La mayoría de los críticos de la película Los asesinos de la luna extraen una sola lección de la historia: la codicia es mortal. El amor al dinero conduce al mal. Pero la verdadera lección debería ser también el fracaso del gobierno.
El guion de la película se basa en el libro Asesinos de la luna de
las flores: Los crímenes en la nación Osage y el nacimiento del FBI, de
David Grann, un ensayo de estilo novelístico que narra la historia de la tribu
Osage durante el bum petrolero de los 1920 en Oklahoma. Los miembros de la
tribu se hicieron muy ricos gracias al descubrimiento de petróleo en tierras
tribales, al tiempo que muchos blancos cometieron fraudes y asesinatos para apropiarse
de sus bienes.
La gente debería leer el libro y ver la película, pero también debería
leer el libro de Angie Debo publicado en 1941 (no hay traducción al castellano)
And Still the Waters Run: The Betrayal of the Five Civilized Tribes (Y aún
corren las aguas: La traición de las cinco tribus civilizadas), porque lo
que les ocurrió a los miembros de la tribu Osage fue sólo una pequeña parte de
lo que ocurrió a los miembros de las Cinco Tribus
Civilizadas en el este de Oklahoma en aquellos mismos tiempos.
And Still the Waters Run, que expuso el escándalo del despojo de
tierras nativas por parte de los colonos estadounidenses, cuenta la trágica
historia de la liquidación de las repúblicas indias independientes de los
choctaws, chickasaws, cherokees, creek y seminoles, conocidas como las Cinco
Tribus Civilizadas. A principios del siglo XX, esas tribus poseían la mitad
oriental de lo que hoy es Oklahoma, un territorio inmensamente rico en tierras
de cultivo, bosques, carbón y petróleo. Su estatus político y económico estuvo
garantizado por el gobierno federal… hasta que llegaron los colonos
estadounidenses.
Cuando lo hicieron, el Congreso derogó tratados que había prometido
durarían “mientras las aguas corran” y, en tan solo una generación, las tribus
fueron sistemáticamente despojadas de sus propiedades y rescatadas de la
hambruna sólo gracias a la caridad pública. And Still the Waters Run fue
tan controvertida cuando se publicó por primera vez que a la escritora y
maestra Angie Debo se le
prohibió enseñar en Oklahoma durante muchos años.
Escultura dedicada a Angie Debo en la biblioteca pública de Stillwater, Oklahoma. |
Antes de la creación del Estado de Oklahoma en 1907, los gobiernos
tribales eran propietarios de sus tierras y las arrendaban a sus miembros. Pero
el gobierno federal insistió en que dividieran la tierra entre los ciudadanos
tribales individuales y establecieran derechos de propiedad privada sobre la
tierra. A pesar de la tremenda oposición de la mayoría de los ciudadanos
tribales, el gobierno federal obligó a las tribus a repartir sus tierras
individualmente. Entonces se descubrió petróleo en la tierra. En las cinco
tribus civilizadas, los individuos poseían los derechos sobre el mineral,
mientras que la tribu Osage los conservó comunalmente.
Los blancos del este de Oklahoma inventaron muchas formas de robar la
riqueza que el petróleo aportaba a los miembros de las tribus. Asesinos de
la luna describe algunas de ellas. Unos prometían pagar a los miembros de
la tribu una renta vitalicia de cientos de dólares al mes si el propietario les
cedía los derechos mineros. Por supuesto, esos miembros morían misteriosamente
a las pocas semanas, pero nadie lo investigaba. Otros delincuentes blancos trabajaban
en comandita con jueces, sheriffs y abogados para asignar la tutela de los
huérfanos a hombres blancos que luego les robaban todo lo que tenían y lo
repartían con jueces, sheriffs y abogados.
Zitkala-Ša, 1898, por Joseph Keiley
El gobierno federal empezó a descubrir el alcance de los delitos gracias al informe Los indios ricos pobres de Oklahoma: una orgía de soborno y explotación de las cinco tribus civilizadas: un robo legalizado, escrito por Zitkala-Ša (Pájaro Rojo), una escritora y activista de etnia Dakota, que fue cofundadora del Consejo Nacional de Indios Americanos, creado para luchar por el derecho de los nativos a la ciudadanía estadounidense y otros derechos civiles que se les habían negado durante mucho tiempo.
El gobierno federal presentó más de treinta mil acusaciones contra
ciudadanos blancos de Oklahoma por fraude y asesinato en el juzgado federal de
McAlester en la década de 1930. Las acusaciones incluían a casi todos los
hombres de negocios y políticos prominentes de Tulsa, la capital del condado
Osage y a la mayor parte de la legislatura estatal. Sólo escapó el gobernador, William H. Murray, alias
Bill Alfalfa, que envió una delegación a Washington para protestar contra
las acusaciones y quejarse de los daños económicos que causaban al cuestionar
los títulos de propiedad.
El gobierno federal aceptó retirar las acusaciones si Oklahoma permitía
a las tribus restaurar sus gobiernos con una soberanía igual a la del Estado. Oklahoma
accedió y decenas de miles de delincuentes quedaron en libertad.
La verdadera lección de la actividad criminal masiva contra los
ciudadanos tribales fue, una vez más, el fracaso del gobierno a la hora de ejercer
su función. El gobierno federal rara vez cumplía un tratado firmado con un
gobierno tribal. Había obligado a todas las tribus de Oklahoma a trasladarse desde
sus hogares ancestrales al Territorio Indio, empezando por el Sendero de las
Lágrimas de los cheroquis en Georgia en la década de 1830.
Tras la Guerra de Secesión, el gobierno federal volvió a incumplir sus
tratados y robó a las tribus gran parte de las tierras que les había asignado
originalmente. La adjudicación forzosa de tierras a individuos de propiedad
tribal fue otra violación de los tratados, al igual que la disolución del
gobierno tribal cuando Oklahoma, una palabra choctaw que significa tierra de
los pieles rojas, se convirtió en Estado.
Durante el boom petrolero de los 1920, los funcionarios del gobierno
permitieron a los blancos saquear a los miembros de las tribus y asesinar a
muchos de ellos al negarse a ejercer su función: castigar a los criminales. Sin
embargo, en Oklahoma, las autoridades gubernamentales no sólo se negaron a
castigar a los malhechores, sino que ellos mismos se convirtieron en los
criminales que atacaban a los buenos ciudadanos.
Los miembros de las tribus y todas las minorías indias comprenden mejor
que nadie la lección de Asesinos de la luna: no confíes tu seguridad al
gobierno.