sábado, 28 de septiembre de 2024

BREVE HISTORIA DEL CLAVO DE OLOR: LA ESPECIA QUE CODICIABAN LOS IMPERIOS

 


Detrás de una humilde especia se esconde una compleja historia de imperios y ganancias, materias primas y globalización.

Durante siglos, las especias suavizaban los ácidos vinos, enmascaraban el hedor de los cadáveres y se usaban como afrodisíacos en las noches de bodas. Eran imprescindibles en la cocina, la medicina y el culto religioso; y, dada su escasez, símbolos de riqueza y poder: tanto en Oriente como en Occidente llegaron a valer más que los metales preciosos.

Por ello, durante todo el medievo se discutió si representaban paradisíacos dones del Señor o tan sólo vanas y pecaminosas tentaciones. Ya en el Renacimiento, el deseo de poseerlas llevó a los exploradores a dar la vuelta al mundo: en buena medida debemos a las especias un hito histórico como el descubrimiento de un nuevo continente.

Durante la mayor parte de la historia, el humilde clavo, una de las especias más comunes en nuestras despensas, fue una de las más raras del mundo. Recogidos de los árboles tropicales de hoja perenne de la familia Myrtaceae, los diminutos brotes secados al sol del clavero o árbol del clavo Syzygium aromaticum no solo eran apreciados por sus sabores y aromas dulzones, sino también por sus aplicaciones medicinales y como conservante de alimentos.

Históricamente, tenían una gran demanda mundial, pero su producción y su comercio eran tan limitados, que se convirtieron en unas de las especias más caras del mundo. En el siglo XV, por ejemplo, a un artesano cualificado comprar medio kilo de esta especia le habría costado cinco días de salario. Hoy, el precio del clavo puede variar, pero se puede conseguir por menos de veinte euros el kilo y se pueden comprar fácilmente en supermercados y online.



Durante la mayor parte de su historia, el clavo de olor solo crecía en los climas monzónicos secos y húmedos del sudeste asiático. De hecho, su origen está en una cadena remota de islas montañosas situadas a lo largo del borde occidental del Océano Pacífico en la actual Indonesia, el archipiélago más grande del mundo y su producción se limitaba a unas cuantas islas del archipiélago de las Molucas, especialmente a Ternate, Tidore, Bacan, Moti y Makian, donde los sultanatos islámicos y los reinos indígenas controlaban su producción.

Allí, en la otra parte del globo terráqueo, crecen los tallos de canela de Tidore, los clavos de Amboina, las nueces moscadas de Banda, los arbustos de pimienta del Malabar, con la misma prodigalidad y espontaneidad que los cardos en nuestro suelo, y allá en las islas Malayas, un quintal de ellos no tiene más valor en Occidente que lo que cabe de los mismos en una punta de cuchillo.

Mientras que los trabajadores indígenas plantaban, cultivaban y cosechaban la planta esclavizados o con salarios de subsistencia, eran los comerciantes árabes y chinos quienes se dedicaban a su comercio a larga distancia. Introdujeron la especia en los mercados europeos y mediterráneos premodernos, a lo largo de la Ruta de la Seda. Durante meses, las caravanas árabes llevan las mercancías índicas por Basora, Bagdad y Damasco, a Beirut y Trebisonda, o por Yeda a El Cairo, nombres que resuenan con las maravillas de Las mil y una noches.

No pudiendo arrebatar Egipto a los mahometanos cuando fracasaron las Cruzadas, se despertó el deseo de encontrar otro camino libre, independiente. El valor que dio el impulso a Colón para explorar hacia Occidente, a Bartolomé Díaz y a Vasco de Gama hacia el sur y a Cabot al norte, hacia Labrador, nació, ante todo, de la voluntad de descubrir, por fin, en beneficio del mundo occidental, una ruta marítima libre, sin pago de derechos, quebrantando la ignominiosa fiscalización musulmana.

La temprana carrera moderna de las especias surgió en el siglo XV. Los estados y corporaciones europeas, incluidos ingleses, españoles, portugueses y holandeses, compitieron en el comercio de las valiosas especias. A principios del siglo XVI, quienes trabajaban bajo la administración imperial portuguesa del Estado da Índia fueron los primeros en apoderarse de partes de la región productora de especias del este de Indonesia, expandiendo sus operaciones comerciales al incluirlas en las conexiones interasiáticas existentes a través del Índico.

La ambición de los portugueses se desató con la expedición comenzada por Fernando de Magallanes y culminada por Juan Sebastián Elcano que, entre 1519 y 1522, con bandera de la corona española, completó la primera circunnavegación de la Tierra en la historia.

De las cinco naves de la flota original de Magallanes solo la nave Victoria logró completar la circunnavegación y regresó penosamente a España con veintiún supervivientes y una gran carga de especias, la mayor parte de ellas clavos, que valían diez mil veces su precio original. La codicia se desató a través del Índico. Durante los dos siglos siguientes los portugueses, y luego los neerlandeses, controlaron el mercado de las especias.

Red de comercio marítimo protohistórica e histórica de los pueblos austronesios en el océano Índico 


En el siglo XVII fueron los comerciantes holandeses de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (Vereenigde Oostindische Compagnie, la VOC) quienes dominaron el comercio del rentable clavo. En su firme determinación de controlar el comercio de especias y dirigir las operaciones a través del Índico desde el Cabo de Buena Esperanza en el extremo sur de África hasta la isla artificial de Dejima en Nagasaki, Japón, la VOC creó su primer puesto de Gobernador General en Ambon en 1610. Aunque Ambon era una de las islas de especias más pequeñas de las Molucas, fue, por un breve tiempo el corazón mismo de las operaciones de la VOC en las Indias Orientales.

Los árboles de clavo crecían abundantemente en las islas Molucas. El intento de la VOC de monopolizar el comercio mundial de especias no sólo tenía como objetivo la competencia económica con otras potencias europeas, sino también el control de la dispersión geográfica de los árboles de clavo. De ahí surgieron las políticas de exterminio que implicaban enviar soldados y trabajadores a diferentes islas u obligar contractualmente a los sultanatos locales a arrancar y quemar los árboles de especias para limitar la oferta y subir los precios. Esta estrategia era un intento de exterminar tantos árboles de clavo como fuera posible que estuvieran fuera del control de la Compañía.

Pero las semillas seguían propagándose. Los administradores coloniales sabían, pero no podían evitarlo, que la gente de Ambon siguiera robando clavos verdes, bien fuera para trasplantarlos a otro lugar o para venderlos a los comerciantes. Pero otra fuente de preocupación para los holandeses que ha recibido menos atención en esa historia de control comercial eran los pájaros.

No bastaba con tener una comprensión general de cómo el ciclo de vida de la planta (desde el brote del clavo hasta el fruto maduro) determinaba la viabilidad comercial de una especia. Para que los clavos se convirtieran en especias con valor comercial había que cosecharlos a mano uno a uno y secarlos en el momento justo: después de que los capullos empezaran a florecer, pero antes de que maduraran y se convirtieran en fruto.

Como sabían los administradores de la VOC, una vez que los clavos maduraban, los pájaros acudían en bandadas no solo para comer una gran cantidad de frutos, sino también para esparcir una cantidad igualmente grande de sus semillas. Los holandeses pronto se dieron cuenta de que varios tipos de aves nativas, incluidas las palomas, los cálaos y los grandes casuarios esparcían las semillas de clavo.

En su lucha desesperada por mantener el control, ninguna práctica era demasiado brutal ni excesiva. A los neerlandeses, que tenían más barcos, más hombres, mejores armas y una política de colonización más dura, no les importaba destruir toda una plantación de clavos para crear una escasez artificial en Europa y hacer subir los precios.

Según escribió Jack Turner en Las especias: Historia de una tentación, la VOC no toleraba nativos rebeldes: «En 1750 el gobernador neerlandés, a pesar de estar postrado en cama, insistió personalmente en romper los dientes de un comandante rebelde de Ternate, al cual le rompió el paladar, le cortó la lengua y lo degolló».

Al final, el monopolio de los Países Bajos lo rompió un tal Pierre Poivre, que en 1770 robó las semillas del que se cree que es el clavero más viejo de Ternate y las llevó a Mauricio, donde los árboles crecieron muy bien. En 1799 la VOC se declaró en bancarrota. En la actualidad, el mayor productor de clavo del mundo es Zanzíbar.

El clavo de olor era apreciado como condimento en la cocina, pero también por sus propiedades medicinales. El administrador de la VOC y naturalista Georg Everhard Rumphius (1627-1702), el "botánico ciego" de Ambón, lo describió en su famoso Herbarium Amboinense como "una de las plantas más hermosas, elegantes y valiosas de todas las que conozco".

Caryophyllum, Cengke o Clavo”, de Georg Everhard Rumphius, The Ambonese Herbal (Het Amboinsch Kruydboek) , ca. 1690. Colecciones especiales de la Biblioteca de la Universidad de Leiden. (

En medio de un sinfín de desgracias personales, graves tragedias individuales, incluida la muerte de su esposa y una hija en un terremoto, la ceguera por glaucoma, la pérdida de su biblioteca y manuscritos en un gran incendio y la de las primeras copias de su libro cuando el barco que lo transportaba se hundió, Rumphius recopiló una valiosísima información no solo sobre la morfología, el crecimiento estacional y el comercio del clavo, sino también sobre sus usos indígenas y aplicaciones medicinales.

El conocimiento local incluía una mezcla de creencias sobre las propiedades curativas del clavo y sus otras potencias menos conocidas. Los clavos se solían ingerir con la comida, se bebían como té y se fumaban con tabaco. Los indígenas de Ambon comían clavos mezclados con la corteza de otros árboles de hoja perenne del género Alstonia para estimular el apetito. También tomaban la especia para aliviar la flatulencia y los cólicos y la aplicaban tópicamente para aliviar los dolores de las articulaciones.

Rumphius escribió que, según los intermediarios locales, la planta tenía todo tipo de poderes naturales y sobrenaturales. Las mujeres de la isla, tanto indígenas como chinas, la usaban en secreto como afrodisíaco, creyendo que tenía el poder de aumentar el apetito sexual. Los hombres indígenas de todo el archipiélago usaban clavos en tiempos de guerra, pensando que los volvía invisibles y, por lo tanto, invulnerables a los ataques enemigos.

Los dignatarios de la corte imperial china durante la dinastía Han (200 d.C.) usaban el clavo para refrescarse el aliento. El eugenol, el componente químico que se encuentra en muchas partes del clavero —no solo en los capullos—, se sigue usando en pastas dentífricas y enjuagues bucales. Utilizado por generaciones como baluarte contra el dolor de muelas, el aceite de clavo se usa como analgésico local y para tratar úlceras e inflamaciones.

El uso del clavo con la carne asada era una práctica extendida en las recetas de los siglos XVI y XVII, aunque su empleo en los dos siglos anteriores se había producido sobre todo en residencias reales o aristocráticas. El pollo frío especiado que se sirvió en la coronación de Enrique IV el 13 de octubre de 1399 inspiró «el pollo de coronación» de Rosemary Hume, inventado para el banquete que siguió a la coronación de la reina Isabel II en 1953, pero usa el clavo como especia principal.

Hoy, la mayor parte del clavo mundial no se usa ni en la cocina ni con fines medicinales sino para los cigarrillos indonesios kretek, la mayoría de los cuales se fabrican en Kudos, en Java central, elaborados con una mezcla de tabaco, clavo de olor y otros sabores. La palabra "kreteki" es un término onomatopéyico para el sonido crepitante de los clavos de olor quemados. En 2004 los indonesios fumaban 36.000 toneladas de clavo al día.