El comportamiento “animal” de la mimosa y su supuesta capacidad para
provocar el amor han despertado la imaginación de todos, desde los primeros
yoguis hasta los científicos de hoy.
Cuando hablamos de "mimosas" nos referimos habitualmente a las plantas del género Mimosa, de la familia de las Mimosáceas, parientes cercanas de las leguminosas (garbanzos, guisantes, etcétera). A primera vista, la mayoría de la gente consideraría que Mimosa pudica, una planta originaria de América tropical, es una mala hierba.
Es importante tener en mente que la mimosa de la que tratamos se
refiere a la planta herbácea de hoja perenne que normalmente no
supera el medio metro de altura, y que no tiene nada que ver con otra planta
llamada mimosa, Acacia dealbata, un árbol australiano de llamativas flores amarillas
muy común entre los aficionados a la jardinería cuyo cultivo como ornamental ha traído como indeseada consecuencia que se convierta en una temible invasora en el norte de España.
Acacia dealbata |
En Suramérica, M. pudica crece de forma espontánea en todo tipo de lugares gracias a su gran capacidad de germinación y crecimiento, que ha hecho que sea considerada una maleza o "mala hierba" en algunos entornos. Sus tallos rastreros marcados con costillas tapizadas por delicados pelos blanquecinos y pequeñas espinas llegan a alcanzar un metro de longitud. Sus hojas están compuestas por dos filas de pequeñas hojitas (foliolos) paralelas, y sus pequeñas flores rosadas crecen agrupadas en pequeñas esferas de aproximadamente 1 cm de diámetro.
La respuesta por la que es más conocida es que, cuando se roza, pliega los foliolos en un movimiento que se interpreta como un mecanismo de
defensa que le hace aparecer mustia para evitar ser devorada por algún herbívoro. Esa respuesta recibe el nombre de nictinastia. En este enlace puedes aprender más
qué son las nastias.
Debido a ese movimiento de respuesta, en muchos lugares M. pudica recibe los nombres comunes de vergonzosa, respondona, adormidera, dormilona, sensitiva o no me toques, pero ¿por qué en otros lugares se conoce como “hierba del amor”?
Según el Tratado de las drogas, y medicinas de las Indias Orientales, de Cristóbal Acosta, médico y naturalista portugués del siglo XVI, los yoguis hindúes la llamaban “yerva del amor” por sus presuntos poderes afrodisíacos. En su descripción, Acosta recuerda su encuentro con un culto médico indio que, jurando por su vida, afirmaba que, si lograba que una mujer ingiriera un bebedizo con unas gotitas de jugo de la planta, un varón podía yacer con ella. Para curarse en salud, el pudoroso Acosta aseguraba a sus lectores que él que nunca había hecho la prueba.
A medida que se desarrolló la taxonomía, los naturalistas reflexionaron
sobre cómo clasificar la hierba del amor. El volumen de 1825 de una revista
científica, The
Botanical Register, que recogía las plantas exóticas cultivadas en
jardines británicos, sugería sin afirmarlo que la hierba del amor podría ser una planta
conocida como Mimosa pudica, a la que también se conocía como "planta humilde”.
Según el botánico John Lindley, uno de los autores del volumen, esa planta había sido introducida desde su Brasil natal en todo el mundo y no sólo por su belleza sino también por su curiosa “sensibilidad”. Sin embargo,
como suele ocurrir en botánica, reinaba cierta confusión sobre su verdadera identidad: ¿era la misma hierba seductora que Acosta había descrito tres siglos antes?
A pesar de las publicaciones que relacionan con la hierba
del amor, lo más posible es que una y otra ni siquiera
pertenecen a la misma familia. La yerva del amor de Acosta no es Mimosa
pudica, sino probablemente Biophytum sensitivum, una planta del
Viejo Mundo cuyo porte y, sobre todo, sus hojas son muy parecidas a la sensitiva.
Pero ¿por qué persistió tal confusión durante siglos? La respuesta está en esa curiosa “sensibilidad” descrita por Lindley en The Botanical Register, que comparten tanto Mimosa pudica como Biophytum sensitivum. Esa era una característica que desafiaba las ideas fundamentales que se remontaban a los escritos de Aristóteles: ¡ambas plantas podían sentir!
En respuesta a ciertos estímulos, los numerosos y pequeños folíolos de ambas se pliegan rápidamente. Es esta capacidad de responder activamente al tacto lo que ha despertado el interés de médicos, fisiólogos y naturalistas desde el siglo XVI, porque contradecía la dicotomía generalmente aceptada de que las plantas tienen una naturaleza pasiva, mientras que los animales poseen la capacidad de acción directa en respuesta a estímulos externos.
Por ejemplo, en The Botanical Register de 1825, Lindley
describe un estudio realizado por un reconocido fisiólogo francés que investigó
la naturaleza animal de la sensitiva. Hoy día, los botánicos creen
que esta capacidad de reaccionar al tacto es una defensa contra los herbívoros.
La parte frondosa de la planta se pliega para protegerse de la boca hambrienta
de sus depredadores, dejando al descubierto las afiladas espinas que recubren
sus tallos.
Como M. pudica modifica su comportamiento en función de la intensidad de los contactos, un estudio ha demostrado que tiene cierta capacidad de aprendizaje. Los investigadores comprobaron que cuanto más se estimulaban las hojas, menos reaccionaba la planta, que respondía plegando solo parcialmente las hojas o desplegándolas a más velocidad, y a veces haciendo ambas cosas.
Según los investigadores, esa respuesta significa que, cuando se repiten los mismos estímulos, la planta es capaz de reconocer que no está expuesta a una amenaza real, por lo que opta por no gastar más energía de la necesaria en la respuesta defensiva.
Para garantizar que las modificaciones de comportamiento no se debían al agotamiento causado por haber sido estimuladas continuamente, los investigadores hicieron una nueva prueba: cambiaron el tipo de estímulo y lo emplearon justo después de repetir las pruebas habituales a las que las plantas respondían con "desgana". Cuando se sometían a estímulos hasta entonces desconocidos, las hojas aumentaban su respuesta. Los autores concluyeron que M. pudica muestra un comportamiento cambiante que responde a un aprendizaje que normalmente sólo se observa en animales.
Por lo demás, si el recatado Acosta lo hubiera intentado, habría podido comprobar que las propiedades afrodisiacas de la mimosa son las mismas que resultan de chupar un ladrillo. En cuanto a Biohytum sensitivum, otro tanto, a pesar de que algunos análisis han demostrado que sus extractos son bioactivos y poseen actividad antibacteriana, antiinflamatoria, antioxidante, antitumoral, radioprotectora, quimioprotectora, antimetastásica, antiangiogénesis, cicatrizante, inmunomoduladora, antidiabética y cardioprotectora. Ahí queda eso, pero con respecto a sus efectos afrodisíacos, ni están ni se esperan. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.