Hirudo medicinalis |
En el artículo anterior, me ocupé de la importancia del monstruo de Gila para el desarrollo de la “era Ozempic”. Dejemos al monstruo de lado y pasemos a ocuparnos de otros animales cuyo solo nombre repugna: las sanguijuelas. Ya sean acuáticas o terrestres, todas las sanguijuelas tienen un comportamiento común: se adhieren a la piel mediante una ventosa y luego secretan un péptido venenoso, la hirudina, que impide la coagulación de la sangre mientras se alimentan de ella.
¿Qué son las sanguijuelas?
Existen más de 650 especies de sanguijuelas, pero solo un grupo reducido se utiliza en medicina, porque pocas se alimentan de la sangre de los mamíferos. Entre las que lo hacen, la sanguijuela común europea destaca por ser la más estudiada y empleada, por lo que también se conoce como sanguijuela medicinal (Figura 1), a la que en su Systema naturæ (1735) el naturalista Linneo bautizó como Hirudo medicinalis, su nombre científico definitivo.
La sanguijuela medicinal es una especie de anélido de la familia Hirudinidae que vive en agua dulce. Era muy abundante en el siglo XIX cuando se calculaba que más de 50 millones vivían en los pantanos y estanques de Francia. Como consecuencia de la desecación de pantanos, los pesticidas, la polución y la introducción de especies exóticas, hoy se encuentran prácticamente extinguidas en su medio natural.
Poseen una ventosa bucal en su parte anterior, la boca con tres mandíbulas dentadas, una ventosa posterior y el ano. Los dientes de la boca le permiten cortar la piel de las presas y sangrarlas con una poderosa faringe ayudada por la ventosa bucal. Entre los dientes se encuentran las glándulas que producen hirudina, una sustancia capital para impedir que la sangre se coagule y se interrumpa la succión. La ventosa posterior no es succionadora y la utilizan como palanca.
La saliva contiene muchas otras sustancias como hialuronidasa, colagenasa y diversos factores antiagregantes plaquetarios. El proceso de alimentación de una sanguijuela puede durar entre 20 y 40 minutos en los que ingiere entre 5 y 30 ml de sangre, que suponen cerca de diez veces su propio peso.
El tubo digestivo tiene numerosos ciegos donde almacenan la sangre durante mucho tiempo. Usa una combinación de mucus y succión para permanecer prendida de la víctima mientras secreta en la herida una enzima anticoagulante vasodilatadora que penetra en el torrente sanguíneo y hace que la sangre fluya en mayor cantidad.
Una vez finalizada la ingesta, las sanguijuelas son mucho menos activas, no muerden y se esconden durante períodos de entre 12 y 18 meses para digerir el alimento, tarea en la que colabora la Aeromonas hydrophila, una bacteria simbiótica presente en su intestino.
Hirudoterapia: Uso médico de las sanguijuelas
Las sanguijuelas se han utilizado con fines medicinales durante milenios, desde la práctica de la sangría que comenzó en el antiguo Egipto hasta su uso moderno para facilitar la circulación después de la cirugía de reimplantación de miembros. Actualmente se ha sugerido su empleo para la eliminación de sangre en piel amenazada de necrosis, como en las reimplantaciones digitales, los implantes de piel y otros procedimientos de cirugía plástica, o en la púrpura fulminante con microtrombosis cutánea difusa asociada a déficit de proteína C.
De la profusión terapéutica de las sanguijuelas se ocupó Molière, quien en Le malade imaginaire, estrenada en 1673, se burlaba de los médicos recreando una ceremonia bufa de aceptación de un aspirante a entrar en el gremio médico. En ella, los médicos preguntaban al aspirante en un latín macarrónico como trataría diferentes situaciones clínicas, a lo que este respondía siempre igual:
Clisterium donare, postea sagnare, ensuitta purgare
(aplicar un enema, después sangrar, a continuación purgar)
A lo que los médicos siempre contestaban:
Bene, bene, bene respondere! Dignus est entrare in nostro, docto corpore!
(Bien, bien, buena respuesta Es digno de entrar en nuestra sabia institución)
En Le malade imaginaire Molière recogía varios tratamientos típicos de su época, como los enemas, las purgas y naturalmente las sangrías, herencias de la ancestral terapéutica galénica en pleno siglo XVII. Todos ellos tenían pues una larga tradición y se siguieron utilizando con generosidad en los siglos siguientes hasta caer en descrédito en el siglo XX. En el caso de las sangrías, se utilizaba la sección venosa o arterial y con frecuencia se aplicaban sanguijuelas.
El empleo de sanguijuelas alcanzó máximos durante los siglos XVIII y XIX. En el período comprendido entre 1829 y 1836, se calcula que los hospitales de París emplearon entre 5 y 6 millones con las que extrajeron 84.000 kg de sangre. En ese tiempo Estados Unidos importaba cerca de 30 millones desde Alemania. Sin embargo, el triunfo de la medicina científica a finales de siglo XIX llevó a la marginación de la práctica de la sangría a partir de 1900. El empleo de las sanguijuelas retrocedió, aunque aún eran utilizadas de forma esporádica en la década de 1940.
No deja de ser curioso cómo la utilización de estos animales para tratar diversas afecciones recuperara un lugar en la terapéutica de finales del pasado siglo con el descubrimiento de la hirudina, un fármaco de gran interés por sus propiedades anticoagulantes y muy relacionado con estos anélidos.
Breve historia de la hirudina
La hirudina es un péptido de origen natural que se encuentra en las glándulas salivales de las sanguijuelas hematófagas, como Hirudo medicinalis. Es de importancia vital para estos animales, ya que al inhibir la acción procoagulante de la trombina permite evitar la formación de un trombo en la incisión, lo que interrumpiría el flujo de sangre e impediría la succión.
Fueron necesarias las investigaciones de muchos científicos para desarrollar el principio activo de uso terapéutico que guardaban celosamente las sanguijuelas. La propiedad antitrombótica de la saliva de la sanguijuela fue descubierta por primera vez por el médico británico John Berry Haycraft y el principio activo anticoagulante fue aislado en 1904 por Jacoby, que le dio el nombre de "hirudina".
La hirudina fue aislada en forma cristalina pura por Markwardt en 1957 y producida por primera vez en grandes cantidades mediante ingeniería genética en 1986. Después del aislamiento conseguido por Markwardt, el siguiente paso fue la determinación de su estructura peptídica, que se obtuvo en 1976, al establecerse que era una proteína pequeña de 65 aminoácidos.
Poco después se descubrió que la hirudina no era una única molécula y que en realidad era un nombre genérico para una familia de moléculas exclusivas de las sanguijuelas y de alta homología.
La penúltima etapa de esta historia fue la obtención de hirudinas por procedimientos de ingeniería genética, un desafío cuya superación se hizo imprescindible debido a la escasez cada vez más acusada de sanguijuelas, lo que no permitía la extracción de suficiente sustancia para atender las necesidades del mercado.
En 1986 varios grupos de investigadores comunicaron que habían aislado y clonado el DNA complementario que codificaba una variante de la hirudina, aunque reconocían que la secuencia aminoacídica no era idéntica a la de la hirudina natural. Con todo, ese aislamiento permitió la obtención de hirudina recombinante en grandes cantidades y facilitó la investigación y la exploración de su eficacia clínica. Las hirudinas recombinantes difieren de las naturales en la falta de un grupo sulfato en la tirosina 63, pero mantienen su elevada selectividad por la trombina como mecanismo principal de su efecto anticoagulante.
Las glándulas salivales de varias especies de sanguijuelas también contienen otras sustancias biológicamente activas que actualmente se están investigando. Hoy en día, no sólo los medicamentos basados en la hirudina, como la bivalirudina y la desirudina, sino también varios compuestos similares derivados del veneno de serpientes (tirofibán, eptifibatida y batroxobina) que se utilizan clínicamente para la prevención de trombosis.
Por desagradable que parezca la idea, es probable que la lista de medicamentos clínicamente útiles derivados de animales venenosos se amplíe a medida que un número cada vez mayor de científicos en universidades y empresas farmacéuticas y biotecnológicas identifiquen los componentes químicos de su veneno y exploren sus acciones biológicas.