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sábado, 11 de mayo de 2024

1939: el año en que se sacrificaron cuatrocientas mil mascotas

 



La Segunda Guerra Mundial sigue siendo excepcionalmente popular como tema de historias y biografías, y como telón de fondo de la ficción histórica. Las tragedias que sucedieron antes, durante y después de aquella guerra son bien conocidas, pero al menos una había quedado olvidada.


En The Great Cat and Dog Massacre (La gran masacre de perros y gatos), un libro profusamente ilustrado, la historiadora Hilda Kean descubre y reconstruye la historia de la vida y la muerte de miles de animales de compañía sacrificados cuando Gran Bretaña anunció su entrada en la guerra.

El gobierno, los veterinarios y las organizaciones animalistas desaconsejaron este enorme sacrificio. Si fue así, ¿por qué miles de ciudadanos británicos formaron grandes colas para sacrificar voluntariamente a sus mascotas?

El 3 de septiembre de 1939, Neville Chamberlain, primer ministro del Reino Unido, anunció en la BBC que Gran Bretaña le había declarado la guerra a Alemania. Desde ese mismo instante sucedió algo que casi nadie había contado hasta ahora. Sin que las autoridades lo exigieran como un sacrificio más a los que obligaría la guerra y sin que nadie lo sugiriera, durante los primeros cuatro días de la Segunda Guerra Mundial aproximadamente más de 400 000 perros y gatos (un 26% de los animales domésticos que vivían en Londres) fueron sacrificados.

Decenas de miles de londinenses optaron por dar a sus animales el "regalo del sueño" o por hacer largas colas para entregar sus mascotas a las perreras. Rápidamente se empezó a producir una escasez de cloroformo y se desató una crisis sanitaria debida a la acumulación de cadáveres de perros y gatos que no podían ser incinerados, porque debido a las restricciones impuestas por el comienzo de la guerra, no se podía trabajar de noche.

Cuatrocientos mil animales muertos en menos de una semana. Fue un episodio atroz que afectó a cientos de miles de familias. De alguna manera, en cuanto se supo que llegaba un nuevo conflicto el recuerdo de lo mal que lo habían pasado los perros y gatos durante la Primera Guerra Mundial desató esta locura colectiva. La gente prefería sacrificarlos antes de ver cómo su mascota moría de hambre.


Esta gran masacre sucedió mucho antes de que comenzaran los bombardeos sobre Londres y mucho antes de que se sintiera el efecto real del conflicto armado. No fue una consecuencia inevitable de la Guerra, fue una decisión individual que se tornó colectiva.

Mientras eso estaba sucediendo, llovían las críticas de las sociedades protectoras de animales, de los veterinarios y de las personas preocupadas por esos sacrificios innecesarios. Cuando la propaganda británica se estaba concentrando en los alemanes, muchos sectores sociales empezaron a expresar su profundo malestar ante lo que estaba sucediendo en Londres.

Basándose en sus propias investigaciones, Hilda Kean hace algo más que contar una historia prácticamente olvidada, porque remueve nuestra comprensión de la Segunda Guerra Mundial como una “guerra buena” librada por una nación de gente “buena”.