Láminas decorativas del balneario ourensano Laias Caldaria. Fotos de Jacinto Gamo. |
Desde un balneario de Ourense en
el que está tomando las aguas tan ricamente, me escribe mi amigo y compañero de
universidad el zoólogo Jacinto Gamo. Como una cosa me lleva a la otra, el
chateo con Jacinto me lleva a la afición (obligada) de Darwin a lo que entonces
se llamaba “tomar las aguas”.
Charles Darwin fue uno de los más
grandes pensadores de todos los tiempos. Sin embargo, al padre de la teoría de
la evolución y la selección natural no le resultaba fácil pensar. Hizo un único
viaje (que mereciera tal nombre) en toda su vida (el del Beagle) y eso
le valió la inmortalidad por la formulación de una de las teorías más conocidas
de todos los tiempos, pero también una enfermedad de por vida.
Durante la mayor parte de su vida
adulta, Darwin sufrió insomnio, palpitaciones, vómitos y flatulencias. Los
médicos de la época no tenían ningún alivio que ofrecer y, con toda
probabilidad, la medicina moderna no lo haría mejor. Aunque el diagnóstico póstumo
siempre es impreciso, los síntomas de Darwin sugieren que pudo haber sufrido
una infección transmitida insectos conocida como enfermedad
de Chagas o tripanosomiasis americana.
Las chinches chupasangres como la de la fitografía son los vectores del mal de Chagas que probablemente padeció Darwin. |
La historia cuenta que el primer
período de mala salud del naturalista se produjo a causa de la picadura de un
insecto durante un viaje a Sudamérica. Hoy sabemos que el organismo infeccioso,
un parásito protozoario (Tripanosoma cruzi), puede encontrarse en el
torrente sanguíneo durante años después de la exposición inicial, causando
lentamente estragos hasta provocar, finalmente, enfermedades cardíacas. De
hecho, Darwin sucumbió a un ataque cardíaco en 1882.
¿Aceptó Darwin con tranquilidad
el fracaso de los médicos para aliviar su enfermedad? No. Como muchos otros burgueses
de la época, recurrió a terapias alternativas y se apuntó a la "cura del
agua".
Como escribió en su autobiografía,
era un visitante frecuente del «delicioso establecimiento hidropático
del Dr. Lane en Moor Park». Los placeres terapéuticos incluían sumergirse en baños
fríos y envolverse en toallas frescasy húmedas. Este tipo de establecimientos
estaban muy de moda en Inglaterra en aquella época. La gente acudía en masa a
balnearios de moda como Harrogate,
hoy propiedad de Danone, donde se decía que las aguas sulfurosas tenían
beneficios para la salud.
Bañarse siempre fue parte de
“tomar las aguas”, pero beber agua también se consideraba parte integral de la
“cura de Harrogate”. Aquellos que no podían permitirse viajar a ese balneario
para recibir un tratamiento tan glamuroso como caro tenían que conformarse con
beber agua embotellada en sus manantiales desde 1740.
Charles
Dickens visitó Harrogate en 1858, pero no le causó buena impresión. «El
lugar más extraño, con la gente más extraña, que lleva una vida muy extraña,
bailando, leyendo periódicos y cenando», escribió. Esa cena incluía beber
cuatro o cinco vasos de agua sulfurosa todos los días a pesar de su olor
desagradable. Dickens probablemente pensó que todo esto era un disparate.
Uno se pregunta qué habría
pensado de beber algo llamado literalmente Crazy Water (Agua Loca) de un
manantial en Texas hasta el que las circunstancias de la vida me llevaron hace
ya más de veinte años. Lo que vi me impresionó. Como suelo hacer, lo apunté en
mi libreta de campo y, como una cosa lleva a la otra, ahora aquellos apuntes me
sirven para escribir este artículo.
James Alvin Lynch muestra una de las primeras botellas de su agua mineral sulfurosa. Foto |
La historia comienza en 1877,
cuando montado en un borrico (el presupuesto no le daba para un caballo) el ranchero James Alvis Lynch
se dirigía al oeste con un rebaño de ganado desde Denison, Texas, en busca de
un lugar donde establecer una granja. No tuvo que aventurarse mucho antes de
encontrar un terreno adecuado, pero la fuente de agua más cercana era el río
Brazos, que estaba a kilómetros de distancia.
Sacar agua del río era una tarea
difícil y Lynch contrató a un perforador de pozos que logró localizar un
manantial subterráneo. Aunque el agua parecía sucia y olía raro, la familia no
tuvo otra opción y la usó como bebida habitual. Entonces sucedió algo
extraordinario: la señora Lynch, que había estado sufriendo terriblemente de
artritis, vio desaparecer su dolor.
El resto de la familia también afirmaba
que se sentían más sanos después de beber; la noticia sobre el agua milagrosa corrió
como la pólvora. A medida que la gente acudía a beberla, Lynch se dio cuenta de
que aquello era una oportunidad de negocio y perforó más pozos, que pronto no
daban abasto para satisfacer la demanda. En 1881, la fama del agua se había
extendido hasta tal punto que alrededor de los pozos se fundó la ciudad de
Mineral Wells, con Lynch como alcalde.
Otros especuladores también
buscaron sacar provecho de esta agua maravillosa, incluido el magnate Billy
Wiggins, que perforó otro pozo y lo convirtió en un lujoso balneario l. Este
pondría a Mineral Wells en el mapa como un lugar al que acudían multitudes para
"tomar las aguas". Había algo especial en el pozo de Wiggins, al
menos según contaba una historia que Wiggins se encargó de difundir.
Según decían sus interesados exégetas, a este pozo acudía a beber agua todos los días una "mujer loca" que terminó recuperando la cordura. Todo un éxito. A la vista de la demanda, Wiggins comenzó a embotellar el agua, a la que llamó Crazy Water. Esto ayudó a que Mineral Wells prosperara con más balnearios, casas de baños y hoteles, incluido el elegante Crazy Water Hotel, un Harrogate texano que ofrecía un entorno lujoso e innumerables efectos beneficios para la salud. En realidad, el único beneficio auténtico era para la cuenta bancaria de Wiggins.
La Gran Depresión afectó especialmente a Mineral Wells. La gente no podía permitirse viajar y muchos de los balnearios cerraron, incluido el Crazy Water Hotel. El transporte del agua embotellada se había vuelto demasiado caro, pero la Crazy Water Company ideó un nuevo plan. Dado que las propiedades milagrosas del agua se atribuían a su contenido mineral, ¿por qué no vender los minerales sin el agua? Nacieron los Crazy Water Crystals, que se vendían en envases pequeños mucho más fáciles de distribuir. Los clientes solo tenían que añadir agua para gozar de los miríficos resultados.
Crazy Water se sigue vendiendo hoy en día en Estados Unidos, aunque su
publicidad no dice nada de que cure la demencia. Hoy en día, su propaganda
exagerada dice que «hidrata rápidamente porque el cuerpo absorbe los minerales
infundidos por la Madre Naturaleza con mayor facilidad que los sintéticos [sic]
e incluso ayuda a desintoxicar el cuerpo».
Tal vez lo más interesante del
tocomocho publicitario es que Crazy Water se presenta en diferentes
“concentraciones”, con las botellas etiquetadas como 1, 2, 3 o 4. Estas tienen
un contenido mineral diferente, dependiendo de la profundidad del manantial del
que provienen. Se dice que la No. 4 es la más potente y solo se recomiendan uno
o dos vasos al día. Parece que la concentración se refiere al contenido
mineral, y de hecho la No. 4 tiene suficiente sulfato de magnesio para actuar
como laxante. La No. 1 ha sido filtrada para eliminar todos los minerales,
mientras que las No. 2 y 3 tienen un contenido mineral similar al del agua del
grifo.
La idea de comercializar
distintas concentraciones es bastante inteligente porque, sin decirlo,
transmite el mensaje de que el agua tiene propiedades medicinales. ¿Y cuánto
hay que desembolsar por Crazy Water? Unos 4 dólares por botella. Algunos
dirían que es una locura.