«¿Merece la pena aguantar todo esto?». La pregunta que se hace Pedro Sánchez es oportuna y sincera, porque yo mismo me la hice cuando fui alcalde, a pesar de que tuve que soportar infinitamente menos que nuestro presidente.
No conozco a ninguna persona honrada que esté o haya pasado por la
política y que no se lo haya planteado. Tampoco a nadie, ni siquiera a las
personas más resistentes y de carácter más fuerte, que no haya dudado más de
una vez, que no hayan tenido la tentación de rendirse, de tirar la toalla, de
salir pitando de allí.
Hay una expresión que detesto y que estos días no paro de escuchar: «A
la política se viene llorado de casa». Me parece abominable por una doble
razón. La primera es la idea tóxica de que tener sentimientos sea algo a
exterminar, cuando debería ser al contrario: ojalá haya más personas con empatía,
capaces de sufrir y de llorar; nada hay más humano que esa emoción.
La segunda es esa regla odiosa de que en política vale todo y hay que
soportarlo todo sin siquiera mostrar la más mínima aflicción; parece que hubiera una
suerte de nuevo derecho constitucional, el derecho al acoso con insultos,
mentiras y denuncias falsas, que se extiende no solo a los políticos sino a
todo su entorno personal.
No sé si Pedro Sánchez dimitirá. Hoy creo que no, pero solo él lo sabe
con certeza. Sí estoy plenamente convencido de que la denuncia contra Begoña
Gómez, más tarde o más temprano, se archivará. Porque a pesar de la pulsión
reaccionaria que late en algunos juzgados –imprescindible para explicar buena
parte de las cacerías contra políticos de izquierda– me niego a creer que una
acusación tan endeble pueda prosperar.
Pero volvamos a la pregunta inicial de este artículo. ¿Merece la pena?
La terrible respuesta es que no, que no sale a cuenta. Que hace mucho que no
merece la pena, si solo se mide desde el punto de vista personal. ¿Merece la
pena que machaquen a las personas que quieres?
¿Es humano tener la tentación de rendirse, para proteger a los que más
quieres? Claro que lo es. Por duro que seas. Por fuerte que te creas. Supongo
que a mí me cuesta algo menos empatizar con lo que pasa por la cabeza de Pedro
Sánchez porque, a una escala mucho menor, también he sufrido episodios
similares.
Cualquier persona de izquierdas mínimamente conocida, no solo
políticos, sabe de qué hablo porque todos lo sufrimos, especialmente las
mujeres. Es un desgaste constante, agotador, que impacta en tu vida y te cambia
el humor.
El acoso contra la izquierda siempre ha existido, pero en los últimos
años ha ido a peor. La derecha ha logrado convertir la vida pública en un
lodazal, una estrategia deliberada para igualar la reputación de todos: la
gente honesta y la que no lo es. Y en demasiadas ocasiones cuenta con la
imprescindible colaboración de algunos jueces afines. Y de muchos medios de
comunicación.
Es la misma derecha que hace veinte años alimentó una teoría de la
conspiración sobre los muertos del peor atentado terrorista de la historia de
España. La misma que hace diez años utilizó los fondos reservados y la cloaca
policial para destrozar a sus rivales políticos. Los mismos que ahora han
convertido el «que te vote Txapote» en un lema electoral. Los mismos que
llaman «hijo
de puta»
al presidente del Gobierno y, en vez de disculparse por el insulto, lo
convierten en una chanza más. Los mismos que se jactan de controlar la Justicia
«desde
detrás»
y que por eso mantienen secuestrada desde hace más de un lustro la renovación
del Consejo General del Poder Judicial.
¿Merece la pena? No. A nadie le sale a cuenta vivir así. Y de eso se
trata. Este envenenamiento constante y sistemático tiene un objetivo
deliberado: destrozar a cualquiera que asome la cabeza para que le sea
insoportable seguir.
No merece la pena. Pero hay que resistir. Estoy seguro de que Pedro
Sánchez y su familia serían más felices si dejasen La Moncloa. Pero también
espero que no dimita, porque las consecuencias para España y nuestra democracia
serían nefastas.
En un país donde nadie dimite y nunca pasa nada, sería terrible que
cayera por estos motivos un presidente del Gobierno elegido por el Parlamento
hace menos de un año y que representa a la mayoría de este país. Sería una
pésima noticia para cualquier demócrata, vote lo que vote. Porque validará y
normalizará una vía tóxica e infecta de lograr el poder.