La
naturaleza nunca dejará de sorprenderme. Por primera vez en mi vida, que ya va
siendo larga, en el Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá he visto estos días las flores
de las aspidistras, unas plantas que jamás faltan en las iglesias y que hace
unos años eran muy usadas como plantas domésticas, porque lograron convertirse
en un símbolo de distinción de la clase media durante la época victoriana.
Las
primeras aspidistras fueron descubiertas y descritas en 1822 por el botánico inglés
John Bellenden Ker,
a quien las hojas le parecieron escudos; como le gustaban los gladiolos, cuyo
nombre científico (Gladiolus) alude a los gladiadores (gladiator),
se le ocurrió que el de escudo sería un buen nombre para las plantas que
acababa de descubrir. Ese es el verdadero origen del nombre aspidistra, mezcla
del del griego ασπίς/ασπίδ-, que significa escudo y del nombre de un género
hermano, Tupistra, por más que en algunos sitios relacionen su nombre con
las víboras o áspides.
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Flores de A. elatior en el Jardín Botánico el pasado 13 de marzo. |
Las aspidistras que conocemos (Aspidistra elatior), también llamadas en España pilistras u orejas de burro, que son autóctonas de unas pocas islas pequeñas del sur de Japón, forman parte de un género con alrededor de cien especies de la misma familia que los espárragos, los agaves o las yucas (familia Asparagaceae). Originarias de China, Himalaya y Japón, donde prosperan a la sombra de bosques y matorrales, son plantas ornamentales ampliamente cultivadas tanto en el interior como en exterior, siempre que no haya heladas: resisten temperaturas de hasta cinco grados bajo cero, pero mueren con temperaturas más bajas. Además de sombra, las aspidistras requieren suelos sueltos, ácidos y rico en humus. Una vez aclimatadas, siguen creciendo perfectamente si se abandona su cuidado y se dejan crecer a su aire en un jardín.
Como
planta de interior, A. elatior se hizo popular a finales de la Gran
Bretaña victoriana y era tan común que se convirtió en un "símbolo de la
respetabilidad de la clase media aburrida". Como tal, fue central en
la novela de George Orwell Keep the Aspidistra Flying, como símbolo de
la necesidad de la clase media de hacerse respetar según decía Gordon Comstock,
el protagonista de la novela. Fue inmortalizada en la canción cómica de 1938 The Biggest
Aspidistra in the World, que, cantada por Gracie Fields, se convirtió
en un clásico popular de la guerra y fue utilizada como
nombre en clave (inspirado en la canción anterior) de un transmisor radiofónico
británico muy poderoso utilizado con fines de propaganda y engaño contra la
Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Son plantas herbáceas, perennes, con tallos subterráneos de los que emergen grandes hojas que pueden alcanzar un metro de longitud y hasta un palmo de anchura. Las hojas, que nacen solitarias o en grupos de cuatro, son de color verde oscuro, anchas, nervudas, coriáceas y provistas de peciolos muy largos, Produce unas pocas flores escondidas entre el follaje rodeadas por una o dos brácteas situadas en la base del perianto.
Son flores hermafroditas, poco vistosas, de textura
carnosa y con forma acampanada cuyos ocho tépalos rematan en otros tantos dientes
triangulares. La característica más singular de la flor es un estigma grande,
carnoso, en forma de disco, que bloquea por completo la corola interior e inferior
que contiene los estambres (a, b en la figura). El fruto es una baya globosa u
ovoide que suele contener una sola semilla.
Dada
la posición a ras de tierra y su poca vistosidad, desde que fueron descubiertas
se pensaba que eran las únicas plantas que polinizaban babosas y caracoles. Sin
embargo, de su polinización se encargan otras criaturas de hábitos un tanto
clandestinos: unos anfípodos terrestres con forma de pequeñas gambas (son también
crustáceos) que se alimentan de restos vegetales y animales.
Muchos
anfípodos son marinos; aunque un pequeño número de especies son de aguas dulces
o terrestres. Los anfípodos terrestres, cuyos hábitos son omnívoros y carroñeros,
son talítridos (familia
Talitridae) que viven en la arena, guijarrales o en playas.
Makoto
Kato, un botánico curioso de la Universidad de Kyoto, se dedicó a observar las
criaturas que visitaban las flores y, por lo tanto, sospechosas de actuar como
polinizadores. Los artrópodos, recolectados dentro o alrededor de las flores, entre
ellos talítridos y colémbolos, se introducían en cajas de plástico con flores
de aspidistra que habían sido cortadas transversalmente. Kato publicó sus resultados
en un artículo del que he extraído la composición fotográfica de arriba.
De
las 89 flores muestreadas por Kato el 37% fueron visitadas por varios
artrópodos; en el 28% de las flores había heces de color blanco amarillento
compuestas de polen digerido. Casi todos los granos de polen encontrados en
esas flores habían desaparecido. Los anfípodos comían polen (d en la figura), y
excretaban heces idénticas a las que quedaban en las flores en su hábitat
natural.
Debido
a que las anteras de las aspidistras están aisladas por el estigma discoidal
que las cubre como un parasol, la autopolinización es poco probable si la flor
no es visitada por algún organismo. La formación de frutos y semillas confirmada
en los hábitats naturales y la evidencia de visitas frecuentes de anfípodos a
las flores sugieren que estos animalitos son los candidatos más probables como polinizadores.
El papel
polinizador de los anfípodos se ve reforzado por varias evidencias: (1) Entre
el estigma en forma de disco y la corola, hay cuatro pequeños, poros estrechos,
a través de los cuales los anfípodos accedían al estambre (b en la figura). Por
tanto, el estigma actuaba como un paraguas para la lluvia y como escudo protector
frente a otros artrópodos de mayor tamaño que podrían dañar las flores, pero
dejaba unas pequeñas “gateras” para los polinizadores con el tamaño adecuado.
(2) Los anfípodos visitaban la flor para comer polen y salían de la flor con
polen adherido al cuerpo. (3) Los anfípodos no pueden volar, pero son saltarines
muy hábiles y, por lo tanto, podrían transportar polen a largas distancias.
Lo dicho, la naturaleza es una infinita caja de sorpresas.