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domingo, 12 de enero de 2025

CÓMO SE ELABORAN LOS VINOS SIN ALCOHOL

 

En 2022 decidí dejar de consumir alcohol. Hasta entonces había sido consumidor habitual de cerveza y vino, fundamentalmente en las comidas. Licores, pocos, salvo en ocasiones especiales. Me costó algo de esfuerzo, pero nada comparable a cuando en 2004 dejé de fumar.

Con la cerveza no he tenido problemas. Desde el primer momento empecé a consumir cerveza sin alcohol (en realidad, 0,0 que es la auténtica cerveza sin rastro de alcohol). Hay algunas cervezas tostadas con una textura y un sabor que tienen poco que envidiar (e incluso mejor) al de las cervezas convencionales que se encuentran normalmente en los supermercados. Si me hablan de las cervezas de pubs, artesanas y similares, entonces no hay color.

El vino es otra cosa. Hasta ahora en los supermercados a los que acudo habitualmente no había vinos cero/cero. Nada raro. Por fin, ayer encontré uno que, casualmente, es de la misma firma (Torres) de los vinos que consumía habitualmente. Compré una botella y esa misma noche me puse una copa.

No está mal, pero no es vino. Un vino sin alcohol es lo que es. Tampoco es un mosto, es mucho más, es un primo hermano de un vino que se ha desalcoholizado. Es el resultado de un proceso tecnológico que mantiene (hasta cierto punto) el carácter, los aromas y las texturas de un vino tradicional, del que se ha eliminado únicamente el alcohol.

¿Cómo se elabora un vino sin alcohol?

Impulsados por la demanda, en los últimos años se ha avanzado en la elaboración de estos vinos. Existen varios métodos para elaborar una bebida “sin”; el más obvio es elaborarlos directamente sin alcohol. Parece un engendro, pero, de hecho, algunas de las bebidas sucedáneas de ginebras, rones, güisquis, etc. se elaboran mediante infusión de aromas vegetales (ahora llamados pomposamente “botánicos”) en un líquido extractor no alcohólico, como el agua, al que se le confiere textura –el alcohol tiene textura– añadiéndole algo de glucosa, más o menos un gramo por cada 100 ml.

Para hacerte una idea, en una copa de gin-tonic usarás unos 30 ml de una bebida de este tipo, es decir 0,4 gramos de azúcar. Otra cosa es la tónica que añadas. El sabor amargo de la tónica da la impresión de que no tiene azúcar, pero nada más lejos de la realidad: al beber una lata de tónica (33 cc) nos estamos metiendo en el cuerpo 27 gramos de azúcar, teniendo en cuenta que según la OMS lo recomendable es consumir el 5% de la ingesta calórica diaria, es decir unos 25 gramos diarios.

Otra forma de quitar el alcohol empleada en el caso de algunas cervezas consiste en filtrar la bebida por una membrana de agujeritos microscópicos que separará líquidos –agua y alcohol– de sólidos (restos de malta y levadura). Los restos sólidos forman algo así como una pasta de cerveza deshidratada que, vuelta a mezclar con agua, se convierte en cerveza sin alcohol.

Para los vinos se usan otras soluciones basadas en provocar cambios de presión del jugo procedente de la fermentación alcohólica. Las bebidas alcohólicas están compuestas en un porcentaje muy alto de agua, que hierve y se evapora a 100 ºC, y por un porcentaje de alcohol (etanol), que también hierve y se evapora alrededor de los 75 ºC (el punto de ebullición exacto del alcohol etílico es de aproximadamente 78,37 °C). Esto significa que, a esta temperatura, las moléculas de alcohol adquieren suficiente energía para pasar al estado gaseoso.

Por lo tanto, calentando el jugo fermentado a 75 ºC quedaría libre de alcohol. El inconveniente es que a esta temperatura también se pierden muchas cualidades organolépticas, es decir, todas aquellas características físicas que pueden percibir los sentidos sin la ayuda de instrumentos de medición, como por ejemplo, sabor, textura, olor o color.

El truco para evitarlo es que, como los líquidos disminuyen su punto de ebullición a medida que baja la presión, calentando un líquido a menor presión se evapora el alcohol y se respetan sus cualidades organolépticas.

Otra técnica, la más sofisticada, consiste en hacer pasar dos veces la bebida alcohólica por un alambique de columna sometido a baja presión. Primero se separan los aromas, que se almacenan en un depósito. Después se evaporará el alcohol –que se desechará o se comercializará para otros fines– del agua, y esta se mezclará de nuevo con los aromas.

Así se desalcoholizan los mejores vinos sin alcohol. Hablemos ahora de las propiedades nutricionales. En cuanto a kilocalorías (kc) no hay color. Una copa de vino normal contiene 75 kc/100 ml. Una de vino sin alcohol contiene 20 kc, es decir casi cuatro veces menos. En cambio, este vino desalcoholizado tiene diez veces más carbohidratos: 3,8 g/100 ml que otro convencional 0,3 g.

Recordemos que el cuerpo descompone los carbohidratos en glucosa, lo que provoca un aumento de los niveles de azúcar en sangre. Pero pongamos las cosas en su justo contexto: una sola rebanada de pan blanco contiene una media de 13 gramos y otra de pan de trigo integral alrededor de 15 gramos, esto es, casi cuatro veces más que una copita de vino sin alcohol.

La mujer media necesita ingerir unas 2.000 calorías al día para mantener su peso y 1.500 calorías al día para perder medio kilo a la semana. Por su parte, el hombre medio necesita 2.500 calorías para mantenerse y 2.000 para perder medio kilo a la semana. 

Después de esta disertación cero/cero, no digo que desde ahora consuma vino sin alcohol todos los días, pero tiene su punto y es una alternativa más que aceptable. Quizá algún día brindemos todos con un vino desalcoholizado. Ahora bien, no es un producto comparable al vino con alcohol. O sea, que, si un invitado espera un vino, no le pongas uno desalcoholizado. Guárdalo para los “convencidos”.