Pang.

Para descubrir este disfraz foliar, el equipo de investigación desarrolló cinco años de trabajo de campo en los bosques de Queensland, Australia. Observaron árboles en flor, tanto silvestres como en jardines, y registraron qué insectos visitaban las flores y qué hacían una vez que pululaban por las ramas. Para comprender qué hacía a las flores tan atractivas, analizaron su tamaño, color y aroma, y compararon estas características con las de hojas marchitas que permanecían atrapadas en las ramas.

Las flores, con sus pétalos marrón oscuro y su aroma a hojarasca, no son lo que uno consideraría "ostentoso" e incluso parecen penachos de hojas muertas. Sin embargo, eso no impedía que muchos invertebrados, incluyendo escarabajos, ninfas de cucarachas y arañas, las visitaran. ¿Qué tienen en común todos estos animales? Forman parte de la diversa fauna que habita en la hojarasca, lo que sugiere que estas flores se hacen pasar por hojas muertas.

Entre todos los visitantes destacó el pequeño escarabajo Loberus sharpi. No solo era lo suficientemente pequeño como para entrar en la cámara floral interna, donde se encuentran los órganos productores de polen y los óvulos, sino que también era la única especie encontrada que transportaba granos de polen. Lo que era aún más revelador, L. sharpi es un insecto especialista conocido por aparearse y poner sus huevos en la hojarasca; de hecho, los investigadores encontraron huevos de este insecto en los pétalos de Meiogine heteropetala. En conjunto, estos hallazgos proporcionan una sólida evidencia de la eficacia del engaño floral de M. heteropetala.

El escarabajo Loberus sharpi (flecha blanca) visitando una flor de Meiogine heteropetala. Foto de Liu Ming-Fai.

Sin embargo, este engaño es mucho más que un simple retoque de aspecto. Los análisis de olores demostraron que M. heteropetala produce un olor notablemente similar al de las hojas en descomposición; de hecho, el 1.8-cineol es el compuesto aromático más abundante en las flores y en la hojarasca en descomposición. Esta semejanza era tan convincente que los experimentos de laboratorio demostraron que L. sharpi es atraído por el aroma de las flores, por la hojarasca natural y por el 1,8-cineol, lo que sugiere que los escarabajos tienen dificultades para diferenciar los aromas. Si bien seguían prefiriendo el olor de la hojarasca, el parecido aromático era suficiente para engañarlos y llevarlos a las flores, asegurando así la polinización.

Como resultado, este nuevo estudio es más que una simple historia fascinante sobre una flor que engaña a los polinizadores: abre un nuevo capítulo en nuestra comprensión de las relaciones entre plantas y polinizadores al demostrar que incluso las hojas muertas pueden convertirse en un objetivo para el mimetismo evolutivo.

miércoles, 2 de julio de 2025

LAS ORUGAS SABOTEAN MOLECULARMENTE A LAS PLANTAS

Los científicos han descubierto que las orugas inyectan armas químicas en las plantas que desactivan sus defensas antes de que puedan formarse.


El sabor amargo o picante que caracteriza a algunas brasicáceas (la familia de coles, rábanos, brócolis, rúculas, coliflores, repollos y mostazas), forma parte de la defensa de las plantas contra ser devoradas; si es así, ¿cómo pueden las orugas devorar las hojas sin problemas? La respuesta está en la saliva de la oruga.

Es un problema que vale la pena investigar si se tiene en cuenta que el mercado mundial de las brasicáceas valdrá más de cuarenta mil millones de euros este año. Pero este es un mercado asediado por plagas como Spodoptera littoralis, cuya oruga devora sin problemas plantas de más de cuarenta familias. Además de eso, hay especialistas como la mariposa blanca de la col Pieris brassicae, que buscan las brasicáceas porque se han adaptado tanto a la vida en ellas que no pueden sobrevivir en otras plantas. Simplemente las comen bocado tras bocado, así que ¿qué pasa cuando muerden una brasicácea?

Spodoptera littoralis

Los botánicos creían que las plantas detectaban el daño y activaban alarmas químicas como el ácido jasmónico. Este ácido activa los genes defensivos, produciendo compuestos tóxicos y paredes celulares más resistentes para repeler al atacante. Las orugas, a su vez, tendrían sus propias defensas contra estos ataques.

Los ataques de las orugas no solo se acompañan de daños físicos. Las orugas también tienen saliva, y los botánicos han pensado que las plantas pueden detectar esta saliva para activar sus defensas más rápidamente. Pero si las plantas pueden usar la saliva de las orugas, ¿pueden las secreciones orales de las orugas contener sustancias químicas que saboteen las defensas de las plantas?

Para responder a esta pregunta, dos investigadores han hecho unos experimentos simulando picaduras de orugas en la planta Arabidopsis thaliana. No es una col ni un repollo, pero pertenece a la misma familia. Además, es una planta de genoma muy plástico y está muy bien estudiada, por lo que es más fácil rastrear qué sucede con los genes cuando se producen las mordeduras. En este caso, pudieron estudiar miles de genes a la vez.

Las picaduras que realizaron eran punciones de un milímetro similares a los agujeros causados por la mordedura de una oruga joven. Luego agregaron dos microlitros de saliva de Pieris brassicae en algunas plantas; sobre otras agregaron saliva de Spodoptera littoralis; finalmente, otro grupo de plantas recibió agua pura que actuaría de testigo con respecto a las respuestas defensivas causadas por en las plantas que recibieron saliva. Cualquier defensa adicional causada en las plantas de los dos primeros grupos tendría que haber sido causada por la saliva añadida. Tres horas después y veinticuatro horas después de las picaduras, analizaron el ARN.

Hembra (izquierda) y macho de la mariposa de la col Pieris brassicae

La prueba del ARN es fundamental. Todos los genes están codificados en el ADN, pero no tienen ningún efecto a menos que produzcan copias de ARN que viajen a los ribosomas para comenzar a construir proteínas. Es decir: no basta con que el gen esté presente en el ADN; tiene que estar "activado" para que produzca efecto. Por lo tanto, descubrir qué ARN está presente indica qué genes están realmente teniendo efecto.

Los investigadores descubrieron que el daño por sí solo afectaba a 800 genes, pero la situación cambió drásticamente cuando la planta detectó la saliva de la oruga. En ese caso se vieron afectados más de 5.000 genes, lo que amplificó las respuestas a las heridas y desencadenó respuestas al estrés. Pero entre todas estas alarmas de defensa, algo se silenció: la saliva parece inhibir la expresión de genes implicados en el fortalecimiento de la pared celular y la producción de glucosinolatos alifáticos.

Los glucosinolatos alifáticos son las defensas químicas de la planta, unos metabolitos secundarios que contienen azufre. Cuando saboreas el rábano picante o la mostaza amargos, estos compuestos intentan convencerte de que comer más es una mala idea. Los glucosinolatos alifáticos se activan por la enzima mirosinasa. Las células vegetales intactas mantienen separados estos dos componentes, pero cuando una pared celular se rompe por la picadura de una oruga, se unen para crear su carga tóxica. Al inhibir la capacidad de la planta para producir glucosinolatos alifáticos, las orugas eliminan el peligro incluso antes de que se produzca.

Otro frente de batalla fue la cicatrización de las heridas. Los investigadores descubrieron que la saliva también bloqueaba el gen FER114, el gen que ayuda a la planta a cicatrizar heridas. El efecto combinado es que, cuando las nuevas orugas empiezan a comer una hoja, esta se vuelve mucho más apetecible para todas sus hermanas, que proceden a devorarla.

El valor de esta investigación reside en que revela cuán sofisticada se ha vuelto esta carrera armamentística molecular. Durante décadas, los fitopatólogos han intentado anticiparse a las plagas reforzando las defensas de las plantas, unos intentos que acababan para al comprobar que las orugas terminaban por adaptarse. Ahora sabemos por qué la batalla ha sido tan difícil. Las defensas no importan si las orugas no tienen que enfrentarse a ellas. Es claramente un enfoque que ha tenido éxito, ya que tanto las plagas especializadas como las generalistas han adoptado la misma estrategia.

Este descubrimiento abre nuevas líneas de investigación. Los científicos ahora pueden buscar en la saliva de la oruga las moléculas específicas que desactivan las defensas de las plantas, lo que podría conducir a elaborar contramedidas específicas. También se podrían buscar variedades de plantas naturalmente resistentes a este sabotaje molecular.

No ocurrirá de un día para otro, pero las soluciones acabarán por aparecer.

lunes, 30 de junio de 2025

UNA ORINA CON OLOR A PALOMITAS DE MAÍZ

El perfume a palomitas de maíz de los binturongs juega un papel vital en la comunicación, ayudándolos a marcar su territorio y a  señalar su presencia en las densas selvas tropicales del sureste asiático.

Foto de Vichaya Kiatying-Angsulee / Alamy Foto de stock

Los miembros del orden Carnivora dependen de la señalización olfativa urinaria, en particular para marcar sus territorios y para comunicarse con fines reproductivos. El manturón (Arctictis binturong), también llamado binturong, es una especie de mamífero carnívoro de la familia de los vivérridos (a la que pertenecen las esquivas ginetas de nuestros bosques) nativa del sur y el sureste de Asia.

Por su aspecto es también conocido como oso gato negro, un parecido al que alude también el nombre genérico Arctictis, que significa “oso-comadreja” (del griego "arktos", oso + "iktis", comadreja), que le impuso en 1822 Thomas Stamford Raffles (1781-1826), fue un estadista británico célebre por haber fundado Singapur.

Con su denso pelaje negro, cuerpos robustos y largos bigotes, los binturongs parecen un híbrido entre oso y gato, lo que les ha valido el apodo de "oso gato". Pero estos mamíferos no solo destacan por su extraña apariencia, sino que también huelen a palomitas de maíz con mantequilla.

Originarios de las densas selvas tropicales del sur y sudeste asiático, los binturongs pueden medir entre 60 y 90 centímetros de largo y pesar entre 11 y 36 kilos. Como otros muchos vivérridos, son mamíferos principalmente nocturnos que pasan la mayor parte del tiempo en las copas de los árboles, donde se desplazan lentamente entre las ramas durante la noche.

Una de las características más extrañas de los binturongs es su olor. Estas criaturas huelen a palomitas de maíz calientes con mantequilla porque al orinar liberan un compuesto químico, la 2-acetil-1-pirrolina, el mismo que se produce al cocinar palomitas de maíz o pan recién horneado. El aroma lo secretan glándulas situadas bajo la cola y lo usan para marcar ramas y hojas al desplazarse.

Este aroma a palomitas de maíz desempeña un papel vital en la comunicación, ya que ayuda a los binturongs a marcar su territorio y a señalar su presencia a los demás, especialmente en las copas de los árboles densas y poco iluminadas donde viven. El aroma está más concentrado en los machos, lo que podría deberse a que una mayor concentración de esta sustancia química ayuda a los machos a anunciar su presencia y estado hormonal a las hembras, un factor que puede ser importante en la selección de pareja.

A pesar de su aspecto robusto, los binturongs son ágiles trepadores. Poseen colas largas y musculosas que actúan como una quinta extremidad, ayudándoles a agarrarse a las ramas y soportar su peso. Los binturongs son uno de los dos únicos mamíferos carnívoros con cola completamente prensil, lo que probablemente se deba a una adaptación evolutiva, ya que viven siempre en las copas de los árboles.

Los binturongs son principalmente solitarios que duermen acurrucados en las ramas durante el día. Por la noche se movilizan para buscar alimento. Sus ojos están adaptados a la poca luz, por lo que tienen mala visión durante el día, pero su agudo sentido del olfato lo compensa. Los binturongs también son animales ruidosos, que frecuentemente resoplan o ronronean cuando están contentos y expresan su enojo o miedo mediante gritos, silbidos o aullidos.

CONSERVAR LAS HOJAS O PERDERLAS, ESA ES LA CUESTIÓN

En nuestras regiones con marcada estacionalidad, muchos árboles presentan siluetas desnudas y oscuras que resaltan claramente del paisaje durante el invierno. Unas semanas antes, cuando el otoño toca a su fin, las hojas se han desprendido. Esta pérdida total de follaje que ocurre más o menos temprano dependiendo de las condiciones climáticas, no afecta, sin embargo, a todas las especies.

Por su diferente comportamiento fenológico (la fenología es el estudio de las fases de desarrollo estacional, follaje, floración, fructificación, etc. de las plantas), los árboles se dividen en dos grupos principales: las especies de hoja perenne o siempreverdes mantienen vivas sus hojas (o al menos algunas de ellas) en invierno; las de hoja caduca (especies de follaje caducifolio) las pierden todas en otoño y las renuevan por completo en primavera.

Hojas anchas y delgadas o reducidas y aciculares

El árbol de hoja perenne es la regla entre las coníferas, el gran grupo de árboles productores de resinas con hojas aciculares o escamosas que incluye abetos, pinos, piceas, etc.; hay algunas excepciones notables, como el ciprés calvo de los pantanos subtropicales americanos (Taxodium distichum) ampliamente introducido en Europa, o los alerces (género Larix), una de cuyas especies, L. decidua (“deciduo” es sinónimo de caducifolio), vive en los climas fríos del norte de Europa y en los Alpes.

En los árboles caducifolios, que se diferencian de las coníferas por sus hojas bien desarrolladas –entre ellos robles, hayas, carpes, castaños, olmos, tilos, etcétera– pueden darse ambos comportamientos, incluso dentro de la misma familia o género, como por ejemplo ocurre con las diferentes especies del género Quercus (las encinas son perennifolias, mientras que los robles son caducifolios) se observan hojas más bien suaves, anchas y delgadas en las especies caducifolias y más bien reducidas y coriáceas en las especies perennifolias.

Ejemplos de hojas de perennifolios: a) magnolia (Magnolia grandiflora); b) adelfa (Neriun oleander); c) par de acículas y braquiblasto del pino carrasco (Pinus halepensis); d) encina (Quercus ilex); e) ramita terminal cubierta de hojas escuamiformes de Calocedrus decurrens, un cupresácea norteamericana. Foto Luis Monje.

En cuanto a la distribución geográfica de estos dos tipos fenológicos, los bosques de montaña y de altas latitudes (como la taiga, por ejemplo) favorecen las especies siempreverdes. En la cuenca mediterránea, como sucede en las tierras bajas de la inmensa mayoría de la península ibérica, los bosques también están estructurados por especies de hoja perenne, aunque los bosques caducifolios no son raros, por ejemplo, los de robles melojos (Quercus pyrenaica) o los quejigos (Quercus faginea) distribuidos en toda la península en zonas de transición mediterráneo-templadas. Ambas especies son consideradas “submediterráneas” porque solo prosperan en un clima mediterráneo cuando los suelos son profundos y han retenido suficiente agua en primavera para superar la sequía estival.

Quercus pyrenaica, cerca de Majaelrayo (Guadalajara)

El follaje siempre se renueva

Cabe señalar que las especies de hoja perenne también pierden sus hojas de vez en cuando; de lo contrario, todas las hojas tendrían la misma edad que el árbol. Pero en lugar de perder todas sus hojas cada año, sólo pierden la mitad, o un tercio, o incluso menos según la especie; por lo tanto, siempre hay hojas verdes en el árbol que aparece, siempre verde (sempervirens en latín), mientras que su follaje va renovándose a lo largo de varios años.

Ambas estrategias tienen sus ventajas. En la región mediterránea, conservar las hojas durante el invierno prolongará el período de actividad fotosintética hasta bien entrado el invierno relativamente suave. En los bosques de climas fríos, como la taiga o los bosques de montaña, conservar las hojas durante varios años permite ahorrar recursos, como el nitrógeno o el fósforo, que están relativamente limitados en los suelos de estos entornos.

El proceso de mantener siempre las hojas se ve facilitado por el hecho de que las acículas de las especies que colonizan estos ambientes, como los pinos silvestres o las píceas, presentan una resistencia excepcional a las heladas, porque concentran en las células una cierta cantidad de sustancias orgánicas que actúan como anticongelantes.

Es importante destacar que renovar el follaje cada año tiene un coste. Lo que llamamos "asignación de energía" en las plantas quiere decir que la energía empleada en renovar las hojas no se utilizará para otras funciones vitales, como la reproducción (producir más flores y frutos) o la producción de metabolitos secundarios para combatir a los herbívoros.

Por otro lado, las hojas de tres o cuatro años, o incluso mucho más viejas –como en el pino aristado de California (Pinus aristata o longaeva), cuyas agujas pueden persistir durante 20 o 30 años– serán menos eficientes en términos de fotosíntesis que las hojas nuevas de primavera producidas por especies de hoja caduca al final de un período de descanso invernal, al que de todos modos sus hojas anchas y delgadas no habrían sobrevivido.

Los marcescentes (Quercus pyrenaica) y los perennifolios (Quercus ballota), alternan en las solanas (los segundos) y las umbrías del macizo de Rocigalgo, Toledo. Foto Luis Monje.

Pero los dos tipos de hojas también pueden sucederse en el espacio y en el tiempo. Tomemos el ejemplo de la región mediterránea calcárea ibérica donde dos especies de robles compiten por el espacio. El roble quejigo (Q. faginea), de hoja caduca, aunque tiene la particularidad (llamada "marcescencia") de conservar en invierno algunas hojas muertas en el árbol, ocupa las laderas menos soleadas, las pendientes más suaves y los suelos más profundos, mientras que la encina (Q. ilex o Q. ballota), de hoja perenne, prospera en las laderas más expuestas sobre los suelos poco profundos, cálidos y pedregosos.

El alcornoque, Quercus suber, es un perennifolio típico de los bosques mediterráneos.

Aunque la fenología de los árboles domine el paisaje forestal, las herbáceas del sotobosque tienen su propio ritmo. La pérdida de hojas es una adaptación clave de todas las plantas caducifolias en climas con estaciones marcadas, lo que les permite sobrevivir a condiciones extremas de frío o sequía. Las plantas herbáceas de climas templados con fríos invernales pierden sus hojas como una estrategia de autoprotección y ahorro de energía, principalmente en otoño e invierno, debido a la reducción de la luz solar y el frío, que hacen menos eficiente la fotosíntesis y aumentan la pérdida de agua. Mantener las hojas implica un gasto energético y una pérdida de agua innecesaria. La caída de las hojas permite a la planta minimizar estas pérdidas y conservar energía.

En un proceso conocido como abscisión, la planta reduce el suministro de nutrientes y agua a las hojas, provocando su desprendimiento y permitiendo que entre en un estado de menor actividad para conservar recursos hasta la primavera. Este es un proceso fisiológico genéticamente determinado en el que la planta corta el suministro de nutrientes y agua a las hojas, lo que lleva a su envejecimiento, cambio de color (debido a la menor producción de clorofila y la aparición de otros pigmentos) y finalmente a su caída.

Antes de caer, la planta reabsorbe los nutrientes valiosos de las hojas y los almacena en el tronco, en las yemas basales a ras de suelo y en las raíces para utilizarlos en la primavera. Al perder sus hojas, la planta se prepara para un período de menor actividad (latencia), acumulando reservas de energía para el crecimiento de nuevas hojas y flores en primavera.



domingo, 29 de junio de 2025

FASCINANTE: LAS POLILLAS UTILIZAN LAS ESTRELLAS PARA MIGRAR

 

Polilla bogong (Agrotis infusa)

Olvídate de tu navegador o de tus mapas y piensa qué necesitarías para llegar a un lugar determinado. Dos cosas: una dirección fijada por los puntos cardinales (si desde Madrid quieres ir a Almería deberás tomar dirección sureste; si es a Pontevedra, justamente la contraria) y unos hitos o referencias que, durante el trayecto, te permitan comprobar que vas en la dirección correcta.

Antes de la invención de la brújula (hay referencias a dispositivos magnéticos para señalar direcciones en textos chinos que datan del siglo IV, aunque llegó a Europa en el siglo XII), millones de seres humanos migraron siguiendo la dirección marcada por el Sol o las estrellas y buscando en el horizonte determinados accidentes geográficos que certificaban que seguían la dirección correcta. Con ese método, a pie o en embarcaciones hace miles de años se colonizaron continentes enteros como América o Australia.

Dirección y referencias es justo lo que necesitan unas polillas australianas que realizan sendas migraciones anuales en las que recorren sin equivocarse centenares de kilómetros.

La polilla Bogong (Agrotis infusa) es un insecto migratorio endémico de Australia. Durante la primavera austral, las polillas recién eclosionadas en las cálidas llanuras del sureste de Australia realizan una migración dirigida de hasta 1.000 km a unas cuevas frescas situadas en los Alpes del extremo sureste del país, unos lugares que jamás habían visitado. Llegado el otoño, después de 3-4 meses de latencia veraniega (estivación), los mismos individuos emprenden el viaje de vuelta a sus zonas de cría para reproducirse y, finalmente, morir.

Hace algunos años se había demostrado que estas polillas dirigen el vuelo durante su migración detectando el campo magnético de la Tierra y correlacionando esa información direccional con uno o más puntos de referencia visuales que utilizan como balizas de orientación temporales a lo largo de la ruta.

Sin embargo, aún no estaba claro qué características visuales naturales utilizaban para navegar. Las posibles pistas eran alguna característica desconocida en el horizonte nocturno, una o más estrellas o la Luna. En el cielo nocturno austral, las constelaciones y la brillante Vía Láctea son particularmente vistosas y tienen un excelente potencial como pistas de navegación confiables. Sus posiciones celestes predecibles a lo largo de cada noche hacen que las pistas estelares sean útiles para determinar una dirección en una orientación de corto alcance (utilizada, por ejemplo, por los escarabajos peloteros a la búsqueda de montones de estiércol) y las ranas grillo) y como brújula para la navegación de largo alcance para las aves, los humanos y posiblemente las focas.

Hasta ahora no se sabía de ningún invertebrado que utilizara las estrellas para discernir direcciones geográficas específicas (es decir, una dirección relativa al norte) durante una navegación de largo alcance dirigida hacia un objetivo distante.

En un artículo que acaba de publicarse, se ha demostrado que las polillas Bogong poseen esa capacidad: utilizan las estrellas como brújula durante su migración de larga distancia para determinar y seguir un rumbo migratorio heredado, invirtiéndolo al cambiar de estación. Además, los investigadores han demostrado que las interneuronas visuales del cerebro de la polilla están sintonizadas con orientaciones específicas del cielo nocturno, lo que sugiere su participación en una red de brújulas estelares.

Ciclo de vida y migración de la polilla Bogong. a, Una polilla Bogong macho. b, Las polillas adultas migran desde sus áreas de reproducción en varias regiones del sudeste de Australia hasta los Alpes australianos durante la primavera (flechas verdes), donde estivan en cuevas alpinas frescas durante el verano, y regresan a las áreas de reproducción en otoño (flechas moradas). En las áreas de reproducción, se aparean, ponen huevos y mueren. Los estadios inmaduros se desarrollan bajo tierra durante el invierno. El punto rojo indica el sitio experimental situado en Adaminaby. c , alrededor de 16.000 polillas por metro cudarado estivan en las paredes de cuevas en los Alpes australianos durante hasta 4 meses antes de realizar la migración de regreso. Recuadro: imagen de primer plano de las polillas.

Un planetario para polillas

Para confirmar su hipótesis, los investigadores diseñaron un experimento ingenioso. Capturaron polillas durante su migración y las introdujeron en un simulador de vuelo, un dispositivo, parecido a un pequeño planetario, que sujetaba la polilla permitiéndole batir las alas y girar libremente, mientras un sensor registraba su dirección de vuelo. Luego hicieron varias pruebas:

Anularon el campo magnético: utilizando un sistema de bobinas, crearon un entorno sin pistas magnéticas. Así se aseguraban de que cualquier orientación correcta se debiera a las señales visuales.

Proyectaron un cielo estrellado natural: bajo un cielo nocturno artificial, idéntico al que verían en la época de la migración, las polillas se orientaron siempre en la dirección migratoria correcta: hacia el sur en primavera y hacia el norte en otoño.

Giraron el cielo 180 grados: en la prueba definitiva, los investigadores rotaron la proyección del cielo estrellado 180 grados. La respuesta de las polillas fue inmediata y asombrosa: invirtieron su dirección de vuelo casi exactamente 180 grados.

Proyectaron estrellas al azar: para asegurarse de que no respondían simplemente a la luz, proyectaron una imagen con la misma cantidad de estrellas y brillo, pero distribuidas aleatoriamente, sin patrones reconocibles. Bajo esa bóveda celestial, las polillas volaron desorientadas, sin una dirección clara.

Inesperado. Estos resultados demostraron sin lugar a duda que las polillas ven las estrellas y las utilizan como brújula para mantener un rumbo geográfico específico navegar hacia un objetivo distante durante miles de kilómetros.

Un cerebro conectado a las estrellas

Los investigadores analizaron el cerebro de las polillas y descubrieron neuronas visuales que respondían específicamente a la rotación del cielo estrellado. Curiosamente, estas neuronas mostraban su máxima actividad cuando la polilla se dirigía hacia el sur, independientemente de si era primavera u otoño, lo que sugiere que tienen un sistema neuronal cableado para detectar una orientación celeste fundamental.

Esto no invalida su brújula magnética. En otro experimento, los científicos observaron que en noches completamente nubladas, cuando las estrellas eran invisibles, las polillas seguían orientándose correctamente. La conclusión es que la polilla Bogong posee un sistema de navegación increíblemente robusto y redundante. Utiliza tanto el campo magnético de la Tierra como una brújula estelar, probablemente usando un sistema para calibrar al otro o para tomar el relevo cuando uno de ambos falla.

Aún quedan misterios por resolver, como qué estrellas o constelaciones exactas utilizan o cómo compensan la rotación de la Tierra a lo largo de la noche. Pero lo que está claro es que no solo los antiguos marinos seguían su ruta guiándose por las estrellas.

Un diminuto insecto, en su único viaje, lo hacía mucho antes.