Washington se ha convertido en la
corte de Nerón, ha dicho en un contundente discurso contra la “presidencia
imperial” de Donald Trump que pronunció el pasado 4 de marzo en el Senado
francés el senador Claude Malhuret.
Claude Malhuret es un médico,
abogado y senador francés (grupo de derecha Les Indépendants – République et
territoires, LIRT) conocido por los discursos contundentes que suele pronunciar
en el Senado. Pero por primera vez, su intervención del martes 4 de marzo ha sobrepasado
ampliamente las fronteras francesas.
Ante el primer ministro francés
François Bayrou, Malhuret ha denunciado la política imperial de la nueva Casa
Blanca, la «traición» de Trump frente a Zelenski y aboga por una reacción
europea para resistir, salvar a Ucrania y «vencer a los totalitarismos del
siglo XXI».
No me resisto a traducirlo:
Señor Presidente, señor Primer Ministro, señoras y señores ministros,
estimados colegas,
Europa se encuentra en un punto de inflexión crítico en su
historia. El escudo estadounidense se está desvaneciendo. Ucrania corre el
riesgo de ser abandonada. Rusia se ha fortalecido. Washington se ha convertido
en la corte de Nerón, con un emperador incendiario, cortesanos sumisos y un
bufón bajo ketamina responsable de la limpieza del servicio público.
Es una tragedia para el mundo
libre, pero es ante todo una tragedia para Estados Unidos. El mensaje de Trump
es que no tiene sentido ser su aliado porque él no te defenderá. ¿Quién te
impondrá más aranceles que tus enemigos y amenazará con apoderarse de tus
territorios mientras apoya las dictaduras que te invaden?
El rey del acuerdo está mostrando lo que es el arte del acuerdo
sumiso. Cree que va a intimidar a China rindiéndose frente a Putin. Pero ante
tal naufragio, Xi Jinping, está sin duda en proceso de acelerar los
preparativos para la invasión de Taiwán.
Nunca en la historia, un
presidente de los Estados Unidos había capitulado ante el enemigo. Ninguno
apoyó jamás a un agresor contra un aliado. Ninguno pisoteó jamás la
Constitución estadounidense, firmó tantos decretos ilegales, revocó a los
jueces que podrían impedirlo, despidió repentinamente al estado mayor militar,
debilitó todos los contrapoderes y tomó el control de las redes sociales.
No se trata de una deriva
iliberal, sino un comienzo de confiscación de la democracia. Recordemos que
sólo fueron necesarios un mes, tres semanas y dos días para derrumbar la
República de Weimar y su Constitución. Tengo confianza en la fuerza de la
democracia estadounidense y el país ya está protestando. Pero en un mes, Trump
ha hecho más daño a Estados Unidos que en los cuatro años de su última
presidencia.
Estábamos en guerra contra un
dictador. Estamos luchando ahora contra un dictador apoyado por un traidor. Hace
ocho días, justo cuando Trump tocaba con su mano la espalda de Macron en la
Casa Blanca, Estados Unidos votaba en la ONU con Rusia y Corea del Norte contra
los europeos exigiendo la salida de las tropas rusas. Dos días después, en el
Despacho Oval, el escaqueado del servicio militar daba lecciones de moral y
estrategia al héroe de guerra Zelenski antes de despedirlo como un patán
ordenándole que se someta o dimita. Esta noche [3 de marzo] dio un paso más en
la infamia al detener la entrega de armas que había prometido.
¿Qué hacer ante esta traición? La
respuesta es simple: hacerle frente y, sobre todo, no equivocarse. La derrota
de Ucrania sería la derrota de Europa. Los países bálticos, Georgia y Moldavia
ya están en la lista. El objetivo de Putin es volver a Yalta, donde se cedió la
mitad del continente a Stalin. Los países del sur esperan el resultado del
conflicto para decidir si deben seguir respetando a Europa o si ahora son
libres de pisotearla.
Lo que quiere Putin es el fin del
orden establecido por Estados Unidos y sus aliados hace 80 años, con el
principio fundamental de la prohibición de adquirir territorios por la fuerza.
Esta idea está en el origen mismo de la ONU, donde hoy los estadounidenses
votan a favor del agresor y en contra del agredido porque la visión trumpiana
coincide con la de Putin: una vuelta a las esferas de influencia, las grandes
potencias dictando el destino de los países pequeños: para mí Groenlandia,
Panamá y Canadá; para ti Ucrania, los países bálticos y Europa del Este; para China
Taiwán y el Mar de China. En las veladas de los oligarcas del Golfo de
Mar-a-Lago a esto se le llama realismo diplomático.
Así que estamos solos. Pero el
discurso de que no se puede resistir a Putin es falso. Al contrario de lo que
dice la propaganda del Kremlin, Rusia va mal. En tres años, el supuesto segundo
ejército del mundo sólo ha conseguido arañar migajas de un país tres veces
menos poblado. Los tipos de interés del 25%, el colapso de las reservas de
divisas y oro, el derrumbe demográfico muestran que está al borde del abismo.
El empujón estadounidense a Putin
es el mayor error estratégico jamás cometido en una guerra. El impacto es
violento, pero tiene un lado positivo. Los europeos están saliendo de la
negación. En un día en Múnich comprendieron que la supervivencia de Ucrania y
el futuro de Europa están en sus manos y que tienen tres imperativos.
Acelerar la ayuda militar a
Ucrania para compensar el abandono estadounidense, para que resista y, por
supuesto, imponer su presencia y la de Europa en cualquier negociación. Esto
será costoso. Habrá que acabar con el tabú del uso de los activos rusos
congelados. Habrá que eludir a los cómplices de Moscú dentro de Europa mediante
una coalición de países voluntarios con el Reino Unido, por supuesto.
En segundo lugar, exigir que todo
acuerdo vaya acompañado de la devolución de los niños secuestrados, de los
prisioneros y de garantías de seguridad absoluta. Después de Budapest, Georgia
y Minsk, sabemos lo que valen los acuerdos con Putin. Estas garantías pasan por
una fuerza militar suficiente para impedir una nueva invasión.
Por último —y esto es lo más
urgente porque es lo que llevará más tiempo—, habría que construir la defensa
europea, descuidada en beneficio del paraguas estadounidense desde 1945 y
saboteada desde la caída del muro de Berlín.
Es una tarea hercúlea. Pero en su éxito —o su fracaso—está
el cómo se juzgará en los libros de historia a los dirigentes de la Europa
democrática actual.
Friedrich Merz acaba de declarar
que Europa necesita su propia alianza militar. Es reconocer que Francia tenía
razón desde hace décadas al abogar por una autonomía estratégica que aún está
por construir. Será necesario invertir masivamente, reforzar el Fondo Europeo
de Defensa —fuera de los criterios de endeudamiento de Maastricht—, armonizar
los sistemas de armas y municiones, acelerar la entrada en la Unión de Ucrania
—que hoy es el primer ejército europeo—, replantear el lugar y las condiciones
de la disuasión nuclear a partir de las capacidades francesas y británicas, y
relanzar los programas de escudos antimisiles y satélites.
El plan anunciado ayer [3 de
marzo] por Ursula von der Leyen es un muy buen punto de partida. Y hará falta
mucho más. Europa sólo volverá a ser una potencia militar si vuelve a ser una
potencia industrial. En resumen, habrá que aplicar el informe Draghi de verdad.
Pero el verdadero rearme de
Europa es su rearme moral. Debemos convencer a la opinión pública frente a la
fatiga y el miedo a la guerra y, sobre todo, frente a los comparsas de Putin:
la extrema derecha y la extrema izquierda. Ayer, en la Asamblea Nacional, ante
usted, señor primer ministro, los extremos volvieron a abogar contra la unidad
europea, contra la defensa europea. Dicen querer la paz. Lo que ni ellos ni
Trump dicen es que su paz es la capitulación, la paz de la derrota, el
reemplazo de De Gaulle Zelenski por un Pétain ucraniano a las órdenes de Putin,
la paz de los colaboracionistas que han rechazado durante 3 años cualquier
ayuda a los ucranianos.
¿Es este el fin de la Alianza
Atlántica? El riesgo es grande, pero desde hace unos días la humillación
pública de Zelenski y todas las decisiones locas tomadas durante el último mes
han hecho reaccionar a los estadounidenses. Las encuestas están cayendo, los
republicanos electos son recibidos por multitudes hostiles en sus distritos
electorales —incluso Fox News se vuelve crítica—. Los trumpistas ya no están en
la cima. Controlan el poder ejecutivo, el Parlamento, el Tribunal Supremo y las
redes sociales, pero en la historia de Estados Unidos los partidarios de la
libertad siempre han prevalecido. Están empezando a levantar la cabeza.
El destino de Ucrania se juega en
las trincheras, pero también depende de aquellos que, en Estados Unidos,
quieren defender la democracia y, aquí, de nuestra capacidad para unir a los
europeos para encontrar los medios de su defensa común y hacer de Europa la
potencia que fue una vez en la historia y que duda en volver a serlo.
Nuestros padres vencieron al fascismo y al comunismo a costa
de todos los sacrificios. La tarea de nuestra generación es vencer a los
totalitarismos del siglo XXI.
¡Viva la Ucrania libre, viva la Europa democrática!