El sábado 10 de agosto se correrá la Maratón, una de las pruebas más célebres de
los Juegos Olímpicos de la Edad Moderna, que consiste en recorrer una distancia
de 42.195 metros (42,195 kilómetros ) y forma parte del programa de atletismo en los Juegos
Olímpicos desde Atenas 1896. En las Olimpiadas de 1908 fue cambiada la distancia
de los cuarenta kilómetros originales a 42.195 metros, ya que la Reina Victoria de Inglaterra quiso que
pasara frente al Palacio Real.
El origen de la carrera se basa en una leyenda sobre el soldado griego Filípides, de quien se cuenta que en el año 490 a. C. murió de fatiga tras haber corrido cuarenta kilómetros desde Maratón hasta Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa. En realidad, Filípides recorrió otro camino de unos 225 kilómetros desde Maratón hasta Esparta para pedir refuerzos. Este es un resumen de la historia.
El
hundimiento de los imperios de Babilonia
Hasta el año
1200 a. C., en plena Edad
del Bronce, en el extenso Oriente Medio existió un equilibrio político y
económico y un equilibrio en el poder. La concentración y especialización
económica de los microimperios babilonio, asirio e hitita favorecieron el
comercio, la paz y la prosperidad general. Duró poco.
En cuestión
de cincuenta años, estos imperios, junto con Egipto, tuvieron que arrodillarse
ante las invasiones de saqueadores mercenarios e isleños mediterráneos de
distintas procedencias, conocidos colectivamente como Pueblos del Mar, que
cortaron las rutas comerciales y asolaron cultivos y poblaciones en medio de
una sequía y una hambruna extremas, y de una serie de terremotos y tsunamis que
empujaron a la región a las Antiguas
Edades Oscuras.
Lo que quedó
de estas civilizaciones que inventaron la agricultura eran ruinas quemadas y un
vacío de poder. De las cenizas surgieron dos potencias rivales: Grecia y
Persia. Estas superpotencias de la Antigüedad pusieron los cimientos de la
literatura y las artes modernas, la ingeniería, la política y el gobierno
democrático, el arte de la guerra, la filosofía, la medicina y todas las
facetas de la civilización de Occidente.
El Imperio
persa de Ciro el Grande
Tras los
escombros que dejaron los saqueadores Pueblos del Mar, y mientras la mayor
parte de Oriente Medio se hundía en la oscuridad cultural y económica, en el
este emergió discretamente de las sombras un nuevo imperio. El Imperio persa de
Ciro el Grande, el mayor visto hasta entonces, abarcaba todos los antiguos
estados imperiales de Oriente Medio y se extendía hacia Asia central, el
Cáucaso meridional y los estados jónicos-griegos.
Ciro había
fundado el Imperio persa en el año 550 a. C. mediante una hábil diplomacia que
promovió la reciprocidad y el intercambio sociocultural, tecnológico y
religioso, y apoyó la innovación en las artes, la ingeniería y la ciencia. La
expansión del poder persa bajo su reinado y el de sus herederos Darío I y
Jerjes, que ampliaron el imperio hasta incluir Egipto, el Sudán y la Libia
oriental, condujo a un enfrentamiento legendario con otra joven potencia
emergente: Grecia.
Grecia y
el surgimiento de los Juegos Olímpicos
La Grecia
singular y unida que imaginamos normalmente no existía. Era un conjunto de
ciudades-estado que competían y guerreaban entre ellas, con las coaliciones de
Esparta y Atenas como máximos contendientes por la supremacía militar y
económica.
Los Juegos
Olímpicos originales, iniciados en Grecia el año 776 a. C., fueron una oferta
de paz hecha imitando la guerra mediante ejercicios y habilidades extraídos del
campo de batalla, como la lucha, el boxeo, el lanzamiento de jabalina y disco,
la carrera, la hípica y, por encima de todos, el pankration, que
significa «todo el poder y la fuerza» (una forma primitiva de Campeonato de
Lucha Extrema, o
UFC, por sus siglas en inglés, cuyas únicas reglas son no morder ni
arrancar los ojos).
Aunque se
pretendía que los Juegos Olímpicos promovieran la paz, las ciudades-estado
griegas, hostiles y beligerantes entre ellas, se vieron empujadas a una lucha a
vida o muerte contra los persas, instigada por sus hermanos jónicos-griegos
establecidos en el occidente de Turquía, que se rebelaron contra el dominio
persa.
Apoyados por
la ciudad-estado democrática de Atenas, en el año 499 a. C. los griegos jónicos
se amotinaron contra el régimen del emperador persa Darío I, que gobernaba
sobre cincuenta millones de personas, casi la mitad de la población mundial.
Darío pronto reprimió la rebelión, pero prometió castigar a Atenas por su
insolencia. La conquista de Grecia consolidaría el poder persa en la región y
garantizaría el control completo del comercio mediterráneo.
Las
Guerras Médicas
Siete años
después, la invasión a gran escala del último vestigio soberano en el mundo
occidental conocido, Grecia, dirigida por Darío desataría las guerras greco-persas,
más conocidas como Guerras
Médicas. El ejército persa cruzó el estrecho de los Dardanelos, desde Asia
hacia Europa, y marchó sobre Tracia y Macedonia, exigiendo la fidelidad de las
poblaciones que iba encontrando a lo largo del camino.
Al continuar
en dirección al sur hacia Atenas, la campaña punitiva de Darío se sumió
rápidamente en el desastre. Cerca de los accesos a la ciudad, la flota naval
persa fue destruida por una violenta tempestad, mientras que las fuerzas
terrestres persas se retiraron después de ser destrozadas por lo que los
historiadores conjeturan que fue una combinación letal de disentería, tifus y
malaria.
Dos años
después, en 490 a. C., Darío desplegó una segunda campaña con un desembarco
anfibio de 26.000 hombres que se plantaron en Maratón, a unos cuarenta kilómetros al
norte de Atenas. Sobrepasados en número por un enemigo que doblaba sus
efectivos, los atenienses, poco bregados pero muy bien pertrechados y con armas
de bronce, obligaron a que los persas se confinaran en varios campamentos
montados en zonas bajas y pantanosas.
Al cabo de
una semana, la misma mezcla tóxica de enfermedades mencionadas anteriormente
redujo la fuerza persa. Dada la posición de la flota persa, el lugar de
desembarco de sus tropas y la situación de los defensores atenienses, a los
invasores les hubiera sido imposible acampar más lejos o rodear los pantanos.
El terreno y la posición de los atenienses dictaron la batalla en los
mortíferos pantanos palúdicos.
Después de
una victoria ateniense decisiva, los persas, diezmados por las enfermedades, se
retiraron y se hicieron a la mar para atacar a la propia Atenas. Heródoto
cuenta que por el campo de batalla quedaron diseminados 6.400 cadáveres persas,
y que un número desconocido de soldados murió en los pantanos circundantes.
Los griegos
rápidamente despacharon mensajeros desde Maratón hasta Atenas para que advirtieran a la ciudad del inminente
ataque persa. La leyenda del correo ateniense Filípides que corrió hasta
Atenas, y que se conmemora en el moderno acontecimiento atlético de la maratón,
no es un hecho real. Este mito es una mezcla confusa de dos verdades.
Lo cierto es
que, en un día y medio, Filípides cubrió la distancia de unos 225 kilómetros
desde Maratón hasta Esparta para pedir ayuda antes de la batalla. Aunque la
relación entre Esparta y Atenas no era en absoluto fraternal, los espartanos,
tal como cuenta Heródoto, quedaron «conmovidos por la solicitud, y se
dispusieron a enviar ayuda a Atenas».
Si Atenas se
desmoronaba y se rendía al poder persa, Esparta correría la misma suerte. Sin
embargo, los 2.000 espartanos llegaron un día tarde al campo de batalla, justo
a tiempo para examinar los cuerpos de unos 6.500 persas y 1.500 atenienses
muertos. Inmediatamente después de su victoria en Maratón, el ejército
ateniense se dirigió a Atenas para evitar el desembarco persa, cosa que logró.
Dándose
cuenta de que se había perdido la oportunidad, y con los soldados
supervivientes desmoralizados por la enfermedad y la derrota, los
persas volvieron a casa. Pero regresarían, bajo un nuevo emperador, el hijo y
heredero de Darío, Jerjes.
Pero esa es ya
otra historia.