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Diphylleia grayi. Foto |
En el corazón sombrío de las selvas de Asia oriental y Japón, una planta singular, Diphylleia grayi, esconde una de las características que más han fascinado a los botánicos. Conocida como la “flor esqueleto”, esta planta no solo destaca por su delicada belleza, sino también por una propiedad que parece sacada de un cuento: cuando entra en contacto con el agua, sus pétalos se vuelven completamente transparentes.
Diphylleia grayi (familia Berberidaceae) es una herbácea perenne que prospera en lugares sombríos y húmedoscuyas pequeñas flores blancas con seis pétalos escotados crecen de mayo a julio en racimos debajo sus grandes hojas lobuladas. Surgiendo de la mitad de estas hojas hay un racimo o "cima" de hermosas flores blancas. Después de la polinización, la cima da paso a un racimo de bayas que gradualmente se vuelven de un tono azul intenso. Los pedicelos se vuelven de un tono rojo intenso. El conjunto crea una hermosa exhibición de frutos destinadas a atraer a las aves del bosque, los principales dispersores de semillas.
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Diphylleia grayi. Yukiguni Botanical Garden. Foto |
A sus típicas hojas que se disponen en pares opuestos para formar una especie de marquesina, alude su nombre genérico., que proviene del griego “di” y “phyllon”, que significa “dos-hojas". Su epíteto específico tiene un origen diferente. “Grayi” rinde homenaje a Samuel Frederick Gray, (1766-1828), un naturalista, botánico y farmacéutico británico, quien, además de hacer grandes contribuciones al estudio de las plantas, fue el padre de dos grandes naturalistas y zoólogos: John Edward Gray (1800-1875) y de George Robert Gray (1808-1872).
El enigma de la transparencia
Cuando llueve, los pétalos blancos pierden el color y se vuelven transparentes dejando visible la venación de los nervios de los pétalos. Las gotas de agua se adhieren a la estructura venosa hasta formar una especie de retícula que recuerda a una planta fantasmagórica sacada de las páginas de Alicia en el país de las maravillas.
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Racimo de bayas de D. grayi. Foto |
Lejos de ser mágico y mal que nos pese, el fenómeno obedece a la organización celular de las flores. Las células de los pétalos se organizan en una especie de formación esponjosa con el objetivo de retener y almacenar la máxima cantidad de agua posible. Cuando la flor está seca, sus células contienen el agua suficiente para mantener esa estructura esponjosa y, a la vez, dejar que la luz que incide en los pétalos se disperse, dando como como resultado una apariencia blanca y opaca.
Cuando llega la lluvia y los pétalos se mojan, absorben más agua. Al hacerlo, las células se expanden y se saturan de agua de forma más uniforme. Con este cambio estructural, cuando la luz pasa a través de los pétalos, incide en su mayor parte con agua, por lo que no se dispersa tanto y puede viajar de manera más directa y con menos obstáculos a través de las flores. Como resultado, los pétalos se vuelven transparentes y la reticulación interna se hace más visible, lo que, con imaginación, recuerda a una flor de cristal.
Por otro lado, se trata de una flor con un enorme simbolismo cultural. Debido a su capacidad para volverse transparente bajo la lluvia, en muchas de esas poblaciones asiáticas se la relaciona con la pureza y la belleza efímera. Además, esa “sensación de vida eterna” que le otorga su apariencia fantasmagórica hace que se consideren símbolo de la buena suerte en algunos lugares de Asia.
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Diphylleia cymosa. Senda Porters, Smokie Mountains, Tennessee. Foto |
En los Apalaches americanos crece la otra especie del género: Diphylleia cymosa. Hubo una época en la que Norteamérica y Asia estaban conectadas y compartían gran parte de su flora respectiva. Desde entonces, los movimientos tectónicos han aislado a estas poblaciones, lo que ha permitido suficiente tiempo para la diferenciación que condujo a las dos únicas especies que conocemos hoy.