Un amable lector de mi artículo del pasado 19 de marzo, José GL, me escribe
para contarme que “lleva desde 2019 devanándose los sesos” acerca de por qué ese año
la Semana Santa no comenzó en marzo como en estricta aplicación de los calendarios
lunar y solar le correspondería.
En 2019, el equinoccio de primavera fue el 20 de marzo y la luna llena lució el día siguiente. Tal y como escribí en aquel artículo, en aplicación de lo
aprobado en Nicea, «el Domingo de Resurrección sería el primer domingo
posterior a la primera luna llena que siguiera al equinoccio primaveral».
En puridad, no es de extrañar que José GL esté a la cuarta pregunta, porque ese año el siguiente domingo al equinoccio de primavera y al siguiente plenilunio fue el 24.
Un párrafo más abajo, yo escribí que «si el plenilunio fuera el 20
de marzo, como el equinoccio está litúrgicamente fijado el día siguiente,
habría que esperar un ciclo lunar completo de 28 días, con la inevitable
consecuencia de que la primera luna llena de primavera sería el 18 de abril».
Por eso mismo, el domingo de Resurrección de 2019 fue precisamente el 21 de
abril.
Como quizás debí aclarar un poco más eso de que el “equinoccio está
litúrgicamente fijado el día siguiente” [del 20 de marzo], lo hago ahora.
Los equinoccios solar y litúrgico no coinciden
La fecha de celebración del aniversario de la Resurreción de Jesús, es
decir la Pascua, generó gran controversia en los primeros años del cristianismo.
Las autoridades eclesiásticas no se ponían de acuerdo en el Computus
paschalis (para abreviar 'el Cómputo').
Para establecer un poco de orden, el Concilio de Arlés (año 314) obligó
a todos los cristianos a celebrar la Pascua en la misma fecha, otorgándole al
Papa la potestad de fijarla. Como aún quedaron parroquias 'díscolas' que
celebraban la Pascua a su bola, en el Concilio de Nicea de 325 el asunto se
abordó de nuevo y se establecieron algunas condiciones, como fijarla en domingo
y que nunca coincidiera con la Pascua de los judíos, para evitar confusiones.
A pesar de todo, las discrepancias continuaron, sobre todo porque por aquel entonces la Iglesia de Roma y la Iglesia de Alejandría no se ponían de acuerdo en los cálculos astronómicos. Un par de siglos después, el monje bizantino Dionisio el Exiguo que, a pesar de su sobrenombre iba sobrado en matemáticas, tuvo el enorme mérito de convencer a todo el mundo para que el día de la Resurrección cumpliera las siguientes condiciones:
- Siempre tiene que caer en domingo porque, según los Evangelios, domingo era el día en que resucitó Jesús.
- Se eligirí el domingo siguiente al primer plenilunio del equinoccio de primavera en el hemisferio Norte.
- Para evitar confusiones, porque el equinoccio de primavera no es siempre el mismo día, el astuto Dionisio fijó la fecha del 21 de marzo como 'equinoccio eclesiástico'. No coincide con la llegada exacta de la primavera, pero así, a piñón fijo, hay menos confusiones.
- Si la luna llena cae en domingo, la Pascua se celebraría el domingo siguiente para evitar coincidir con la Pascua judía (la muerte de Cristo tuvo lugar el día de la Pascua judía).
Teniendo en cuenta su dependencia de la luna llena, el domingo de
Resurrección no puede, por tanto, ser ni después del 25 de abril ni antes del
22 de marzo.
Ahí lo dejo. El del retrato de arriba es Dionisio el Exiguo, según
dicen.