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viernes, 9 de agosto de 2024

LECTURAS DE VERANO: MARATÓN, UNA CARRERA QUE FILÍPIDES NUNCA CORRIÓ

 

El sábado 10 de agosto se correrá la Maratón, una de las pruebas más célebres de los Juegos Olímpicos de la Edad Moderna, que consiste en recorrer una distancia de 42.195 metros (42,195 kilómetros ) y forma parte del programa de atletismo en los Juegos Olímpicos desde Atenas 1896. En las Olimpiadas de 1908 fue cambiada la distancia de los cuarenta kilómetros originales a 42.195 metros, ya que la Reina Victoria de Inglaterra quiso que pasara frente al Palacio Real.

El origen de la carrera se basa en una leyenda sobre el soldado griego Filípides, de quien se cuenta que en el año 490 a. C. murió de fatiga tras haber corrido cuarenta kilómetros desde Maratón hasta Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa. En realidad, Filípides recorrió otro camino de unos 225 kilómetros desde Maratón hasta Esparta para pedir refuerzos. Este es un resumen de la historia.

El hundimiento de los imperios de Babilonia

Hasta el año 1200 a. C., en plena Edad del Bronce, en el extenso Oriente Medio existió un equilibrio político y económico y un equilibrio en el poder. La concentración y especialización económica de los microimperios babilonio, asirio e hitita favorecieron el comercio, la paz y la prosperidad general. Duró poco.

En cuestión de cincuenta años, estos imperios, junto con Egipto, tuvieron que arrodillarse ante las invasiones de saqueadores mercenarios e isleños mediterráneos de distintas procedencias, conocidos colectivamente como Pueblos del Mar, que cortaron las rutas comerciales y asolaron cultivos y poblaciones en medio de una sequía y una hambruna extremas, y de una serie de terremotos y tsunamis que empujaron a la región a las Antiguas Edades Oscuras.

Lo que quedó de estas civilizaciones que inventaron la agricultura eran ruinas quemadas y un vacío de poder. De las cenizas surgieron dos potencias rivales: Grecia y Persia. Estas superpotencias de la Antigüedad pusieron los cimientos de la literatura y las artes modernas, la ingeniería, la política y el gobierno democrático, el arte de la guerra, la filosofía, la medicina y todas las facetas de la civilización de Occidente.

El Imperio persa de Ciro el Grande

Tras los escombros que dejaron los saqueadores Pueblos del Mar, y mientras la mayor parte de Oriente Medio se hundía en la oscuridad cultural y económica, en el este emergió discretamente de las sombras un nuevo imperio. El Imperio persa de Ciro el Grande, el mayor visto hasta entonces, abarcaba todos los antiguos estados imperiales de Oriente Medio y se extendía hacia Asia central, el Cáucaso meridional y los estados jónicos-griegos.

Ciro había fundado el Imperio persa en el año 550 a. C. mediante una hábil diplomacia que promovió la reciprocidad y el intercambio sociocultural, tecnológico y religioso, y apoyó la innovación en las artes, la ingeniería y la ciencia. La expansión del poder persa bajo su reinado y el de sus herederos Darío I y Jerjes, que ampliaron el imperio hasta incluir Egipto, el Sudán y la Libia oriental, condujo a un enfrentamiento legendario con otra joven potencia emergente: Grecia.

Grecia y el surgimiento de los Juegos Olímpicos

La Grecia singular y unida que imaginamos normalmente no existía. Era un conjunto de ciudades-estado que competían y guerreaban entre ellas, con las coaliciones de Esparta y Atenas como máximos contendientes por la supremacía militar y económica.

Los Juegos Olímpicos originales, iniciados en Grecia el año 776 a. C., fueron una oferta de paz hecha imitando la guerra mediante ejercicios y habilidades extraídos del campo de batalla, como la lucha, el boxeo, el lanzamiento de jabalina y disco, la carrera, la hípica y, por encima de todos, el pankration, que significa «todo el poder y la fuerza» (una forma primitiva de Campeonato de Lucha Extrema, o UFC, por sus siglas en inglés, cuyas únicas reglas son no morder ni arrancar los ojos).

Aunque se pretendía que los Juegos Olímpicos promovieran la paz, las ciudades-estado griegas, hostiles y beligerantes entre ellas, se vieron empujadas a una lucha a vida o muerte contra los persas, instigada por sus hermanos jónicos-griegos establecidos en el occidente de Turquía, que se rebelaron contra el dominio persa.

Apoyados por la ciudad-estado democrática de Atenas, en el año 499 a. C. los griegos jónicos se amotinaron contra el régimen del emperador persa Darío I, que gobernaba sobre cincuenta millones de personas, casi la mitad de la población mundial. Darío pronto reprimió la rebelión, pero prometió castigar a Atenas por su insolencia. La conquista de Grecia consolidaría el poder persa en la región y garantizaría el control completo del comercio mediterráneo.

Las Guerras Médicas

Siete años después, la invasión a gran escala del último vestigio soberano en el mundo occidental conocido, Grecia, dirigida por Darío desataría las guerras greco-persas, más conocidas como Guerras Médicas. El ejército persa cruzó el estrecho de los Dardanelos, desde Asia hacia Europa, y marchó sobre Tracia y Macedonia, exigiendo la fidelidad de las poblaciones que iba encontrando a lo largo del camino.

Al continuar en dirección al sur hacia Atenas, la campaña punitiva de Darío se sumió rápidamente en el desastre. Cerca de los accesos a la ciudad, la flota naval persa fue destruida por una violenta tempestad, mientras que las fuerzas terrestres persas se retiraron después de ser destrozadas por lo que los historiadores conjeturan que fue una combinación letal de disentería, tifus y malaria.

Dos años después, en 490 a. C., Darío desplegó una segunda campaña con un desembarco anfibio de 26.000 hombres que se plantaron en Maratón, a unos cuarenta kilómetros al norte de Atenas. Sobrepasados en número por un enemigo que doblaba sus efectivos, los atenienses, poco bregados pero muy bien pertrechados y con armas de bronce, obligaron a que los persas se confinaran en varios campamentos montados en zonas bajas y pantanosas.

Al cabo de una semana, la misma mezcla tóxica de enfermedades mencionadas anteriormente redujo la fuerza persa. Dada la posición de la flota persa, el lugar de desembarco de sus tropas y la situación de los defensores atenienses, a los invasores les hubiera sido imposible acampar más lejos o rodear los pantanos. El terreno y la posición de los atenienses dictaron la batalla en los mortíferos pantanos palúdicos.

Después de una victoria ateniense decisiva, los persas, diezmados por las enfermedades, se retiraron y se hicieron a la mar para atacar a la propia Atenas. Heródoto cuenta que por el campo de batalla quedaron diseminados 6.400 cadáveres persas, y que un número desconocido de soldados murió en los pantanos circundantes.

Los griegos rápidamente despacharon mensajeros desde Maratón hasta Atenas para que advirtieran a la ciudad del inminente ataque persa. La leyenda del correo ateniense Filípides que corrió hasta Atenas, y que se conmemora en el moderno acontecimiento atlético de la maratón, no es un hecho real. Este mito es una mezcla confusa de dos verdades.

Lo cierto es que, en un día y medio, Filípides cubrió la distancia de unos 225 kilómetros desde Maratón hasta Esparta para pedir ayuda antes de la batalla. Aunque la relación entre Esparta y Atenas no era en absoluto fraternal, los espartanos, tal como cuenta Heródoto, quedaron «conmovidos por la solicitud, y se dispusieron a enviar ayuda a Atenas».

Filípides llega a Atenas para anunciar el triunfo ateniense en la batalla de Maratón, una carrera que el soldado nunca recorrió. Óleo sobre lienzo de Luc Olivier Merson (1896).

Si Atenas se desmoronaba y se rendía al poder persa, Esparta correría la misma suerte. Sin embargo, los 2.000 espartanos llegaron un día tarde al campo de batalla, justo a tiempo para examinar los cuerpos de unos 6.500 persas y 1.500 atenienses muertos. Inmediatamente después de su victoria en Maratón, el ejército ateniense se dirigió a Atenas para evitar el desembarco persa, cosa que logró.

Dándose cuenta de que se había perdido la oportunidad, y con los soldados supervivientes desmoralizados por la enfermedad y la derrota, los persas volvieron a casa. Pero regresarían, bajo un nuevo emperador, el hijo y heredero de Darío, Jerjes.

Pero esa es ya otra historia.