domingo, 25 de agosto de 2024

LECTURAS DE VERANO: RELEYENDO “EL AMANTE DE LADY CHATTERLEY”

 


Hace cincuenta años leí por primera vez El amante de Lady Chatterley. Recuerdo que lo devoré en la primera edición en castellano (1939) de la editorial bonaerense Tor (que, aunque prohibida en España, circulaba de tapadillo en ejemplares sobados por el uso) durante un viaje de más de catorce horas en autocar entre Granada y Santander. Entonces los desplazamientos deportivos se hacían así, de un tirón y por carreteras que no eran autovías.

Con veinte años, en buena forma y rebosante de testosterona, lo que recordaba de la novela era su fuerte carga erótica, alimentada por párrafos como este:

«Fue una noche de pasión sensual, en la que ella se sintió un poco asustada y casi renuente, traspasada de nuevo por los penetrantes estremecimientos de la sensualidad distintos y más agudos y terribles que los de la ternura, y en ese instante, más deseables. Aunque un poco asustada, le dejó hacer, la desnudó hasta lo más profundo haciendo de ella una mujer distinta. No era amor, verdaderamente. No era voluptuosidad. Era una sensualidad aguda, y abrasadora como el fuego, que hacía arder el alma como una tea». [...]

Un párrafo de una perturbación imbatible. Pero más allá de sus espléndidas escenas de erotismo que le valieron ser censurada por "obscena" (no se despenalizó en Estados Unidos hasta 1959, no se publicó en Reino Unido hasta 1960 después de innumerables pleitos y no pasó la censura española hasta 1976), la que sería la última novela de D. H. Lawrence (publicada por primera vez en 1928 en Florencia antes de que el autor muriera de tuberculosis en 1930) y resultaría ser no solo su título más controvertido, sino también el más importante, reivindica el derecho de la mujer a la igualdad en el placer, el deseo y la pasión sexual y amorosa como parte de su realización como persona.

Una historia de infidelidad entre personas de diferentes clases sociales escrita en el periodo de entreguerras del siglo XX y adelantada a su tiempo, en la que se vislumbra a una mujer moderna y contemporánea al uso, le sirvió a Lawrence como escenario de una novela en la que desplegó un duelo filosófico y sociológico entre las costumbres, la razón, la voluntad y los deseos, entre las formas antagónicas del ver el mundo: vitalismo e intelectualismo y para narrar los grandes conflictos de la época que trajo el fin de la I Guerra Mundial.

Las heridas de los soldados y sus consecuencias, los inicios de la liberación de la mujer en los años 20, la contraposición de clases sociales en detrimento de los aristócratas y la vida en el campo frente la industrialización de la época, todo eso lo narra Lawrence enmascarado bajo una aparentemente simple historia de amor sobre una joven mujer casada perteneciente a la nobleza que tiene una aventura con un guardabosques de la que resulta voluntariamente embarazada y por quien abandona a su marido, su hogar y su clase social.

Como hijo de un minero del carbón de un pueblo de clase trabajadora de Nottinghamshire, Lawrence, librepensador desde sus años de estudiante, repudiaba las normas sociales. Esa es la mentalidad que dejo fluir sin freno en Lady Chatterley, una mujer de clase alta que se enamora del guardabosques de su marido y mantiene con él una tórrida relación amorosa.

David Herbert Lawrence

Lawrence utilizó el clásico triángulo amoroso para criticar las rígidas jerarquías de clase que dominaban la sociedad británica –junto con la industrialización desmedida de la época–, al tiempo que abogaba por un contacto humano mucho más profundo. Sin embargo, la perdición para las ventas de su novela fueron las escenas gráficas en las que describía al detalle el placer femenino y utilizaba palabras tabús que por entonces se consideraban demasiado lascivas para salir impresas.

Pese al tema del adulterio, Lawrence creía que había escrito un libro positivo sobre el amor físico, una obra que podría contribuir a liberar la mente puritana del «terror corporal». Estaba convencido de que siglos de ofuscación habían dejado la mente «sin evolucionar», incapaz de una «reverencia adecuada por el sexo y un terror formal de la extraña experiencia del cuerpo». Por lo tanto, en El amante de lady Chatterley, había creado una heroína sexualmente despierta que osaba quitar la hoja de parra del miembro de su amante y examinar el misterio de la masculinidad.

Lawrence publicó una primera edición muy limitada del libro en 1928 en Italia, donde vivía entonces, y un año más tarde en Francia. Dos años después, cuando se agotó la primera edición que él mismo costeó, estaba más acostumbrado a que le endilgaran los epítetos de pornógrafo irredento, vicioso del sexo y el germen de lo que un crítico inglés denominó «la producción más diabólica que jamás haya manchado la literatura de nuestro país. Las cloacas de la pornografía francesa serían inspeccionadas en vano para encontrar un paralelo similar de bestialidad».

Los rumores sobre el contenido ilegal del libro desataron la indignación puritana en el Reino Unido, Estados Unidos y otras partes del continente europeo, aunque ante la demanda popular las versiones censuradas llegaron a las librerías a principios de la década de 1930.

«La presente versión omite, naturalmente, aquellos pasajes que, por su empleo de ciertas palabras anglosajonas de mal gusto y su descarado tratamiento de los aspectos físicos del amor, hicieron imposible la publicación de El amante de Lady Chatterley en este país en su forma original», se aclaraba en el diario The New York Times en 1932. Ese mismo año, las autoridades polacas incautaron miles de ejemplares sin censurar cuando se dirigían a Varsovia. Finalmente, los libros se pusieron a la venta con varias páginas eliminadas.

En 1959, Grove Press se lanzó a publicar la versión íntegra en Estados Unidos, una osadía que desató la polémica en un país que aún contaba con estrictas leyes contra la obscenidad iniciadas en pleno siglo XIX, en la época de las siniestras actividades inquisitoriales del vengativo y puritano Anthony Comstock, un “cazador de viciosos”, como le gustaba autodefinirse, al que en sus escritos, D. M. Bennett comparaba con Torquemada y con el cazador de brujas del siglo XVII, Matthew Hopkins.

El servicio estatal de correos interceptó la tirada cuando iba de camino a las tiendas. Grove Press interpuso una demanda y el litigio llegó hasta el Tribunal Supremo. El más alto tribunal dictaminó que no era una obra obscena y que podía enviarse por correo y, en consecuencia, venderse. La sentencia impulsó un cambio fundamental en la censura en Estados Unidos. No solo permitió que vieran la luz otros libros prohibidos, como Trópico de Cáncer, de Henry Miller, y Fanny Hill. Memorias de una cortesana, de John Cleland, sino que suavizó en gran medida las leyes contra la obscenidad y sentó un precedente histórico en la defensa de la libertad de expresión.

Un año después, Penguin Books presentó una demanda similar en el Reino Unido y los tribunales británicos fallaron a favor de la editorial. El impacto conjunto de las sentencias a ambos lados del Atlántico marcó un antes y un después y propició un panorama cultural más abierto, catalizador del espíritu libre de los años sesenta.

Décadas después, la fascinación por Lady Chatterley sigue viva. Abundan las teorías sobre qué mujer inspiró la novela. Algunos creen que se basa en la propia esposa de Lawrence, Frieda von Richthofen. Aristócrata alemana, estaba casada con el acaudalado filólogo británico Ernest Weekley cuando conoció a Lawrence a través de su marido, del que el Lawrence había sido alumno. Otros creen que alude a Lady Ottoline Morrell, prima hermana de la Reina Madre que tuvo un idilio con uno de sus jardineros, Lionel Gommesu.

Sea cual sea la musa original, lo que hace de El amante de Lady Chatterley una obra maestra imperecedera es su capacidad para retratar la frustración que azota a quienes viven bajo el yugo del puritanismo, para captar a la perfección las delicadas contradicciones psicológicas, la influencia de nuestro pasado puritano y la aventura de la libertad en sus nuevas y seductoras encarnaciones.

Al abordar grandes tendencias culturales a través de la especificidad de la historia individual, de la pasión de Constanza Chatterley por el guardabosques de su tiránico y desventurado marido, El amante de lady Chatterley es, sobre todo, una historia sociocultural en el mejor y más riguroso sentido de la palabra.