Polisón de finales del XIX. Museo del Traje de Madrid |
Publicado en 1964, El puente es el segundo libro del periodista Gay Talese cuando aún estaba en la nómina de The New York Times, la única cabecera para la que ha trabajado a jornada completa antes de dedicarse a escribir perfiles y reportajes en libros que, como La mujer del prójimo, son historia del periodismo.
Durante cinco años Talese
escribió una docena de artículos para su periódico sobre la construcción del
puente colgante Verrazano-Narrows,
una ambiciosa obra que uniría el distrito neoyorquino de Brooklyn con Staten
Island en 1981.
Ese Talese, por entonces un novelista
en ciernes que elaboró su primera obra importante con este tipo de reportajes,
es un narrador mayúsculo. En El puente Talese hace inmortales a esos
trabajadores cuyos nombres nunca aparecen en las crónicas. Los «boomers»,
los hombres que levantaron el puente, son en la pluma del escritor como
personajes del Far West: recorren Estados Unidos en busca de puentes y
rascacielos que levantar, trabajan como si estuvieran en una carrera de
caballos, jugándose la vida y perdiéndola en algunos casos. Los «boomers»
son una secta forjada entre tragos de güisqui y cerveza.
Pero por más que Talese enaltezca
la épica de esa construcción, la dura vida de esos obreros era un paraíso de la
comodidad si se compara con la de los trabajadores que cien años antes construyeron
los cimientos submarinos del puente de Brooklyn, terminado en 1883. Antes de
hablar de ellos, demos un salto en el vacío y ocupémonos de Drácula y de lo
polisones.
Drácula y los polisones
El Óscar de 1993 al mejor
vestuario fue para Eiko Ishioka por crear los magníficos trajes y vestidos de
la película Drácula
de Bram Stoker. Particularmente impresionantes eran los vestidos que
usó Wynona Rider en su papel de Mina Harker, la novia más deseada por el conde
vampiro.
La película está ambientada a
finales de 1800, cuando la moda femenina presentaba una prenda interior
acolchada conocida como "polisón", destinada a
acentuar la rotundidad de los glúteos. El polisón (del francés «polisson»)
era un armazón interior que reemplazó al miriñaque en 1870.
Atado a la cintura bajo un par de enaguas, lo usaban las mujeres de finales del
siglo XIX para que abultasen los vestidos por detrás, pero cayendo rectos por
delante.
El polisón fue un elemento
fundamental en el vestuario de las mujeres acomodadas occidentales durante
veinte años. Resultaba mucho más funcional que su predecesor, el aparatoso miriñaque.
Para destacar todavía más sus traseros sobresalientes, muchas damas se
inclinaban hacia adelante mientras caminaban, asumiendo una postura que llegó a
conocerse como la "curva griega". En un giro curioso, este término
también se aplicaba a los trabajadores que por aquellos tiempos construyeron
los cimientos submarinos del puente de Brooklyn.
Eran los tiempos de la Edad
Dorada, el período entre la década de 1870 y la de 1890, después de la guerra
de Secesión y de la Reconstrucción, durante el cual el país conoció una
expansión económica, industrial y demográfica sin precedentes, sobre todo en el
norte y oeste, pero también un gran conflicto social y grandes desigualdades
económicas y sociales.
Las curvas griegas y el puente de Brooklyn
La construcción del puente de
Brooklyn comenzó el 3 de enero de 1870 y concluyó trece años más tarde, el 24
de mayo de 1883. En el momento de su inauguración era el puente colgante más
largo del mundo (un 50% más largo que ninguno construido anteriormente).
Además, durante muchos años las torres que lo sostienen a ambos lados fueron
las estructuras más altas del hemisferio occidental.
Los gigantescos pilones que
sostienen el puente tuvieron que construirse en lo profundo del lecho del río.
Los trabajadores trabajaban en grandes cámaras de madera de fondo abierto, con
forma de cajones, apoyados en el fondo del Hudson. Dentro de estos cajones, se
afanaban excavando tierra y roca. El agua que los rodeaba ejercía una tremenda
presión sobre las paredes de los cajones, por lo que el aire del interior tenía
que ser presurizado para evitar que los cajones colapsaran.
Los túneles y los cimientos de puentes bajo el nivel del agua son algunas de las estructuras de ingeniería civil más asombrosas de la humanidad. Los espacios de trabajo, o cajones, se presurizaban con aire comprimido durante la construcción para mantener fuera el agua y los trabajadores conocidos como sandhogs pasan a través de esclusas de presión dentro y fuera de los cajones. Los cajones del puente de Brooklyn tenían 44 pies de profundidad. Cada semana, los cajones se hundían más cerca del lecho rocoso. Cuando alcanzaban los 44 pies en el lado de Brooklyn y los 78 pies en el de Manhattan, comenzaban a colocar los cimientos de granito. Los trabajadores seguían construyendo hasta que regresaban a la superficie. |
Cuando terminaban la jornada de
doce horas, muchos sufrían un dolor insoportable cuando regresaban a la
superficie del río Hudson. El mal que les aquejaba por la descompresión hacía
que se doblaran, un poco como las mujeres con polisón con sus "curvas
griegas".
Burbujas, buceadores y la Ley
de Henry
Las burbujas pueden formarse
incluso en el interior de nuestro cuerpo. El crujido de los nudillos, por
ejemplo, es causado por la explosión de burbujas. El líquido que rodea nuestras
articulaciones contiene gases disueltos. Cuando se estira una articulación, la
presión sobre el líquido se reduce y los gases pueden "salir" de la
solución articular. Estos gases tardan unos quince minutos en volver a
disolverse, lo que explica por qué existe un período antes de que se pueda
volver a hacer crujir el mismo nudillo. Hacer crujir los nudillos no es
peligroso, pero la formación de burbujas en la sangre puede ser un problema
grave.
Los buceadores deben respirar
aire comprimido para superar la presión que ejerce el agua sobre sus pulmones.
Bajo tales presiones, el nitrógeno, que constituye el 80% del aire que
respiran, se vuelve más soluble en la sangre que en condiciones normales. Si el
buceador sale a la superficie demasiado rápido, el nitrógeno gaseoso se
desprenderá de la solución burbujeando a medida que se reduzca la presión.
Estas burbujas pueden interferir con el flujo sanguíneo y causar un efecto
doloroso y potencialmente letal.
Salir a la superficie lentamente
permite una liberación controlada del nitrógeno y reduce el riesgo. Aun así,
algo de nitrógeno permanece disuelto en la sangre. Por eso no es una buena idea
bucear y luego volar en avión el mismo día. La presión reducida en el avión
puede provocar la liberación de burbujas de nitrógeno residuales. El problema,
especialmente en inmersiones profundas, se puede evitar reemplazando el
nitrógeno en el tanque con helio, que es mucho menos soluble en la sangre.
Dado que el grado en que un gas
se disuelve en un líquido está determinado por la presión ejercida por el gas
en la superficie del líquido (Ley
de Henry), a altas presiones, se disuelve más nitrógeno (que constituye el
80% del aire que respiramos). Si la presión se libera demasiado rápido, como
ocurría cuando los trabajadores del puente subían a la superficie del río, el
nitrógeno burbujea y los hombres se encorvaban abrumados por el síndrome
de descompresión o "enfermedad de los buzos"
Los riesgos de trabajar en una
cámara de aire comprimido en el fondo de un río eran poco conocidos a finales
del siglo XIX. Incluso el ingeniero jefe del puente, Washington A. Roebling, no
apreció la gravedad del problema. En 1872, después de pasar doce horas
respirando aire presurizado en un cajón sumergido, perdió el conocimiento y
quedó paralizado permanentemente de la cintura para abajo. Más de un centenar
de trabajadores del puente se vieron afectados por el encorvamiento, y tres
murieron.
El mismo problema atormentó a los
constructores del túnel Holland, el primer
túnel excavado bajo el río Hudson, hasta que E. W. Moir instaló
cámaras de descompresión en el lugar de trabajo. Moir se dio cuenta de que cualquier
víctima del encorvamiento podía ser tratado colocándola dentro de una cámara de
alta presión. Permanecía allí hasta que el nitrógeno de su cuerpo era forzado a
volver a la solución y el gas se liberara a un ritmo controlado mediante una
descompresión lenta.
Cuando se completó el túnel en la
década de 1920, la situación estaba bien controlada y ni un solo trabajador
murió a causa del encorvamiento. El túnel fue diseñado para que los
trabajadores tuvieran que pasar a través de cámaras de descompresión, y a los
que trabajaban bajo alta presión solo se les permitía trabajar por períodos
cortos. Hoy en día, los buceadores son muy conscientes de la Ley de Henry y
saben todo sobre la importancia de subir a la superficie de forma controlada.
La culebra de Robert Boyle
Robert
Boyle, quizás el más grande científico del siglo XVII, fue el primero en
notar que la descompresión rápida puede hacer que los gases previamente
disueltos salgan de la solución. ¿Cómo lo demostró? Colocó una serpiente dentro
de una cámara, redujo la presión y observó que se formaba una burbuja de gas en
el ojo del reptil.
Esos experimentos y otros
parecidos lo llevaron a formular la Ley de Boyle,
que dice que el volumen de un gas es inversamente proporcional a la presión.
Se llame como se llame, todo buzo o trabajador que tenga que inhalar aire presurizado debe tenerla muy en cuenta.