Los asnos también pueden participar en los hipódromos.
De un proverbio indio.
Llevado por la morbosidad, leo
donde no acostumbro que el escritor (y académico) Arturo Pérez Reverte no
se decantó por ninguna opción televisiva para despedir el año y optó por un
método más tradicional para tomarse las doce uvas, porque: «no
hay nada como un buen reloj en casa, de campanadas. De los de toda la vida. Se
completa con unas uvas, una botella de champán y copas adecuadas».
Además de denostar a diestro y
siniestro, seguro que el competente académico y rotundo sabelotodo habrá disfrutado
de una copa de champán en las copas adecuadas, pero ¿cuáles son los tipos de copa
adecuados? Lo cuento para el común de los mortales.
Un poco de historia o de como un fraile inventó el
champán
El champán se produce
principalmente a partir de uvas tintas (¡sí, tintas!) en la región de Champaña,
Francia. Desde el momento en que se prensan las uvas Pinot Noir en el
viñedo, seguido de un proceso en el que se pone una meticulosidad casi enfermiza
para garantizar que ni siquiera un rastro del pellejo tinto termine en el caldo
blanco, hasta que llega el momento en que se descorcha, el champán recibe más
cuidados y atenciones que cualquier otro vino del mundo.
En el siglo XVIII, Dom Perignon, un
monje ciego, fue el primero en dar el primer puntazo. Descubrió que, si se
cerraba herméticamente una botella de vino antes de que terminara la
fermentación, las burbujas de dióxido de carbono no podían escapar y se obtenía
una bebida efervescente.
Su agudo sentido del olfato,
fruto de su ceguera, le permitió maximizar el sabor del vino mediante una meditada
y paciente combinación de diferentes caldos de uva. Hasta el día de hoy, el
champán se produce con los métodos iniciados por Dom Perignon.
Sea cual sea la auténtica
etiología de esas copas, una cosa es segura: no tienen la forma adecuada para
beber champán, porque a nadie le cabe duda de que el mayor atractivo de esa espumeante
bebida es la presencia de burbujas: unos cinco millones de burbujas en cada
copa. Se requiere un esfuerzo enorme para mantenerlas encerradas en la botella
y para ayudar en lo posible que se mantengan en la copa para que no dejen de
cosquillearnos en la nariz.
Desgraciadamente, por mucho que
uno añore los pechos femeninos, una copa con forma de platillo proporciona una
gran superficie de contacto con el aire, lo que maximiza la velocidad a la que
escapan las burbujas. Por lo tanto, lo ideal es beber champán en una copa alta
y estrecha.
Pero ¿por qué debemos dar tanta
importancia a la forma en que se debe beber el champán? Si pagamos un dineral
por una botella de Dom Perignon, es lógico que también queramos aprovechar al
máximo el cosquille deseado. ¡Las burbujas deben estallar en la boca, no en la
mano!
La solubilidad del dióxido de
carbono disminuye a medida que aumenta la temperatura. Servir el champán frío
minimiza la cantidad de gas que se escapa antes de levantar la copa y garantiza
esa deliciosa sensación de hormigueo cuando la bebida entra en contacto con la
boca a 36 grados.
Como el dióxido de carbono es
menos denso que la solución líquida que lo rodea, las burbujas fluyen hacia la
superficie. Por eso es importante beber champán en una copa alargada y de alta
calidad, lo más lisa posible en su interior y que tenga pocas imperfecciones. Porque,
de no ser así, al servir la bebida pueden quedar pequeñas burbujas de aire
atrapadas en las muescas por imperceptibles y el dióxido de carbono disuelto se
evapora en esas pompitas.
Por la misma razón, los palillos
para cócteles a base de champán, que pueden tener muchas imperfecciones en la
superficie, están obviamente contraindicados si se desea obtener un buen sabor.
Así que ahora ya lo sabes. ¡Feliz año nuevo!