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Un viaje nostálgico por la centenaria historia de los desodorantes corporales |
Sabido es que los aromas corporales de la adolescencia son, por ser sutiles, peculiares, así que a finales de los 60 llegué hasta el grupo británico de rock The Who gracias a The Who Sell Out, un álbum que el grupo había grabado en 1967, en cuya portada aparecía Pete Townshend aplicándose desodorante en la axila con un tubo enorme de Odorono. Compré el álbum y lo guardé durante varios años hasta que le perdí la pista no recuerdo cuándo ni dónde.
Una de las canciones del álbum titulada precisamente “Odorono” contenía unos párrafos que decían:
“Ella rasgó su vestido brillante / No pudo afrontar otro espectáculo / Su
desodorante la había abandonado / Debería haber usado Odorono”. A pesar de ello,
a menos que yo sepa, la canción nunca se usó como música de fondo para
publicitar esos productos de cuidado personal.
¿Por qué lo recuerdo ahora? Me ha
venido de repente a la memoria cuando he visto la tendencia actual de los
“desodorantes corporales”, es decir, aplicables a todo el cuerpo. No solo se
nos insta a evitar que los olores desagradables se desprendan de nuestras
axilas, sino que también debemos ser considerados con los demás y asegurarnos
de que no se desprendan olores de otras partes del cuerpo, incluidas las
regiones íntimas de “ahí abajo”.
Es una idea que, desde el punto
de vista del marketing puro, es más que inteligente al menos en términos de
superficie y ventas potenciales: si se aumenta la superficie a desodorar,
aumentarán las ganancias. Impecable. Pero ¿qué tal si aplicamos algo de ciencia
al asunto? ¿Son realmente necesarios estos productos? ¿Entraña algún riesgo su
uso?
El sudor es el medio por el cual regulamos
nuestra temperatura corporal. La evaporación de la humedad requiere calor, que
se extrae del cuerpo, lo que produce un efecto refrescante. Ahora bien, desde
el punto de vista químico el sudor tiene una composición diferente según el
lugar desde donde se secrete.
La mayor parte del cuerpo está
cubierta por glándulas
sudoríparas ecrinas que producen principalmente agua salada inolora,
mientras que, además de humedad, las glándulas apocrinas de las axilas y las
ingles emiten desechos de proteínas, carbohidratos y grasas, que proporcionan
un sabroso alimento para las bacterias que, por naturaleza, viven en la piel.
Como nosotros, las bacterias defecan,
a su modo, pero defecan, y cuando lo hacen producen excrementos compuestos de sustancias
con diferentes olores, el más notable de los cuales es el ácido
trans-3-metil-2-hexenoico, cuyo olor es típicamente hircino (a macho cabrío,
para entendernos). Cualquiera que alguna vez haya olfateado más o menos de
cerca un macho cabrío confesará sin necesidad de aplicarle el tercer grado que no es una fragancia que desee que brote de sus
axilas. Las cabras hembras no opinan los mismo: encuentran el aroma
positivamente atractivo.
Dado que las glándulas apocrinas
se encuentran únicamente en las axilas y las ingles, no parece tener mucho
sentido intentar desodorizar desde la cabeza hasta los pies. Por ello, las
axilas sudorosas han sido el objetivo tradicional de los antitranspirantes y
desodorantes, dos productos que no son idénticos.
Los desodorantes contienen
sustancias que impiden el crecimiento de las bacterias de la piel y emiten fragancias
que ocultan los olores que producen los microbios. Los antitranspirantes, en
realidad, impiden la sudoración al formar un tapón en las glándulas apocrinas.
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Mum, la primera crema desodorante de 1888. Fuente |
El primer producto para silenciar el olor corporal, elaborado en Filadelfia en 1888, fue el Mum, la primera marca registrada de desodorante comercial. Según el sitio web del fabricante, la marca debe su nombre a una enfermera que cuidó del inventor a la que apodaban "Mum" (“mami”).
Mum se vendía al principio en una caja de crema que se aplicaba con las yemas de los dedos. Era una pasta
que contenía óxido de zinc, una sustancia química que tiene algunas propiedades
antibacterianas. Aunque no lo he probado y supongo que es muy probable que
redujera el olor, untarse una pasta metálica espesa en las axilas no debía ser
muy cómodo que digamos y menos aún para las damas que lucían vestido sin
mangas.
A finales de la década de 1940, la
inventora Helen Diserens desarrolló un aplicador basado en un artefacto de
escritorio recién inventado: el bolígrafo. En 1952 la empresa comenzó a
comercializar el producto bajo el nombre de Ban Roll-On. El resto es historia
conocida: hasta el día de hoy y con permiso de los aerosoles, el roll-on es uno de los métodos de aplicación
más importantes en la industria de los desodorantes
Pero la verdadera revolucionaria
del mundo de los desodorantes fue Edna Murphey, creadora de
la marca de desodorantes Odorono (apócope de Odor… Oh… no) y pionera de las
estrategias modernas de marketing de desodorantes. El padre de Murphey era un
médico que desarrolló un antitranspirante líquido para ayudar a los cirujanos
con las manos sudorosas. Posteriormente, Edna descubrió que este
antitranspirante era útil en las axilas y comenzó a comercializar el producto
entre las mujeres. Nació Odorono.
En realidad, el antitranspirante era un invento de 1903, cuando apareció Everdry, el primer antitranspirante auténtico que contenía cloruro de aluminio como ingrediente principal. Los compuestos de aluminio reaccionan con la humedad y forman un gel que obstruye las glándulas apocrinas. Sin embargo, Everdry era un incordio porque tardaba una eternidad en secarse.
Pronto aparecieron otras
formulaciones con cloruro de aluminio y el Odorono acabó conquistando el
mercado. Las ventas se estancaron hasta 1912, cuando Edna montó un stand en
Atlantic City para promocionar el producto. En el sofocante calor del verano,
la gente estaba ansiosa por probar Odorono y, como las ventas
aumentaron, pudo contratar una agencia de publicidad. Se forjó un
“matrimonio perfecto” cuando la cuenta fue asignada al redactor James Young, a
quien se le ocurrió una brillante idea.
En aquella época, Odorono
se comercializaba principalmente como un producto para reducir el sudor de las
axilas y evitar que la ropa se manchara. Young tenía un mensaje diferente. Su
objetivo era convencer a las mujeres de que quizás no eran conscientes de que
emitían olores que generaban chismes a sus espaldas e incluso podían interferir
en sus relaciones eróticas. “Si
quieres conservar a un hombre, es mejor que no huelas”, fue el mensaje.
Funcionó. A pesar de que algunas mujeres se sintieron tan insultadas que
cancelaron sus suscripciones a revistas que incluían anuncios de Odorono,
las ventas se dispararon.
En poco tiempo, muchos fabricantes
se sumaron a la tendencia que siguió hasta la década de 2000, cuando el mercado
de desodorantes y antitranspirantes se estancó. Se necesitaba una nueva idea.
Las axilas se habían saturado de compuestos de aluminio, antimicrobianos y
aromas florales, por lo que la publicidad se centró en las zonas más bajas. Tal
vez, si antes la gente no se preocupaba por los olores que se emitían “ahí
abajo”, debería hacerlo.
Un ejército de novedosos
“desodorantes para todo el cuerpo” estaba listo para luchar contra los olores
de las partes íntimas. Presentaban una nueva arma que habían encontrado en el
ácido mandélico contenido en la amigdalina, un compuesto aislado de los huesos
de albaricoque que supuestamente envenena las células cancerosas al liberar
lentamente cianuro.
El ácido mandélico tiene
propiedades antimicrobianas que pueden reducir la cantidad de bacterias de la
piel que se alimentan de las secreciones de las glándulas apocrinas. Es
bastante seguro. El ácido mandélico
pertenece a la familia de los “alfahidroxiácidos”, compuestos que se encuentran
en las cremas para la piel debido a su capacidad para eliminar las células
cutáneas muertas.
Ya ven cómo la foto de la portada de The Who Sell Out me ha llevado enganchado al estudio de los desodorantes corporales. No hay como tener tiempo libre y no emplearlo delinquiendo por ahí, como dijo no sé quién.