La contaminación digital es un
fenómeno que nos concierne a todos. Hoy en día, el 60% de la población mundial está
conectada, es decir, puede intercambiar información en la red. Ver un vídeo,
guardar archivos en un disco duro, llamar a un amigo por videoconferencia,
conectarse a una plataforma… Sin saberlo, estos gestos cotidianos provocan una
contaminación invisible que tiene consecuencias ecológicas: gases de efecto
invernadero, contaminación química, producción de residuos…Es lo que llamamos
contaminación digital y a diario todos participamos de ella,.
La mayoría de las personas son
conscientes de que hay grandes industrias muy contaminantes: la automoción, la
aviación, la ganadería, la moda, etc. Los ciudadanos estamos más concienciados
con la necesidad de reciclar y reutilizar. Cada día tenemos más cubos de
colores en nuestras cocinas, hacemos compras de proximidad, apostamos por la
segunda mano, y un largo etcétera con el que tratamos de aportar nuestro
granito de arena para cuidar y proteger el planeta. En ese afán de cuidar y de
no producir ni consumir, hemos creído que lo digital era mejor que lo material.
Al fin y al cabo, lo digital parece que no consume materias primas y no
necesita espacio de almacenamiento físico, o ¿sí?
Nos han hecho creer que es mejor
comprarse un ebook, que comprar libros en papel. Que era mejor contratar un
servicio de música online que comprar compactos o contratar una plataforma y
dejar de acumular DVDs en casa. Que era mejor hacer fotos digitales que revelar
fotos en papel. Porque lo digital no se ve, y parece, a simple vista, que no
consume. Pero no es así.
La contaminación digital no es
necesariamente fácil de percibir. No es una nube de partículas finas que se
acumula sobre nuestras cabezas ni una playa paradisíaca cubierta de desechos
plásticos, pero está presente todos los días, porque cuando utilizas tu
ordenador, tu teléfono móvil o cualquier otro dispositivo conectado,
contaminas.
La contaminación digital hace
referencia a todos los impactos negativos que las nuevas tecnologías provocan
en nuestro medio ambiente. Se divide principalmente en tres categorías:
producción, uso y reciclaje.
Producción
Durante la producción es cuando
un dispositivo electrónico es más contaminante. Se estima que el 80% de la
contaminación digital está vinculada a la fabricación del material. Por
ejemplo, un ordenador de dos kilos requiere veintidós kilos de productos
químicos, 240 kilos de combustible y 1.500 litros de agua limpia. Y eso sin
contar el daño ambiental y el impacto humano vinculado a las condiciones de
trabajo, desde la minería hasta las plantas de producción.
Reciclaje
En el extremo opuesto de la
producción, en el fin de la vida útil de cualquier dispositivo, debería estar
el reciclaje, pero un informe de la ONU estimó que el 75% de los residuos
electrónicos escapan al reciclaje. Al final de su vida útil, la mayoría de los
dispositivos electrónicos se exportan a China, India o África, donde
simplemente se entierran.
Hay más de 70 materiales en la
composición de un teléfono móvil: plástico, cobre, litio, vidrio, hierro, oro,
plata, platino, paladio, pero también las llamadas tierras raras, europio,
itrio, terbio, galio, tungsteno, indio, tantalio... Esta compleja composición,
así como la forma en que están diseñados, hace que estos dispositivos sean muy
difíciles de reciclar.
Uso: el quinto país más
contaminante del mundo se llama Internet
Comparado con el ser humano, el
ordenador -y por extensión la tecnología digital- tiene un lenguaje más bien
pobre. Todo lo interpreta a base de dos signos: ceros y unos. Los ceros y unos
también contaminan y mucho. Un correo electrónico genera diez gramos de CO2
al año, lo que equivale a una bolsa de plástico. Enviar 65 mensajes de correo
electrónico equivale aproximadamente a conducir un kilómetro en coche. En media
hora viendo un vídeo en internet dejamos una huella de 1,6 kilos de carbono. Si
internet fuera un país, sería el quinto más contaminante del mundo.
Todos los archivos digitales, los
miles de datos que generamos, que parece que no ocupan lugar alguno, sí ocupan
lugar: la nube. Y la nube no es algo etéreo. Son millones de datos que se
almacenan cada día: fotos, vídeos, mensajes de guasap, correos electrónicos,
archivos que se guardan en grandes servidores que necesitan un alto grado de
refrigeración y electricidad para poder operar, que emiten grandes volúmenes de
CO2 a la atmósfera y que consumen nuestros exiguos recursos hidrológicos.
Cada giga de datos descargados
consume 200 litros de agua. El uso global de internet requiere más de 2,6
billones de litros de agua al año y los centros de datos consumen la misma
cantidad de agua que una ciudad de 320.000 habitantes.
En 2025, la industria de las Tecnologías
de la Información y las Comunicaciones (TIC), es decir, el conjunto de
recursos, herramientas, equipos, programas informáticos, aplicaciones, redes y
medios; que permiten la compilación, procesamiento, almacenamiento, transmisión
de información como: voz, datos, texto, video e imágenes, utilizará el 20% de
la producción de energía global y será responsable del 6% de las emisiones
mundiales.
Este problema no solo tiene
implicaciones para el planeta, sino que —lo que es más importante— afecta a
nivel individual. Porque la contaminación digital afecta a nuestra salud
psicoemocional. Según un estudio publicado en el Journal of Medical Internet
Research, el uso excesivo de la tecnología se relaciona con problemas
de salud mental como ansiedad, depresión y trastornos del sueño.
Almacenamos muchísima información
digital que no nos sirve para nada. Solo eliminamos el 17% de las fotos que
tomamos y guardamos el 83%, aunque no las veamos jamás. El 70% de las personas
no recordamos haber borrado archivos antiguos en el último mes. Y el 60% de los
correos electrónicos que recibimos no los abrimos.
Pensemos a cuántas newsletters
a las que estamos suscritos que luego no leemos y que al final se van
acumulando en nuestras bandejas de entrada, durmiendo en donde habita el olvido.
A ese miedo a borrar archivos digitales se le denomina Síndrome
Digital de Diógenes. Este síndrome, que en mayor o menor medida sufrimos
todos, provoca pérdida de capacidad de atención, dificultad de concentración,
ansiedad, aislamiento social, falta de sueño e incapacidad para gestionar el
tiempo, organizarse y concentrarse en las actividades diarias.
Cada vez que recibimos una
notificación nuestro cuerpo segrega cortisol, la hormona del estrés y, teniendo
en cuenta que al día recibimos miles, eso conduce a que estemos en un modo de
alerta continuo. Admitámoslo, la gestión de nuestros archivos digitales genera
estrés y afecta a nuestra vida diaria.
Pero la solución no está en
volverle la espalda al mundo digital. La tecnología ha mejorado nuestro mundo y
a nivel individual nos ha hecho la vida más fácil, eso es indudable. Pero, como
todo en esta vida, hay que utilizarla en su justa medida. El primer paso es ser
conscientes de que lo digital tiene un impacto real en nuestro bienestar mental
y en el planeta. Una vez que tomemos conciencia, podremos actuar en
consecuencia. Ahora depende de cada uno.