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Los colores brillantes de esta rana venenosa (Oophaga granulifera) advierten a los depredadores de su toxicidad. Foto de Patrick Gijsbergs. |
Desde adaptaciones físicas (poner
pies en polvorosa es la más frecuente de ellas) y conductuales (el permanente estado
de alerta es el más utilizado quizás por ser el más barato) hasta mecanismos
químicos y de camuflaje, la naturaleza ha desarrollado una serie de defensas
asombrosas para garantizar la supervivencia de las presas en un mundo lleno de
peligros y desafíos.
Los mecanismos químicos de
defensa implican la producción de sustancias químicas tóxicas o repelentes que
hacen que las presas sean menos apetecibles o incluso peligrosas para los
cazadores. Por lo general, los mecanismos químicos defensivos vienen
acompañados de aposematismo
(del griego apo "lejos o aparte", y sema "señal"), fenómeno
que consiste en que algunos organismos presenten rasgos llamativos a los
sentidos, destinados a que sirvan de "señales de advertencia" para alejar
a sus depredadores.
Entre los animales es frecuente
el aposematismo en especies dotadas de medios defensivos potentes, tales como
aguijones o colmillos venenosos, o un sabor desagradable, aunque el más eficaz
de todos ellos es la producción de toxinas por parte de algunas especies, como
las ranas venenosas.
Existen más de 175 especies de
ranas dardo venenosas en la familia Dendrobatidae; todas presentan una
brillante coloración aposemática destinada a que los depredadores queden
avisados de sus secreciones cutáneas tóxicas. Son ranas pequeñas; la mayoría no
son más grandes que un clip. Poseen una lengua larga y pegajosa que se proyecta
rápidamente para capturar a sus presas.
El nombre de una de ellas, Phyllobates
terribilis, es muy apropiado. Es tan venenosa que los nativos solo tienen
que rasparle el lomo con un dardo para que este sea mortal. John Daly, el
científico especialista en alcaloides que en los Institutos Nacionales de
Salud estadounidense aisló y caracterizó muchos de los venenos de ranas en la
década de 1960, escribió que bajo ningún concepto tocaría esa rana porque tenía
suficiente veneno en la piel como para matar a una persona.
Daly también pudo rastrear el
origen del veneno hasta las hormigas, pequeños escarabajos, milpiés y ácaros de
los que se alimentan las ranas. Todos estos contienen alcaloides que las enzimas
de las ranas convierten en toxinas, la más notoria de las cuales es la batracotoxina, tan
potente que una centésima de miligramo, demasiado pequeña para ser visible,
puede ser letal para un adulto.
La batracotoxina abre los canales de sodio en las
células nerviosas y la afluencia masiva de sodio afecta la capacidad de la
neurona para enviar señales a los músculos. El resultado es parálisis
respiratoria. La única criatura que no tiene que temer a los Phyllobates
es la "serpiente vientre de fuego" (Storeria occipitomaculata),
una pequeña serpiente inofensiva que ha desarrollado inmunidad al veneno de
rana y, de hecho, se alimenta de ellas.
Epipedobates tricolor es
una rana venenosa que se encuentra en Ecuador, de la cual Daly y sus colegas
extrajeron una toxina diferente, llamada epibatidina. Aunque es
extremadamente tóxica, también se descubrió que tiene un efecto analgésico,
unas 200 veces más potente que la morfina.
Eso se determinó mediante una
prueba normalizada en la que se coloca una rata sobre una placa calentada
eléctricamente, lo que la hace saltar en el aire. Si se le inyecta un
analgésico, permanecerá en la placa durante más tiempo. En general, el roedor
ignora el calor con una dosis de un miligramo de morfina por kilogramo de peso
corporal, pero se puede lograr el mismo efecto con una dosis de solo cinco
microgramos por kilogramo de epibatidina, lo que explica su potencia 200 veces
mayor.
Además, si a una rata a la que se
le administra morfina se le inyecta naloxona, una sustancia química que
neutraliza el efecto de los opioides, recupera su sensibilidad al dolor. Sorprendentemente,
esto no ocurrió con la epibatidina, lo que sugiere que su efecto analgésico se
debía a un mecanismo diferente y, por lo tanto, no causaría adicción. De hecho,
en lugar de estimular los receptores opiáceos, la epibatidina se une a los receptores
de acetilcolina e inhibe la transmisión de las señales de dolor.
Pese a que inicialmente se
abrigaba una gran esperanza en la epibatidina como un potente analgésico no
adictivo, resulta que la diferencia entre una dosis terapéutica y una tóxica es
demasiado pequeña para poder utilizarla en la práctica.
Aunque no se conocen asesinatos
por veneno de rana en espectáculos de magia, ni en ningún otro lugar, las ranas
han participado en al menos una función de magia. El mago David Blaine se traga ranas y las regurgita. No
es un truco. Ha entrenado sus músculos para evitar que las ranas caigan en su
estómago, manteniéndolas en el esófago, desde donde puede regurgitarlas a
voluntad.
No usa ranas dardo venenosas. Eso sería demasiado incluso para Blaine, quien ha desconcertado al público con desafíos tan mortales como ser enterrado vivo o estar encerrado en un bloque de hielo durante 63 horas. Escalofriante.