Berberomeloe majalis sobre la mata Artemisia herba-alba |
Lo primero y más sencillo para el
cuidado de una cría es la búsqueda de un lugar seguro y apropiado para poner
los huevos en el que los descendientes puedan criarse en condiciones adecuadas.
Por ejemplo, cuando una abeja
minera pone sus huevos en un nido que excava cerca de una hiedra,
proporciona a las larvas la posibilidad de desarrollarse.
Pero no es el hambre el único
peligro que amenaza la vida de cualquier retoño. Los huevos y las crías son
golosinas muy apetecidas por muchos depredadores. Por eso, siguiendo su
instinto, muchos animales buscan lugares recónditos para desovar, siempre y
cuando la protección pueda conjugarse con las posteriores necesidades
alimenticias de la cría. En muchos casos, como el de las abejas mineras de las
hiedras, la madre no se preocupa más de los jóvenes después de haber depositado
la puesta en lugar seguro. Los curicas o aceiteras siguen una estrategia
similar.
El curica común (Berberomeloe majalis),
también conocido como aceitera, carraleja, alcucilla o frailecillo, es una
especie de coleóptero polífago que alcanza gran tamaño, a veces más de siete
centímetros, lo que le convierte en uno de los escarabajos europeos de mayor
tamaño.
Por su extraordinario abdomen
alargado y fusiforme de color negro con bandas transversales anaranjadas o de
color rojo sangre y sus élitros minúsculos, es muy fácil de reconocer, sobre
todo la hembra. Es un animal huidizo, pero cuando se ve amenazado segrega cantaridina, una sustancia
hemolinfática muy tóxica que provoca daños en la piel (irritación,
erupciones...), y vómitos, diarrea y alteraciones en el aparato urinario en el caso
de que sea ingerida (cosa, por otra parte, que no creo que se le ocurra a nadie
medianamente racional).
Como muchos otros coleópteros
vesicantes tiene un ciclo biológico complejo (hipermetamorfosis), durante el
cual las larvas se alimentan de huevos y larvas de himenópteros (abejas y
abejorros). Para conseguir su alimento, las larvas de los diferentes géneros de la familia
de las aceiteras (familia Meloideae) se ajustan a dos estrategias
diferentes.
Las larvas triungulinas (nombre
que alude a las tres uñas que rematan sus seis patas) de Berberomeloe
majalis buscan activamente los nidos que predarán moviéndose por el suelo. Su
ciclo de vida se ajusta al de la Figura 1A. Las hembras hacen varias puestas de
unos cientos de huevos cada vez, excavando una madriguera en el suelo. Al
nacer, las larvas se desplazan en busca de los nidos de abejas solitarias.
Cuando una larva triungulina
encuentra uno, devora la inerme larva de la abeja y sufre la primera
metamorfosis para convertirse en el siguiente tipo larvario, que se alimenta de
las reservas de miel del nido. Luego se desarrollan las otras dos larvas hasta
que finalmente el adulto sale del nido y comienza un nuevo ciclo.
En cambio, la mayoría de los curicas,
entre los que se cuenta el endemismo ibérico Physameloe
corallifer, emplean una estrategia diferente. Sus larvas
son foréticas: se dejan transportar hasta el nido de la abeja por el
desdichado insecto que les servirá de hospedante (Figura 1B).
Cópula de Physameloe corallifer. Foto de Luis Fernández García |
Las hembras hacen la puesta
excavando en el suelo. Las larvas triungulinas salen a la superficie y trepan a
algunas flores para esperar la llegada de una especie determinada de abeja (y
solo de esa especie) que venga a recolectar polen. Cuando su confiada víctima se
posa en la flor para libar, varias triungulinas se aferran a ella (para eso
tiene las garras) y se dejan transportar hasta el nido por el avión viviente. Puede
ocurrir que la abeja que llegue sea un zángano, en cuyo caso deben esperar a
que se aparee con una hembra para que las triangulinas viajeras “trasborden”.
Cuando, de una forma u otra están
sobre una abeja hembra fecundada (que no siente molestia alguna por la
presencia del polizonte), y esta deposita su huevo en la celdilla que
previamente había construido para criar, la voraz larva del curica, que
esperaba la ocasión, salta, se come el huevo que había depositado la abeja,
mientras esta, que no se ha percatado de lo sucedido, tapona la celdilla desde
fuera, sellándola.
Entonces, una vez cómodamente
instalada, la larva muda la piel y aparece en una forma completamente diferente:
sin ojos, porque ya no los necesita en la oscura celda; sin las largas patas,
que ahora serían completamente inútiles, y sin la esbelta forma del cuerpo, que
ya no se adapta a la nueva forma de vida.
Figura 1. Ciclos de vida de dos especies de aceiteras. Ilustraciones de Laura Pérez Zarcos. |
Allí, en la celdilla sellada, vive
tan ricamente ingiriendo el depósito de miel que la mamá abeja había depositado
para su propia larva. Cuando se ha cebado totalmente, la larva intrusa vuelve a
mudar la piel en verano y entra en un estado de letargo, en el que sigue siendo
una larva sin patas, que todavía no es la crisálida. De esta forma pasa el
invierno y espera hasta la siguiente primavera, cuando aparece una cuarta
larva, similar a la segunda, que al poco se convierte en crisálida y,
finalmente, en curica adulto.
Todo esto parece ser
fabulosamente funcional, por lo menos desde el punto de vista de los curicas.
El otro lado de la moneda consiste en que las pequeñas larvas que trepan a las
flores no son zoólogos y no pueden distinguir una abeja de un moscardón o de
otros insectos. Si se aferran a un inadecuado visitante no tienen suerte en su
desarrollo posterior y se ven condenadas a morir de hambre.
Por eso, los curicas ibéricos, aunque
ponen numerosos huevos por su grueso abdomen, continúan siendo escarabajos
relativamente escasos. Los caminos demasiado tortuosos pasan a menudo muy
cerca del objetivo sin alcanzarlo.