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sábado, 8 de junio de 2024

Flores que huelen a sangre y moscas chacales

 

De entre todos los caminos que pudo elegir a través de los tallos y hojas de la planta, aquella chicharra eligió el peor. El ataque fue extraordinariamente rápido y en apenas unos segundos el insecto estaba cercenado por las espinosas patas delanteras de la mantis. Mientras se agitaba sin escapatoria posible, el aterrorizado insecto lanzó al aire una señal de alarma. Apostada en las cercanías, una diminuta mosca clorópida captó las feromonas, voló hacia el lugar de la tragedia y se unió al banquete.

Las moscas clorópidas son animales cleptoparásitos. El cleptoparasitismo (literalmente, parasitismo por robo) es una forma de alimentación en la que un animal se aprovecha de presas capturadas por otros. El fenómeno es muy conocido en algunas aves marinas oportunistas como charranes, gaviotas, págalos o rabihorcados y en mamíferos como las hienas. Entre los insectos, es característica en moscas de las familias Chloropidae y Milichiidae.

El menú de estas moscas se basa en succionar la hemolinfa (el líquido circulatorio equivalente a la sangre en los artrópodos) de los insectos que están siendo devorados por un predador. Para conseguir un almuerzo gratis, detectan las feromonas de alarma que emite el insecto cuando es cazado por una mantis religiosa, cae atrapado en una tela de araña o es víctima de cualquier otro depredador.

Tres moscas chacales del género Desmometopa (2-4), cerca de una araña Thomisidae (1) que está devorando una abeja melífera. El díptero más pequeño (5) no es una mosca chacal sino posiblemente un mosquito hematófago de la familia Ceratopogonidae. Foto de Jon Richfield.

Una vez en la escena de caza, el ladrón oportunista aprovecha la lentitud con la que los depredadores suelen despiezar a sus víctimas para succionar ávidamente la hemolinfa de la presa. Sin embargo, cuando una de estas oportunistas es atraída por los olores agónicos puede acabar siendo víctima de un refinado truco de la evolución que practican algunas plantas.

Las interacciones mutuas entre plantas y animales son un proceso ecológico tan común que casi el 90% de las especies de las angiospermas son zoófilas, es decir, dependen de los animales para la dispersión del polen. La mayoría de los animales implicados en esas interacciones forjadas a través de millones de años de coevolución son insectos (plantas entomófilas), responsables de la polinización de un 88% de todas las plantas zoófilas.

Las adaptaciones florales que aumentan la eficiencia de la transferencia de polen y fomentan la polinización cruzada han sido indiscutiblemente una fuerza impulsora de la evolución y diversificación de las angiospermas.

Por lo general, esas interacciones están basadas en mecanismos de recompensa mediante los cuales las plantas pagan con alimentos extraordinariamente nutritivos (néctar o polen) los servicios esenciales que les prestan sus polinizadores. Por lo general, las angiospermas comparten interacciones mutualistas con sus polinizadores, pero en aproximadamente el 4-6% de las plantas con flores la polinización se basa en diferentes mecanismos de engaño por el que las plantas anuncian una recompensa que finalmente no la proporcionan.

Entre las flores que no ofrecen recompensas nutricias directas, a pesar de que se “publiciten” con fragancias y colores brillantes, se cuentan algunos de los ejemplos más extraordinarios de coevolución. En tales sistemas de interacción, que suponen estrategias más elaboradas, pero de producción energéticamente menos costosa, solo la planta se beneficia, porque los polinizadores no obtienen recompensa alguna.

Los sistemas engañosos incluyen algunos muy divulgados como la imitación de las parejas de apareamiento que provocan cópulas fallidas en las orquídeas mediterráneas del género Orchis, y otros menos divulgados entre los que se cuentan los de miofilia, (del griego muia, mosca) el término que describe la polinización por dípteros, un mecanismo relativamente común sobre todo entre plantas con flores como las de los aros atrapamoscas Helicodiceros muscivorus o de ciertas orquídeas que emiten olores a cadaverina.

Uno de los mecanismos más especializados de mimetismo floral para atraer dípteros es la cleptomiofilia, el proceso por el que las flores imitan a insectos heridos que actúan de reclamos irresistibles para las moscas cleptoparásitas, una estrategia tan extraña que no fue descubierta hasta 2015 en la hierba trepadora mediterránea Aristolochia rotunda, cuyas flores emiten un aroma particular que imita es de las feromonas de alarma que emiten algunos insectos cuando caen víctimas de predadores.



Ese olor a “insecto asustado” emitido por la flor ha logrado que las moscas clorópidas cleptoparásitas se conviertan en sus polinizadores. Cuando estas moscas entran en la alargada flor trampa, son atrapadas, retenidas un tiempo, impregnadas de polen y posteriormente liberadas.

Descrito por primera vez el año pasado, el síndrome de cleptomifiolia del algodoncillo Ceropegia gerrardii (Apocynaceae) es extraordinariamente original y, a diferencia de lo que sucede en Aristolochia o en los aros atrapamoscas, no implica dispositivos de captura física.

Un algodoncillo tramposo

Incluso dentro de la extraordinaria y sorprendente variabilidad de la flora endémica surafricana —un auténtico “laboratorio de la evolución” por usar la expresión de Darwin en El origen de las especies— las flores de Ceropegia gerrardii son extrañas. A simple vista parecen estrellas de mar bigotudas de color verde aterciopelado salpicadas con lo que cualquier observador tomaría por gotas de rocío mañanero. ¿Quién podría polinizar una flor así y cómo la encontraría?

Las flores de C. gerrardii son polinizadas por diminutas "moscas chacales" del género Desmometopa (familia Milichiidae), que se comportan como "cleptoparásitas" porque se alimentan de la hemolinfa que roban de las presas capturadas por las arañas o las mantis. Las moscas chacales llegan rápidamente a una presa respondiendo a las señales de angustia de los insectos cazados. De hecho, dos de las especies de moscas Desmometopa que polinizan a C. gerrardii llegaron en un intervalo de 15 segundos cuando se colocaron abejas melíferas heridas en un entorno natural.

Flor de Ceropegia gerrardii y mosca polinizadora Desmometopa m-nigrum (Milichiidae). (a) Flor con gotitas de líquido secretadas desde la superficie de los lóbulos de la corola. (b) Primer plano de un lóbulo de la corola cubierto de líquido secretado. (c) Primer plano del órgano reproductivo de la flor (ginostegio) con una mosca polinizadora en la posición correcta para retirar o depositar una masa de granos de polen (polinia). (d) Primer plano de la misma mosca lamiendo el líquido secretado de la superficie de los lóbulos de la corola. (e) La misma mosca reposando sobre los lóbulos estaminales (interiores) de la corona regurgitando después de alimentarse de la secreción de los lóbulos de la corola. Las flechas en (d, e) indican una polinia adherida al aparato bucal de la mosca. Barras: (a) 5 mm; (b) 2 mm; (c) 0,6 mm; (d) 0,3 mm; (e) 0,4 mm. Fuente

Al contrario que en el caso de Aristolochia rotunda, cuyas flores forman cámaras tubulares que atrapan a las moscas, lo que compensa la transferencia ineficiente de polen prolongando el tiempo de residencia de las moscas en su interior, las flores abiertas de C. gerrardii actúan en dos fases. En primer lugar, el aroma floral imita la firma química de las abejas melíferas heridas y sirve como un atrayente clave para las moscas chacales porque incluye componentes de feromonas de alarma de abejas melíferas heridas.

Sin necesidad de atrapar a los insectos en una trampa floral, las flores del algodoncillo surafricano retienen a las moscas secretando gotitas líquidas que contienen una sustancia de composición a base de azúcares y proteínas más cercana químicamente a la hemolinfa de los insectos que al néctar floral.

Este hallazgo recuerda investigaciones anteriores sobre mutualismos de dispersión de semillas mediados por eleosomas, los cuerpos alimenticios unidos a las semillas dispersadas por hormigas, cuyo contenido nutritivo (ácidos grasos libres, aminoácidos y el azúcar trehalosa) es más similar al de la hemolinfa de los insectos con la que las hormigas alimentan a sus larvas que al de las semillas a las que están adheridos