En la revista científica Ecology se acaba de publicar el primer caso de cánidos polinizadores: los lobos etíopes (Canis simensis).
Hasta el 87% de las especies de plantas con flores dependen de una amplia gama de especies animales para su polinización, en su mayoría insectos y, en mucha menor proporción, aves. La mayor parte de ellos son nectívoros, es decir, su dieta depende total o parcialmente de la ingesta de néctar.
Entre los mamíferos, las especies polinizadoras néctivoras están representadas principalmente por murciélagos y, en menor medida, por algunos marsupiales, roedores, primates y pequeños carnívoros. Sin embargo, se sospecha que la polinización por mamíferos no voladores puede estar más extendida y tener más importancia de lo que se reconoce actualmente.
Los mamíferos involucrados en la polinización son típicamente especies de tamaño pequeño a mediano y a menudo arbóreas, mientras que los mamíferos carnívoros que se alimentan de néctar son mucho más raros: tan solo se cuentan cuatro especies de carnívoros entre los 343 mamíferos identificados como polinizadores potenciales o reconocidos como tales.
Sin embargo, se siguen descubriendo ejemplos de especies carnívoras que buscan néctar y que supuestamente participan en la polinización, como la civeta enmascarada (Paguma larvata), la gineta del Cabo (Genetta tigrina) y la mangosta gris del Cabo (Herpestes pulverulenta).
Los lobos etíopes: unos cánidos en peligro de extinción
El lobo etíope es un cánido esbelto del tamaño de un perro grande, con un pelaje rojizo, marcas blancas en la garganta y el pecho y una densa cola oscura. Vive únicamente en Etiopía, en unas pocas zonas a gran altitud que emergen por encima de los bosques tropicales.
La mayoría de los miembros de la familia Canidae, como lobos, perros y zorros, son animales versátiles y oportunistas que prosperan en muchos hábitats y algunos incluso viven en entornos urbanos y suburbanos. En cambio, los lobos etíopes están altamente especializados en la vida en las tierras altas etíopes. También llamado el "techo de África", el dominio afroalpino abarca el 80% del territorio africano por encima de los 3.000 m.
Los lobos etíopes son extraordinarios cazadores de roedores, con hocicos largos y patas delgadas. Sus estrechos vínculos sociales los ayudan a proteger sus preciados territorios familiares de los competidores. Para un cánido de su tamaño (alrededor de 14-20 kg, el peso de un perro de tamaño mediano), destacan por sobrevivir con presas pequeñas (la mayoría de las especies de roedores de las tierras altas pesan menos de 100 g) y son cazadores solitarios. Con sus llamativos pelajes rojos y marcas blancas y negras, se distinguen muy bien de sus parientes más cercanos, los lobos grises etíopes (Canis aureus lupaster).
Esas características los convirtieron en colonizadores de un ecosistema en expansión a medida que los glaciares africanos retrocedían hacia el final de la última edad de hielo, pero paradójicamente también han contribuido a su desaparición. Debido al calentamiento del continente, en los últimos 100.000 años la línea de árboles ha subido 1.000 m, invadiendo las praderas y los pastizales afroalpinos de los páramos. Debido a la presión de los humanos, el ganado y los perros domésticos, los lobos están ahora restringidos a pequeñas bolsas de montaña a ambos lados del Gran Valle del Rift y constantemente son empujados hacia las laderas.
Aunque nunca fueron especialmente comunes, hoy en día hay menos de 500 lobos adultos, más de la mitad de los cuales se encuentran en el Parque Nacional de las Montañas Bale. Su escaso número los convierte en la especie de carnívoro más rara y amenazada de África: son diez veces más raros que los perros salvajes africanos y cincuenta veces más raros que los leones.
La estación lluviosa en los páramos afroalpinos
Cada año, cuando regresan las lluvias tras la prolongada estación árida de las mesetas altas de Etiopía, se despliega un espectáculo deslumbrante. Grandes campos de Kniphofia foliosa, una planta endémica de los páramos etíopes que recuerda a los aloes (de hecho, pertenecen a la misma familia) resucitan de su estado aparentemente marchito y producen racimos de flores amarillas y rojas que parecen antorchas ardientes. De junio a noviembre, esas preciosas flores ofrecen un recurso no menos precioso: néctar dulce y altamente energético.
Entre el zumbido de los pájaros y los insectos atraídos por las flores aparece un visitante cauteloso: el lobo etíope. Se acerca a los racimos y lame la parte inferior donde están las flores más maduras, libando placenteramente el néctar. A medida que se mueve de flor en flor, su hocico se cubre de polen. ¿Puede un lobo ser realmente un polinizador?
Aunque es poco probable que el néctar proporcione suficiente alimento para satisfacer las necesidades diarias de los lobos, puede brindarles una pequeña dosis de energía. Un sabroso desayuno para comenzar el día o un postre dulce para complementar el almuerzo de un roedor.
Los humanos nativos conocen la planta a la que consideran medicinal y cuyo abundante néctar utilizan tradicionalmente para endulzar el café o para elaborar un pan plano, la kita. Como hacen los humanos que recogen néctar en la temporada favorable, los lobos son buscadores asiduos del néctar y gastan una buena parte de la jornada deambulando de planta en planta.
Este descubrimiento desafía el pensamiento convencional sobre las interacciones entre plantas y polinizadores, especialmente con respecto al papel que pueden desempeñar los depredadores. La alimentación con néctar es poco común entre los carnívoros y, por lo general, solo lo hacen las especies pequeñas, como las civetas o las mangostas. Los osos omnívoros, como los malayos, también pueden comer néctar, aunque no hay suficientes evidencias que lo demuestren.
La polinización es un proceso crucial para el mantenimiento de la biodiversidad. Un lobo nectarívoro que posiblemente participe en la polinización pone de relieve las complejas interacciones que pueden darse en estos ecosistemas afroalpinos únicos. En este entorno frágil, donde tanto los lobos como las flores son vulnerables, comprender estas relaciones es vital para los esfuerzos de conservación de un foco de biodiversidad cuyo su principal depredador enfrenta amenazas cada vez mayores por la pérdida de hábitat, la transmisión de enfermedades y el cambio climático.