Detrás de una humilde especia se esconde una compleja
historia de imperios y ganancias, materias primas y globalización.
Durante siglos, las especias
suavizaban los ácidos vinos, enmascaraban el hedor de los cadáveres y se usaban
como afrodisíacos en las noches de bodas. Eran imprescindibles en la cocina, la
medicina y el culto religioso; y, dada su escasez, símbolos de riqueza y poder:
tanto en Oriente como en Occidente llegaron a valer más que los metales
preciosos.
Por ello, durante todo el medievo
se discutió si representaban paradisíacos dones del Señor o tan sólo vanas y
pecaminosas tentaciones. Ya en el Renacimiento, el deseo de poseerlas llevó a
los exploradores a dar la vuelta al mundo: en buena medida debemos a las
especias un hito histórico como el descubrimiento de un nuevo continente.
Durante la mayor parte de la
historia, el humilde clavo, una de las especias más comunes en nuestras despensas,
fue una de las más raras del mundo. Recogidos de los árboles tropicales de hoja
perenne de la familia Myrtaceae, los diminutos brotes secados al sol del
clavero o árbol del clavo Syzygium aromaticum no solo eran apreciados
por sus sabores y aromas dulzones, sino también por sus aplicaciones medicinales
y como conservante de alimentos.
Históricamente, tenían una gran
demanda mundial, pero su producción y su comercio eran tan limitados, que se
convirtieron en unas de las especias más caras del mundo. En el siglo XV, por
ejemplo, a un artesano cualificado comprar medio kilo de esta especia le habría
costado cinco días de salario. Hoy, el precio del clavo puede variar, pero se
puede conseguir por menos de veinte euros el kilo y se pueden comprar
fácilmente en supermercados y online.
Durante la mayor parte de su
historia, el clavo de olor solo crecía en los climas monzónicos secos y húmedos
del sudeste asiático. De hecho, su origen está en una cadena remota de islas
montañosas situadas a lo largo del borde occidental del Océano Pacífico en la
actual Indonesia, el archipiélago más grande del mundo y su producción se limitaba
a unas cuantas islas del archipiélago de las Molucas, especialmente a Ternate,
Tidore, Bacan, Moti y Makian, donde los sultanatos islámicos y los reinos
indígenas controlaban su producción.
Allí, en la otra parte del globo
terráqueo, crecen los tallos de canela de Tidore, los clavos de Amboina, las
nueces moscadas de Banda, los arbustos de pimienta del Malabar, con la misma
prodigalidad y espontaneidad que los cardos en nuestro suelo, y allá en las
islas Malayas, un quintal de ellos no tiene más valor en Occidente que lo que
cabe de los mismos en una punta de cuchillo.
Mientras que los trabajadores
indígenas plantaban, cultivaban y cosechaban la planta esclavizados o con
salarios de subsistencia, eran los comerciantes árabes y chinos quienes se
dedicaban a su comercio a larga distancia. Introdujeron la especia en los
mercados europeos y mediterráneos premodernos, a lo largo de la Ruta de la Seda.
Durante meses, las caravanas árabes llevan las mercancías índicas por Basora,
Bagdad y Damasco, a Beirut y Trebisonda, o por Yeda a El Cairo, nombres que
resuenan con las maravillas de Las mil y una noches.
No pudiendo arrebatar Egipto a los mahometanos cuando fracasaron las Cruzadas, se despertó el deseo de encontrar otro camino libre, independiente. El valor que dio el impulso a Colón para explorar hacia Occidente, a Bartolomé Díaz y a Vasco de Gama hacia el sur y a Cabot al norte, hacia Labrador, nació, ante todo, de la voluntad de descubrir, por fin, en beneficio del mundo occidental, una ruta marítima libre, sin pago de derechos, quebrantando la ignominiosa fiscalización musulmana.
La temprana carrera moderna de
las especias surgió en el siglo XV. Los estados y corporaciones europeas,
incluidos ingleses, españoles, portugueses y holandeses, compitieron en el
comercio de las valiosas especias. A principios del siglo XVI, quienes
trabajaban bajo la administración imperial portuguesa del Estado da Índia
fueron los primeros en apoderarse de partes de la región productora de especias
del este de Indonesia, expandiendo sus operaciones comerciales al incluirlas en
las conexiones interasiáticas existentes a través del Índico.
La ambición de los portugueses se
desató con la expedición
comenzada por Fernando de Magallanes y culminada por Juan Sebastián Elcano
que, entre 1519 y 1522, con bandera de la corona española, completó la primera
circunnavegación de la Tierra en la historia.
De las cinco naves de la flota
original de Magallanes solo la nave Victoria logró completar la
circunnavegación y regresó penosamente a España con veintiún supervivientes y
una gran carga de especias, la mayor parte de ellas clavos, que valían diez mil
veces su precio original. La codicia se desató a través del Índico. Durante los
dos siglos siguientes los portugueses, y luego los neerlandeses, controlaron el
mercado de las especias.
Red de comercio marítimo protohistórica e histórica de los pueblos austronesios en el océano Índico |
En el siglo XVII fueron los comerciantes holandeses de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (Vereenigde Oostindische Compagnie, la VOC) quienes dominaron el comercio del rentable clavo. En su firme determinación de controlar el comercio de especias y dirigir las operaciones a través del Índico desde el Cabo de Buena Esperanza en el extremo sur de África hasta la isla artificial de Dejima en Nagasaki, Japón, la VOC creó su primer puesto de Gobernador General en Ambon en 1610. Aunque Ambon era una de las islas de especias más pequeñas de las Molucas, fue, por un breve tiempo el corazón mismo de las operaciones de la VOC en las Indias Orientales.
Los árboles de clavo crecían
abundantemente en las islas Molucas. El intento de la VOC de monopolizar el
comercio mundial de especias no sólo tenía como objetivo la competencia
económica con otras potencias europeas, sino también el control de la
dispersión geográfica de los árboles de clavo. De ahí surgieron las políticas
de exterminio que implicaban enviar soldados y trabajadores a diferentes islas
u obligar contractualmente a los sultanatos locales a arrancar y quemar los
árboles de especias para limitar la oferta y subir los precios. Esta estrategia
era un intento de exterminar tantos árboles de clavo como fuera posible que estuvieran
fuera del control de la Compañía.
Pero las semillas seguían
propagándose. Los administradores coloniales sabían, pero no podían evitarlo,
que la gente de Ambon siguiera robando clavos verdes, bien fuera para
trasplantarlos a otro lugar o para venderlos a los comerciantes. Pero otra
fuente de preocupación para los holandeses que ha recibido menos atención en esa
historia de control comercial eran los pájaros.
No bastaba con tener una
comprensión general de cómo el ciclo de vida de la planta (desde el brote del
clavo hasta el fruto maduro) determinaba la viabilidad comercial de una
especia. Para que los clavos se convirtieran en especias con valor comercial
había que cosecharlos a mano uno a uno y secarlos en el momento justo: después
de que los capullos empezaran a florecer, pero antes de que maduraran y se
convirtieran en fruto.
Como sabían los administradores
de la VOC, una vez que los clavos maduraban, los pájaros acudían en bandadas no
solo para comer una gran cantidad de frutos, sino también para esparcir una
cantidad igualmente grande de sus semillas. Los holandeses pronto se dieron
cuenta de que varios tipos de aves nativas, incluidas las palomas, los cálaos y
los grandes casuarios esparcían las semillas de clavo.
En su lucha desesperada por
mantener el control, ninguna práctica era demasiado brutal ni excesiva. A los
neerlandeses, que tenían más barcos, más hombres, mejores armas y una política
de colonización más dura, no les importaba destruir toda una plantación de
clavos para crear una escasez artificial en Europa y hacer subir los precios.
Según escribió Jack Turner en Las
especias: Historia de una tentación, la VOC no toleraba nativos rebeldes:
«En 1750 el gobernador neerlandés, a pesar de estar postrado en cama, insistió
personalmente en romper los dientes de un comandante rebelde de Ternate, al
cual le rompió el paladar, le cortó la lengua y lo degolló».
Al final, el monopolio de los
Países Bajos lo rompió un tal Pierre Poivre, que en 1770 robó las semillas del
que se cree que es el clavero más viejo de Ternate y las llevó a Mauricio,
donde los árboles crecieron muy bien. En 1799 la VOC se declaró en bancarrota.
En la actualidad, el mayor productor
de clavo del mundo es Zanzíbar.
El clavo de olor era apreciado
como condimento en la cocina, pero también por sus propiedades medicinales. El
administrador de la VOC y naturalista Georg Everhard
Rumphius (1627-1702), el "botánico ciego" de Ambón, lo describió en
su famoso Herbarium Amboinense como "una de las plantas más
hermosas, elegantes y valiosas de todas las que conozco".
“Caryophyllum, Cengke o Clavo”, de Georg Everhard Rumphius, The Ambonese Herbal (Het Amboinsch Kruydboek) , ca. 1690. Colecciones especiales de la Biblioteca de la Universidad de Leiden. ( |
En medio de un sinfín de
desgracias personales, graves tragedias individuales, incluida la muerte de su
esposa y una hija en un terremoto, la ceguera por glaucoma, la pérdida de su
biblioteca y manuscritos en un gran incendio y la de las primeras
copias de su libro cuando el barco que lo transportaba se hundió, Rumphius
recopiló una valiosísima información no solo sobre la morfología, el crecimiento
estacional y el comercio del clavo, sino también sobre sus usos indígenas y
aplicaciones medicinales.
El conocimiento local incluía una
mezcla de creencias sobre las propiedades curativas del clavo y sus otras
potencias menos conocidas. Los clavos se solían ingerir con la comida, se
bebían como té y se fumaban con tabaco. Los indígenas de Ambon comían clavos
mezclados con la corteza de otros árboles de hoja perenne del género Alstonia para estimular el apetito. También tomaban
la especia para aliviar la flatulencia y los cólicos y la aplicaban tópicamente
para aliviar los dolores de las articulaciones.
Rumphius escribió que, según los
intermediarios locales, la planta tenía todo tipo de poderes naturales y
sobrenaturales. Las mujeres de la isla, tanto indígenas como chinas, la usaban
en secreto como afrodisíaco, creyendo que tenía el poder de aumentar el apetito
sexual. Los hombres indígenas de todo el archipiélago usaban clavos en tiempos
de guerra, pensando que los volvía invisibles y, por lo tanto, invulnerables a
los ataques enemigos.
Los dignatarios de la corte
imperial china durante la dinastía Han (200 d.C.) usaban el clavo para
refrescarse el aliento. El eugenol, el componente químico que se encuentra en
muchas partes del clavero —no solo en los capullos—, se sigue usando en pastas
dentífricas y enjuagues bucales. Utilizado por generaciones como baluarte
contra el dolor de muelas, el aceite de clavo se usa como analgésico local y
para tratar úlceras e inflamaciones.
El uso del clavo con la carne
asada era una práctica extendida en las recetas de los siglos XVI y XVII, aunque
su empleo en los dos siglos anteriores se había producido sobre todo en
residencias reales o aristocráticas. El pollo frío especiado que se sirvió en
la coronación de Enrique IV el 13 de octubre de 1399 inspiró «el pollo de
coronación» de Rosemary Hume, inventado para el banquete que siguió a la
coronación de la reina Isabel II en 1953, pero usa el clavo como especia
principal.
Hoy, la mayor parte del clavo
mundial no se usa ni en la cocina ni con fines medicinales sino para los
cigarrillos indonesios kretek, la mayoría de los cuales se fabrican en
Kudos, en Java central, elaborados con una mezcla de tabaco, clavo de olor y
otros sabores. La palabra "kreteki" es un término
onomatopéyico para el sonido crepitante de los clavos de olor quemados. En 2004
los indonesios fumaban 36.000 toneladas de clavo al día.