Estatua ecuestre de Gengis Kan en Erdene, Mongolia. Foto. |
Se dice que el cromosoma Y de Gengis
Kan está repartido por todo el mundo, pero esa leyenda se remonta a una investigación
cuyos resultados eran limitados. Ese estudio descubrió que una gran cantidad de
hombres portaban un cromosoma Y que parecía provenir de Asia Central hace 1000
años, lo que llevó a la especulación de que era del promiscuo y fértil señor de
la guerra.
Gengis Kan es más una leyenda que
un hombre. Ni siquiera estamos seguros de cuándo nació: los historiadores
coinciden en que fue en algún momento de la década entre 1155 y 1167. Como el
de tantos otros personajes legendarios (Buda, Cristo, Mahoma, Mitra) su nacimiento
fue mitificado.
Se cuenta que un rayo de luz
fecundó a su madre y que el niño, al que llamaron Temüjin, nació sosteniendo entre
sus manos un trozo de sangre coagulada, presagio de sus conquistas posteriores.
Su muerte en 1227 está envuelta en leyendas que lo engrandecen o lo denigran. Murió
fue alcanzado por un rayo; sucumbió de una herida de flecha que le provocó una
infección sistémica; fue castrado por una princesa despechada…o quizás la peste
bubónica lo envió al valle de Josafat
Existe otra leyenda sobre Gengis:
que todos estamos emparentados con él, o que la mayoría de nosotros estamos
emparentados con él, o que un porcentaje significativo de la población humana
actual (el 0,5%) puede remontarse hasta él. El rumor, que
este año ha resurgido como una serpiente de verano más, es uno más de los
que distorsionan la verdad.
Podemos rastrear el origen del
rumor hasta un artículo científico publicado a principios de la década de 2000,
pero antes debemos plantearnos unas pregunta: ¿cómo lo sabemos? ¿Tenemos
siquiera ADN de alguien que, como tantos otros personajes mitológicos, comenzó
su vida como hombre, pero la terminó como una leyenda?
¿Un cromosoma Y común?
Asia Central es una tierra de gran
diversidad. Su geografía es vasta y variada, y el ADN de sus habitantes
contiene fragmentos de todo el planeta. Eurasia central (la región que abarca desde el mar Caspio
hasta el oeste de China, incluidas muchas de las antiguas repúblicas
soviéticas) tiene la mayor mezcla genética de todas las poblaciones de la
Tierra. Quienes viven allí tienen en sus genomas contribuciones iguales de
Europa, China, Oriente Medio e India, así como rastros notables de África y lo
que se conoce como el Ártico (es decir, pueblos indígenas del norte de Europa,
Asia y América del Norte).
A finales de los 90 Asia Central era
una de las regiones menos estudiadas del mundo genéticamente hablando. De ese
vacío surgió un artículo de 2003 titulado The Genetic Legacy of the Mongols,
(le llamaré artículo Zerjal por el apellido de su primera firmante), que se
centró en el cromosoma Y.
Este cromosoma es diminuto y
tiene apenas 63 genes; en comparación, el cromosoma 1, que es el más largo del
genoma humano, tiene casi 2.000. A pesar de ello, el cromosoma Y es
particularmente interesante en genética porque, si tienes uno, lo has recibido
de tu padre. Por lo tanto, podemos utilizarlo para explorar el linaje paterno,
es decir la línea de hombres que va de ti a tu padre y a su padre y a su
abuelo, y así sucesivamente (hasta donde se encuentre ADN disponible para analizar).
No obstante, ese cromosoma Y no es inmutable.
Sin duda mutará, pero a lo largo
del tiempo se conserva una cantidad suficiente como para que se pueda de dónde
proviene en última instancia el cromosoma Y de alguien. Lo que hacen los
genetistas es extraer un ADN, amplificar una serie de tramos a lo largo de cualquier
cromosoma Y que se quiera analizar para luego compararlo con el cromosoma Y de su
linaje. Zerjal y sus colegas hicieron exactamente eso. Usando tramos del ADN de
más de 2.000 hombres asiáticos, lo compararon con poblaciones de todo el mundo.
Encontraron algo extraño.
Lo primero que debemos tener en
cuenta es que esos tramos amplificados de ADN que he mencionado no son
aleatorios. Los científicos los analizan porque son repeticiones. Por ejemplo,
uno de ellos podría ser “CAACAACAA” (las letras son las de dos de las cuatro
bases, adenina y citosina, que junto a la guanina y la timina componen el ADN).
Como en el ejemplo anterior, yo
podría tener tres de estos “CAA” seguidos, mientras que mi vecino podría tener once
de ellos. Cuando analizas suficientes de esos tramos repetitivos (en la
investigación Zerjal se detectaron 32), acabas por obtener una especie de
huella digital, el haplotipo.
Había un haplotipo que Zerjal y sus colegas encontraron en su muestra de
hombres asiáticos que era demasiado común para tener sentido.
Este haplotipo, al que llamaron
el «clúster estelar», se encontró en 16 poblaciones que vivían en una gran
parte de Asia. El 8% de los hombres que analizaron tenían este cromosoma Y. Si
su muestra era representativa, eso significaba que el 0,5% de todos los hombres
del mundo tenían ese cromosoma Y.
Tenía que haber existido una
presión selectiva para que esto sucediera, ya que el azar por sí solo lo hacía
demasiado improbable. Pero debido a lo pequeño que es el cromosoma Y, la
posibilidad de que uno de sus genes hubiese proporcionado una clara ventaja de
supervivencia era extraordinariamente pequeña. La razón por la que esta versión
del cromosoma Y era tan común debía obedecer a que algún hombre había sido
extraordinariamente fecundo.
Los científicos que firmaron el estudio
Zerjal estimaron que el ancestro común más reciente de todos estos hombres, el
abuelo de este cromosoma Y, vivió en Asia Central hace unos 1.000 años. Y aquí
es donde aparece Temüjin.
¿Quién fue Gengis Kan?
Los científicos se centraron en
una posibilidad fuerte: Temüjin, más conocido como Gengis Kan, el señor de la
guerra cuyas conquistas son ahora objeto de leyendas. Tuvo cinco hijas y cuatro
hijos con su esposa principal, y muchos más con las esposas menores que iba
incorporando gracias a sus conquistas. Digamos para abreviar que sus genes se expandieron
mucho por Asia Central.
En su apogeo, el Imperio mongol,
nacido de la unificación de tribus nómadas bajo el mando de Gengis Kan, era tan
grande que, en cuanto a superficie, sólo rivaliza históricamente con los imperios
británico y español. A pesar de su importancia, ignoramos más de los que
sabemos con certeza sobre el propio Gengis Kan. No tenemos ninguna descripción
ni imagen de él ni de quienes que vivieron con él. ¿Y qué decir de sus restos?
Todavía permanecen ocultos.
Se creía que los cadáveres de los
reyes conservaban su poder divino, por lo que los enterraban en secreto en
lugares inaccesibles, a menudo en zonas montañosas, que creían que estaban más
cerca del cielo. La tumba de Gengis Kan nunca se ha encontrado y no porque no se
haya buscado.
Hace una década, más de 10.000
voluntarios pasaron un total de tres años y medio revisando
imágenes de satélite buscando cualquier rastro que pudiera revelar el sepulcro
del Kan. National
Geographic organizó una expedición para explorar 55 sitios de interés
después de esa búsqueda virtual. Los restos de Temüjin no aparecieron.
En 2004, se descubrieron cinco
tumbas en Tavan Tolgoi, en el este de Mongolia. Los objetos que contenían, así
como la calidad de las maderas utilizadas para los féretros, apuntaban
claramente a una familia imperial mongola, en concreto a la de Gengis Kan. Los
científicos analizaron
los esqueletos en busca de ADN, pero el cromosoma Y que encontraron en los
hombres sepultados no era el del “clúster estelar”.
Otro grupo de investigadores investigó un clan en
China del que se afirmaba que era descendiente de Toghan, el sexto hijo de
Gengis Kan. Su cromosoma Y es diferente del descrito en el artículo Zerjal y en
la excavación de Tavan Tolgoi.
Para complicar aún más las cosas,
un equipo chino
revisó el artículo de Zerjal hace unos años. El problema con un estudio en
el que se estudia el ADN de una población es que no se puede analizar a todo el
mundo. Hay que elegir una muestra y confiar en que sea representativa. El
equipo chino amplió la muestra. Mientras que Zerjal había analizado a 2.123
hombres, el nuevo estudio incluyó a más de 18.000 individuos de una región más
amplia de Asia Central.
Al obtener una imagen más
precisa, vieron que el haplotipo “Zerjal” no tenía 1.000 años de antigüedad,
sino casi el triple: unos 2.600 años, es decir, más que el propio Gengis Kan.
Probablemente pertenecía al antepasado de todos los pueblos de habla mongólica.
Concluyeron su artículo diciendo que ninguna de las personas que portaban este
cromosoma Y puede rastrear su genealogía hasta Gengis Kan y quienes se autoproclaman
sus descendientes directos carecen de fundamento.
De modo que este cromosoma Y
común, que dio origen a la afirmación de que el 0,5% de todos los hombres de la
Tierra descienden del gran Kan, es más viejo que el propio Kan. Al tener más
de 2.000 años de antigüedad, tuvo tiempo de sobra para propagarse entre las
numerosas tribus de Asia central y para dispersarse aún más cuando la región se
convirtió en el corazón de la Ruta de la Seda, que unía Europa con Asia y
facilitaba una gran mezcla genética.
Puede que no seamos descendientes directos de Gengis Kan, pero todos llevamos en nuestras células la ruta migratoria que siguieron nuestros antepasados al salir de África. En cuanto a Temüjin, su rostro, sus huesos y su propio ADN siguen ocultos.