La regulación intervencionista del
mercado de los derivados lácteos mediante la acumulación de quesos en almacenes
gubernamentales fue, y continúa siendo, un enorme problema en Estados Unidos. El
embrollo quesero federal comenzó como un primitivo y voluntarioso plan de ayuda
económica que terminó por irse de las manos.
Intervenir los mercados mediante
el almacenaje de productos necesarios para el abastecimiento para regular los
precios no es nada nuevo. De hecho, fue una de las aspiraciones que, en sus
fallidas prácticas autocráticas, el franquismo ejerció a través de la Comisaría
General de Abastecimientos y Transportes (CAT), un organismo de la
administración española activo entre 1939 y mediados de los años 1980. La CAT
fue protagonista de algunos sonoros escándalos, algunos de los cuales, según se
cuenta, sirvió para que Mariano Rajoy y sus dos hermanos ocuparan
dos registros de la propiedad y una notaría.
Las gigantescas bodegas
queseras de Springfield, Illinois
Springfield, un pueblo de
ubicación exacta desconocida, es el lugar de residencia de Los Simpson, un
lugar en el que sus habitantes, los personajes de la serie, se enfrentan a los
problemas básicos de la sociedad moderna. Más allá de la ficción, la genuina Springfield
es la aburrida capital de Illinois, cuyo mayor ornato histórico es haber
servido durante algunos años de lugar de residencia a Abraham Lincoln, cuyos restos
descansan hoy enterrados en el cementerio de Oak Ridge en la ciudad.
Hasta aquí lo visible. Lo invisible para quienes pasan circunstancialmente por Springfield (una de las muchas ciudades de paso que tanto abundan en Estados Unidos) es que, además de los restos de Lincoln, bajo el suelo municipal descansan millones de kilos de queso industrial americano, la mayor reserva nacional de queso.
En las profundidades de unas minas de piedra caliza reconvertidas en cuevas bodegueras que se mantienen a una temperatura perfecta de 2,5 grados centígrados, se almacenan unas formidables reservas de 700 millones de kilos de queso propiedad del gobierno que son el excedente de un país que produce más lácteos de los que puede consumir o exportar.
Cómo se llegó a ese punto es una
larga historia que comenzó en 1949, cuando la Ley Agrícola de ese año otorgó la
autoridad para comprar productos lácteos a los agricultores a la Commodity Credit Corporation (CCC), una empresa
estatal dedicada a estabilizar los ingresos agrícolas, que había existido desde
la Gran Depresión, cuando se creó como parte del intento del New Deal de
estabilizar los precios y ayudar a los agricultores.
Durante la década de 1970, la
inflación galopante y una nueva crisis hizo tambalear otra vez la economía
nacional. El precio de la leche estaba por los suelos y los productores se
enfrentaban a la ruina. Mientras los estadounidenses hacían largas colas para
comprar gasolina y veían cómo se desplomaba la economía, se enfrentaban a otra
crisis: una escasez sin precedentes de productos lácteos. En 1973, los precios
de los lácteos se dispararon un 30% por ciento, al tiempo que se inflaban los
de otros alimentos. El gobierno intervino, lo que provocó una caída drástica de
los precios.
Para estimular la producción y
aliviar la crisis, en 1977 el recién elegido presidente Jimmy Carter decidió invertir
dinero en la industria láctea. Su administración estableció una nueva política
para subsidiar los productos lácteos que inyectó dos mil millones de dólares (más
de doce mil millones al cambio actual) en la industria láctea durante los
siguientes cuatro años. Aunque este plan fue bien recibido por los productores
lecheros, también los puso en el disparadero de la sobreproducción.
Sabiendo que lo que no se
vendiera en el mercado lo compraría el gobierno, los productores lecheros que
habían estado pasando apuros se pusieron manos a la obra para producir la mayor
cantidad posible de productos lácteos. Crónica de una muerte anunciada. En unos
meses, la leche inundaba el país. Los excedentes se usaban para alimentar al
ganado o se vertían directamente en los campos para fertilizar el suelo.
El gobierno intervino de nuevo. Compró
la leche que los productores lecheros no podían vender y comenzó a procesarla
para obtener queso, mantequilla y leche en polvo deshidratada. A medida que los
productores lecheros producían más y más leche, las reservas se dispararon.
A principios de la década de
1980, el gobierno custodiaba más de 250 millones de kilos de queso almacenadas
en cientos de almacenes en 35 estados. La razón por la que los productos lácteos
se convirtieron principalmente en queso es que tiene una vida útil más larga
que otros productos lácteos y se puede conservar mucho tiempo en las
condiciones adecuadas.
Cuando los republicanos estadounidenses
se quejan de la atención médica socializada de Obama, convendría recordarles
que Reagan socializó el queso
¿Qué hacer con tanto queso? El
enorme suministro era un problema, pero había otro problema: el gobierno no
tenía idea de qué hacer con tanto queso. «Probablemente lo más barato y
práctico sería arrojarlo al océano»,
dijo
un alto funcionario al Washington Post en 1981. También había confusión
sobre cuánto duraba realmente el queso procesado estadounidense, diseñado para
almacenarse durante largos períodos de tiempo. Y eso por no hablar de que mantener
los almacenes costaba
un millón de dólares diarios.
Dispuesta a acabar con los
excedentes, en 1981 Ronald Reagan decidió regalarlo. Ese año, mientras que el propio
presidente se fotografiaba enarbolando un bloque de queso de cinco libras, el entonces
secretario de Agricultura, John R. Block, dio una
rueda de prensa en la Casa Blanca en la que, anunció: «Tenemos
60 millones de estos bloques [unos 150 millones de kilos] que son propiedad del
gobierno... Está mohoso, se está deteriorando [...] no podemos encontrar un
mercado para ellos, no podemos venderlos así que lo queremos regalar».
1981: el presidente Reagan levanta un bloque de cinco libras de queso americano. Crédito de la imagen: History.com |
Reagan firmó el Programa Temporal de
Asistencia Alimentaria de Emergencia, dirigidos a la asistencia social para
la población más vulnerable y a los comedores escolares. Así nació el "Queso
del Gobierno", que se distribuyó gratuitamente en forma de bloques que
la gente recogía en bancos de alimentos, centros comunitarios, residencias de
ancianos, etc. Quienes lo probaron no lo olvidan. Aparte de su extraño color
naranja, su etiquetado desprendía un tufillo a humillación en forma de beneficencia
hacia las personas que no podían darse el lujo de no comerlo. Su color, un
naranja pálido, llamaba la atención. Había otro problema que diferenciaban al
queso gubernamental del queso procesado estándar: debido a que las cantidades almacenadas
eran tan grandes, las dificultades de almacenamiento a menudo conducían a la
formación de moho.
Venía en pilas etiquetadas de
bloques de dos kilos y medio que dejaban meridianamente claro que no era un
queso adquirido en el supermercado. Como había sucedido años antes con la leche
en polvo americana, el "Queso del Gobierno" se convirtió en un tótem
nostálgico de la cultura estadounidense que genera recuerdos enfrentados
entre quienes tuvieron que comerlo y quienes nunca lo probaron. El queso del
gobierno representa tiempos de pobreza, cuando sus consumidores se veían
obligados a depender de las limosnas federales para comer.
Para incentivar los productos
lácteos que cada vez tenían menos demanda, en la década de 1990 la administración
Clinton creó el Dairy
Management Inc. Con un presupuesto anual de 140 millones de dólares, esta
rama del Departamento de Agricultura (USDA) trabajó y sigue trabajando para que
los estadounidenses consuman más productos lácteos, incluyendo subvencionar con
millones de dólares a compañías de comida rápida como Taco Bell y Domino's
para 'animarlas' a multiplicar la cantidad de queso en sus platos presionándolas
para que multiplicaran ocho veces la cantidad de queso en los platos de sus
menús.
Y lo hace a pesar de que el
Departamento de Salud ha realizado estudios que muestran que el consumo habitual de productos
lácteos no es precisamente saludable y que el 36% de los estadounidenses
son intolerantes a la lactosa.
Anuncio de Taylor Swift "Got Milk" de 2008 con subtítulos que incluyen los beneficios de beber leche. Crédito de la foto: NY Daily News (Milk Processor Education Program/AP). |
El gobierno finalmente se retiró
del negocio del queso en la década de 1990, cuando los precios de los productos
lácteos volvieron a calmarse. Décadas después, la CCC volvió a ser noticia
cuando la administración Trump anunció que otorgaría grandes subsidios para
compensar el impacto de su guerra comercial con China, Canadá y la Unión
Europea.
En 2019, después de que el USDA
detectara que el consumo de leche estadounidense había caído de 125 kilos per
cápita en 1975 a 67 kilos per cápita en 2017, el gobierno de Trump volvió a subsidiar
los derivados lácteos y a almacenar queso hasta acumular
un total de 690 millones de kilos.
Aunque la demanda había estado
disminuyendo, la producción había ido aumentado un 13% desde 2010. En 2016, la
industria láctea estadounidense arrojó la friolera de 170 millones de litros de
leche a los campos, un desperdicio asombroso, pero poco representativo del
tamaño de los excedentes que tienen las granjas lecheras. La industria láctea
recibió 43.000 y 36.000 mil millones de dólares en 2016 y 2017,
respectivamente, del gobierno federal.
En 2018, el 42% de los ingresos
de los productores lácteos estadounidenses procedía de algún tipo de subsidio
gubernamental. Es importante señalar que el lobby de los lácteos es en gran
medida responsable de influir en la política para dedicar este dinero a la
industria, y el dinero va principalmente a las grandes empresas lácteas que
financian al lobby, dejando que los pequeños productores se las arreglen por sí
mismos en un mercado cada vez más competitivo.
Pero no se escandalicen. Estados
Unidos está lejos de ser el único país que estabiliza artificialmente los
precios agrícolas mediante el almacenamiento de productos alimenticios. China
apuntala los precios de la carne de cerdo comprando excedentes para su
reserva de carne porcina congelada. Cuando escasean los suministros de sirope
de arce, Canadá
recurre a su reserva estratégica. Y la Unión Europea tiene una larga y
escandalosa historia de acumulación de “montañas
de mantequilla”, “lagos de vino” y “lagos de leche”, estos últimos
compuestos por enormes cantidades de leche desnatada en polvo almacenadas en depósitos
de Alemania, Bélgica y Francia.