viernes, 17 de enero de 2025

LOS PEDOS DE ADOLF HITLER

Adolf Hitler no estaba loco, pero la flatulencia que padecía seguro que no le ayudó mucho a tomar decisiones correctas. Según algunos informes médicos, se autoenvenenó tomando preparados farmacológicos para combatir los gases que contenían estricnina y atropina.

El doctor Theo Morell, un dermatólogo que había cobrado una buena reputación social por tratar a famosos con enfermedades sexuales, siempre con discreción y unas maneras muy obsequiosas, no era ningún charlatán, aunque hubo rumores de lo contrario. Uno de sus pacientes —Heinrich Hoffmann, el fotógrafo personal de Hitler— se lo presentó al líder nazi y ambos congeniaron enseguida. Al poco tiempo trató a Hitler de una diversidad de dolencias y le proporcionó medicamentos de diversa índole, incluidos estimulantes y afrodisíacos (por lo general, antes de que Hitler fuera a pasar la noche con Eva Braun).

Con el paso del tiempo, ya convertido en su médico personal, Morell acabó por recetarle al dictador todo un catálogo de medicamentos de naturaleza muy variada. Las notas —minuciosas y del todo creíbles— del cuaderno médico que Morell redactaba poniendo toda su atención para evitar ser el chivo expiatorio en el caso de que Hitler pasara a mejor vida, muestran que la medicación que eligió era convencional, aunque se aseguró de que la produjeran empresas en las que tenía intereses económicos directos.

El doctor Theodor Morell con Hitler. Está señalado con una flecha y situado detrás de Martin Bormann y Nicolaus von Below (Wolfsschanze, 1940). Foto

No obstante, ni Morell ni ninguno de los otros médicos del führer lograron detener o siquiera ralentizar los efectos de la enfermedad de Parkinson que Hitler sufría; entre ellos, un temblor perceptible en la mano izquierda, que ya había llamado la atención de algunos observadores en 1941, cuando empezó a manifestarse en su pierna derecha, junto con unos andares cada vez más arrastrados y una creciente rigidez muscular en la cara. Diversos electrocardiogramas mostraron un endurecimiento paulatino de las arterias y el pelo se le volvió cano.

El atentado con bomba de julio de 1944 también hizo mella en su salud. A principios de 1945, según información posterior de Albert Speer, «se había marchitado como un anciano. Le temblaban las articulaciones; caminaba encogido y arrastraba los pies. Incluso la voz empezó a vacilar y perdió su antigua habilidad magistral: la poderosa fuerza de su discurso dio paso a una manera de hablar dubitativa y falta de energía». Aunque estaba a mediados de los cincuenta, las fotografías de la época lo muestran encorvado.

Según su biógrafo John Toland (Adolf Hitler: The Definitive Biography. Knopf Doubleday Publishing Group), por la amistad que había surgido entre la esposa de Morell y Eva Braun, Hitler incorporó a Morell como su médico personal y confió tanto en él que por primera vez desde sus días en el ejército, en 1936 se desnudó para un examen físico completo, porque los retortijones abdominales eran tan dolorosos que se ponía a gritar.

Morell diagnosticó los dolores y calambres en la región epigástrica como gastroduodenitis, para lo cual le recetó Mutaflor y Gallestol. La hinchazón y el exceso de gases también son síntomas comunes de la gastroduodenitis. Por eso, el Führer también sufría de meteorismo, es decir, de pedos incontrolables, para cuyo tratamiento Morell le recetó las píldoras antigás del Dr. Köster. A pesar del tratamiento, quienes estaban obligados a asistir a las reuniones de trabajo o los invitados a las recepciones oficiales, conocían de primera mano la atmósfera metánica que Hitler dejaba a su paso.

Las píldoras del Dr. Köster contenían estricnina y atropina, dos alcaloides extremadamente tóxicos, que afectan al sueño y a la salud mental, y provocaban que quienes las ingerían se pusieran muy nerviosos Sin saber el poder de esos alcaloides, Morell instruyó a su paciente para que tomara de dos a cuatro píldoras en cada comida. Además, complementó la dieta escasa en proteínas de su paciente con grandes dosis de vitaminas, a menudo administrándolas por vía intravenosa junto con glucosa para obtener energía.

Entre unas cosas y otras, a principios de 1941, cuando Hitler ya había empezado la invasión de la Unión Soviética, tomaba entre 120 y 150 pastillas a la semana. Los cambios de humor del dictador nazi, la enfermedad de Parkinson, los síntomas gastrointestinales, los problemas de la piel y el deterioro depresivo constante hasta su suicidio en 1945, están documentados por observadores e historiadores confiables y en los diarios de Morell.

Además de estricnina y atropina, los medicamentos extraños y poco ortodoxos que le recetaron a Hitler, a menudo por razones no reveladas, incluían cocaína tópica, anfetaminas inyectadas, glucosa, testosterona, estradiol, corticosteroides, un extraño preparado a base de un limpiador de armas, un extracto de vesículas seminales y numerosas vitaminas y "tónicos".

Nunca sabremos el rol que esta medicación tuvo en Hitler y sus decisiones durante la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Cuando los efectos de las pastillas fueron evidentes, tan solo seis meses antes de que Hitler quedara tocado psicológicamente y se suicidara en su bunker, el doctor Morell fue despedido y salvó su vida por los pelos.

Irónicamente, según John Toland, la causa de la flatulencia de Hitler era la más evidente: su obsesivo vegetarianismo.El exceso de fibras vegetales se acumula en el colon, donde millones de bacterias trabajan activamente hasta convertirlas en metano.