La mauveína o malveína (del inglés ‘mauveine’, malva), también
conocida como púrpura de Perkin, malva o anilina morada, fue el primer colorante
químico orgánico sintético. Por pura serendipia, un estudiante adolescente
descubrió el primer tinte orgánico sintético de la historia, el del color
malva. Fue un error rentable que demostró las enormes posibilidades de la
química, una ciencia que a mediados del siglo XIX acababa de nacer y apenas
tenía aplicaciones.
Con 15 años, William
Henry Perkin (1838-1907), el menor de los siete hijos de George Perkin, un acomodado
ebanista londinense, ingresó en el Real Colegio de Química. Con 17, era alumno
del ilustre August
Wilhelm von Hofmann, por entones empeñado en sintetizar quinina, un
componente de la medicina contra la malaria, muy demandado en las colonias. En la
Semana Santa de 1856, mientras Holfmann estaba de viaje visitando a su familia,
Perkin probó una idea suya y oxidó la anilina para intentar obtener quinina.
Después de que uno de sus ensayos no produjera más que una zurrapa
rojiza, procedió a limpiar el vaso de precipitados con alcohol. Entonces
ocurrió algo sorprendente. Cuando el alcohol se combinó con el sedimento
herrumbroso, se convirtió en un líquido purpúreo deslumbrante y hermoso. Perkin
se dio cuenta de que había descubierto accidentalmente el primer tinte
sintético, la anilina morada o malveína, también conocida en su honor como malva
de Perkin.
La producción de la mayoría de los tintes era por entonces muy costosa
y su destino estaba limitado a teñir los ropajes de los más ricos entre los
ricos. El añil, por ejemplo, se
obtenía del índigo, una planta subtropical de nombre evocador, Indigofera
tinctoria, que era uno de los principales cultivos comerciales de la
economía esclavista del sur profundo estadounidense.
En ese momento, el valor en peso del índigo era mayor que el del oro. Desde
la Edad de Bronce, el
púrpura de Tiro, tan raro y valioso que siempre se consideró el color imperial,
se producía laboriosamente a partir de las excreciones de ciertos tipos de
moluscos del género Murex. De la cochinilla, Dactylopius coccus, un
insecto que parasita las pencas de las chumberas de cuya savia se nutre a
través de un estilete bucal, se obtenía el ácido carmínico o cármico del que se
produce laboriosamente el colorante natural carmín.
En comparación, el tinte que descubrió Perkin podía producirse a partir
del alquitrán de carbón, abundantemente disponible y barato en la Gran Bretaña
industrial. Y mientras que los tintes naturales tendían a desvanecerse
rápidamente, las creaciones sintéticas de Perkin mantenían su color lavado tras
lavado.
En cuanto Perkin estuvo listo para registrar una patente y lanzar un negocio de fabricación de tintes, el negocio comenzó a funcionar viento en popa. Con la moda de las faldas abombadas en auge, se necesitaba más tela que nunca para los vestidos de las mujeres y los colores a la moda estaban muy solicitados. El descubrimiento llegó en el momento adecuado. En medio de la Revolución industrial, Perkin revolucionó las industrias textiles y de tintes para crear una nueva industria: la química.
En la Exposición Real de 1862, la reina Victoria le dio su sello de
aprobación cuando apareció con un vestido de seda teñido de mauveína. Se hizo
tan popular que se le denominó "sarampión malva". El color malva se
convirtió en parte de la cultura victoriana y realmente estuvo a la altura de
la moda entre 1856 y 1866. Incluso hoy en día, el color púrpura del malva sigue
siendo una imagen popular de este período, gracias en buena medida, también a
los famosos sellos malvas de seis peniques.
En pocos años, los colores que habían sido escandalosamente caros se volvieron asequibles para casi todas las personas. Perkin se convirtió en un hombre rico. Pero no cesó con su pasión por los tintes. Durante su carrera, inventó tintes sintéticos de muchos otros colores. Sus descubrimientos fueron mucho más allá de transformar el mundo de la moda.
El malva de Perkin no solo
supuso una revolución en la industria de los tintes, sino también en la
medicina. Sus trabajos con tintes artificiales fueron fundamentales para que Walther Flemming
pudiera colorear las células y estudiar los cromosomas al microscopio. También
ayudaron a que el premio Nobel de Medicina de 1905 Robert
Koch descubriera el bacilo responsable de la tuberculosis tras teñir el
esputo de un paciente. Es más, el desarrollo de los colorantes sintéticos de
Perkin fue crucial para los estudios de Paul Ehrlich, premio
Nobel de Medicina en 1908 y pionero en la investigación sobre quimioterapia.
Cuando falleció en 1907 a los 69 años, era un científico consumado y muy
reconocido. La Medalla Perkin, el mayor honor en la industria química de Estados
Unidos, se otorga cada año al químico que ha realizado la mayor contribución a
la aplicación práctica de la química.