Dune, la novela de Frank Herbert, se convirtió en un faro para el incipiente movimiento ecologista y para la nueva ciencia ecológica.
Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha estado mirando las
estrellas y soñando, pero hubo que esperar hasta que, hace dieciocho siglos, el
sofista epicúreo y cínico Luciano de Samósata empezara
a convertir esos sueños en ficción. Y qué sueños tan extraordinarios:
mundos distantes, criaturas sobrenaturales, universos paralelos, inteligencia
artificial y mucho más. Hoy en día, a esos sueños los llamamos ciencia ficción.
Dune: novela y cine
Acaba de estrenarse Dune: Part Two que, junto a su precuela Dune:
Part One (2021), son dos películas visualmente impresionantes cuyos alardes
tecnológicos convierten a su antecesora homónima
(David Lynch, 1984) en una especie de fósil cinematográfico en lo que a
recursos técnicos se refiere.
El trío está inspirado en Dune, una novela del estadounidense Frank Herbert, una
de las mejores narraciones de ciencia ficción de todos los tiempos, que continúa
influyendo en la forma en que artistas gráficos, escritores y cineastas
imaginan el futuro. Sin embargo, cuando en 1963 Herbert empezó a escribirla, no
tenía en mente redactar una historia futurista de la Tierra, estaba pensando en
cómo salvarla.
Herbert quería contar una historia sobre la crisis medioambiental de un
mundo llevado al borde de la catástrofe ecológica. Tecnologías que habían sido
inconcebibles apenas cincuenta años antes habían puesto al mundo al borde de
una guerra nuclear y al medio ambiente al borde del colapso, mientras que,
impulsada por una inmisericorde economía extractiva, la industrialización
masiva estaba absorbiendo la riqueza del suelo y arrojando humos tóxicos al
cielo.
Cuando se publicó el libro en 1965 estos temas eran también el
centro de atención de una opinión pública apenas recuperada de la crisis de los
misiles cubanos, aturdida por la guerra de Vietnam y anonadada por la
publicación de Primavera
silenciosa, el libro de la conservacionista Rachel Carson, un lamento sobre
la contaminación y su amenaza al medio ambiente y la salud humana.
Inmediatamente después de su publicación, Dune y Primavera silenciosa
se convirtieron en un faro para el incipiente movimiento ecologista y en una
bandera para la nueva ciencia de la ecología.
Aunque Haeckel había acuñado el término “ecología” casi un siglo antes,
el primer libro de texto sobre ecología, Fundamentals of Ecology de los hermanos Odum, no se
publicó hasta 1953, y el término rara vez se mencionaba en los periódicos o
revistas de la época. Pocos lectores habían oído hablar de esa ciencia
emergente y aún menos sabían lo que sugería sobre el futuro de nuestro planeta.
Sabidurías indígenas
Herbert no estudió ecología cuando era estudiante ni se ocupó de temas
relacionados con ella en su trabajo profesional como periodista. Para aprender
sobre ecología se inspiró en las prácticas de conservación de las tribus del
noroeste del Pacífico, a las que se aproximó gracias a dos amigos.
El primero fue Wilbur
Ternyik, descendiente del jefe Coboway, el cacique clatsop que
recibió a Lewis y Clark cuando su expedición llegó a la costa oeste en 1805. El
segundo, Howard
Hansen, fue profesor de arte e historiador oral de la tribu Quileute. Desde
su infancia, fue educado por esa tribu y entrenado por sus mayores para transmitir
la tradición oral de su historia y sus leyendas. Su libro Crepúsculo en el
Thunderbird es un recuerdo nostálgico de aquellos tiempos.
Campos de dunas cerca de Florence, Oregón |
Ternyik, que también era un experto ecólogo de campo, llevó a Herbert a
un recorrido por las dunas de Oregón en 1958. Allí le explicó su trabajo para
construir enormes dunas de arena utilizando una hierba europea (Ammohila
arenaria) y otras plantas de raíces profundas para evitar que la arena
fuera arrastrada por el viento hasta la ciudad de Florence, una tecnología de fijación
de arenas móviles descrita detalladamente en Dune.
En un
manual que escribió para el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, Ternyk explica que su trabajo en Oregón era parte de una tarea titánica para recuperar los
paisajes marcados por la colonización europea, especialmente los grandes
embarcaderos fluviales construidos por los primeros colonos. Esas estructuras alteraron
las corrientes costeras y crearon vastas extensiones de arena, convirtiendo en un
desierto tramos del antiguo exuberante paisaje del noroeste del Pacífico. Este
escenario se repite en Dune, en la que el escenario de la novela, el
planeta Arrakis, fue igualmente devastado por sus primeros colonizadores.
Hansen, que sería el padrino del hijo de Herbert, había estudiado de
cerca el impacto drástico que tuvo la tala en las tierras natales del pueblo
Quileute en la costa de Washington. Animó a Herbert a examinar la ecología
detenidamente y le regaló una copia de Where There is Life (Donde hay vida), de Paul
B. Sears, el libro del que Herbert obtuvo una de sus citas favoritas: «La
función más importante de la ciencia es ofrecernos una comprensión de las
consecuencias [de nuestros actos]».
Los fremen o arrakeanos de Dune, que viven en los desiertos arenosos
de Arrakis desde tiempos remotos y gestionan cuidadosamente su ecosistema y su
vida silvestre, en cuyas duras condiciones desarrollaron capacidades extremas
de supervivencia, encarnan las enseñanzas que Herbert aprendió de sus amigos.
En la lucha por salvar su mundo, los fremen combinan de manera experta la
ciencia ecológica y las prácticas indígenas.
Tesoros escondidos en la arena
Pero el trabajo que tuvo el impacto más profundo en Dune fue el
estudio ecológico de Leslie Reid La
sociología de la naturaleza. En ese texto fundacional, Reid explicó la
ecología y la ciencia de los ecosistemas en un lenguaje inteligible para todos
los lectores, ilustrando la compleja interdependencia de todas las criaturas
dentro del medio ambiente.
En ese libro, Herbert encontró un modelo para el ecosistema de Arrakis
en un lugar sorprendente: las islas guaneras del Perú. Los excrementos de
pájaros acumulados que se encontraron en estas islas eran un fertilizante
ideal. Las islas de guano, el depósito de montañas de estiércol descritas como
un nuevo “oro blanco”, una de las sustancias más valiosas de la Tierra, se
convirtieron a finales del siglo XIX en la zona cero de una serie de guerras
por los recursos entre España y varias de sus antiguas colonias suramericanas.
En el centro de la trama de Dune se encuentra una batalla por el
control de la “especia”, el producto de un gusano gigante que habita en Arrakis
y un recurso de un valor incalculable. Cosechado de las arenas del planeta
desértico, es a la vez un lujoso saborizante para la comida y una droga
alucinógena que permite a algunas personas doblar el espacio, haciendo posible
los viajes interestelares.
Hay cierta ironía en el hecho de que Herbert inventara la idea de las
especias a partir de excrementos de pájaros. Pero estaba fascinado por el
cuidadoso relato de Reid sobre el ecosistema único y eficiente que producía un
bien valioso a través de un negocio cruel.
Extracción de guano en la isla Ballestas
situada en la costa peruana. Los excrementos son metidos en sacos y bajados
hasta las naves mediante cuerdas. Fotografía tomada en 1910. Wikimedia Commons.
Como explicaba Reid, las corrientes heladas del océano Pacífico empujan
los nutrientes a la superficie de las aguas cercanas, lo que ayuda a que el
plancton fotosintético prospere. Estos sustentan una asombrosa población de
peces que alimentan a hordas de aves, además de ballenas. En los primeros
borradores de Dune, Herbert combinó todas estas etapas en el ciclo de
vida de los gusanos gigantes, monstruos del tamaño de un campo de fútbol que
merodean por las arenas del desierto y devoran todo a su paso.
Herbert fantasea con que cada una de estas aterradoras criaturas
comienza como pequeñas plantas fotosintéticas que crecen hasta convertirse en
"truchas de arena" más grandes. Con el tiempo, se convierten en
inmensos gusanos de arena que revuelven las arenas del desierto y arrojan las especias
a la superficie.
Al comienzo de la primera cinta de Denis Villeneuve, Chani, una
indígena fremen interpretada por Zendaya, hace una pregunta que anticipa el
violento final de la segunda película: «¿Quiénes serán nuestros próximos
opresores?».
El plano inmediato que fija a un Paul Atreides dormido, el protagonista
blanco interpretado por Timothée Chalamet, clava el mensaje anticolonial como
un cuchillo. De hecho, ambas películas de Villeneuve exponen con claridad los
temas anticoloniales de las novelas de Herbert.
Lamentablemente, el filo acerado de la crítica ambiental de El
mesías de Dune, la continuación de Dune, una novela en la que el
daño ecológico a Arrakis es terriblemente obvio, no aparece en ambas películas.
Pero Villeneuve ha sugerido que también podría adaptarla en su próxima película
de la serie.
Esperemos que la profética advertencia ecológica de Herbert, que resonó tan poderosamente entre los lectores en la década de 1960, aflore en Dune 3.