Los arqueólogos lo han intentado.
Los estudiosos del clima y la ecología antiguos también lo han intentado. Pero
nadie ha dado todavía una respuesta satisfactoria: ¿De dónde sacó Aníbal los
elefantes para su heroica marcha a través de los Alpes para atacar la patria de
los romanos?
Hubo un tiempo en que había
elefantes en casi todas partes, pero en el momento de la marcha de Aníbal en el
año 218 a.C. se conocían dos especies: el elefante asiático (Elephas
maximus) y el elefante africano de los bosques (Loxodonta cyclotis),
casi extinto en la actualidad salvo en Gambia. Este último más pequeño que el
elefante africano del centro y sur de África (Loxodonta africana),
desconocido en la época, lo que explica que todos los escritores antiguos
afirmaran que el elefante indio era más grande que el africano.
El elefante asiático se dio a
conocer en Europa tras las conquistas de Alejandro Magno en el siglo IV a.C. y
el contacto con el Imperio Maurya de la India. Alejandro se quedó tan
impresionado con los elefantes de guerra de Poro, de quien se dice que contaba
con un cuerpo de 200 cuando libró la batalla del Hidaspes en el 326 a.C. Muchos
de los sucesores de Alejandro fueron más allá utilizándolos en la misma
batalla. De hecho, el Imperio Seléucida se aseguró de tener el control
exclusivo del tráfico de elefantes asiáticos.
Si hubiera podido elegir, es
probable que Aníbal hubiese ido a la batalla con elefantes indios, que habían
sido utilizados eficazmente un siglo antes para cargar contra las fuerzas de
Alejandro Magno. Los elefantes indios no son tan grandes como las especies
africanas, pero son mucho más fáciles de entrenar, por lo que son los favoritos
de los zoológicos y circos. También es la razón por la que se ve a los
elefantes indios vagando por el África ficticia en las viejas películas de
Tarzán.
Pero ¿cómo consiguió Aníbal, en
Cartago, en el Mediterráneo, en la actual Túnez, una tropa de elefantes asiáticos?
Los elefantes tienen un apetito
voraz. Un elefante africano macho adulto come unos 200 kilos de vegetación al
día. A pesar de que el clima del norte de África era ligeramente más húmedo
entonces y el Sahara no tan extenso, las condiciones seguían sin ser propicias
para el transporte de elefantes hambrientos.
Los historiadores especulan que
unos pocos elefantes pequeños de los bosques podrían haber sido transportados
por el valle del Nilo o por el Mar Rojo hasta Egipto y luego criados en
cautiverio, pero si fue así, no queda testimonio alguno. Tampoco hay ningún
registro de que las grandes especies africanas fueran autóctonas del norte de
África en la época de Aníbal. Los dibujos de elefantes aparecen en los frescos
de Tassili en las
montañas Hoggar en el sur de Argelia, pero una reciente expedición
británica concluyó que los dibujos eran anteriores a Aníbal.
Muchos historiadores creen que el
origen probable de los elefantes de Aníbal podría haber sido las montañas del
Atlas de Marruecos y Argelia. Allí vivían en ese momento los elefantes africanos
de los bosques, unos animales más pequeños, de aproximadamente 2,5 m de altura
en la cruz, muy inferior a los elefantes subsaharianos de casi cuatro metros de
altura. Los elefantes del Atlas se extinguieron más tarde a medida que la
región se volvía cada vez más árida.
Presumiblemente, estos animales
habrían sido igual de difíciles de entrenar y habrían sido menos imponentes en
la guerra. En las antiguas campañas militares, los elefantes transportaban
suministros y cumplían la misma función que los tanques modernos.
En su estudio de 1955, Alpes y
elefantes, Gavin de Beer, quien fue director del Museo Británico de
Historia Natural, escribió: «No solo la apariencia de los
elefantes, su olor y el ruido de sus trompetas espantaban tanto a los hombres
como a los caballos a los que se enfrentaban, sino que eran extraordinariamente
peligrosos cuando cargaban, luchaban con sus colmillos y sus trompas y
pisoteaban a sus oponentes».
Según la mayoría de los relatos,
la fuerza de invasión de Aníbal en el año 218 a.C., reunida en España, incluía
37 o 38 elefantes, que para muchos historiadores que aceptan la conclusión de
De Beer de que la mayoría de estos elefantes eran africanos, ya sea de las
montañas del Atlas o del sur del desierto.
Moneda de plata de doble siclo de Cartago, que representa a Aníbal y un elefante. (The Trustees of the British Museum / CC BY-NC-SA 4.0) |
La prueba es una moneda
cartaginesa, acuñada en la época de Aníbal, que lleva una imagen inconfundible
de un elefante africano, reconocible por sus grandes orejas. Las monedas son a menudo valiosas para los
arqueólogos, y en este caso es todo lo que tienen los historiadores: una moneda
y una historia contada por Polibio después de la Segunda Guerra Púnica, en el transcurso de
la cual Aníbal asestó a los romanos de Escipión varias derrotas aplastantes, aunque
finalmente no logró apoderarse de la propia Roma.
Al parecer, solo uno de los
elefantes sobrevivió a la guerra. Este era el elefante que el propio Aníbal solía
montar a menudo. Su nombre, según la historia, era Surus, que significa ''el
sirio''. Debido a que se sabía que los Ptolomeos de Egipto, sucesores de
Alejandro, se habían apoderado de algunos elefantes indios como botín en sus
campañas en Siria, parecía probable que algunos descendientes de esos elefantes
hubieran llegado a Cartago. Egipto y Cartago disfrutaban de buenas relaciones
en aquellos días. De Beer, citando la historia de Surus, concluyó: «Por
lo tanto, es casi seguro que los elefantes de Aníbal incluían al menos un indio».
El descubrimiento en septiembre
de 2023 de un hueso en el sur de España ayudó poco a dar respuestas. Por un
lado, se creía que el hueso pertenecía potencialmente a un elefante utilizado
por Aníbal o por el ejército de Julio César. Por otro lado, un
artículo de El País informó de que Rafael Martínez, zoólogo de la
Universidad de Córdoba, concluyó tras examinar el hueso que se trataba de un «carpo perteneciente a la mano derecha, hueso también conocido como capitatum,
que podría ser tanto de un elefante africano o indio. Es muy difícil determinar
la especie, si asiática (Elephas maximus) o africana (Loxodonta
africana)».
En cualquier caso, los elefantes de Aníbal se han convertido en un símbolo perdurable de audacia e ingenio estratégico. El legado del recuerdo de los paquidermos trepando por los Alpes ha quedado consagrado para siempre en la memoria colectiva como uno de los momentos más cautivadores y audaces de la historia de la guerra.