viernes, 14 de junio de 2024

Fruitland, el fracaso del primer experimento anarcovegano americano

 

Edificio principal de Fruitlands, hacia 1915. La morera delante de la casa fue plantada por los comuneros para la reproducción de gusanos de seda. Fuente.

Los fracasos en Fruitlands demostraron que los ideales anarquistas y vegetarianos no eran suficientes para sostener una comunidad, ni espiritual ni nutricionalmente.

Durante los últimos 200 años, han surgido varios experimentos utópicos. Desde comunas hasta nuevas religiones, varios colectivos utópicos han intentado crear modelos alternativos de sociedad. En 1843, Bronson y Abigail Alcott, los padres de Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas, fundaron en una granja próxima a la ciudad de Harvard, Massachusetts, una comuna llamada Fruitlands, en la que Bronson y su amigo Charles Lane, junto con sus respectivas familias, intentaron crear una experiencia vital de autosuficiencia agraria.

Louisa May Alcott, que durante su niñez se mudó treinta veces, vivió en aquel refugio utópico y trascendentalista cuando tenía once años. Allí, apartados del resto de la sociedad, sus padres planearon vivir con otros “hermanos” alimentándose de la tierra y siguiendo los principios de la belleza, la virtud, la justicia y el amor, a la búsqueda de una existencia perfectamente armonizada con su entorno y las demás criaturas surgidas de la mano de Dios.

Fruitlands fue también uno de los primeros experimentos estadounidenses de anarquismo y veganismo. Como los Alcott eran anarquistas, su sueño ansiaba un mundo sin propiedad privada. De hecho, Bronson Alcott, un filósofo de sesgo trascendentalista, de muy buenas intenciones, pero incapaz de asentarse en un proyecto y de encarar la vida del día a día, había sido encarcelado anteriormente por resistirse a pagar impuestos. Los Alcott y los Lane querían crear una comunidad sin propiedad ni comercio en la que vivir en plena armonía con su entorno.

Además, aquellos comuneros ilusos querían liberarse de una dieta cárnica. Una de las influencias intelectuales en sus elecciones dietéticas fue el teórico socialista Charles Fourier, cuyas opiniones encontraron una buena audiencia entre otros habitantes contraculturales de la Nueva Inglaterra de la época.

François Marie Charles Fourier (1772-1837) fue un socialista utópico francés y uno de los padres del cooperativismo. Crítico con la economía y el capitalismo de su época, además de feminista, Fourier fue un tenaz adversario de la industrialización, de la civilización urbana, del liberalismo y de la familia basada en el matrimonio y la monogamia, unos asuntos que criticó con un carácter jovial que hizo de él uno de los grandes satíricos de todos los tiempos.

Fourier propuso la creación de unas unidades de producción y consumo, las falanges o falansterios, basadas en un cooperativismo integral y autosuficiente, que, dentro del socialimo, anticipó la línea de socialismo libertario y críticó los planteamientos de la moral burguesa y patriarcal basados en la familia nuclear y en la moralidad cristiana.

Los Alcott y los Lane formaron parte de una ola de modernizadores dietéticos vinculados a los resurgimientos protestantes del siglo XIX. Como Sylvester Graham y sus galletas homónimas y los cereales de John Harvey Kellogg, estos movimientos basados en el vegetarianismo tenían como objetivo mejorar la salud pero también la templanza y la elevación moral.

El vegetarianismo había ganado cierta popularidad a principios del siglo XIX (más en el Reino Unido que en los Estados Unidos) y contaba con notables defensores entre los reformadores sociales. Pero los miembros de la comuna de Fruitlands fueron más allá y pasaron al veganismo total.

La dieta prescrita en Fruitlands representaba una clara ruptura con el mundo animal. El mandato era claro: «Que ninguna sustancia animal, ni carne, mantequilla, queso, huevos ni leche, contamine nuestras mesas ni corrompa nuestros cuerpos». A nadie en Fruitlands se le permitía «usar ropa de origen animal, usar animales para trabajos agrícolas […] ni siquiera usar estiércol como fertilizante».

Los habitantes de Fruitland creían, como muchos vegetarianos de la época, que la abstinencia de carne purificaría el alma humana. En su lógica, la adhesión comunitaria a este principio crearía seres humanos perfectamente buenos, separados de toda influencia negativa y capaces de comportarse de la manera más caritativa y generosa.

Pero la visión de la sociedad de los habitantes de Fruitland no los liberó de su devoción por los roles de género. Es posible que Bronson y Charles Lane quisieran deshacerse de las influencias animales. Pero ciertamente no encontraron inconsistencias morales en tratar a Abigail como un caballo de batalla.

Como muchos intelectuales que han intentado la autosuficiencia, los habitantes de Fruitland no habían imaginado la cantidad de tareas que implica el trabajo agrícola. Y en este caso, los hombres parecían felices de abandonar el proyecto para ir, por ejemplo, a giras de conferencias, dejando a las mujeres (o mejor dicho, principalmente a Abigail, que a veces era el único adulto que permanecía en la comuna) dedicada a hacer todas las penosas tareas domésticas y agrícolas.

En Fruitlands. Una experiencia trascendental, el relato de una ilusión y un fracaso, un librito de Louisa May Alcott publicado en España por Impedimenta, la autora de Mujercitas cuenta con mucho sentido del humor la llegada de su familia al “paraíso”:

Este Edén del futuro consistía, de momento, en una vieja casa de labranza de color rojo, un establo desvencijado, muchos acres de pradera y un bosquecillo. Por entonces, diez manzanos antiquísimos constituían la única fuente de “castas vituallas” que el paraje podía proveer. Pese a todo, inspirados por la firme creencia de que pronto emanarían exuberantes huertas de sus íntimas conciencias, estos rubicundos fundadores habían dado en bautizar sus dominios con el nombre de Fruitlands.

Muy buenas intenciones, pero muy poco sentido pragmático es lo que reinaba entre estos venerables hermanos:

La cuadrilla de hermanos empezó usando palas para cavar en el jardín y roturar los labrantíos, pero, al cabo de unos cuantos días, su ardor se vería mermado de forma asombrosa. Las ampollas en las manos y los dolores de espalda les hicieron intuir la pertinencia del uso del ganado, al menos temporalmente.

La hermana Hope (la señora Alcott real) asiste resignada a los desvaríos filosóficos de su marido y demás a sabiendas de que, sin duda, ella tendría que hacer la mayoría de las tareas físicas y prácticas de la comunidad que sus hermanos dejaban de hacer, porque, al estar ocupados disertando y definiendo obligaciones de gran envergadura, se olvidaban de despachar las tareas más modestas.

Ante la pregunta de “¿Hay alguna bestia de carga en la casa?” la señora Lamb respondía, con una cara que era un poema, “¡Solamente una mujer!”

La experiencia en Fruitland fue breve, apenas un semestre, de junio a diciembre de 1843. Les pudo el crudo invierno de Nueva Inglaterra y la absoluta incapacidad de sus ilustres miembros para afrontar las cosas prácticas y triviales de la vida en el campo.