A pesar de que, como en
muchas otras actividades, el papel de la mujer en la historia de la cerveza ha
sido ninguneado a lo largo de la historia, esta bebida que no entiende de géneros
debe buena parte de su origen y evolución a las féminas.
Como ahora estoy
escribiendo en mi ordenador, me viene al pelo la historia del teclado que Judy
Wajcman recoge en su libro El tecnofeminismo, una historia que creo resume
muy bien de qué hablamos cuando hablamos de la alianza patriarcal y capitalista
y del ninguneo secular que el género dominante ha ejercido sobre las mujeres.
El teclado QWERTY que manejamos hoy en día sustituyó en su momento a la linotipia. Los
obreros que manejaban la linotipia se sublevaron contra este cambio porque
introducir un nuevo teclado significaba acabar con su trabajo especializado y, además, permitiría que las mujeres pudieran hacer ese trabajo.
Wajcman señala que la especialización del trabajo supone la sexualización o
generización del mismo, y este ejemplo muestra cómo la lucha obrera fue en
muchos casos la lucha del obrero, por mucho que se esfuercen en decirnos que la
clase trabajadora es una y la misma.
El caso es que,
finalmente, si las mujeres comenzaron a trabajar con el teclado QWERTY no fue
tanto un logro feminista sino una decisión de las patronales, que vieron la
oportunidad de abaratar la mano de obra diciendo que el trabajo era menos
especializado para pagar menos por él, cuando lo cierto es que se les pagaba
menos por ser mujeres que venían de no tener salario. Sabían que iban a protestar
menos.
El caso de la invención
de la cerveza.
¿Sabes por qué en la
mayoría de los bares las cañas de cerveza se sirven tan frías hasta el punto de
que da casi lo mismo beber una marca que otra? La respuesta es muy sencilla: es
un truco de las grandes marcas cerveceras para sacar la máxima rentabilidad, por lo
que lo importante es que se nos congelen las papilas gustativas para que el
sabor más bien malo o anodino no se aprecie. Pero la cerveza de calidad, esa
que tiene matices y es artesana, es mejor beberla a temperatura ambiente.
En relación con la cerveza
surgen cientos de preguntas a poco que uno sea aficionado. ¿Alguna vez te has
preguntado cuál es la diferencia entre una cerveza lager, otra ale
o una IPA? ¿O te has maravillado al saber cómo con solo cuatro
ingredientes básicos pueden existir alrededor de 150 estilos diferentes de
cerveza? ¿Cómo demonios consiguen que de una bebida que se basa en la
fermentación alcohólica puedan obtenerse cervezas sin alcohol?
La respuesta a esa y otras muchas cuestiones se pueden encontrar en el libro The Philosophy of Beer de Jane Peyton, una polifacética autora inglesa en cuya web se presenta como educadora sobre bebidas alcohólicas y fundadora de School of Booze, una consultoría que ofrece cursos en línea sobre cerveza, sidra y vino.
El libro ofrece una
interesante historia de una de las bebidas más consumidas en el mundo cuya
evidencia más antigua arranca hace miles de años pasando por su papel central
en los monasterios y a bordo de los navíos de guerra, hasta su inmensa
popularidad en la actualidad.
Decía Platón que quien
inventó la cerveza fue un hombre sabio. Se equivocaba. En realidad, fue una
mujer. Persona sabia, sí, pero mujer. Sí, ¡la cerveza la inventaron ellas! Y no solo son responsables
del descubrimiento, porque sus aportaciones a lo largo de la historia cervecera han sido cruciales en su desarrollo para concebirla tal y como lo hacemos hoy
en día.
Hará algo más de 7.000
años, en Mesopotamia comenzó a desarrollarse la actividad cervecera; fueron las mujeres
quienes mezclaron los granos de cereal con agua y hierbas para elaborar un
brebaje con fines nutritivos. Los cocinaron… y de aquella mezcla intuitiva
impulsada para calmar el hambre resultó un brebaje que fermentaba de
manera espontánea.
Pronto empezaron a
desarrollar sus habilidades en torno a aquel líquido turbio y espeso, pero muy
nutritivo, que además era capaz de alegrar el espíritu. Según cuenta Jane
Peyton, por aquel entonces y durante cientos de años su grado de
conocimiento hizo que fuesen las únicas que podían producirla y también
comercializarla.
La versión que yo
conocía era que la cerveza actual fue inventada por monjes. Sin embargo, según
cuenta Peyton, cuando los monjes vieron el potencial de lo que las familias, y
en concreto las mujeres, ya estaban haciendo, decidieron invertir en el cultivo
de cereales para crear nuevas mezclas y comercializarlas. Es decir, una vez que
vieron un negocio próspero, lo monopolizaron.
Hasta entonces, las mujeres no solo habían sido quienes la elaboraban, sino también quienes investigaban con sabores, texturas y mezclas. Se cuenta que tanto en la sociedad mesopotámica como en la sumeria las mujeres disponían del espacio específico en la cocina para elaborarla, y el proceso era considerado un ritual.
Siglos más tarde, en la sociedad vikinga, seguían siendo ellas las responsables y suyas eran también las licencias y equipos para elaborarla. En Egipto también fue una bebida elaborada por mujeres hasta que se extendió su producción y pasó a manos de hombres. Lo mismo ocurrió en la Edad Media europea, cuando las licencias pasaron a estar a nombre de los maridos.
El cambio legal de
licencia puede tener que ver con el hecho de que, para entonces, la cerveza era
un bien muy preciado y aunque se elaboraba a nivel familiar, los excedentes se
vendían para obtener un ingreso familiar extra. Así, ellas seguían trabajando,
pero el producto ya no era suyo. Y el dinero que daba, tampoco.
El lúpulo aparece en escena
La historia siempre nos
devuelve el relato de las clases sociales y del patriarcado. Porque a pesar de
ese monopolio clerical, la cerveza tal y como la conocemos, la inventó también una
mujer.
Fue en la Edad Media
cuando la elaboración y el consumo de cerveza dio un nuevo giro al agregar a la
mezcla el lúpulo, una flor que dota a la bebida de su característico amargor, y
cuyas propiedades conservantes permitían almacenarla durante mucho más tiempo.
La responsable del descubrimiento que dio este giro radical a la cervecería fue
la abadesa Hildegarda
de Bingen, la versión femenina de Leonardo da Vinci.
Por supuesto a esta buena mujer, que compaginó su rol como maestra cervecera con el de teóloga, escritora y botánica entre otros, terminaron canonizándola. Además de su notable aportación a la cerveza, Hildegard von Bingen nos legó un placentero «descubrimiento»: la primera descripción por escrito de un orgasmo femenino.
Esta monja de clausura (¡ojo!) fue la primera en atreverse a asegurar que el
placer era cosa de dos, que residía en el cerebro y que la mujer también lo
sentía. Para ella, el acto sexual era algo «bello, sublime y ardiente». En sus
libros de medicina abordó la sexualidad, especialmente en Causa et curae,
en la que describió sin tapujos el momento del clímax de la pareja y la
eyaculación.
¡La verdad es que se
merecía ser santa!