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lunes, 5 de agosto de 2024

EL QUINTO PAÍS MÁS CONTAMINANTE DEL MUNDO SE LLAMA INTERNET

 

La contaminación digital es un fenómeno que nos concierne a todos. Hoy en día, el 60% de la población mundial está conectada, es decir, puede intercambiar información en la red. Ver un vídeo, guardar archivos en un disco duro, llamar a un amigo por videoconferencia, conectarse a una plataforma… Sin saberlo, estos gestos cotidianos provocan una contaminación invisible que tiene consecuencias ecológicas: gases de efecto invernadero, contaminación química, producción de residuos…Es lo que llamamos contaminación digital y a diario todos participamos de ella,.

La mayoría de las personas son conscientes de que hay grandes industrias muy contaminantes: la automoción, la aviación, la ganadería, la moda, etc. Los ciudadanos estamos más concienciados con la necesidad de reciclar y reutilizar. Cada día tenemos más cubos de colores en nuestras cocinas, hacemos compras de proximidad, apostamos por la segunda mano, y un largo etcétera con el que tratamos de aportar nuestro granito de arena para cuidar y proteger el planeta. En ese afán de cuidar y de no producir ni consumir, hemos creído que lo digital era mejor que lo material. Al fin y al cabo, lo digital parece que no consume materias primas y no necesita espacio de almacenamiento físico, o ¿sí?

Nos han hecho creer que es mejor comprarse un ebook, que comprar libros en papel. Que era mejor contratar un servicio de música online que comprar compactos o contratar una plataforma y dejar de acumular DVDs en casa. Que era mejor hacer fotos digitales que revelar fotos en papel. Porque lo digital no se ve, y parece, a simple vista, que no consume. Pero no es así.

La contaminación digital no es necesariamente fácil de percibir. No es una nube de partículas finas que se acumula sobre nuestras cabezas ni una playa paradisíaca cubierta de desechos plásticos, pero está presente todos los días, porque cuando utilizas tu ordenador, tu teléfono móvil o cualquier otro dispositivo conectado, contaminas.

La contaminación digital hace referencia a todos los impactos negativos que las nuevas tecnologías provocan en nuestro medio ambiente. Se divide principalmente en tres categorías: producción, uso y reciclaje.

Producción

Durante la producción es cuando un dispositivo electrónico es más contaminante. Se estima que el 80% de la contaminación digital está vinculada a la fabricación del material. Por ejemplo, un ordenador de dos kilos requiere veintidós kilos de productos químicos, 240 kilos de combustible y 1.500 litros de agua limpia. Y eso sin contar el daño ambiental y el impacto humano vinculado a las condiciones de trabajo, desde la minería hasta las plantas de producción.

Reciclaje

En el extremo opuesto de la producción, en el fin de la vida útil de cualquier dispositivo, debería estar el reciclaje, pero un informe de la ONU estimó que el 75% de los residuos electrónicos escapan al reciclaje. Al final de su vida útil, la mayoría de los dispositivos electrónicos se exportan a China, India o África, donde simplemente se entierran.

Hay más de 70 materiales en la composición de un teléfono móvil: plástico, cobre, litio, vidrio, hierro, oro, plata, platino, paladio, pero también las llamadas tierras raras, europio, itrio, terbio, galio, tungsteno, indio, tantalio... Esta compleja composición, así como la forma en que están diseñados, hace que estos dispositivos sean muy difíciles de reciclar.

Uso: el quinto país más contaminante del mundo se llama Internet



Comparado con el ser humano, el ordenador -y por extensión la tecnología digital- tiene un lenguaje más bien pobre. Todo lo interpreta a base de dos signos: ceros y unos. Los ceros y unos también contaminan y mucho. Un correo electrónico genera diez gramos de CO2 al año, lo que equivale a una bolsa de plástico. Enviar 65 mensajes de correo electrónico equivale aproximadamente a conducir un kilómetro en coche. En media hora viendo un vídeo en internet dejamos una huella de 1,6 kilos de carbono. Si internet fuera un país, sería el quinto más contaminante del mundo.

Todos los archivos digitales, los miles de datos que generamos, que parece que no ocupan lugar alguno, sí ocupan lugar: la nube. Y la nube no es algo etéreo. Son millones de datos que se almacenan cada día: fotos, vídeos, mensajes de guasap, correos electrónicos, archivos que se guardan en grandes servidores que necesitan un alto grado de refrigeración y electricidad para poder operar, que emiten grandes volúmenes de CO2 a la atmósfera y que consumen nuestros exiguos recursos hidrológicos.

Cada giga de datos descargados consume 200 litros de agua. El uso global de internet requiere más de 2,6 billones de litros de agua al año y los centros de datos consumen la misma cantidad de agua que una ciudad de 320.000 habitantes.

En 2025, la industria de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC), es decir, el conjunto de recursos, herramientas, equipos, programas informáticos, aplicaciones, redes y medios; que permiten la compilación, procesamiento, almacenamiento, transmisión de información como: voz, datos, texto, video e imágenes, utilizará el 20% de la producción de energía global y será responsable del 6% de las emisiones mundiales.

Este problema no solo tiene implicaciones para el planeta, sino que —lo que es más importante— afecta a nivel individual. Porque la contaminación digital afecta a nuestra salud psicoemocional. Según un estudio publicado en el Journal of Medical Internet Research, el uso excesivo de la tecnología se relaciona con problemas de salud mental como ansiedad, depresión y trastornos del sueño.

Almacenamos muchísima información digital que no nos sirve para nada. Solo eliminamos el 17% de las fotos que tomamos y guardamos el 83%, aunque no las veamos jamás. El 70% de las personas no recordamos haber borrado archivos antiguos en el último mes. Y el 60% de los correos electrónicos que recibimos no los abrimos.

Pensemos a cuántas newsletters a las que estamos suscritos que luego no leemos y que al final se van acumulando en nuestras bandejas de entrada, durmiendo en donde habita el olvido. A ese miedo a borrar archivos digitales se le denomina Síndrome Digital de Diógenes. Este síndrome, que en mayor o menor medida sufrimos todos, provoca pérdida de capacidad de atención, dificultad de concentración, ansiedad, aislamiento social, falta de sueño e incapacidad para gestionar el tiempo, organizarse y concentrarse en las actividades diarias.

Cada vez que recibimos una notificación nuestro cuerpo segrega cortisol, la hormona del estrés y, teniendo en cuenta que al día recibimos miles, eso conduce a que estemos en un modo de alerta continuo. Admitámoslo, la gestión de nuestros archivos digitales genera estrés y afecta a nuestra vida diaria.

Pero la solución no está en volverle la espalda al mundo digital. La tecnología ha mejorado nuestro mundo y a nivel individual nos ha hecho la vida más fácil, eso es indudable. Pero, como todo en esta vida, hay que utilizarla en su justa medida. El primer paso es ser conscientes de que lo digital tiene un impacto real en nuestro bienestar mental y en el planeta. Una vez que tomemos conciencia, podremos actuar en consecuencia. Ahora depende de cada uno.