Hace cincuenta años leí por
primera vez El amante de Lady Chatterley. Recuerdo que lo devoré en la
primera edición en castellano (1939) de la editorial bonaerense Tor (que, aunque
prohibida en España, circulaba de tapadillo en ejemplares sobados por el uso) durante
un viaje de más de catorce horas en autocar entre Granada y Santander. Entonces
los desplazamientos deportivos se hacían así, de un tirón y por carreteras que
no eran autovías.
Con veinte años, en buena forma y
rebosante de testosterona, lo que recordaba de la novela era su fuerte carga
erótica, alimentada por párrafos como este:
«Fue una noche de pasión
sensual, en la que ella se sintió un poco asustada y casi renuente, traspasada
de nuevo por los penetrantes estremecimientos de la sensualidad distintos y más
agudos y terribles que los de la ternura, y en ese instante, más deseables.
Aunque un poco asustada, le dejó hacer, la desnudó hasta lo más profundo
haciendo de ella una mujer distinta. No era amor, verdaderamente. No era
voluptuosidad. Era una sensualidad aguda, y abrasadora como el fuego, que hacía
arder el alma como una tea». [...]
Un párrafo de una perturbación imbatible.
Pero más allá de sus espléndidas escenas de erotismo que le valieron ser
censurada por "obscena" (no se despenalizó en Estados Unidos hasta
1959, no se publicó en Reino Unido hasta 1960 después de innumerables pleitos y
no pasó la censura española hasta 1976), la que sería la última novela de D. H.
Lawrence (publicada por primera vez en 1928 en Florencia antes de que el autor muriera
de tuberculosis en 1930) y resultaría ser no solo su título más controvertido,
sino también el más importante, reivindica el derecho de la mujer a la igualdad
en el placer, el deseo y la pasión sexual y amorosa como parte de su
realización como persona.
Una historia de infidelidad entre
personas de diferentes clases sociales escrita en el periodo de entreguerras
del siglo XX y adelantada a su tiempo, en la que se vislumbra a una mujer
moderna y contemporánea al uso, le sirvió a Lawrence como escenario de una
novela en la que desplegó un duelo filosófico y sociológico entre las
costumbres, la razón, la voluntad y los deseos, entre las formas antagónicas
del ver el mundo: vitalismo e intelectualismo y para narrar los grandes
conflictos de la época que trajo el fin de la I Guerra Mundial.
Las heridas de los soldados y sus
consecuencias, los inicios de la liberación de la mujer en los años 20, la
contraposición de clases sociales en detrimento de los aristócratas y la vida
en el campo frente la industrialización de la época, todo eso lo narra Lawrence
enmascarado bajo una aparentemente simple historia de amor sobre una joven
mujer casada perteneciente a la nobleza que tiene una aventura con un
guardabosques de la que resulta voluntariamente embarazada y por quien abandona
a su marido, su hogar y su clase social.
Como hijo de un minero del carbón
de un pueblo de clase trabajadora de Nottinghamshire, Lawrence, librepensador
desde sus años de estudiante, repudiaba las normas sociales. Esa es la
mentalidad que dejo fluir sin freno en Lady Chatterley, una mujer de clase alta
que se enamora del guardabosques de su marido y mantiene con él una tórrida
relación amorosa.
David Herbert Lawrence |
Lawrence utilizó el clásico
triángulo amoroso para criticar las rígidas jerarquías de clase que dominaban
la sociedad británica –junto con la industrialización desmedida de la época–,
al tiempo que abogaba por un contacto humano mucho más profundo. Sin embargo,
la perdición para las ventas de su novela fueron las escenas gráficas en las
que describía al detalle el placer femenino y utilizaba palabras tabús que por
entonces se consideraban demasiado lascivas para salir impresas.
Pese al tema del adulterio,
Lawrence creía que había escrito un libro positivo sobre el amor físico, una
obra que podría contribuir a liberar la mente puritana del «terror corporal».
Estaba convencido de que siglos de ofuscación habían dejado la mente «sin
evolucionar», incapaz de una «reverencia adecuada por el sexo y un terror
formal de la extraña experiencia del cuerpo». Por lo tanto, en El amante de
lady Chatterley, había creado una heroína sexualmente despierta que osaba
quitar la hoja de parra del miembro de su amante y examinar el misterio de la
masculinidad.
Lawrence publicó una primera
edición muy limitada del libro en 1928 en Italia, donde vivía entonces, y un
año más tarde en Francia. Dos años después, cuando se agotó la primera edición
que él mismo costeó, estaba más acostumbrado a que le endilgaran los epítetos
de pornógrafo irredento, vicioso del sexo y el germen de lo que un crítico
inglés denominó «la producción más diabólica que jamás haya manchado la
literatura de nuestro país. Las cloacas de la pornografía francesa serían
inspeccionadas en vano para encontrar un paralelo similar de bestialidad».
Los rumores sobre el contenido
ilegal del libro desataron la indignación puritana en el Reino Unido, Estados
Unidos y otras partes del continente europeo, aunque ante la demanda popular las
versiones censuradas llegaron a las librerías a principios de la década de
1930.
«La presente versión omite,
naturalmente, aquellos pasajes que, por su empleo de ciertas palabras
anglosajonas de mal gusto y su descarado tratamiento de los aspectos físicos
del amor, hicieron imposible la publicación de El amante de Lady Chatterley
en este país en su forma original», se aclaraba en el diario The New
York Times en 1932. Ese mismo año, las autoridades polacas incautaron miles
de ejemplares sin censurar cuando se dirigían a Varsovia. Finalmente, los
libros se pusieron a la venta con varias páginas eliminadas.
En 1959, Grove Press se lanzó a
publicar la versión íntegra en Estados Unidos, una osadía que desató la
polémica en un país que aún contaba con estrictas leyes contra la obscenidad
iniciadas en pleno siglo XIX, en la época de las siniestras actividades
inquisitoriales del vengativo
y puritano Anthony Comstock, un “cazador de viciosos”, como le gustaba autodefinirse,
al que en sus escritos, D. M. Bennett comparaba con Torquemada y con el cazador
de brujas del siglo XVII, Matthew Hopkins.
El servicio estatal de correos
interceptó la tirada cuando iba de camino a las tiendas. Grove Press interpuso
una demanda y el litigio llegó hasta el Tribunal Supremo. El más alto tribunal
dictaminó que no era una obra obscena y que podía enviarse por correo y, en
consecuencia, venderse. La sentencia impulsó un cambio fundamental en la
censura en Estados Unidos. No solo permitió que vieran la luz otros libros
prohibidos, como Trópico de Cáncer, de Henry Miller, y Fanny Hill.
Memorias de una cortesana, de John Cleland, sino que suavizó en gran medida
las leyes contra la obscenidad y sentó un precedente histórico en la defensa de
la libertad de expresión.
Un año después, Penguin Books
presentó una demanda similar en el Reino Unido y los tribunales británicos
fallaron a favor de la editorial. El impacto conjunto de las sentencias a ambos
lados del Atlántico marcó un antes y un después y propició un panorama cultural
más abierto, catalizador del espíritu libre de los años sesenta.
Décadas después, la fascinación
por Lady Chatterley sigue viva. Abundan las teorías sobre qué mujer inspiró la
novela. Algunos creen que se basa en la propia esposa de Lawrence, Frieda von Richthofen.
Aristócrata alemana, estaba casada con el acaudalado filólogo británico Ernest Weekley cuando
conoció a Lawrence a través de su marido, del que el Lawrence había sido alumno.
Otros creen que alude a Lady Ottoline
Morrell, prima hermana de la Reina Madre que tuvo un idilio con uno de sus
jardineros, Lionel Gommesu.
Sea cual sea la musa original, lo
que hace de El amante de Lady Chatterley una obra maestra imperecedera
es su capacidad para retratar la frustración que azota a quienes viven bajo el
yugo del puritanismo, para captar a la perfección las delicadas contradicciones
psicológicas, la influencia de nuestro pasado puritano y la aventura de la
libertad en sus nuevas y seductoras encarnaciones.
Al abordar grandes tendencias culturales a través de la especificidad de la historia individual, de la pasión de Constanza Chatterley por el guardabosques de su tiránico y desventurado marido, El amante de lady Chatterley es, sobre todo, una historia sociocultural en el mejor y más riguroso sentido de la palabra.