Edificio principal de Fruitlands, hacia 1915. La morera delante de la casa fue plantada por los comuneros para la reproducción de gusanos de seda. Fuente. |
Los
fracasos en Fruitlands demostraron que los ideales anarquistas y
vegetarianos no eran suficientes para sostener una comunidad, ni espiritual ni
nutricionalmente.
Durante
los últimos 200 años, han surgido varios experimentos utópicos. Desde comunas
hasta nuevas religiones, varios colectivos utópicos han intentado crear modelos
alternativos de sociedad. En 1843, Bronson y Abigail Alcott, los padres de
Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas, fundaron en una
granja próxima a la ciudad de Harvard, Massachusetts, una comuna llamada Fruitlands,
en la que Bronson y su amigo Charles Lane, junto con sus respectivas familias, intentaron
crear una experiencia vital de autosuficiencia agraria.
Louisa May Alcott, que durante su niñez se mudó treinta veces, vivió en aquel refugio utópico y trascendentalista cuando tenía once años. Allí, apartados del resto de la sociedad, sus padres planearon vivir con otros “hermanos” alimentándose de la tierra y siguiendo los principios de la belleza, la virtud, la justicia y el amor, a la búsqueda de una existencia perfectamente armonizada con su entorno y las demás criaturas surgidas de la mano de Dios.
Fruitlands fue también uno de los primeros
experimentos estadounidenses de anarquismo y veganismo. Como los Alcott
eran anarquistas, su sueño ansiaba un mundo sin propiedad privada. De
hecho, Bronson Alcott, un filósofo de sesgo trascendentalista, de muy buenas
intenciones, pero incapaz de asentarse en un proyecto y de encarar la vida del
día a día, había sido encarcelado anteriormente por resistirse a pagar impuestos.
Los Alcott y los Lane querían crear una comunidad sin propiedad ni comercio en
la que vivir en plena armonía con su entorno.
Además, aquellos comuneros ilusos querían liberarse de una dieta cárnica. Una de las influencias
intelectuales en sus elecciones dietéticas fue el teórico socialista Charles
Fourier, cuyas opiniones encontraron una buena audiencia entre otros habitantes
contraculturales de la Nueva Inglaterra de la época.
François
Marie Charles Fourier (1772-1837) fue un socialista utópico francés y uno de
los padres del cooperativismo. Crítico con la economía y el capitalismo de su
época, además de feminista, Fourier fue un tenaz adversario de la
industrialización, de la civilización urbana, del liberalismo y de la familia
basada en el matrimonio y la monogamia, unos asuntos que criticó con un carácter
jovial que hizo de él uno de los grandes satíricos de todos los tiempos.
Fourier
propuso la creación de unas unidades de producción y consumo, las falanges o falansterios, basadas en
un cooperativismo integral y autosuficiente, que, dentro del socialimo,
anticipó la línea de socialismo
libertario y críticó los planteamientos de la moral burguesa y patriarcal
basados en la familia
nuclear y en la moralidad cristiana.
Los
Alcott y los Lane formaron parte de una ola de modernizadores dietéticos
vinculados a los resurgimientos protestantes del siglo XIX. Como Sylvester Graham y
sus galletas homónimas
y los cereales de John
Harvey Kellogg, estos movimientos basados en el vegetarianismo tenían como
objetivo mejorar la salud pero también la templanza y la elevación moral.
El
vegetarianismo había ganado cierta popularidad a principios del siglo XIX (más
en el Reino Unido que en los Estados Unidos) y contaba con notables defensores entre
los reformadores sociales. Pero los miembros de la comuna de Fruitlands
fueron más allá y pasaron al veganismo total.
La
dieta prescrita en Fruitlands representaba una clara ruptura con el
mundo animal. El mandato era claro: «Que ninguna sustancia animal, ni carne,
mantequilla, queso, huevos ni leche, contamine nuestras mesas ni corrompa
nuestros cuerpos». A nadie en Fruitlands se le permitía «usar ropa de
origen animal, usar animales para trabajos agrícolas […] ni siquiera usar
estiércol como fertilizante».
Los
habitantes de Fruitland creían, como muchos vegetarianos de la época,
que la abstinencia de carne purificaría el alma humana. En su lógica, la
adhesión comunitaria a este principio crearía seres humanos perfectamente
buenos, separados de toda influencia negativa y capaces de comportarse de la
manera más caritativa y generosa.
Pero
la visión de la sociedad de los habitantes de Fruitland no los liberó de
su devoción por los roles de género. Es posible que Bronson y Charles Lane
quisieran deshacerse de las influencias animales. Pero ciertamente no
encontraron inconsistencias morales en tratar a Abigail como un caballo de
batalla.
Como
muchos intelectuales que han intentado la autosuficiencia, los habitantes de Fruitland
no habían imaginado la cantidad de tareas que implica el trabajo agrícola. Y en
este caso, los hombres parecían felices de abandonar el proyecto para ir, por
ejemplo, a giras de conferencias, dejando a las mujeres (o mejor dicho,
principalmente a Abigail, que a veces era el único adulto que permanecía en la
comuna) dedicada a hacer todas las penosas tareas domésticas y agrícolas.
En
Fruitlands. Una experiencia trascendental, el relato de una ilusión y un
fracaso, un librito de Louisa May Alcott publicado en España por Impedimenta, la
autora de Mujercitas cuenta con mucho sentido del humor la llegada de su
familia al “paraíso”:
Este Edén
del futuro consistía, de momento, en una vieja casa de labranza de color rojo,
un establo desvencijado, muchos acres de pradera y un bosquecillo. Por entonces,
diez manzanos antiquísimos constituían la única fuente de “castas vituallas”
que el paraje podía proveer. Pese a todo, inspirados por la firme creencia de
que pronto emanarían exuberantes huertas de sus íntimas conciencias, estos
rubicundos fundadores habían dado en bautizar sus dominios con el nombre de Fruitlands.
Muy
buenas intenciones, pero muy poco sentido pragmático es lo que reinaba entre
estos venerables hermanos:
La
cuadrilla de hermanos empezó usando palas para cavar en el jardín y roturar los
labrantíos, pero, al cabo de unos cuantos días, su ardor se vería mermado de
forma asombrosa. Las ampollas en las manos y los dolores de espalda les
hicieron intuir la pertinencia del uso del ganado, al menos temporalmente.
La
hermana Hope (la señora Alcott real) asiste resignada a los desvaríos
filosóficos de su marido y demás a sabiendas de que, sin duda, ella tendría que
hacer la mayoría de las tareas físicas y prácticas de la comunidad que sus
hermanos dejaban de hacer, porque, al estar ocupados disertando y definiendo
obligaciones de gran envergadura, se olvidaban de despachar las tareas más
modestas.
Ante la
pregunta de “¿Hay alguna bestia de carga en la casa?” la señora Lamb respondía,
con una cara que era un poema, “¡Solamente una mujer!”
La
experiencia en Fruitland fue breve, apenas un semestre, de junio a
diciembre de 1843. Les pudo el crudo invierno de Nueva Inglaterra y la absoluta
incapacidad de sus ilustres miembros para afrontar las cosas prácticas y
triviales de la vida en el campo.