Desde el primer discurso que
pronunció en 1796 George Washington para anunciar al pueblo estadounidense su
intención de abandonar la presidencia después de dos mandatos, el “farewell
speech”, el discurso de despedida, ha sido una tradición utilizada por
todos los presidentes con la sola interrupción de Donald Trump cuando en 2021 finalizó
su primera estancia en la Casa Blanca.
Entre las despedidas
presidenciales posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la más famosa fue la de
Dwight D. Eisenhower, quien pronunció su discurso desde la Oficina Oval el 17
de enero de 1961. Con el paso de los años, la famosa advertencia del ex general
de mirar hacia adentro, al auge del "complejo militar-industrial"
diseñado para proteger a la nación contra la Unión Soviética, es la que puede
ofrecer hoy las lecciones más significativas.
En el discurso de despedida que
ha puesto fin a su amarga presidencia Joe Biden ha hecho una advertencia que
recuerda a la del presidente Eisenhower.
El discurso de Eisenhower y la
Guerra Fría
La caída del muro de Berlín en
1981 significó también el desmoronamiento del “Telón de Acero”, un término
acuñado por Winston Churchill en 1945 en su famoso discurso en la Universidad de Fulton para referirse a la frontera, física e ideológica, que separaba a los
países que, tras la Segunda Guerra Mundial, habían quedado bajo la influencia
militar, política y económica de la Unión Soviética de los países occidentales
regidos por democracias capitalistas.
Para mantener su hegemonía
política y económica, ambos bandos emplearon todos los medios a su alcance.
Desde sus orígenes fue una lucha desequilibrada por las condiciones de las que
Estados Unidos y la URSS emergieron de la II Guerra Mundial. Estados Unidos
había salido enormemente reforzado de ella. Para asegurar el funcionamiento del
sistema capitalista, fue esclarecedor el famoso Telegrama
Largo del diplomático George Kennan, uno de los principales ideólogos de la
Guerra Fría, en el que se afirmaba que era necesario mantener un clima de
estabilidad política internacional bajo la hegemonía norteamericana.
En ese documento se manifestó con
absoluta nitidez, el interés del capital norteamericano sobre el planeta entero
y el verdadero propósito de la «defensa del mundo libre» con las armas de este
país y de sus aliados.
A pesar del notable debilitamiento
económico de la URSS que no escapaba a los analistas independientes y a quienes
tenían ocasión de visitar el «paraíso comunista», la obsesión de las élites
políticas de Washington y las militares del Pentágono fue hacer creer al mundo
que el enemigo era más fuerte de lo que realmente era. Hacerlo era vital para
el llamado Complejo
Industrial-Militar, un entramado industrial, financiero y político denunciado por primera vez por el general Smedley D. Butler en 1931, que se aplica a los intereses económicos
basados en una política militarista e imperialista interesada en mantener la
carrera armamentística para hacer una sustanciosa caja.
Su divulgación se realizó a
partir del discurso
televisado de despedida del presidente Dwight Eisenhower al terminar su
mandato en 1961 en el que denunció el peligro que dicho complejo suponía para
el ejercicio de la democracia (audio
del discurso aquí).
A pesar de subrayar la
importancia del estamento militar para mantener la paz en el país y en el
exterior, el 17 de enero de 1961 Eisenhower instó a la cautela: «Esta
conjunción de un inmenso estamento militar y una gran industria armamentística
es nueva en la experiencia estadounidense […] Sin embargo, no debemos dejar de
comprender sus graves implicaciones». El presidente saliente también defendió
la importancia central del equilibrio en el gobierno y la resistencia a la idea
de que «alguna acción espectacular y costosa podría convertirse en la solución
milagrosa a todas las dificultades actuales».
El discurso de despedida de Joe Biden: el recuerdo a los nuevos
barones ladrones
Cinco días antes de abandonar la
Casa Blanca, Joe Biden se despidió del cargo de presidente de Estados Unidos el
miércoles 15 de enero con
un discurso en el que advirtió de las amenazas que acechan a la democracia
por el peligro de la desinformación fomentada por la “oligarquía” de las
tecnológicas, los “abusos de poder” y el peso de los ultramillonarios en la
nueva Administración Trump:
«Quiero advertir al país de
algunas cosas que me preocupan mucho. Se trata de la peligrosa concentración de
poder en manos de muy pocas personas ultrarricas, y de las peligrosas
consecuencias si su abuso de poder queda sin control. Hoy, en Estados Unidos está
formándose una oligarquía con riqueza, poder e influencia extremas que
literalmente amenaza toda nuestra democracia, nuestros derechos y libertades
básicas y una oportunidad justa para todos de salir adelante».
Sin citar en concreto a ninguno de
los ultrarricos que apoyan a Trump, cuyo gabinete concentra una riqueza sin
precedentes, Biden comparó esa oligarquía con la de los “barones ladrones”, un término originalmente
aplicado a ciertos hombres de negocios estadounidenses del siglo XIX, acusados de utilizar métodos faltos de escrúpulos destinados a enriquecerse, para
trazar a continuación otro paralelismo histórico en relación con los magnates
tecnológicos:
«El presidente Eisenhower habló
en los peligros del complejo industrial militar. Seis décadas más tarde, estoy
igualmente preocupado por el posible auge de un complejo industrial tecnológico
que también podría plantear peligros reales para nuestro país […] Los estadounidenses están siendo
sepultados bajo una avalancha de falsedades y desinformación que permite el
abuso de poder. La prensa libre se desmorona. Los editores están
desapareciendo. Las redes sociales renuncian a comprobar los hechos […]
La verdad se ve sofocada por
mentiras contadas por el poder y por el beneficio. Debemos exigir
responsabilidades a las redes sociales para proteger a nuestros hijos»,
dijo en clara alusión a la compañía Meta de Zuckerberg y a X, la red social de
Elon Musk.
«El esfuerzo inútil conduce a
la melancolía», escribió Ortega y Gasset. En un discurso que suena a
ejercicio de melancolía, un Biden renacido defendió a
instituciones como los tribunales, la prensa, el Congreso, la separación de
poderes o los controles y equilibrios de la democracia estadounidense.
Luego, se levantó, se abrochó la americana, saludó, fuese y no hubo nada.