«Estaba Moisés apacentando las ovejas de su suegro Jetro, sacerdote de Madián, que había llevado a través del desierto hasta llegar a Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía».
Según ese pasaje, el tercero del Éxodo y uno de los más famosos de toda la Biblia, desde una zarza ardiente en un monte de la península del Sinaí Dios le habló a Moisés para decirle que había sido elegido para sacar a su pueblo de la esclavitud en Egipto.
Un paseo en camello no
parecía cómodo. Así que caminé y disfruté de la cercanía de la montaña rocosa y
miré con la atención que se presupone en un botánico profesional a las pocas
plantas que crecen por allí. No eran muchas, todo hay que decirlo porque la
península del Sinaí es un desierto extremadamente árido. Abro ahora mi libreta
de campo y miro la lista de plantas que anoté entonces. Un trío de ellas me
viene al pelo para este artículo.
En el monasterio, custodiado por monjes ortodoxos, crece vivita y coleando una planta que los fieles acérrimos de las tres religiones de la Biblia creen a pies juntillas que es la mismísima zarza ardiente que vio Moisés en el monte Sinaí, lo que haría de ella el ser vivo más antiguo del mundo, una rueda de molino difícil de tragar.
Buscar posibles
explicaciones científicas a los fenómenos bíblicos es un pasatiempo
interesante. Por supuesto, eso es todo, porque para aquellos que creen que los
relatos bíblicos se basan en verdaderos milagros, no es necesaria ninguna
explicación científica. Y para aquellos que son escépticos, no se necesita
ninguna racionalización científica para explicar sucesos que creen que nunca
ocurrieron.
A la búsqueda de la zarza perdida
Cualquiera que sea el
punto de vista de cada uno, las historias bíblicas pueden servir como trampolín
para hacer un poco de ciencia y matar moscas con el rabo. Me ocuparé de las
plantas a la búsqueda de la posible zarza que pudiera haber originado un
imposible fuego eterno.
La supuesta zarza ardiente de Santa Catalina del Sinaí crece a la derecha de la adelfa florecida de la izquierda de la fotografía. |
Empezaré por descartar
la zarza custodiada por los monjes, una vulgar zarza (Rubus ulmifolius)
de las que abundan en las escasas zonas húmedas del Sinaí. Es la misma zarza
que cualquiera puede encontrar cerca de cualquier humedal o de cualquier orilla
de los ríos, lagunas o acequias de toda Europa. Por supuesto, ninguna zarza
vive miles de años y, en el caso de que alguien se prestara a pegarle fuego,
comprobaría que arde completamente en un santiamén.
Dictamnus albus
Una posible candidata de las que tengo anotadas en mi lista es la hierba gitanera Dictamnus albus, un miembro de la familia Rutáceas, en la que se alinean todos los cítricos; se ha sugerido que esta planta, que se encuentra en todo el norte de África, es candidata a ser la bíblica zarza ardiente.
En el tórrido verano del desierto del Sinaí, esta planta de vistosas flores, conocida por los anglosajones como “gas plant” o “burning bush”, exuda varios aceites volátiles que pueden incendiarse fácilmente. ¿Estaba Moisés presenciando la combustión de una mezcla de terpenos, flavonoides, cumarinas y fenilpropanoides?
Es una hipótesis
interesante, pero que puede apagarse fácilmente. Los aceites volátiles de la
planta no se inflaman espontáneamente: necesitan una fuente de ignición. Es
poco probable que Moisés caminara por el desierto cargado con piedras yesqueras
buscando arbustos para incendiar. Recordemos, además, que cuando el futuro
profeta intentó acercarse a la zarza a ver qué sucedía, Jehová le impidió
hacerlo hablándole para avisarle de que estaba pisando suelo sagrado. Ergo,
si la yerba gitanera ardía, Moisés no la había prendido.
Pero fuera quien
fuese el presunto pirómano, cuando los vapores que emanan de la planta prenden,
el destello duraría sólo unos segundos y, en el caso de prender en las resecas
ramas y hojas, el arbusto seguramente se habría consumido en pocos minutos. De
fuego eterno nada de nada.
Ni que decir tiene que
cualquier madera que se queme acabará por consumirse, por lo que dejémonos de
buscar arbustos que ardan eternamente y planteemos otra hipótesis más sensata.
Si Moisés realmente vio una zarza ardiente que no se consumía, tal vez estaba teniendo
visiones alucinantes.
Harmala, la ayahuasca de los beduinos
Recordemos que hay
plantas cuyo consumo tiene efectos alucinógenos, incluyendo experiencias enteógenas
en las que el sujeto cree estar ante la presencia de uno o varios dioses. Una
de las ceremonias alucinógenas y enteogénicas más conocidas es la ayahuasca, una
infusión basada en la mezcla de dos plantas amazónicas de la que me
ocupé en este mismo blog.
En la ayahuasca
interviene Banisteriopsis
caapi, una liana gigante que contiene dos alcaloides del grupo de las β-carbolinas: harmina y tetrahidroharmina, que juegan un
papel fundamental en los efectos neurológicos
de la infusión porque actúan
como inhibidores de una enzima, la monoaminooxidasa
(MAO), que participa en la descomposición de la dopamina, la serotonina, la
feniletilamina, la tiramina y la melatonina, todos ellos neurotransmisores que
desempeñan funciones importantes en nuestro sistema nervioso.
El problema es que las
plantas utilizadas en la ayahuasca son componentes de las selvas pluviales amazónicas,
que ni viven ni podrían vivir en las arenas del desierto. Sin embargo, hay una
planta de mi lista que crece en el Sinaí que tiene propiedades similares. Es Peganum harmala, la alharma, harmala o ruda de Siria.
Flores y frutos de la ruda de Siria, Peganum harmala |
Como en la liana Banisteriopsis
caapi, las cápsulas que encierran las semillas de la alharma contienen tres
alcaloides del grupo de las β-carbolinas: harmina, vasicina y harmalina, que interfieren
con la actividad de la MAO y pueden ser la causa de experiencias que alteren la
conciencia.
Conocidos en
farmacología como neurotransmisores
monoamina, estos compuestos aumentan su concentración en presencia de inhibidores
de la monoaminooxidasa (IMAO), que son los que se encuentran en las cápsulas
de las semillas de la ruda silvestre. De hecho, al aumentar los niveles de
dopamina y serotonina que participan en la regulación del estado de ánimo, los
IMAO se utilizan como medicamentos antidepresivos.
Los egipcios y los israelitas,
como ahora hacen los cristianos, usaban "incienso" (del latín "incendere",
"quemar) para la meditación y los rituales místicos, que les hacían conectar
con lo divino, ya sea en la santidad de un templo o antes de participar en la
batalla, porque los terpenos y otras sustancias aromáticas que se desprenden de
los incensarios alteran la conciencia.
No sabemos qué plantas
psicoactivas usaban los israelitas en sus ceremonias religiosas, pero los
beduinos modernos que deambulan por el mismo desierto donde los relatos
bíblicos sitúan a Moisés, sí utilizan la ruda de Siria como hierba de su
ancestral farmacopea tradicional.