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martes, 30 de julio de 2024

LECTURAS DE VERANO: LA BODEGA QUESERA MÁS GRANDE DEL MUNDO

 



La regulación intervencionista del mercado de los derivados lácteos mediante la acumulación de quesos en almacenes gubernamentales fue, y continúa siendo, un enorme problema en Estados Unidos. El embrollo quesero federal comenzó como un primitivo y voluntarioso plan de ayuda económica que terminó por irse de las manos.

Intervenir los mercados mediante el almacenaje de productos necesarios para el abastecimiento para regular los precios no es nada nuevo. De hecho, fue una de las aspiraciones que, en sus fallidas prácticas autocráticas, el franquismo ejerció a través de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (CAT), un organismo de la administración española activo entre 1939 y mediados de los años 1980. La CAT fue protagonista de algunos sonoros escándalos, algunos de los cuales, según se cuenta, sirvió para que Mariano Rajoy y sus dos hermanos ocuparan dos registros de la propiedad y una notaría.

Las gigantescas bodegas queseras de Springfield, Illinois

Springfield, un pueblo de ubicación exacta desconocida, es el lugar de residencia de Los Simpson, un lugar en el que sus habitantes, los personajes de la serie, se enfrentan a los problemas básicos de la sociedad moderna. Más allá de la ficción, la genuina Springfield es la aburrida capital de Illinois, cuyo mayor ornato histórico es haber servido durante algunos años de lugar de residencia a Abraham Lincoln, cuyos restos descansan hoy enterrados en el cementerio de Oak Ridge en la ciudad.

Hasta aquí lo visible. Lo invisible para quienes pasan circunstancialmente por Springfield (una de las muchas ciudades de paso que tanto abundan en Estados Unidos) es que, además de los restos de Lincoln, bajo el suelo municipal descansan millones de kilos de queso industrial americano, la mayor reserva nacional de queso.


En las profundidades de unas minas de piedra caliza reconvertidas en cuevas bodegueras que se mantienen a una temperatura perfecta de 2,5 grados centígrados, se almacenan unas formidables reservas de 700 millones de kilos de queso propiedad del gobierno que son el excedente de un país que produce más lácteos de los que puede consumir o exportar. 

Cómo se llegó a ese punto es una larga historia que comenzó en 1949, cuando la Ley Agrícola de ese año otorgó la autoridad para comprar productos lácteos a los agricultores a la Commodity Credit Corporation (CCC), una empresa estatal dedicada a estabilizar los ingresos agrícolas, que había existido desde la Gran Depresión, cuando se creó como parte del intento del New Deal de estabilizar los precios y ayudar a los agricultores.

Durante la década de 1970, la inflación galopante y una nueva crisis hizo tambalear otra vez la economía nacional. El precio de la leche estaba por los suelos y los productores se enfrentaban a la ruina. Mientras los estadounidenses hacían largas colas para comprar gasolina y veían cómo se desplomaba la economía, se enfrentaban a otra crisis: una escasez sin precedentes de productos lácteos. En 1973, los precios de los lácteos se dispararon un 30% por ciento, al tiempo que se inflaban los de otros alimentos. El gobierno intervino, lo que provocó una caída drástica de los precios.

Para estimular la producción y aliviar la crisis, en 1977 el recién elegido presidente Jimmy Carter decidió invertir dinero en la industria láctea. Su administración estableció una nueva política para subsidiar los productos lácteos que inyectó dos mil millones de dólares (más de doce mil millones al cambio actual) en la industria láctea durante los siguientes cuatro años. Aunque este plan fue bien recibido por los productores lecheros, también los puso en el disparadero de la sobreproducción.

Sabiendo que lo que no se vendiera en el mercado lo compraría el gobierno, los productores lecheros que habían estado pasando apuros se pusieron manos a la obra para producir la mayor cantidad posible de productos lácteos. Crónica de una muerte anunciada. En unos meses, la leche inundaba el país. Los excedentes se usaban para alimentar al ganado o se vertían directamente en los campos para fertilizar el suelo.

El gobierno intervino de nuevo. Compró la leche que los productores lecheros no podían vender y comenzó a procesarla para obtener queso, mantequilla y leche en polvo deshidratada. A medida que los productores lecheros producían más y más leche, las reservas se dispararon.

A principios de la década de 1980, el gobierno custodiaba más de 250 millones de kilos de queso almacenadas en cientos de almacenes en 35 estados. La razón por la que los productos lácteos se convirtieron principalmente en queso es que tiene una vida útil más larga que otros productos lácteos y se puede conservar mucho tiempo en las condiciones adecuadas.

Cuando los republicanos estadounidenses se quejan de la atención médica socializada de Obama, convendría recordarles que Reagan socializó el queso

¿Qué hacer con tanto queso? El enorme suministro era un problema, pero había otro problema: el gobierno no tenía idea de qué hacer con tanto queso. «Probablemente lo más barato y práctico sería arrojarlo al océano»,  dijo un alto funcionario al Washington Post en 1981. También había confusión sobre cuánto duraba realmente el queso procesado estadounidense, diseñado para almacenarse durante largos períodos de tiempo. Y eso por no hablar de que mantener los almacenes costaba un millón de dólares diarios.

Dispuesta a acabar con los excedentes, en 1981 Ronald Reagan decidió regalarlo. Ese año, mientras que el propio presidente se fotografiaba enarbolando un bloque de queso de cinco libras, el entonces secretario de Agricultura, John R. Block, dio una rueda de prensa en la Casa Blanca en la que, anunció: «Tenemos 60 millones de estos bloques [unos 150 millones de kilos] que son propiedad del gobierno... Está mohoso, se está deteriorando [...] no podemos encontrar un mercado para ellos, no podemos venderlos así que lo queremos regalar». 

1981: el presidente Reagan levanta un bloque de cinco libras de queso americano. Crédito de la imagen: History.com

Reagan firmó el Programa Temporal de Asistencia Alimentaria de Emergencia, dirigidos a la asistencia social para la población más vulnerable y a los comedores escolares. Así nació el "Queso del Gobierno", que se distribuyó gratuitamente en forma de bloques que la gente recogía en bancos de alimentos, centros comunitarios, residencias de ancianos, etc. Quienes lo probaron no lo olvidan. Aparte de su extraño color naranja, su etiquetado desprendía un tufillo a humillación en forma de beneficencia hacia las personas que no podían darse el lujo de no comerlo. Su color, un naranja pálido, llamaba la atención. Había otro problema que diferenciaban al queso gubernamental del queso procesado estándar: debido a que las cantidades almacenadas eran tan grandes, las dificultades de almacenamiento a menudo conducían a la formación de moho.

Venía en pilas etiquetadas de bloques de dos kilos y medio que dejaban meridianamente claro que no era un queso adquirido en el supermercado. Como había sucedido años antes con la leche en polvo americana, el "Queso del Gobierno" se convirtió en un tótem nostálgico de la cultura estadounidense que genera recuerdos enfrentados entre quienes tuvieron que comerlo y quienes nunca lo probaron. El queso del gobierno representa tiempos de pobreza, cuando sus consumidores se veían obligados a depender de las limosnas federales para comer.

Para incentivar los productos lácteos que cada vez tenían menos demanda, en la década de 1990 la administración Clinton creó el Dairy Management Inc. Con un presupuesto anual de 140 millones de dólares, esta rama del Departamento de Agricultura (USDA) trabajó y sigue trabajando para que los estadounidenses consuman más productos lácteos, incluyendo subvencionar con millones de dólares a compañías de comida rápida como Taco Bell y Domino's para 'animarlas' a multiplicar la cantidad de queso en sus platos presionándolas para que multiplicaran ocho veces la cantidad de queso en los platos de sus menús.

Y lo hace a pesar de que el Departamento de Salud ha realizado estudios que muestran que el consumo habitual de productos lácteos no es precisamente saludable y que el 36% de los estadounidenses son intolerantes a la lactosa.

Anuncio de Taylor Swift "Got Milk" de 2008 con subtítulos que incluyen los beneficios de beber leche. Crédito de la foto: NY Daily News (Milk Processor Education Program/AP).


El gobierno finalmente se retiró del negocio del queso en la década de 1990, cuando los precios de los productos lácteos volvieron a calmarse. Décadas después, la CCC volvió a ser noticia cuando la administración Trump anunció que otorgaría grandes subsidios para compensar el impacto de su guerra comercial con China, Canadá y la Unión Europea.

En 2019, después de que el USDA detectara que el consumo de leche estadounidense había caído de 125 kilos per cápita en 1975 a 67 kilos per cápita en 2017, el gobierno de Trump volvió a subsidiar los derivados lácteos y a almacenar queso hasta acumular un total de 690 millones de kilos.

Aunque la demanda había estado disminuyendo, la producción había ido aumentado un 13% desde 2010. En 2016, la industria láctea estadounidense arrojó la friolera de 170 millones de litros de leche a los campos, un desperdicio asombroso, pero poco representativo del tamaño de los excedentes que tienen las granjas lecheras. La industria láctea recibió 43.000 y 36.000 mil millones de dólares en 2016 y 2017, respectivamente, del gobierno federal.

En 2018, el 42% de los ingresos de los productores lácteos estadounidenses procedía de algún tipo de subsidio gubernamental. Es importante señalar que el lobby de los lácteos es en gran medida responsable de influir en la política para dedicar este dinero a la industria, y el dinero va principalmente a las grandes empresas lácteas que financian al lobby, dejando que los pequeños productores se las arreglen por sí mismos en un mercado cada vez más competitivo.

Pero no se escandalicen. Estados Unidos está lejos de ser el único país que estabiliza artificialmente los precios agrícolas mediante el almacenamiento de productos alimenticios. China apuntala los precios de la carne de cerdo comprando excedentes para su reserva de carne porcina congelada. Cuando escasean los suministros de sirope de arce, Canadá recurre a su reserva estratégica. Y la Unión Europea tiene una larga y escandalosa historia de acumulación de “montañas de mantequilla”, “lagos de vino” y “lagos de leche”, estos últimos compuestos por enormes cantidades de leche desnatada en polvo almacenadas en depósitos de Alemania, Bélgica y Francia.