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miércoles, 15 de enero de 2025

CUIDADOS MATERNALES: LA ASTUCIA DEL CURICA

 

Berberomeloe majalis sobre la mata Artemisia herba-alba

Lo primero y más sencillo para el cuidado de una cría es la búsqueda de un lugar seguro y apropiado para poner los huevos en el que los descendientes puedan criarse en condiciones adecuadas. Por ejemplo, cuando una abeja minera pone sus huevos en un nido que excava cerca de una hiedra, proporciona a las larvas la posibilidad de desarrollarse.

Pero no es el hambre el único peligro que amenaza la vida de cualquier retoño. Los huevos y las crías son golosinas muy apetecidas por muchos depredadores. Por eso, siguiendo su instinto, muchos animales buscan lugares recónditos para desovar, siempre y cuando la protección pueda conjugarse con las posteriores necesidades alimenticias de la cría. En muchos casos, como el de las abejas mineras de las hiedras, la madre no se preocupa más de los jóvenes después de haber depositado la puesta en lugar seguro. Los curicas o aceiteras siguen una estrategia similar.

El curica común (Berberomeloe majalis), también conocido como aceitera, carraleja, alcucilla o frailecillo, es una especie de coleóptero polífago que alcanza gran tamaño, a veces más de siete centímetros, lo que le convierte en uno de los escarabajos europeos de mayor tamaño.

Por su extraordinario abdomen alargado y fusiforme de color negro con bandas transversales anaranjadas o de color rojo sangre y sus élitros minúsculos, es muy fácil de reconocer, sobre todo la hembra. Es un animal huidizo, pero cuando se ve amenazado segrega cantaridina, una sustancia hemolinfática muy tóxica que provoca daños en la piel (irritación, erupciones...), y vómitos, diarrea y alteraciones en el aparato urinario en el caso de que sea ingerida (cosa, por otra parte, que no creo que se le ocurra a nadie medianamente racional).

Como muchos otros coleópteros vesicantes tiene un ciclo biológico complejo (hipermetamorfosis), durante el cual las larvas se alimentan de huevos y larvas de himenópteros (abejas y abejorros). Para conseguir su alimento, las larvas de los diferentes géneros de la familia de las aceiteras (familia Meloideae) se ajustan a dos estrategias diferentes.

Las larvas triungulinas (nombre que alude a las tres uñas que rematan sus seis patas) de Berberomeloe majalis buscan activamente los nidos que predarán moviéndose por el suelo. Su ciclo de vida se ajusta al de la Figura 1A. Las hembras hacen varias puestas de unos cientos de huevos cada vez, excavando una madriguera en el suelo. Al nacer, las larvas se desplazan en busca de los nidos de abejas solitarias.

Cuando una larva triungulina encuentra uno, devora la inerme larva de la abeja y sufre la primera metamorfosis para convertirse en el siguiente tipo larvario, que se alimenta de las reservas de miel del nido. Luego se desarrollan las otras dos larvas hasta que finalmente el adulto sale del nido y comienza un nuevo ciclo.

En cambio, la mayoría de los curicas, entre los que se cuenta el endemismo ibérico Physameloe corallifer, emplean una estrategia diferente. Sus larvas son foréticas: se dejan transportar hasta el nido de la abeja por el desdichado insecto que les servirá de hospedante (Figura 1B).

Cópula de Physameloe corallifer. Foto de Luis Fernández García

Las hembras hacen la puesta excavando en el suelo. Las larvas triungulinas salen a la superficie y trepan a algunas flores para esperar la llegada de una especie determinada de abeja (y solo de esa especie) que venga a recolectar polen. Cuando su confiada víctima se posa en la flor para libar, varias triungulinas se aferran a ella (para eso tiene las garras) y se dejan transportar hasta el nido por el avión viviente. Puede ocurrir que la abeja que llegue sea un zángano, en cuyo caso deben esperar a que se aparee con una hembra para que las triangulinas viajeras “trasborden”.

Cuando, de una forma u otra están sobre una abeja hembra fecundada (que no siente molestia alguna por la presencia del polizonte), y esta deposita su huevo en la celdilla que previamente había construido para criar, la voraz larva del curica, que esperaba la ocasión, salta, se come el huevo que había depositado la abeja, mientras esta, que no se ha percatado de lo sucedido, tapona la celdilla desde fuera, sellándola.

Entonces, una vez cómodamente instalada, la larva muda la piel y aparece en una forma completamente diferente: sin ojos, porque ya no los necesita en la oscura celda; sin las largas patas, que ahora serían completamente inútiles, y sin la esbelta forma del cuerpo, que ya no se adapta a la nueva forma de vida.

Figura 1. Ciclos de vida de dos especies de aceiteras. Ilustraciones de Laura Pérez Zarcos. 

Allí, en la celdilla sellada, vive tan ricamente ingiriendo el depósito de miel que la mamá abeja había depositado para su propia larva. Cuando se ha cebado totalmente, la larva intrusa vuelve a mudar la piel en verano y entra en un estado de letargo, en el que sigue siendo una larva sin patas, que todavía no es la crisálida. De esta forma pasa el invierno y espera hasta la siguiente primavera, cuando aparece una cuarta larva, similar a la segunda, que al poco se convierte en crisálida y, finalmente, en curica adulto.

Todo esto parece ser fabulosamente funcional, por lo menos desde el punto de vista de los curicas. El otro lado de la moneda consiste en que las pequeñas larvas que trepan a las flores no son zoólogos y no pueden distinguir una abeja de un moscardón o de otros insectos. Si se aferran a un inadecuado visitante no tienen suerte en su desarrollo posterior y se ven condenadas a morir de hambre.

Por eso, los curicas ibéricos, aunque ponen numerosos huevos por su grueso abdomen, continúan siendo escarabajos relativamente escasos. Los caminos demasiado tortuosos pasan a menudo muy cerca del objetivo sin alcanzarlo.