Un
estudio publicado el pasado 17 de septiembre describe la exposición a los
productos químicos en contacto con los alimentos (PQC) que nos afectan en la
vida diaria. La investigación da cuenta de las 3.601 sustancias químicas
utilizadas en los envases de alimentos y otros artículos en contacto directo con
ellos que se han encontrado en muestras humanas de orina, sangre y leche
materna.
Tres mil seiscientos productos
químicos para envases de alimentos detectados en el cuerpo humano: cómo
recalentar los alimentos nos está matando. Ese era el titular que me envió el
pasado septiembre uno de los servicios de noticias científicas a los que estoy
suscrito. Después recibí otros en la misma línea. Preocupante, porque nadie
quiere que su obituario diga "fallecido al recalentar su comida".
El título real del artículo,
publicado en el Journal of Exposure Science and Environmental Epidemiology,
era Evidencia de la exposición humana generalizada a productos químicos en
contacto con alimentos.
No es ningún secreto que nuestros
alimentos y bebidas “entran en contacto” con numerosos materiales antes de que se
encuentren con nuestra boca. Durante la producción, pueden pasar a través de
tuberías de plástico o metal y pasar por varios tipos de maquinaria, que van
desde laminadoras y cortadoras en cubitos hasta cintas transportadoras. Después
se envasan o se empaquetan en recipientes de vidrio, papel, plástico o metal a
su vez sellados y marcados con varios tipos de tintas, etiquetas y adhesivos.
Los PQC tienen también sus
propios procesos de fabricación y eso implica la adición de una gran cantidad
de productos químicos. Cuando se trata de plásticos, las diferentes variedades de
plásticos están elaboradas con distintosproductos químicos y utilizan
diferentes plastificantes, estabilizadores, catalizadores y conservantes. Hay
restos de los monómeros utilizados para fabricar los polímeros plásticos, así
como varios productos de degradación de los propios polímeros. Tan solo la
producción del papel de envasado implica la utilización de alrededor de doscientos
productos químicos diferentes, como pigmentos, agentes blanqueadores y satinados.
Gracias al talento de los
químicos analíticos y a la tecnología de los fabricantes de sus instrumentos se
ha descubierto la presencia de alrededor de 14.000 sustancias químicas en los PQC.
No hay duda de que algunos de estos productos químicos pueden migrar a los
alimentos y bebidas. Sin embargo, hay que recordar que la presencia de un
producto químico no equivale necesariamente a la presencia de un riesgo.
Algunos de los productos químicos
de los PQC se han estudiado en términos de su posible toxicidad. Por ejemplo,
el aluminio, el bisfenol A, los ftalatos y las sustancias perfluoroalquiladas, que
se han investigado por sus potenciales efectos cancerígenos, endocrinos y
alteradores del metabolismo, han ofrecido con algunos resultados inquietantes.
Pero estos estudios han utilizado principalmente cultivos celulares y animales.
Los estudios epidemiológicos en humanos también han relacionado algunas de
estas sustancias químicas con afecciones médicas, pero, por supuesto, relación
no es lo mismo que causalidad.
Saber que 14.000 sustancias
químicas pueden estar presentes en los PQC es una cosa, pero lo que interesa es
saber el número de las que acaban en nuestro cuerpo. Esa es la pregunta que se
plantearon los autores del artículo que generó los titulares. Examinaron cinco
programas de biomonitoreo que habían analizado muestras de sangre y orina de
miles de personas en busca de una variedad de productos químicos, y también
examinaron bases de datos mundiales que han recopilado datos de múltiples
estudios que investigan la exposición humana a posibles toxinas. En total, se
identificaron 3.601 sustancias químicas en contacto con alimentos en el cuerpo
humano y se considera que unas 150 de ellas son motivo de preocupación teniendo
en cuenta los datos de cultivos celulares y animales.
¿Qué podemos hacer con estos resultados? No lo sé. Estamos expuestos regularmente a miles y miles de sustancias químicas, desde productos de aseo personal, agentes de limpieza, contaminantes del aire, medicamentos, alimentos y agua. Un ejemplo clásico es el café, en el que hay más de mil compuestos, incluidos carcinógenos como la acrilamida, el furfural y el benzopireno, pero el café no causa cáncer. Aunque sean carcinógenos, la dosis importa.
Además de estos productos
químicos en contacto con los alimentos que invaden nuestro cuerpo, hay muchas
otras cosas de las que preocuparse. ¿Arsénico en el arroz? ¿Y los ftalatos?
¿Están en nuestras cortinas de baño, esmalte de uñas y nuestros patitos de PVC
para niños? ¿Qué hay del lauril sulfato de sodio en los champús? ¿Mercurio en
nuestros empastes dentales? ¿O en los pescados? ¿Micotoxinas en los cereales? ¿Escherichia
coli en la carne? ¿Listeria en embutidos? ¿Salmonella en los
huevos? ¿Parabenos en cosméticos? ¿O siloxanos? ¿Plomo en el lápiz de labios?
¿Antimonio en el agua embotellada? ¿Gluten en el trigo? ¿Estrógenos en la soja?
¿Hormonas en la leche? ¿Benzopirenos en los filetes? ¿Acrilamida en las papas
fritas? ¿Residuos de plaguicidas en la fruta?
Por si eso no es suficiente,
podemos preocuparnos por el aluminio en los antitranspirantes, los materiales
ignífugos del sofá que nos rodean mientras vemos una serie de documentales en la
televisión que puede que nos estén ilustrando sobre todas las toxinas que
inundan nuestra vida diaria. Quizás lograrán preocuparnos por los edulcorantes
y los saborizantes artificiales, sin olvidarnos de los colorantes alimentarios
o del glutamato monosódico que hay quien considera equivalente a un matarratas.
¿Hexano en nuestro aceite de cocina? ¿Productos químicos orgánicos volátiles en
la pintura? ¿Antibióticos en la carne? ¿Bisfenol A en los tiques de las máquinas
registradoras y de los cajeros automáticos? ¿O en los empastes dentales
blancos?
Hay muchas más. Exposición a los rayos UV si no utilizamos productos de protección solar cargados de nanopartículas de dióxido de titanio. Humos de los motores diésel. Diacetilo en el aromatizante de las palomitas de maíz. Aflatoxinas en los cacahuetes. Lixiviación de cobalto y cromo en muchas prótesis. PCB en los sellados de las ventanas. Caramelo en las bebidas de cola. Parafenilendiamina en tintes para el cabello. Vaselina en productos para la piel, los labios y el cabello. Almizcle artificial en perfumes. Tolueno hidroxilo butilado en el maquillaje.
Desinfectantes y antimicrobianos en
el agua del grifo. Carcinógenos que rezuman del caucho granulado del césped
artificial en el que jugamos pachangas. Nonoxinol en detergentes. Aceite
vegetal bromado en bebidas. Hidrocarburos aromáticos policíclicos en los selladores
del asfalto. Cloruro de metileno en decapante de pintura. Acrilonitrilo en
tejidos sintéticos. Dioxano en las sales de baño. Si leer todo esto te deprime
y te anima a beber para olvidar, piénsatelo bien, porque el etanol es un
carcinógeno conocido.
¿Dónde está el fiel de la
balanza?
Se publican artículos científicos
sobre todas estas preocupaciones, que a menudo provocan titulares alarmistas.
El hecho es que estamos expuestos a una amplia gama de toxinas potenciales en
varias combinaciones, y es completamente imposible saber qué efectos tienen en
las dosis a las que estamos expuestos.
Por supuesto, se deben hacer todos
los esfuerzos posibles para reducir la exposición a sustancias como el bisfenol
A, los ftalatos y los pesticidas que forman una nube tóxica que se cierne sobre nuestras
cabezas. Pero el problema debe abordarse a nivel de fabricación. Los
consumidores pueden volverse locos tratando de evitar las "toxinas",
con un estrés asociado que es perjudicial para la salud.
En lo que se refiera a eso de que
"recalentar la comida nos está matando", en el estudio científico
sobre los PQC no se menciona nada en absoluto. El redactor de los titulares
probablemente recordó algo sobre los productos químicos que se filtran de los
plásticos en el microondas. De hecho, es un buen consejo usar vidrio o cerámica
en el microondas, pero sugerir que "recalentar la comida" acelera la
inevitable cita con la Parca es una insensatez alarmista.