Veo en televisión la final de la Copa del Rey de fútbol. Las cámaras enfocan al entrenador del Real Madrid, Carlo Ancelotti, cada vez que engulle un puñado de chicles. Un utillero se encarga de que nunca le falten. Cada partido los ingiere en cantidades industriales. Al parecer le tranquilizan, lo que viene muy bien en una profesión donde los más fácil debe de ser perder los nervios.
A juzgar por los restos
aplastados en el pavimento de las aceras y las asquerosas y pegajosas bolitas pegadas
en la parte inferior de los veladores de los bares, me parece que Ancelotti no
es caso aparte en lo que a esta práctica relajante se refiere.
Masticar chicle reduce la
ansiedad y mitiga el estrés
He encontrado dos estudios sólidos
que concluyen que masticar chicle es una estrategia barata para aliviar la
ansiedad y el estrés. Unos
investigadores australianos encontraron que masticar chicle durante una
tarea muy exigente redujo la ansiedad y los niveles de cortisol salival, una
hormona asociada al estrés. Este efecto se atribuyó a un aumento en el flujo
sanguíneo cerebral y a la activación del sistema nervioso autónomo.
Un ensayo publicado en
2019, demostró que masticar chicle durante una a tres semanas redujo
significativamente los niveles de ansiedad, depresión y estrés, además de
mejorar el rendimiento académico de los estudiantes de enfermería que participaron
en el ensayo.
Por resumir lo que he encontrado
en PubMed, la web de referencia para
publicaciones médicas, parece que masticar chicle puede ayudar a calmar los
nervios debido a cuatro factores psicológicos y fisiológicos:
Distracción
mental: al masticar chicle se activa una zona cerebral asociada con la
concentración, lo que puede ayudar a desviar la atención de los pensamientos
estresantes o ansiosos.
Reducción de la
ansiedad: los estudios relacionan masticar chicle con el aumento de la
circulación sanguínea en el cerebro, lo que podría mejorar la claridad mental y
la concentración.
Producción de
saliva: masticar chicle estimula la producción de saliva, lo que puede ayudar a
reducir la sequedad de la boca que a veces acompaña al estrés, lo que el cuerpo
percibe como un comportamiento relajante.
Liberación de
endorfinas: masticar chicle también puede generar una liberación de endorfinas,
la hormonas que ayudan a mejorar el estado de ánimo y generar sensaciones de
bienestar.
Breve historia del chicle
La mayoría de los relatos sobre
la historia del chicle se remontan a un par de milenios, hasta los mayas de
Mesoamérica, quienes probaron la savia del árbol chicozapote (Manikara zapota) y
descubrieron que no se desintegraba en la boca. La savia llegó a conocerse como
"chicle", del vocablo indígena "tzictli", que se
traduce como "sustancia pegajosa".
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Frutos de Manilkara zapota |
Cuando mascar chicle se puso de
moda en el siglo XIX, los "chicleros" sangraban los árboles,
recolectaban y secaban la savia para venderla a la Compañía Wrigley, que desde
principios de ese siglo fabricaba el
jabón Wrigley's
Scrubing Soap. Dado que los comerciantes minoristas se resistían a trabajar
su producto debido a los bajos márgenes de beneficio, se les ocurrió un plan
para agregar un extra en forma de regalos.
Estos regalos iban desde paraguas hasta polvo de levaduras para hornear. Como los métodos de horneado de pasteles habían cambiado a mediados de ese siglo y el polvo de levaduras tuvo una gran parte del cambio, no fue una sorpresa que las ventas despegaran y que la compañía se centrara en la fabricación de ese polvo y de otros obsequios promocionales: unas pastillas rectangulares de chicle que se entregaban como premio junto con el que ya era el producto estrella de la compañía, el polvo para hornear.
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Anuncio del chicle Wrighley de 1920 |
El chicle se hizo tan popular que Wrigley abandonó el negocio del polvo para hornear para dedicarse a la producción de chicles. Resultó ser una buena decisión. En 1920, el estadounidense medio masticaba más de cien chicles al año. Durante la Primera Guerra Mundial, Wrigley puso la guinda en su pastel: logró convencer al Departamento de Guerra para que incluyera su chicle en las raciones de los soldados, argumentando que calmaría la sed, aliviaría el hambre y disiparía la tensión nerviosa.
No estaba del todo equivocado. Como
he adelantado, estudios posteriores vincularon el chicle con la reducción del
hambre y una mayor atención al realizar tareas. Sea como fuese, cuando William
Wrigley falleció en 1932 tenía una fortuna de aproximadamente 500 millones de
dólares actuales.
La creciente demanda del chicle
exigió más producto base, una demanda que no pudo satisfacerse debido a la
pérdida de muchos árboles de zapote por el drenaje excesivo de la savia. Aquí
es donde entra en escena la química sintética.
Química del chicle
El ingrediente principal del
chicle es el cis-1,4-poliisopreno,
el mismo polímero presente en el látex del
árbol del caucho Hevea brassiliensis. El chicle también contiene
moléculas más pequeñas, como el acetato de lupenilo, junto con ácidos grasos y
ceras que contribuyen a la elasticidad y la textura.
Mediado el siglo pasado, los
químicos se pusieron manos a la obra para reproducir e incluso mejorar las
propiedades del chicle y crearon diversas combinaciones de polímeros
sintéticos, edulcorantes, saborizantes y conservantes para producir las gomas de
mascar que se comercializan actualmente. Los fabricantes no están obligadas a
revelar la composición exacta de los ingredientes principales que convierten la
pasta en masticable, porque lograron que la información fuese confidencial. En
la etiqueta se les puede denominar colectivamente "goma base", que suele
consistir en una combinación de acetato de polivinilo, poliisobutileno,
polietileno y caucho de butadieno-estireno.
Si estos compuestos le suenan a plásticos,
es porque son plásticos. Y ahí radica el problema de los micro y nanoplásticos,
un tema desconocido hace tan solo veinte años pero muy de actualidad habida
cuenta de que la contaminación por esas partículas plásticas afecta
peligrosamente a la salud.
Microplásticos y nanoplásticos
Ambos tipos de plásticos son pequeñas partículas (normalmente miden menos de 5 mm) que se pueden encontrar en muchos productos diferentes, incluidos productos de higiene personal (pasta dentífrica, por ejemplo), textiles sintéticos y materiales de embalaje.
Desde que una investigaciíon pionera los descubriera por primera vez en el intestino, los medios de comunicación han estado bombardeando noticias sobre el hallazgo de microplásticos y nanoplásticos en todas las partes del cuerpo analizadas, desde el cerebro hasta el pene.
No está claro si nuestra salud
corre peligro debido a las diminutas partículas de plástico que ingerimos a
través de los alimentos y el agua o que inhalamos del aire, pero es preocupante
que aparezcan en mayores cantidades en los depósitos de las arterias coronarias
y en el cerebro de
personas que han fallecido con diagnóstico de demencia.
Los sospechosos habituales de ser
el origen de estas partículas microscópicas son las botellas de plástico, las
bolsas de la compra, los cubiertos desechables, las telas sintéticas, los
neumáticos, las tuberías de agua y los productos de higiene personal. Pero gracias
a investigadores de la Universidad de California, desde el pasado mes de abril tenemos
la preocupación añadida de que masticar
chicle también libera microplásticos y nanoplásticos. Y su cantidad no es
pequeña. Se han detectado unas 250.000 partículas en la saliva tras una hora de
masticar.
Cualquiera que se preocupe por
esto podría verse tentado a optar por uno de los chicles "naturales"
del mercado, que se anuncian como libres de plásticos, azúcar, sabores y
colorantes artificiales. Pero resulta que eso no significa que estén libres de
microplásticos o nanoplásticos. Los Investigadores de la Universidad de
California han encontrado la misma cantidad de partículas en la saliva después
de masticar chicle sintético o natural. No deja de ser curioso que los chicles
"naturales" también contuvieran algunos de los mismos polímeros que
el chicle sintético.
¿Acaso no serán tan naturales
como afirman los fabricantes?